Un repaso al amplio abanico religioso africano, región del mundo donde se calcula existen más de 9.000 sectas.

Tanto el cristianismo como el islam disputan desde hace siglos una carrera de conversiones en África en busca del mayor número posible de seguidores. Aunque la presencia cristiana se remonta a tiempos de las provincias romanas del sur del Mediterráneo, se considera colonización religiosa a partir del siglo VII, cuando los musulmanes convierten de facto el Magreb. De ahí al África Negra en los siguientes cuatro siglos. En cuanto al cristianismo, de la mano de las primeras expediciones portuguesas del siglo XV y el desarrollo del proceso colonial hasta el XX, implanta una potente presencia en el continente, bien de la mano de los católicos (principalmente franceses), bien de los protestantes (principalmente británicos). Una influencia beneficiada por su adaptación al secular animismo africano, dando como resultado un movimiento que se define por su sincretismo. El resultado: una línea imaginaria que cruza desde Liberia hasta Tanzania y que separa a unos y otros con recurrentes conflictos y no pocos casos de excepción (minorías cristianas en Egipto, Eritrea y Sudán del Sur o el particular caso de Etiopía).

La competición entre las dos religiones, larga y terrible por algunos episodios traumáticos, ha dado un interesante giro de guion desde que los procesos de democratización de los 80 trajeron la libertad religiosa a muchos países del África Subsahariana, quienes copiaron el modelo laicista estadounidense. Consecuentemente, en la actualidad se calcula que existen más de 9.000 sectas en toda África, una cifra muy difícil de definir con exactitud dada la brevedad de muchos de estos movimientos.

Sectas autóctonas o importadas que intentan aprovechar su oportunidad para hacerse fuertes en el territorio. El abanico es amplio: desde grupos de principios del siglo XX hasta movimientos microrreligiosos de apenas unos años de vida que nacen y mueren en barrios de grandes ciudades. Esta excitación religiosa se entiende como una reacción a los problemas sociales y políticos de países en continua convulsión, así como a la ineficacia de las grandes religiones a la hora de predicar su mensaje, tildado, en ocasiones, de “deformado” por la mayoría de nuevos movimientos.

He aquí un repaso de las principales sectas en África:

 

Kimbanguismo: el legado del padre Simon

Miembros de la Iglesia Kimbangu en Portugal, Lisboa, mayo de 2013. Cortesía de Cruks.
Miembros de la Iglesia Kimbangu en Portugal, Lisboa, mayo de 2013. Cortesía de Cruks.

Entre los dos Congos, cerca de 5 millones y medio de almas profesan el kimbanguismo; aunque algunos estudios indican que en toda el África subsahariana se cuentan hasta 17 millones. Se trata de un movimiento creado en 1921 por Simon Kimbangu en el Congo belga. Kimbangu era un misionero que se autoproclamó “enviado de Dios”. Durante sus años de acción, transmite un mensaje basado en el puritanismo, condena la poligamia y la vida disoluta y sana milagrosamente a varios enfermos. Más aún, se considera el mismo Jesucristo y se rodea de doce nuevos apóstoles, funda otra Jerusalén y prohíbe ídolos para la oración. Debido al rápido incremento de su popularidad, las autoridades belgas lo encarcela temiendo el germen de un movimiento independentista revolucionario en torno a su figura. Kimbangu muere entre rejas en 1951 y, paradójicamente,  sólo ocho años después Bruselas reconoce esta iglesia, que forma parte desde el 1969 del Consejo Ecuménico de las Iglesias (al que no pertenece la Iglesia de Roma).

Las creencias de este movimiento se basan en la figura de su fundador y su familia. Así, la Santísima Trinidad del kimbanguismo la componen dos hijos del padre Simon y uno de sus nietos.

