En las capitales del mundo está bien visto, desde hace
mucho, criticar a la Administración Bush por su falta de liderazgo económico
y su incapacidad para reducir su déficit presupuestario. Pero ¿qué ocurriría
si Estados Unidos se tomara en serio la necesidad de poner en orden sus asuntos
económicos? La sangría política y la inestabilidad harían
que el mundo se arrepintiese
de haber hablado.

Ahora que ha comenzado el segundo mandato del presidente estadounidense George
W. Bush, los retos de política exterior que afrontan él y su
Gobierno resultan familiares: acallar a los rebeldes en Irak, frustrar las
ambiciones nucleares de Corea del Norte e Irán, construir una paz duradera
entre israelíes y palestinos, e impedir las actividades de Al Qaeda
y otros grupos terroristas antes de que se produzcan más atentados.

¿Y equilibrar el presupuesto de Estados Unidos? No se habla de ello.
El presupuesto estadounidense puede no despertar, entre la opinión pública
de Europa o Asia, tanto miedo, aborrecimiento e histeria como otras iniciativas
de Bush, pero, de todas las políticas que va a llevar a cabo el presidente
de EE UU en los próximos cuatro años, es seguramente la que más
repercusiones tiene.

Todo lo que logre avanzar Estados Unidos en el control de sus déficit
presupuestario y comercial, cada vez mayores, tendrá consecuencias en
todo el mundo. En concreto, tres de los principales motores económicos
del planeta -Europa, Japón y China- tendrán que reaccionar
adaptando sus políticas, y esos cambios, como ocurre siempre, producirán
ganadores y perdedores en una volátil mezcla política, con resultados
que pueden ser graves para los tres.

Las presiones económicas del segundo mandato de George W. Bush son
reales. En su primera presidencia, el presupuesto federal pasó de un
superávit del 2,4% sobre el Producto Interior Bruto (PIB) al 3,5% de
déficit con el que se encuentra hoy Estados Unidos. Ello se debió,
en gran parte, a la necesidad de hacer un ajuste imprescindible e inocuo para
adaptarse a una feroz desaceleración económica. Pero parte de
la caída fue obra de Bush, sobre todo por los profundos recortes fiscales
a largo plazo que ha realizado, de los que tendrá que ocuparse ahora
que la economía se encuentra en su tercer año de recuperación.

Las cuentas internacionales de Estados Unidos también están
peligrosamente desequilibradas: los bienes importados y los pagos al extranjero
superan a las exportaciones en un 6% del PIB. Y el déficit presupuestario,
de más de 420.000 millones de dólares (unos 323.000 millones
de euros), no está muy lejos del que era a mediados y finales de los
años 80, cuando provocó enormes trastornos financieros en todo
el mundo. Teniendo en cuenta que la interdependencia económica mundial
es mucho mayor ahora que entonces, los riesgos son más graves que hace
20 años.

Bush reconoce que hay que hacer algo, y se ha comprometido a reducir el déficit
fiscal a la mitad. Ahora bien, dado que hizo campaña con la promesa
de los recortes fiscales y que cuenta con una sólida mayoría
republicana en ambas cámaras del Congreso, no hay duda de que le presionarán
para que reduzca el gasto. Eso podría suponer un aumento en la recaudación
de los impuestos como proporción de la renta nacional estadounidense,
aunque sólo sea porque acelerará el crecimiento. Si bien puede
ser delicado desde el punto de vista político, Bush podría aumentar
los ingresos por impuestos dentro de una reforma fiscal general. El Gobierno
y el Congreso estadounidenses están estudiando diversas propuestas,
incluido un tipo único impositivo y un impuesto nacional sobre las ventas.
Cualquiera de las dos iniciativas podrían dar la oportunidad de recaudar
un poco más para el Tesoro sin tener que romper ninguna promesa.

Sea como sea, cualquier medida para apretar el cinturón fiscal en Estados
Unidos durante los próximos cuatro años le interesa al resto
del mundo a largo plazo. Una reducción del déficit fiscal estadounidense
ayudaría a estabilizar los flujos de capital internacionales, detendría
la caída del dólar e impulsaría las exportaciones de los
socios económicos. Eso sí, a corto plazo, los costes políticos
serán brutales, y no sólo para Estados Unidos. A medida que su
déficit fiscal se redujera, su endeudamiento exterior debería
aumentar. Y a medida que la superpotencia aumente el ahorro nacional por la
disminución del consumo, el resto del mundo tendrá que relajar
sus políticas fiscales para mantener los niveles de ahorro e inversión
en todas partes. En otras palabras: si Estados Unidos reduce a la mitad su
déficit fiscal en los próximos cuatro años, retirará de
la economía mundial una cantidad considerable de dinero, que ha impulsado
el crecimiento en el mundo en los pasados cuatro años.

