Instrumentalizar el acoso y las agresiones a las mujeres para apartarlas de la vida pública.

 

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KHALED DESOUKI/AFP/Getty Images

 

Egipto y los egipcios no atraviesan su mejor momento: el golpe militar, seguido y precedido de la violencia en las calles, el derrocamiento del presidente Mohamed Morsi, el encarcelamiento de cientos de Hermanos Musulmanes, la polarización de sus ciudadanos entre simpatizante o defensores del islamismo político y sus detractores (sean del signo político que sean), los muertos que superan el millar…. Mucho ha cambiado este verano el país del Nilo, pero es mucho más lo que nos recuerda que las cosas han cambiado poco en 60 años: la regencia de los generales, el Estado de Emergencia, la violencia y, entre los males más comunes que lo gangrenan, el acoso sexual a las mujeres.

Hablar de acoso en Egipto es tratar uno de los problemas más acuciantes de esta sociedad, si nos olvidamos de la virulencia política que vive estos días. De uno de tanto calado que afecta a todos los estamentos sociales, desde la economía a la educación pasando por la salud. Es hablar de violencia verbal y física; de miedo y de vergüenza; de odio, de rencor, de secuestro de libertades; de ausencia de respeto, de incultura… de revolución y de contrarrevolución. Porque un país que se olvida de más del 50% de su población no está preparado para avanzar en un proceso democrático. Y porque un Gobierno (cualquiera), que no legisla contra actos despreciables como es el asedio a sus mujeres como norma y no como excepción (el 99,3% de las hijas de Eva sufre acoso a diario, según datos de ONU Mujeres), no es digno de recibir los sufragios de sus ciudadanos ni el respaldo de la comunidad internacional.

No le echemos la culpa a los islamistas. Si bien es cierto que la situación de las egipcias no hizo sino empeorar con la llegada al poder de los Hermanos Musulmanes, no es menos cierto que ni Mubarak puso coto al problema, ni los militares movieron un dedo durante su regencia tras la caída del octogenario rais, para mejorar las cosas. Aún más, una de las primera medidas que en 2011 acometieron los generales fue eliminar la cuota que garantizaba a las mujeres su espacio en el Parlamento. Nada indica que los nuevos vientos militares que vuelven a arreciar en Egipto vayan a soplar a favor de las  féminas. Lejos de eso, cómo no habrán empeorado para que algunas voces se alcen ya diciendo que la situación de las mujeres era mejor con el depuesto faraón Hosni Mubarak, cuya esposa, Suzanne, dedicó parte de su trabajo de primera dama a ocuparse de dichos asuntos (siempre a través de una cohorte de señoras de alcurnia con poco o ningún contacto con las madres que amamantan a Egipto). Y sin embargo, la humillación a la que los sucesivos gobiernos en el país del Nilo someten a sus mujeres se han encargado de ejercerla todos ellos, no solo con hechos, sino con palabras.

Para ilustrar cómo ha calado y de qué modo se ha instrumentalizado el acoso para apartar a las mujeres de la esfera pública recordemos algunas citas oídas y leídas en Egipto:

“Las mujeres a veces provocan que las violen poniéndose a sí mismas en situaciones en las que pueden ser violadas. […] Si una mujer se une a las protestas entre un grupo de matones y vagabundos debería protegerse a sí misma en lugar de pedir al Ministerio del Interior que la proteja”.

“No queríamos que dijeran que habían sido asaltadas sexualmente o violadas, queríamos demostrar que no eran vírgenes desde el principio. […] Ninguna de ellas lo era. […] Las chicas que fueron detenidas [y sometidas al test de virginidad] no eran como su hija o la mía. Eran las chicas que habían acampado en tiendas de campaña con los hombres que se manifestaron en la plaza de Tahrir”.

La primera de estas declaraciones, realizada por un miembro del Senado egipcio, el Consejo de la Shura, nos remite a las manifestaciones contra el ex presidente Mohamed Morsi a lo largo de su año de mandato que finalizó el pasado 3 de julio con un golpe de Estado militar apoyado por millones de personas en las calles. En aquellos días de finales de 2012 y principios de 2013 muchas mujeres se unían a las protestas intentando no solo recuperar su derecho a formar parte de la revolución, sino también el de compartir el espacio público en igualdad. Las violaciones masivas durante las protestas se convirtieron en la norma. Cada vez que había manifestaciones hordas de chavales acorralaban a las chicas y las agredían sexualmente en distintos grados. Ellas volvían cada día para reivindicar su derecho a estar allí. Es lo que hizo Julut el Sayed, una abogada de 26 años que trabaja en una organización de derechos humanos. Cuando estaba en una de esas protestas, precisamente contra la violencia sexual sufrida por muchas de ellas en jornadas previas, vio cómo se llevaban a una chica que estaba cerca; intentó acercarse para arrancarla de entre las manos que la toqueteaban y cuando se dio cuenta se vio arrastrada por ellos: “Me quitaron el velo y toda la ropa entre unos quince chicos hasta que uno vino a abrazarme y a sacarme de allí. Tuvo que  arrastrarme”. “No tenía muchas marcas, sólo un moratón en el brazo, pero el dolor psicológico es lo que se queda”, apunta cubriéndose media sonrisa nerviosa.