Aparte de las divergencias teológicas que suscita este grupo, las principales críticas a la iglesia kimbanguista vinieron de su apoyo al régimen del dictador Mobutu Sese Seko durante sus más de tres décadas de gobierno de mano de hierro. No son pocos lo africanistas que denuncian el respaldo al régimen a cambio de beneficios políticos y económicos a figuras relevantes de la iglesia, quienes, a su vez, aplaudían la “doctrina de la autenticidad” promovida por Mobutu. Este polémico soporte ha supuesto que años después el kimbanguismo se encuentre dividido entre la corriente institucionalista y los que abogan por volver a los viejos y sencillos preceptos del fundador.

 

Kitawalistas: la radicalización del anticolonialismo pacífico

El kiwatalismo es uno de los movimientos más extendidos por el sur y el centro del continente. Cuenta con adeptos, en mayor o menor medida, en Suráfrica, Namibia, Botsuana, Zimbabue, Zambia, Malaui, Tanzania, Ruanda y Burundi. También tiene comunidades importantes en Angola, la R. D. del Congo y Mozambique. No obstante, resulta muy complicado establecer una cifra concreta de seguidores.

Nacido en los primeros años del siglo XX como una variedad de los Testigos de Jehová (de hecho, ki tawala viene a ser una deformación del término Watchtower, la Torre de la Verdad de los Testigos). Rápidamente adquiere un carácter africanista anticolonial que clama por la igualdad racial, la justicia salarial y unas condiciones laborales aceptables para los negros. En cuanto a su vertiente teológica, su mensaje se basa en el milenarismo y la llegada inminente de un dios negro que purificará a los pueblos castigando la brujería y purgando a los impíos. Unos impíos que predican la obra de Satán, la cual, curiosamente, no es otra que cualquier manifestación del Estado. Esto incluye rechazo a las instituciones,  al pago de impuestos  u obediencia a cualquier decreto legal. Los kitawalistas, por ejemplo, no saludan a ninguna bandera.

Estas propuestas, no obstante, se presentan pacíficas (los kitawalistas no pueden usar armas) y no se plantea una resistencia violenta. Sin embargo, esta naturaleza anticolonial no tardó en ser reprimida. En 1926 fue ahorcado en Rhodesia el líder Muana Lesa y, posteriormente, se contaron numerosas movilizaciones de sus miembros a zonas rurales empobrecidas. Más recientemente, algunos gobiernos como el de Malaui o Zambia han perseguido al kitawala.

Paradójicamente, y como suele ser habitual en estos casos, estas medidas no han hecho sino avivar y radicalizar el movimiento, ahora más potente en esas mismas zonas de exilio de ambiente rural y dispuesto a defenderse. Incluso los Testigos de Jehová se han desmarcado, años después, de cualquier vinculación con los kitawalistas.

 

Los Mungiki: ¿secta o mafia?

La policía detiene a un miembro de la secta Mungiki en un suburbio de Nairobi, Kenia. Simon Maina/AFP/Getty Images)
La policía detiene a un miembro de la secta Mungiki en un suburbio de Nairobi, Kenia. Simon Maina/AFP/Getty Images)

Los Mungiki (‘multitud’ en lengua kikuyu) son un grupo envuelto en el crimen y el misterio. Creado en Kenia en los 80 como movimiento religioso rural entre miembros de la tribu Kikuyu, sus primeras premisas eran el anticolonialismo y la recuperación de sus valores tradicionales. A estos primeros integrantes de la secta se les conoce como “desheredados”, quienes perdieron sus tierras en favor de los masai gracias al apoyo del Gobierno. Como consecuencia, el movimiento caló entre los jóvenes desplazados en Nairobi.

Según las estimaciones de los propios Mungiki, quienes se declaran herederos directos de las guerrillas Mau Mau (las que combatieron contra la antigua metrópoli británica), su número alcanza los cuatro millones de miembros, mientras que fuentes oficiales los cifran en algo más de un millón; datos demográficos, en cualquier caso, muy relevantes.

El debate sobre la naturaleza de los Mungiki gira en torno a si se les puede considerar secta religiosa o mera organización criminal. La falta de datos y testimonios que respalden la primera opción no facilita su definición, aunque sí se conoce que los rituales de iniciación se celebran en ceremoniales nocturnos con sacrificios de cabras e ingestas de la sangre del animal mezclada con raíces silvestres. Los miembros se identifican igualmente por llevar el pelo a lo rasta y por abogar por la ablación femenina.