Muchos han criticado lo que consideran despilfarro de la política económica
estadounidense durante el primer mandato de Bush. Hace ya tiempo que, en las
discusiones sobre política económica internacional, se considera
un axioma que Washington debe mostrar más capacidad de liderazgo y recortar
su déficit presupuestario. Por supuesto, muchos críticos ven
con escepticismo que Bush vaya a ser capaz de hacer gran cosa para arreglar
las cuentas nacionales durante esta legislatura. Pero supongamos que cumple
su palabra y toma medidas para controlar los peores excesos de la situación
fiscal estadounidense. ¿Qué ocurrirá en el resto del mundo
si Estados Unidos se toma en serio la necesidad de poner en orden sus asuntos
económicos?

LA ‘SANGRÍA POLÍTICA’ EUROPEA
En teoría, si el déficit fiscal de Estados Unidos se redujera,
los déficit europeos deberían crecer. A primera vista, eso podría
parecer una buena noticia política para los Gobiernos en Francia, Alemania,
Italia, España y otros países. Ningún candidato ha perdido
nunca votos a fuerza de prometer más gasto o menos impuestos. Las economías
europeas se encuentran aún en una frágil recuperación,
y los agobiados trabajadores alemanes y franceses seguramente estarían
a favor de un estímulo económico como el que supone más
dinero en sus carteras.

Sin embargo, hay un problema político. El Pacto de Estabilidad y Crecimiento -el
plan fiscal de la Unión Monetaria Europea, que entró en vigor
hace seis años con el lanzamiento del euro- exige a los Gobiernos
de la eurozona que mantengan sus déficit por debajo del 3% del PIB y
la deuda pública por debajo del 60% del volumen de la economía.

El pacto estuvo a punto de fracasar el año pasado, cuando Francia y
Alemania decidieron ignorar sus limitaciones y no sufrieron ninguna consecuencia,
para gran resentimiento de los Estados europeos más pequeños.
Actualmente se debaten nuevas normas que permitirían a los países
aumentar sus déficit en periodos de crecimiento excepcionalmente débil.

Si EE UU reduce a la mitad
su déficit fiscal en los próximos cuatro años, retirará de
la economía mundial una cantidad enorme de dinero, que ha impulsado
el crecimiento en el mundo en los últimos cuatro años

Pero la situación deficitaria que se verían obligadas a soportar
las grandes economías europeas tras la disminución del déficit
estadounidense son mucho mayores que los que se están debatiendo. Los
países más pequeños, sobre todo los de Europa del Este,
que han sufrido políticas fiscales muy estrictas para incorporarse a
la Unión Europea, no verán con buenos ojos, como es natural,
que otros obtengan tratamiento preferencial. Por tanto, a medida que Europa
se adapte a la política impositiva de Estados Unidos, las fisuras políticas
europeas se agrandarán. La armonía de políticas entre
las naciones de Europa no sería la única víctima. Aunque
la política monetaria de toda la eurozona la establece un solo banco
central, la fiscal sigue a cargo de 12 Gobiernos nacionales. Esta situación
crea tensión, puesto que la política fiscal afecta claramente
a la monetaria, y viceversa. Por eso se aprobó el Pacto de Estabilidad
y Crecimiento. Sin embargo, como ya quedó demostrado el año pasado,
un pacto no basta para garantizar la coordinación de la política
económica. Si las normas del pacto sirven, sobre todo, para infringirlas,
acabarán perdiendo todo su significado, y la cooperación económica
europea sufrirá un duro golpe.

Además, el Banco Central Europeo (BCE), ya horrorizado por lo que considera
una epidemia de falta de rigor fiscal entre los Gobiernos europeos, puede cortar
cualquier crecimiento económico en la eurozona si amenaza con aumentar
de golpe los tipos de interés. El euro y el Banco Central ya son bastante
impopulares en gran parte del Viejo Continente. Si el BCE no puede o no quiere
reducir los tipos de interés, y el euro sigue subiendo frente al dólar,
las consecuencias políticas pueden ser aún más desagradables.
Los políticos populistas de las economías europeas más
lentas tendrán un blanco fácil: un banco central que da una prioridad
excesiva a reducir la inflación, por encima del empleo y el crecimiento.
En Alemania, las críticas al BCE están ya muy extendidas, y el
Gobierno del canciller socialdemócrata Gerhard Schröder ha expresado
cada vez más inquietud por las políticas monetarias europeas.
La situación, no obstante, puede empeorar mucho.

Tampoco quedará indemne la relación comercial transatlántica.
Si Estados Unidos se aprieta el cinturón y empieza a reducir su déficit
por cuenta corriente, cualquier reducción correspondiente del superávit
comercial europeo respecto a Estados Unidos aumentará las presiones
proteccionistas en toda Europa. Con los sentimientos antiamericanos muy extendidos
en la actualidad, las pérdidas de puestos de trabajo para los fabricantes
alemanes y franceses reforzarán, sin duda, las demandas de que la Unión
Europea endurezca su postura sobre el comercio transatlántico. A los
votantes europeos no les agradará en absoluto la perspectiva de que
los exportadores estadounidenses puedan ocupar cada vez más cuota de
mercado en una economía cuya característica fundamental es el
alto índice de desempleo. Eso no quiere decir que Europa no pueda hacer
los necesarios ajustes económicos. Pero el coste será una grave
sangría política.

