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He aquí los beneficios sociales y económicos de políticas que pueden conducir a un crecimiento verde.

El panel internacional de científicos del cambio climático (IPCC) acaba de publicar su quinto informe que confirma -por si quedaban dudas- la realidad del calentamiento global y enumera el tremendo impacto -económico, social y ambiental- que sufriremos en los próximos años. Se sabe ahora con certeza que si se sigue emitiendo tanto C02 como ahora, las temperaturas medias subirán de más de 2 grados, con episodios extremos de calor y sequia alternados con épocas de frío e inundaciones. Viviremos incendios forestales más frecuentes, temporales de mayor magnitud, cosechas de peor calidad, un aumento de los refugiados climáticos y una perdida irreversible de biodiversidad. Según este informe, bastante conservador, el coste económico de este cambio climático se evalúa hasta un 2% del PIB anual global.

Pero existe un camino alternativo positivo tanto para el medio ambiente como para la economía y el conjunto de la sociedad. Políticas inteligentes e ambiciosas de mitigación y adaptación pueden generar grandes beneficios sociales y económicos a medio y largo plazo.

La inversión en energías limpias potencia empleos locales e ingresos para las colectividades regionales. El impulso al transporte público y la movilidad sostenible reduce la contaminación ambiental y mejora la salud y esperanza de vida de la población. La racionalización del consumo energético aumenta el poder adquisitivo de los ciudadanos y reduce la dependencia geopolítica con países inestables. El reciclaje de los residuos industriales y urbanos ahorra costes de tratamiento de polución y garantiza nuevos recursos primarios asequibles. La Fundación Ellen MacArthur, que promueve una economía circular donde todos los desechos se aprovechan como materia prima, estima el beneficio económico de hasta 630.000 millones de dólares en el sector productivo europeo, equivalente a cerca de 4% de su PIB; y de 700.000 millones de dólares en el sector de los bienes de consumación a nivel global, cerca de 1% del PIB mundial.

El profesor Nicholas Stern, el primer economista a poner números sobre el impacto económico del cambio climático, acaba de promocionar el nuevo informe New Climate Economy donde se revela que en los próximos 15 años, alrededor de 90 billones de dólares se invertirán en infraestructura en ciudades, agricultura y energía en el mundo. Las ciudades mejor conectadas, más compactos y con eficiente transporte público pueden ahorrar más de 3.000 millones de dólares en gastos de inversión. La restauración del 12% de las tierras degradadas en el mundo pueden alimentar a otros 200 millones de personas y aumentar los ingresos de los agricultores 40.000 millones de dólares al año. La eliminación gradual de los 6.000 millones de dólares gastados en subsidios a los combustibles fósiles (a comparar con los 100 millones de dólares en energía renovable) ayudará a mejorar la eficiencia energética y liberar fondos disponibles para la reducción de la pobreza. Triplicar la investigación y desarrollo en tecnologías bajas en carbono puede conducir a una nueva ola de innovación creadora de crecimiento económico.

En su informe estrella sobre Economía Verde publicado en la cumbre de Rio+20 en 2012, Naciones Unidas simuló el impacto de una inversión de 2% del PIB en 10 sectores económicos verdes: a partir del sexto año, el beneficio sobre el crecimiento económico superaba ampliamente el coste de estas medidas. Es decir, era un negocio rotundo.

Varios estudios académicos han demostrado que las empresas más sostenibles -según criterios sociales, ambientales y económicos- suelen tener mejores comportamientos financieros. El índice de Bolsa "Global Compact 100″formado por 100 empresas firmantes del Pacto Mundial han tenido en los dos últimos años un rendimiento superior a los índices estándares del mercado.

Los empleos también salen beneficiosos en este crecimiento verde. Los proyectos de energía limpia y transporte sostenible han creado más de 40.000 puestos de trabajo en el segundo trimestre del 2013 en Estados Unidos. Inglaterra prevé generar medio millón de empleos verdes hasta 2020. En Francia, el proceso de transición energética puede impulsar entre 745.000 y 825.000 empleos hasta 2050 en la construcción y energías renovables. Estos nuevos puestos de trabajo no solamente están vinculados con sectores ambientales tradicionales: energía renovable, tratamiento de agua, reciclaje, etcétera. Durante el despliegue de esta economía verde, se crearán nuevos perfiles desconocidos hasta ahora: eco-diseñador, asesor en eficiencia energética, planificador de rutas inteligentes, mineros urbanos y centenares de nuevas cualificaciones que ni siquiera podemos imaginar hoy.

A la vista de los atractivos retornos económicos, los fondos de inversiones también entran en este campo de juego. Los grandes bancos multilaterales, como el IFC (International Finance Corporation) o la BEI (Banco Europea de Inversión) ya están emitiendo bonos verdes dedicados a financiar proyectos de inversión en eficiencia energética y energías renovables. Este mercado alcanzó un total de 25.000 millones de dólares en 2013 y crecerá mucho más si se alcanza un acuerdo global en la cumbre de París sobre el cambio climático en 2015.

El drama de Siria y la inestabilidad política en Libia o Irak nos hace recordar que una economía basada exclusivamente en la explotación del petróleo se vuelve más frágil a choques internos o externos, con contagios peligrosos para todo la región. Al contrario, como lo demuestran Alemania o los países nórdicos, apenas afectados por las crisis actuales, una economía basada en energías renovables y el uso eficiente de recursos naturales tiene más capacidad de resiliencia y desarrollo social. En otros palabras, el cambio climático no se mide solamente como un coste humano, social y ambiental. Puede ser también un buen negocio.