Sin embargo, la actividad de los Mungiki se muestra más propia de una mafia que de un movimiento religioso. Comenzaron apropiándose del negocio de los minibuses de la capital (los matatu), para más adelante adueñarse de la recogida de basuras, la construcción y la venta irregular de varios artículos, como el alcohol ilegal (el fortísimo changaa).

Igualmente se hacen notar en elecciones, momento en el que apoyan a los candidatos de la tribu kikuyo frente a los de la tribu luo. Se muestran como una fuerza de choque a la que no le faltan intimidaciones a votantes, asesinatos, decapitaciones y desmembramientos.

 

Sokoto: musulmanes por la paz

Uno de los países más convulsos en términos religiosos es Nigeria. La línea que separa a cristianos de musulmanes es extremadamente difusa y no pocas veces es agitada por terroristas para beneficio de sus propios intereses. En la punta noroccidental del país se encuentra el estado de Sokoto, que juega un papel fundamental para la comunidad islámica nigeriana. Considerada una secta escindida del sunismo, se trata de un movimiento organizado por la Jama’atu Nasril Islam (la Sociedad por el Apoyo al Islam, JNI), cuyo líder es el sultán de Sokoto. Esta figura es el adalid espiritual y político de los adeptos a este grupo, aunque ofrece su amparo a cualquier musulmán nigeriano. El sultán de Sokoto es una figura respetada desde los tiempos del califato (siglo XIX) y toma parte activa en asuntos sociales.

De hecho, el actual sultán, Sa’adu Abubakar, se ha erigido como uno de los actores más críticos frente a las actividades terroristas de Boko Haram. Abubakar ha tildado en reiteradas ocasiones de “traidores al islam” a los terroristas a la vez que ruega a sus seguidores que se abstengan de caer en sus “seducciones”. Más aún, Abubakar, antiguo militar con vasta experiencia en misiones de paz en el continente africano e India, ha llevado a cabo no pocas proclamas en pos de la paz interreligiosa en Nigeria y suele reunirse con los líderes cristianos del país para poner fin a la violencia.

 

Sectas internacionales: de pesca en ríos revueltos

El altísimo número de sectas de origen africano y su amplia difusión en el continente no es óbice para que otros movimientos busquen una mayor influencia en el territorio. Grupos bien conocidos en Occidente como los raelianos, la cienciología o la secta Moon, también realizan su particular cosecha de almas, beneficiada en muchos casos por una potente industria propagandística merced a mayores recursos económicos y logísticos.

Así, se encuentran importantes actividades de los pintorescos raelianos en Congo o Burkina Faso. En éste último es donde lanzaron su programa ‘Clitoraid’, en contra de la ablación genital femenina y que cuenta, en la ciudad de Bobo Dioulasso, con el primer Hospital del Placer. Los raelianos aseguran que mujeres de toda la zona subsahariana conciertan citas para reconstruir sus clítoris, a la vez que acusan a la Iglesia de Roma de boicotear su proyecto.

Pero los raelianos no son los únicos que crecen en influencia. El movimiento de Meditación Trascendental es uno de los más importantes en Mozambique, hasta tal punto que ha influido notablemente en la política del país. De hecho, el ex presidente Joachim Chissano (cuyo mandato se extendió desde 1986 hasta 2005) es integrante de la secta y obligó al Ejército y a la policía a adoptar técnicas y costumbres de este movimiento. Más aún, cedió a la secta 20 millones de hectáreas (una cuarta parte del país) para explotar a su antojo. En Zambia también existe una comunidad de la Meditación Trascendental.

Otros de los grupos extranjeros más activos es la secta Moon, especialmente fuerte en Zambia y Zimbabue, donde sedujo al conocido arzobispo católico Emmanuel Milongo; la Iglesia de la Cienciología, con notable presencia en Tanzania y Zambia; la Orden Rosacruz o la Iglesia Universal del Reino de Dios.