Seguramente, ningún país tiene tanto miedo a la reducción
de los déficit estadounidenses como Japón. Si Bush lleva adelante
su compromiso de reducirlos a la mitad, empujará a Tokio a una verdadera
crisis política, sobre todo si el Gobierno no acelera antes el proceso
de reforma. Paradójicamente, siempre ha sido la fuerte demanda estadounidense
de importaciones japonesas -impulsada, en parte, por el aumento del déficit
presupuestario en Estados Unidos- la que ha permitido que los políticos
nipones eludieran tener que abordar las debilidades estructurales de su economía.
Sin embargo, no parece que vayan a poder resguardarse de esas presiones políticas
durante mucho más tiempo.

UN JAPÓN DEBILITADO
Por desgracia, Japón no está en situación de contrarrestar
la reducción del déficit estadounidense con una política
fiscal expansiva. El déficit fiscal japonés sobrepasa ya el 9%
de su renta nacional; sus perspectivas fiscales a largo plazo son todavía
peores que las de Europa. Y las facilidades monetarias también son imposibles,
puesto que el Banco de Japón mantiene ya los tipos de interés
en niveles mínimos.

En situaciones tan difíciles como éstas, es difícil no
caer en las malas costumbres. Los políticos japoneses volverán
a sentir la tentación de encajar el golpe a fuerza de mantener el yen
en un nivel competitivo frente al dólar, mediante una fuerte intervención
monetaria. Los votantes y los poderosos grupos de interés empresariales
agradecerían la medida, desde luego, ya que conservaría el nivel
de exportaciones y el crecimiento subsiguiente que, en los dos últimos
años, han sacado a Japón de sus 10 años de estancamiento.

No obstante, crearía enormes tensiones en toda Asia y seguramente con
Estados Unidos. Si la moneda japonesa cayera frente a las divisas de sus principales
socios asiáticos, el resentimiento por la insistencia de Tokio en utilizar
las exportaciones para salir de sus dificultades económicas, a expensas
del resto de la región, sería todavía mayor. Las demás
economías asiáticas sentirían aún más las
presiones, porque la reducción del déficit en Estados Unidos
significa menos demanda de importaciones. Y, a medida que las empresas japonesas
buscaran para sus exportaciones otros mercados de crecimiento más rápido
en el continente asiático, los Gobiernos de la región protestarían.

Por supuesto, una forma mejor, pero menos inmediata, de que Japón pueda
ayudar a restablecer el equilibrio en el crecimiento mundial es que Tokio acelere
sus reformas estructurales. Entre ellas estarían las del mercado laboral,
el sistema de pensiones y el sector bancario, con el fin de fomentar el ahorro.
Pero si Japón quiere contrarrestar la reducción del déficit
presupuestario estadounidense, tendrá que acabar por volverse hacia
sus propios consumidores. Cuando los estadounidenses ahorren más y gasten
menos, Japón no tendrá más remedio que estimular su propio
consumo interno.

En la última década, Tokio ha dado pocos indicios de que vaya
a poner verdaderamente en marcha unas reformas capaces de estimular ese gasto
interior. A medida que la demanda de Estados Unidos disminuya, Japón
no podrá seguir aplazándolo. Y, dado que la población
nipona está envejeciendo a toda velocidad y, por tanto, aumenta la necesidad
de contar con ahorros para la jubilación, la necesidad de reformas que
estimulen el gasto va a ser cada vez mayor.

EL ENIGMA CHINO
Tal vez los cambios más amplios e impredecibles
que podría provocar
el recorte del déficit estadounidense serían en China. La interdependencia
de Estados Unidos y el gigante asiático en cuestiones económicas,
financieras y monetarias es la novedad económica internacional más
importante de los últimos cinco años. Se calcula que la República
Popular tiene en la actualidad un superávit comercial respecto a Estados
Unidos de más de 150.000 millones de dólares. Con todos los dólares
de más que recibe, Pekín compra activos estadounidenses, sobre
todo bonos del Tesoro. Y, para evitar que su divisa suba frente al dólar
a causa de ese superávit, China compra todavía más moneda
norteamericana. Se trata de una situación intrínsecamente inestable,
que no puede ser permanente.

