En el tercer aniversario de la llamada Revolución de los Jazmines y recién aprobada la nueva Constitución para el país, la juventud de una democracia incipiente se ha quedado por el camino… ¿o no?.

Fethi Belaid/AFP/Getty Images

La actitud de los jóvenes tunecinos, en buena medida artífices e iniciadores de la serie de revueltas que condujo a la salida de Ben Alí del poder, se ha mantenido beligerante con la evolución del proceso de transición. Desde todos los ámbitos del espectro ideológico, la decepción y crítica permanece en unos niveles muy altos debido, quizás, a las excesivas expectativas puestas encima de la mesa desde la caída del gobierno autoritario. La abundancia de expresiones del tipo "son todos iguales", "no tienen nada que hacer por nosotros" o "nada cambiará" es lo más habitual en las conversaciones. Aunque para Khadija Sellami, joven miembro de Nidaa Tounes, "hay que decir que visto el estado actual del país no podemos negarles la razón aunque creo que es necesario que hagan más el esfuerzo de entrar en los partidos y de intentar cambiar desde dentro".

La tan criticada ausencia de caras sin arrugas en la escena política permanece pero existen iniciativas que están cambiando este panorama. Los partidos están desarrollando agrupaciones de jóvenes y sus voces empiezan a tener una presencia en los mismos, canalizando algunas de sus demandas hacia la cúpula. Si bien, los cuadros dirigentes son siempre y en todo caso personas de una cierta edad o, de mucha edad, como es el caso de Beji Caïd Essebsi (87 años) del partido Nidaa Tounes o de Rachid Ghannouchi (72 años) del movimiento islamista Ennahdha. Ambos son ancianos y jefes de filas de las fuerzas principales políticas en el país.

La juventud se manifiesta entonces en cuadros subalternos que van ascendiendo en la estructura del partido y que posiblemente tendrán un papel clave,pero no tan visible, en los próximos gobiernos sujetos a la Constitución recién estrenada.

Los jóvenes están también presentes en los sindicatos de estudiantes universitarios que han jugado un importante papel en el mantenimiento de las protestas a lo largo de estos tres años. En este sentido, el sindicato laico UGET, relacionado de manera preferente con la UGTT (Unión General Tunecina del Trabajo) y el islamista UGTE, ligado a Ennahdha, tienen una fuerte presencia en los campus.

Un ejemplo de este activismo es el de Youssef Tlili, nieto de Ahmed Tlili, un histórico dirigente político y sindical tunecino. Procedente de una familia implicada desde la independencia en el sindicalismo, representaba a la UGET en el comité de apoyo a las protestas durante la revolución. En su opinión, el compromiso de los jóvenes del país ha sido relativo por la escasa politización, el elevado populismo y la incapacidad para reivindicarse. Un compromiso que, por otra parte, parece no faltar en lo que respecta a las organizaciones sociales, de las que conforman la inmensa mayoría. Para el politólogo Hatem Mrad "los jóvenes participan mucho más en las asociaciones que en los partidos políticos o los sindicatos" pues se sienten más representados por estas entidades. Aún así, en un país donde la media de edad ronda los 29 años, la presencia social de este colectivo es creciente en todos los ámbitos y se va haciendo cada vez más significativa e influyente.

Pero por el momento, donde existe una hegemonía juvenil –aparte de en el ámbito asociativo– es en las redes sociales. Según Moez ben Messaoud, profesor jefe del departamento de comunicación del IPSI (Instituto de Prensa y Ciencias de la Información, en sus siglas en francés) son aquellos jóvenes que estuvieron en las redes y luego en las plazas durante la Revolución. Y son los mismos que siguen copando Internet en la actualidad. Los cuatro millones de personas que tienen un perfil de Facebook en Túnez (la red social más extendida) acompañaron y alimentaron las protestas. Para Mrad, "los jóvenes descubrieron que con la red se podía hacer oposición […] contribuyeron a calentar el ambiente con sus críticas y sus denuncias" que se tradujo a continuación en su participación directa en la calle.