Durante las manifestaciones de los últimos dos meses la situación no ha sido distinta. Acudir a una protesta en la plaza de Tahrir era garantía de acoso. Tanto, que más de 80 mujeres fueron asaltadas durante la celebración del derrocamiento de Morsi, a pesar del esfuerzo de los grupos que luchan contra esas prácticas.  “El incremento de los ataques sexuales en Tahrir pone de relieve como todos los partidos políticos y los gobiernos sucesivos han fallado a la hora de enfrentarse a la violencia que la mujer experimenta cada día en Egipto de modo rutinario”, señala Joe Stork, subdirector para Oriente Medio de Human Rights Watch (HRW) . “Estos serios crímenes son los que están forzando a las mujeres a mantenerse alejadas de una plena participación en la vida pública en un momento crítico del desarrollo del país.

En uno de los casos documentado por HRW  en los días que precedieron a la caída de Morsi la mujer requirió cirugía tras ser violada con “un objeto afilado”, según detallan los voluntarios que la atendieron. Al menos una de ellas fue separada de su esposo, con el que había acudido a la plaza y retenida durante más de 5 horas durante las cuales fue sometida a vejaciones por un número indeterminado de hombres, según publicaron diferentes medios locales.

La segunda declaración pertenece a un general del Ejército egipcio que habla bajo condición de anonimato de las mal llamadas pruebas de virginidad a la que fueron sometidas las manifestantes de Tahrir el 9 de marzo de 2011, un mes después de la caída de Hosni Mubarak. Entonces, al menos 18 mujeres fueron violadas al forzarlas a ser inspeccionadas por médicos militares para probar que no habían mantenido relaciones sexuales, pero antes se las había torturado, golpeándolas y electrocutándolas en el Museo de Antigüedades de El Cairo, donde la policía militar había instalado su feudo los días del alzamiento contra Mubarak y que se mantuvo meses después. Una de aquellas mujeres fue Salwa al Hosseiny: “Nos amenazaron con acusarnos de ser prostitutas”, afirma. “Me puse a gritar como una loca, estaba histérica, no quería que me tocaran. El médico se asustó, pero el oficial al mando le ordenó que hiciera su trabajo”, relata.  Al Hosseiny fue amenazada para someterse a la inspección médica y aún rompe en sollozos cuando lo recuerda.

Además de la violencia sexual que durante las protestas han sufrido las mujeres en estos dos años y medio de revolución, las Fuerzas de la Seguridad Central que contienen (reprimen) dichas manifestaciones y la policía militar, han estado envueltas siempre en acusaciones de agresiones sexuales. El caso más notorio fue el de la “mujer del sujetador azul”. En una imagen que dio la vuelta al mundo una manifestante es arrastrada por policías que le arrancan la ropa y el velo hasta dejarla en vaqueros mostrando un sujetador de color azul. Un símbolo que algunos artistas utilizaron para reivindicar la lucha y la defensa de las mujeres cubriendo la ciudad de grafitis con sostenes azules.

La tercera frase es sólo una frase escogida al azar, una de tantas de las que cualquier mujer oye en Egipto a diario. Varias veces. Por ejemplo, Salma: “No pasa un día sin que sufra acoso, si no es físico es verbal. Con palabras horribles. Y a mí las palabras me afectan, mucho”. “Con velo, sin velo, munaqaba [mujeres que visten velo integral que solo deja ver los ojos], extranjera y no extranjera: nadie escapa al acoso”, concluye esta periodista de pelo encrespado y mirada segura mientras recorre con los ojos a las chicas que caminan a su alrededor por el centro de El Cairo.

En Egipto la libertad de las mujeres está en peligro de extinción por culpa de gobiernos que no legislan (el 95% de las mujeres encuestadas en el estudio de ONU Mujeres pidieron que se creen y apliquen leyes para punir el acoso), de unas fuerzas de seguridad y un Ejército que no las protegen (el 50% no recibieron ayuda policial cuando denunciaron a su agresor, sumado a que el 16,9% de los agresores son policías), por unos padres, hermanos, primos e hijos, que perpetúan esa práctica (en mayor o menor medida los agresores pertenecen a todos los estamentos sociales y profesiones y a todas las edades).  Lo han denunciado organizaciones no gubernamentales como Amnistía Internacional y Human Rights Watch y los propios egipcios tratan de organizarse con grupos anti asalto como Tahrir Bodyguard o la iniciativa Operación Anti acoso y asalto sexual (OpAntiSH, en sus siglas en inglés), aunque sus esfuerzos no han conseguido evitar que continúe el acoso durante las protestas, cuando actúan.  No es el único problema de las mujeres en la tierra de los faraones. Falta de acceso a la educación, matrimonios tempranos, maltratos en el hogar, discriminación a la hora de  participar en el proceso político. Si bien es cierto que el acoso es sólo la materialización de todo ello en forma de abuso, de demostración de quién manda, no es menos cierto que ellas están cada vez mejor organizadas, que las voces se alzan más fuerte y más claro contra cada uno de esos abusos y que son muchos los hombres y jóvenes que hacen de ésta también su lucha. Como al resto de Egipto, a sus mujeres, aún les queda un largo camino por recorrer.

 

 

 

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