Si la demanda interior
de Estados Unidos disminuye, como es previsible que ocurra en los próximos
años, la expansión de China será fundamental para
sostener el crecimiento mundial

En Pekín, las autoridades se enfrentan ya a la necesidad de enfriar
el rápido crecimiento del país. Si la demanda interior de Estados
Unidos disminuye, como los expertos auguran que es previsible que ocurra en
los próximos años, la expansión de China será fundamental
para sostener el crecimiento mundial. Pero, para sostener la demanda mundial,
el gigante asiático tendrá que tomar varias medidas audaces y
llenas de riesgos políticos. Por ejemplo, su política monetaria
tendrá que cambiar. Revalorizar el yuan o dejarlo flotar permitirá que
las importaciones de Estados Unidos y el resto del mundo se abaraten en el
creciente mercado interior chino.

Ahora bien, eso comporta sus propios peligros: en concreto, que el gran volumen
de inversiones extranjeras que llegan a China se detenga. Ese dinero ha financiado,
en gran parte, la expansión constructora del país, y ha ayudado
a ocultar algunos problemas graves que existen en las instituciones financieras
del país. Si el grifo de las inversiones extranjeras se cierra, los
riesgos para las inversiones chinas y sus bancos son evidentes. En los libros
de cuentas de los bancos aparecerán, como icebergs sumergidos, montañas
de préstamos dudosos.

Para mantener su crecimiento actual, casi de dos cifras, China podría
intentar una expansión fiscal propia que compense la contracción
de Estados Unidos.

Pero aumentar el gasto público no es una opción atractiva en
la República Popular, por el estado ya delicado de las finanzas públicas
chinas. Podría producirse una situación de pesadilla, con un
crecimiento más lento y mayores problemas financieros. Si la clase media
acomodada, cada vez más extensa en el país, se angustia ante
la perspectiva de guardar sus ahorros en bancos inestables, la política
china podría convertirse en algo mucho más impredecible que sus
cuentas, una posibilidad que ningún alto cargo del partido comunista
tiene demasiadas ganas de contemplar.

El año pasado, el Fondo Monetario Internacional advirtió de
que "los vastos déficit fiscales en Estados Unidos (…)
suponen riesgos importantes para el resto del mundo". Es verdad, por
supuesto. No se puede consentir que el déficit fiscal estadounidense
se descontrole, y muchos ministros de finanzas, autoridades comerciales y economistas
han sugerido que tiene que haber algún fallo si los líderes económicos
de Estados Unidos han dejado que el sistema financiero mundial alcanzara el
desequilibrio actual.

Ahora bien, hay que tener cuidado con lo que se desea. Si EE UU se decide
a abordar la montaña de su deuda, es posible que el resto del mundo
no esté preparado para la avalancha política que se producirá.

¿Algo más?
El presidente de la Reserva Federal estadounidense,
Alan Greenspan, instó recientemente al Gobierno de Estados
Unidos a no ser complaciente a propósito del déficit
presupuestario. Los textos completos de sus intervenciones pueden
consultarse en la página web de la Reserva en inglés
(www.federalreserve.gov),
aunque también existe una parte
de la documentación disponible en castellano. También
el Fondo Monetario Internacional (FMI) expresó su inquietud
por el déficit fiscal estadounidense en Políticas
fiscales estadounidenses y prioridades para la sostenibilidad a
largo plazo
(FMI, Washington, 2004).John Taylor defendió la estrategia de la Administración
Bush a este respecto en un discurso ante el American Enterprise
Institute en noviembre de 2004, disponible en la página
web del instituto (www.aei.org). Los economistas Nouriel Roubini
y Brad Setser examinan cuánto puede durar la situación
actual en The US as a Net Debtor: The Sustainability
of the US External Imbalances,
disponible en la página web de la Stern
School of Business, de la Universidad de Nueva York (

www.stern.nyu.edu ).

Dollar Adjustment: How Far? Against What? (Institute for International
Economics, Washington, 2004), editado por C. Fred Bergsten y John
Williams, examina los avances en la corrección de las discrepancias
entre las principales divisas mundiales. Maurice Obstfeld y Kenneth
Rogoff son pesimistas sobre la posibilidad de que el valor del
dólar tenga un reajuste ordenado en The
Unsustainable US Current Account Position Revealed
(National Bureau of Economic
Research, Cambridge, 2004). El economista jefe del FMI, Raghuram
Rajan, afirma que no hay motivos para el pánico en ‘Credible
Policies Will Break The Dollar’s Fall’ (Financial
Times
,
15 de diciembre, 2004).

El polémico historiador británico Niall Ferguson
detalla las consecuencias de los déficit estadounidenses
sobre su papel como gran potencia en su libro Colossus:
The Price of American Empire
(Penguin, Nueva York,
2004). Walter Russell Mead esboza por qué la interdependencia
económica
entre Estados Unidos y China evitará grandes conflictos
de poder en el siglo XXI en ‘Hiperpotencia pegajosa’ (FP
EDICIÓN ESPAÑOLA, abril/mayo 2004).