La televisión, por el contrario, se muestra como terreno vedado casi por completo, donde la diversidad del país apenas se contempla. La profesora de periodismo Hamida el Bour advierte que en los debates y tertulias televisivas siempre están representados los mismos partidos, las mismas figuras, ninguna mujer, ningún joven y una casi ausencia de gente de las regiones.

Su desigual presencia y poder en la sociedad de la transición genera sentimientos encontrados y, en muchos casos, una desafección por la limitación y la falta de oportunidades. Ante este panorama, muchos jóvenes se plantean la emigración que se ha vuelto incluso más atractiva ante la gravedad de la crisis económica.

No son pocos los que consideran que el papel de los jóvenes en el marco del proceso de transición fue cumplido y completado durante las revueltas tras las que el dictador Zine el Abidine Ben Alí abandonó el poder. A su juicio, a continuación éstos deberían dejar paso a los políticos profesionales y a la élite del país.

No obstante, este paso atrás de los jóvenes en la escena política no se ha dado en todos los casos. La mencionada Khadija Sellami, se sitúa junto con un nutrido grupo de jóvenes profesionales en la política activa en el partido Nidaa Tounes y defiende su participación: "los jóvenes están mucho más politizados de lo que la gente piensa [pero] creo que el problema real es una falta de organización" que debe ir acompañada de metas claras. "No es en absoluto la ambición de llegar a ser un cuadro político, es realmente para salvaguardar un modelo de sociedad que hemos conocido y que no quería arriesgarme a perder", continúa.

Es opinión generalizada, en cualquier caso, que el protagonismo de los jóvenes han de reivindicarlo ellos mismos y que nadie va a facilitarles la labor. Para Youssef Tlili, "los partidos no son acogedores para los jóvenes, la clase política está cerrada en sí misma, es muy autárquica y generalmente tiene miedo de lo nuevo". Pero, aun contando con las dificultades, según Hatem Mrad: "no es culpa de los viejos o de los gerontócratas o de los partidos políticos. Los partidos están abiertos a los jóvenes. Pueden siempre participar, organizarse" y desde ahí llegar a imponerse. En las próximas elecciones y en los equipos que los partidos ganadores monten en sus gabinetes se verá el verdadero peso e impulso de los jóvenes.

La casta política local, que impide en buena medida un ascenso más importante de sangre nueva al primer plano, es reflejo de otros espacios como el económico, por supuesto, pero también del sindical. En este último campo, la poderosa UGTT sigue manteniendo una dirección muy veterana.

A pesar de los avances sociales conseguidos a lo largo de su historia, la tunecina continúa siendo una sociedad fuertemente jerárquica, en la que una cierta edad sigue siendo un requisito social para la actividad en el espacio público con cierta garantía de solvencia. Sellami asegura que en la política tunecina "incluso si la gente reclama jóvenes, el pueblo no va a confiar en esos jóvenes". Este hecho puede observarse además en las limitaciones que plantea la propia Constitución a la hora de la elección de determinados cargos políticos. Los requisitos de edad que se presentan en la Carta Magna son un mínimo de 23 años para ser considerado elegible como diputado (art.53) así como 35 años si es para ser presidente del país (art.74).

La juventud está jugando un rol en la escena sociopolítica tunecina aunque no sin problemas y cortapisas. Esta situación hace del movimiento asociativo el espacio predilecto de compromiso social. Los partidos y sindicatos aún están en proceso de adaptación para acoger en su seno las energías y aspiraciones de los jóvenes. Estas circunstancias tendrán que evolucionar para facilitar la implicación y asunción del papel clave de la juventud en la transición, que les necesita para legitimar, a través de su voto, el proceso de cara al futuro. Sin embargo, muchos jóvenes no están ni siquiera inscritos como votantes, lo que directamente los mantiene al margen del proceso político. Ante esta paradoja, el profesor Mrad se pregunta: "¿cómo es posible que los jóvenes no se inscribieran en las listas de votantes cuando son ellos mismos los que contribuyeron a esta revolución?".

 

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