 

En las capitales del mundo está bien visto, desde hace
mucho, criticar a la Administración Bush por su falta de liderazgo económico
y su incapacidad para reducir su déficit presupuestario. Pero ¿qué ocurriría
si Estados Unidos se tomara en serio la necesidad de poner en orden sus asuntos
económicos? La sangría política y la inestabilidad harían
que el mundo se arrepintiese
de haber hablado.
Gerard Baker

Ahora que ha comenzado el segundo mandato del presidente estadounidense George
W. Bush, los retos de política exterior que afrontan él y su
Gobierno resultan familiares: acallar a los rebeldes en Irak, frustrar las
ambiciones nucleares de Corea del Norte e Irán, construir una paz duradera
entre israelíes y palestinos, e impedir las actividades de Al Qaeda
y otros grupos terroristas antes de que se produzcan más atentados.

¿Y equilibrar el presupuesto de Estados Unidos? No se habla de ello.
El presupuesto estadounidense puede no despertar, entre la opinión pública
de Europa o Asia, tanto miedo, aborrecimiento e histeria como otras iniciativas
de Bush, pero, de todas las políticas que va a llevar a cabo el presidente
de EE UU en los próximos cuatro años, es seguramente la que más
repercusiones tiene.

Todo lo que logre avanzar Estados Unidos en el control de sus déficit
presupuestario y comercial, cada vez mayores, tendrá consecuencias en
todo el mundo. En concreto, tres de los principales motores económicos
del planeta -Europa, Japón y China- tendrán que reaccionar
adaptando sus políticas, y esos cambios, como ocurre siempre, producirán
ganadores y perdedores en una volátil mezcla política, con resultados
que pueden ser graves para los tres.

Las presiones económicas del segundo mandato de George W. Bush son
reales. En su primera presidencia, el presupuesto federal pasó de un
superávit del 2,4% sobre el Producto Interior Bruto (PIB) al 3,5% de
déficit con el que se encuentra hoy Estados Unidos. Ello se debió,
en gran parte, a la necesidad de hacer un ajuste imprescindible e inocuo para
adaptarse a una feroz desaceleración económica. Pero parte de
la caída fue obra de Bush, sobre todo por los profundos recortes fiscales
a largo plazo que ha realizado, de los que tendrá que ocuparse ahora
que la economía se encuentra en su tercer año de recuperación.

Las cuentas internacionales de Estados Unidos también están
peligrosamente desequilibradas: los bienes importados y los pagos al extranjero
superan a las exportaciones en un 6% del PIB. Y el déficit presupuestario,
de más de 420.000 millones de dólares (unos 323.000 millones
de euros), no está muy lejos del que era a mediados y finales de los
años 80, cuando provocó enormes trastornos financieros en todo
el mundo. Teniendo en cuenta que la interdependencia económica mundial
es mucho mayor ahora que entonces, los riesgos son más graves que hace
20 años.

Bush reconoce que hay que hacer algo, y se ha comprometido a reducir el déficit
fiscal a la mitad. Ahora bien, dado que hizo campaña con la promesa
de los recortes fiscales y que cuenta con una sólida mayoría
republicana en ambas cámaras del Congreso, no hay duda de que le presionarán
para que reduzca el gasto. Eso podría suponer un aumento en la recaudación
de los impuestos como proporción de la renta nacional estadounidense,
aunque sólo sea porque acelerará el crecimiento. Si bien puede
ser delicado desde el punto de vista político, Bush podría aumentar
los ingresos por impuestos dentro de una reforma fiscal general. El Gobierno
y el Congreso estadounidenses están estudiando diversas propuestas,
incluido un tipo único impositivo y un impuesto nacional sobre las ventas.
Cualquiera de las dos iniciativas podrían dar la oportunidad de recaudar
un poco más para el Tesoro sin tener que romper ninguna promesa.

Sea como sea, cualquier medida para apretar el cinturón fiscal en Estados
Unidos durante los próximos cuatro años le interesa al resto
del mundo a largo plazo. Una reducción del déficit fiscal estadounidense
ayudaría a estabilizar los flujos de capital internacionales, detendría
la caída del dólar e impulsaría las exportaciones de los
socios económicos. Eso sí, a corto plazo, los costes políticos
serán brutales, y no sólo para Estados Unidos. A medida que su
déficit fiscal se redujera, su endeudamiento exterior debería
aumentar. Y a medida que la superpotencia aumente el ahorro nacional por la
disminución del consumo, el resto del mundo tendrá que relajar
sus políticas fiscales para mantener los niveles de ahorro e inversión
en todas partes. En otras palabras: si Estados Unidos reduce a la mitad su
déficit fiscal en los próximos cuatro años, retirará de
la economía mundial una cantidad considerable de dinero, que ha impulsado
el crecimiento en el mundo en los pasados cuatro años.

Muchos han criticado lo que consideran despilfarro de la política económica
estadounidense durante el primer mandato de Bush. Hace ya tiempo que, en las
discusiones sobre política económica internacional, se considera
un axioma que Washington debe mostrar más capacidad de liderazgo y recortar
su déficit presupuestario. Por supuesto, muchos críticos ven
con escepticismo que Bush vaya a ser capaz de hacer gran cosa para arreglar
las cuentas nacionales durante esta legislatura. Pero supongamos que cumple
su palabra y toma medidas para controlar los peores excesos de la situación
fiscal estadounidense. ¿Qué ocurrirá en el resto del mundo
si Estados Unidos se toma en serio la necesidad de poner en orden sus asuntos
económicos?

LA ‘SANGRÍA POLÍTICA’ EUROPEA
En teoría, si el déficit fiscal de Estados Unidos se redujera,
los déficit europeos deberían crecer. A primera vista, eso podría
parecer una buena noticia política para los Gobiernos en Francia, Alemania,
Italia, España y otros países. Ningún candidato ha perdido
nunca votos a fuerza de prometer más gasto o menos impuestos. Las economías
europeas se encuentran aún en una frágil recuperación,
y los agobiados trabajadores alemanes y franceses seguramente estarían
a favor de un estímulo económico como el que supone más
dinero en sus carteras.

Sin embargo, hay un problema político. El Pacto de Estabilidad y Crecimiento -el
plan fiscal de la Unión Monetaria Europea, que entró en vigor
hace seis años con el lanzamiento del euro- exige a los Gobiernos
de la eurozona que mantengan sus déficit por debajo del 3% del PIB y
la deuda pública por debajo del 60% del volumen de la economía.

El pacto estuvo a punto de fracasar el año pasado, cuando Francia y
Alemania decidieron ignorar sus limitaciones y no sufrieron ninguna consecuencia,
para gran resentimiento de los Estados europeos más pequeños.
Actualmente se debaten nuevas normas que permitirían a los países
aumentar sus déficit en periodos de crecimiento excepcionalmente débil.

Si EE UU reduce a la mitad
su déficit fiscal en los próximos cuatro años, retirará de
la economía mundial una cantidad enorme de dinero, que ha impulsado
el crecimiento en el mundo en los últimos cuatro años

Pero la situación deficitaria que se verían obligadas a soportar
las grandes economías europeas tras la disminución del déficit
estadounidense son mucho mayores que los que se están debatiendo. Los
países más pequeños, sobre todo los de Europa del Este,
que han sufrido políticas fiscales muy estrictas para incorporarse a
la Unión Europea, no verán con buenos ojos, como es natural,
que otros obtengan tratamiento preferencial. Por tanto, a medida que Europa
se adapte a la política impositiva de Estados Unidos, las fisuras políticas
europeas se agrandarán. La armonía de políticas entre
las naciones de Europa no sería la única víctima. Aunque
la política monetaria de toda la eurozona la establece un solo banco
central, la fiscal sigue a cargo de 12 Gobiernos nacionales. Esta situación
crea tensión, puesto que la política fiscal afecta claramente
a la monetaria, y viceversa. Por eso se aprobó el Pacto de Estabilidad
y Crecimiento. Sin embargo, como ya quedó demostrado el año pasado,
un pacto no basta para garantizar la coordinación de la política
económica. Si las normas del pacto sirven, sobre todo, para infringirlas,
acabarán perdiendo todo su significado, y la cooperación económica
europea sufrirá un duro golpe.

Además, el Banco Central Europeo (BCE), ya horrorizado por lo que considera
una epidemia de falta de rigor fiscal entre los Gobiernos europeos, puede cortar
cualquier crecimiento económico en la eurozona si amenaza con aumentar
de golpe los tipos de interés. El euro y el Banco Central ya son bastante
impopulares en gran parte del Viejo Continente. Si el BCE no puede o no quiere
reducir los tipos de interés, y el euro sigue subiendo frente al dólar,
las consecuencias políticas pueden ser aún más desagradables.
Los políticos populistas de las economías europeas más
lentas tendrán un blanco fácil: un banco central que da una prioridad
excesiva a reducir la inflación, por encima del empleo y el crecimiento.
En Alemania, las críticas al BCE están ya muy extendidas, y el
Gobierno del canciller socialdemócrata Gerhard Schröder ha expresado
cada vez más inquietud por las políticas monetarias europeas.
La situación, no obstante, puede empeorar mucho.

Tampoco quedará indemne la relación comercial transatlántica.
Si Estados Unidos se aprieta el cinturón y empieza a reducir su déficit
por cuenta corriente, cualquier reducción correspondiente del superávit
comercial europeo respecto a Estados Unidos aumentará las presiones
proteccionistas en toda Europa. Con los sentimientos antiamericanos muy extendidos
en la actualidad, las pérdidas de puestos de trabajo para los fabricantes
alemanes y franceses reforzarán, sin duda, las demandas de que la Unión
Europea endurezca su postura sobre el comercio transatlántico. A los
votantes europeos no les agradará en absoluto la perspectiva de que
los exportadores estadounidenses puedan ocupar cada vez más cuota de
mercado en una economía cuya característica fundamental es el
alto índice de desempleo. Eso no quiere decir que Europa no pueda hacer
los necesarios ajustes económicos. Pero el coste será una grave
sangría política.

Seguramente, ningún país tiene tanto miedo a la reducción
de los déficit estadounidenses como Japón. Si Bush lleva adelante
su compromiso de reducirlos a la mitad, empujará a Tokio a una verdadera
crisis política, sobre todo si el Gobierno no acelera antes el proceso
de reforma. Paradójicamente, siempre ha sido la fuerte demanda estadounidense
de importaciones japonesas -impulsada, en parte, por el aumento del déficit
presupuestario en Estados Unidos- la que ha permitido que los políticos
nipones eludieran tener que abordar las debilidades estructurales de su economía.
Sin embargo, no parece que vayan a poder resguardarse de esas presiones políticas
durante mucho más tiempo.

UN JAPÓN DEBILITADO
Por desgracia, Japón no está en situación de contrarrestar
la reducción del déficit estadounidense con una política
fiscal expansiva. El déficit fiscal japonés sobrepasa ya el 9%
de su renta nacional; sus perspectivas fiscales a largo plazo son todavía
peores que las de Europa. Y las facilidades monetarias también son imposibles,
puesto que el Banco de Japón mantiene ya los tipos de interés
en niveles mínimos.

En situaciones tan difíciles como éstas, es difícil no
caer en las malas costumbres. Los políticos japoneses volverán
a sentir la tentación de encajar el golpe a fuerza de mantener el yen
en un nivel competitivo frente al dólar, mediante una fuerte intervención
monetaria. Los votantes y los poderosos grupos de interés empresariales
agradecerían la medida, desde luego, ya que conservaría el nivel
de exportaciones y el crecimiento subsiguiente que, en los dos últimos
años, han sacado a Japón de sus 10 años de estancamiento.

No obstante, crearía enormes tensiones en toda Asia y seguramente con
Estados Unidos. Si la moneda japonesa cayera frente a las divisas de sus principales
socios asiáticos, el resentimiento por la insistencia de Tokio en utilizar
las exportaciones para salir de sus dificultades económicas, a expensas
del resto de la región, sería todavía mayor. Las demás
economías asiáticas sentirían aún más las
presiones, porque la reducción del déficit en Estados Unidos
significa menos demanda de importaciones. Y, a medida que las empresas japonesas
buscaran para sus exportaciones otros mercados de crecimiento más rápido
en el continente asiático, los Gobiernos de la región protestarían.

Por supuesto, una forma mejor, pero menos inmediata, de que Japón pueda
ayudar a restablecer el equilibrio en el crecimiento mundial es que Tokio acelere
sus reformas estructurales. Entre ellas estarían las del mercado laboral,
el sistema de pensiones y el sector bancario, con el fin de fomentar el ahorro.
Pero si Japón quiere contrarrestar la reducción del déficit
presupuestario estadounidense, tendrá que acabar por volverse hacia
sus propios consumidores. Cuando los estadounidenses ahorren más y gasten
menos, Japón no tendrá más remedio que estimular su propio
consumo interno.

En la última década, Tokio ha dado pocos indicios de que vaya
a poner verdaderamente en marcha unas reformas capaces de estimular ese gasto
interior. A medida que la demanda de Estados Unidos disminuya, Japón
no podrá seguir aplazándolo. Y, dado que la población
nipona está envejeciendo a toda velocidad y, por tanto, aumenta la necesidad
de contar con ahorros para la jubilación, la necesidad de reformas que
estimulen el gasto va a ser cada vez mayor.

EL ENIGMA CHINO
Tal vez los cambios más amplios e impredecibles
que podría provocar
el recorte del déficit estadounidense serían en China. La interdependencia
de Estados Unidos y el gigante asiático en cuestiones económicas,
financieras y monetarias es la novedad económica internacional más
importante de los últimos cinco años. Se calcula que la República
Popular tiene en la actualidad un superávit comercial respecto a Estados
Unidos de más de 150.000 millones de dólares. Con todos los dólares
de más que recibe, Pekín compra activos estadounidenses, sobre
todo bonos del Tesoro. Y, para evitar que su divisa suba frente al dólar
a causa de ese superávit, China compra todavía más moneda
norteamericana. Se trata de una situación intrínsecamente inestable,
que no puede ser permanente.

Si la demanda interior
de Estados Unidos disminuye, como es previsible que ocurra en los próximos
años, la expansión de China será fundamental para
sostener el crecimiento mundial

En Pekín, las autoridades se enfrentan ya a la necesidad de enfriar
el rápido crecimiento del país. Si la demanda interior de Estados
Unidos disminuye, como los expertos auguran que es previsible que ocurra en
los próximos años, la expansión de China será fundamental
para sostener el crecimiento mundial. Pero, para sostener la demanda mundial,
el gigante asiático tendrá que tomar varias medidas audaces y
llenas de riesgos políticos. Por ejemplo, su política monetaria
tendrá que cambiar. Revalorizar el yuan o dejarlo flotar permitirá que
las importaciones de Estados Unidos y el resto del mundo se abaraten en el
creciente mercado interior chino.

Ahora bien, eso comporta sus propios peligros: en concreto, que el gran volumen
de inversiones extranjeras que llegan a China se detenga. Ese dinero ha financiado,
en gran parte, la expansión constructora del país, y ha ayudado
a ocultar algunos problemas graves que existen en las instituciones financieras
del país. Si el grifo de las inversiones extranjeras se cierra, los
riesgos para las inversiones chinas y sus bancos son evidentes. En los libros
de cuentas de los bancos aparecerán, como icebergs sumergidos, montañas
de préstamos dudosos.

Para mantener su crecimiento actual, casi de dos cifras, China podría
intentar una expansión fiscal propia que compense la contracción
de Estados Unidos.

Pero aumentar el gasto público no es una opción atractiva en
la República Popular, por el estado ya delicado de las finanzas públicas
chinas. Podría producirse una situación de pesadilla, con un
crecimiento más lento y mayores problemas financieros. Si la clase media
acomodada, cada vez más extensa en el país, se angustia ante
la perspectiva de guardar sus ahorros en bancos inestables, la política
china podría convertirse en algo mucho más impredecible que sus
cuentas, una posibilidad que ningún alto cargo del partido comunista
tiene demasiadas ganas de contemplar.

El año pasado, el Fondo Monetario Internacional advirtió de
que "los vastos déficit fiscales en Estados Unidos (…)
suponen riesgos importantes para el resto del mundo". Es verdad, por
supuesto. No se puede consentir que el déficit fiscal estadounidense
se descontrole, y muchos ministros de finanzas, autoridades comerciales y economistas
han sugerido que tiene que haber algún fallo si los líderes económicos
de Estados Unidos han dejado que el sistema financiero mundial alcanzara el
desequilibrio actual.

Ahora bien, hay que tener cuidado con lo que se desea. Si EE UU se decide
a abordar la montaña de su deuda, es posible que el resto del mundo
no esté preparado para la avalancha política que se producirá.

¿Algo más?
El presidente de la Reserva Federal estadounidense,
Alan Greenspan, instó recientemente al Gobierno de Estados
Unidos a no ser complaciente a propósito del déficit
presupuestario. Los textos completos de sus intervenciones pueden
consultarse en la página web de la Reserva en inglés
(www.federalreserve.gov),
aunque también existe una parte
de la documentación disponible en castellano. También
el Fondo Monetario Internacional (FMI) expresó su inquietud
por el déficit fiscal estadounidense en Políticas
fiscales estadounidenses y prioridades para la sostenibilidad a
largo plazo
(FMI, Washington, 2004).John Taylor defendió la estrategia de la Administración
Bush a este respecto en un discurso ante el American Enterprise
Institute en noviembre de 2004, disponible en la página
web del instituto (www.aei.org). Los economistas Nouriel Roubini
y Brad Setser examinan cuánto puede durar la situación
actual en The US as a Net Debtor: The Sustainability
of the US External Imbalances,
disponible en la página web de la Stern
School of Business, de la Universidad de Nueva York (

www.stern.nyu.edu ).

Dollar Adjustment: How Far? Against What? (Institute for International
Economics, Washington, 2004), editado por C. Fred Bergsten y John
Williams, examina los avances en la corrección de las discrepancias
entre las principales divisas mundiales. Maurice Obstfeld y Kenneth
Rogoff son pesimistas sobre la posibilidad de que el valor del
dólar tenga un reajuste ordenado en The
Unsustainable US Current Account Position Revealed
(National Bureau of Economic
Research, Cambridge, 2004). El economista jefe del FMI, Raghuram
Rajan, afirma que no hay motivos para el pánico en ‘Credible
Policies Will Break The Dollar’s Fall’ (Financial
Times
,
15 de diciembre, 2004).

El polémico historiador británico Niall Ferguson
detalla las consecuencias de los déficit estadounidenses
sobre su papel como gran potencia en su libro Colossus:
The Price of American Empire
(Penguin, Nueva York,
2004). Walter Russell Mead esboza por qué la interdependencia
económica
entre Estados Unidos y China evitará grandes conflictos
de poder en el siglo XXI en ‘Hiperpotencia pegajosa’ (FP
EDICIÓN ESPAÑOLA, abril/mayo 2004).

 

Gerard
Baker es responsable de la información sobre EE UU y director adjunto
de The Times, de Londres.