¿Ha llegado a su fin el ciclo político del Partido de los Trabajadores?

 

AFP/Getty Images

La llegada del Partido de los Trabajadores a lo más alto del poder brasileño fue sin dudas un hecho histórico. La fuerza nació en 1980, momento en que Brasil era gobernado por autoridades militares. Con la reinstauración de la democracia, el PT dio inicio a un camino de constante ascenso dentro de sistema político local. Sus primeras conquistas fueron a nivel estatal y legislativo, logrando ocupar con sus candidatos bancas en la cámara de diputados y alzándose con gobernaciones. Por último, y después de tres intentos frustrados, el partido consiguió en 2003 llevar a su candidato y principal figura, Luiz Inácio Lula da Silva, a la presidencia del país.

Movimientos de toda América Latina celebraron el triunfo. La figura de Lula inspiró a diversos movimientos sociales y políticos de la región. El hecho de que un ex líder sindical ocupara la primera magistratura de la séptima potencia económica mundial, fue un elemento potenciador para la izquierda latinoamericana. Dentro de América del Sur (área de influencia directa brasileña), fueron principalmente los gobiernos de Argentina, Venezuela, Bolivia y Ecuador los que se apoyaron sobre la figura del líder brasileño. De los discursos de Hugo Chávez (derivado en Maduro), Evo Morales, Rafael Correa y Néstor Kirchner (derivado en Cristina) se desprende un mensaje de concordancia y admiración tanto hacia la figura de Lula como hacia la de Dilma Rousseff.

A pesar de los elogios, esta identificación no pasa de ser una cuestión meramente simbólica y discursiva. Si se realiza un análisis minucioso de las medidas gubernamentales, se observará que estas afinidades en realidad no son ni tantas ni tan profundas. Si bien existen innegables similitudes en los principios ideológicos de prácticamente todo este grupo de líderes, sus gestiones de gobierno no han corrido necesariamente en el mismo sentido. Desde el inicio de su Administración, el inspirador Partido de los Trabajadores ha llevado adelante un programa económico que no encuentra mayores diferencias al del Presidente que lo antecedió, Fernando Henrique Cardoso. Una lectura del escenario regional mostrará que si bien los principales referentes de izquierda se apoyan en Lula y Dilma, no conducen los destinos de sus respectivos países en sintonía con el Palacio do Planalto, desde 2003 que en Brasil se promueve la defensa de los principios del libre mercado, intentando brindarle al sector privado mayor protagonismo en la vida nacional. Si algún partido propusiera en Venezuela o en la Argentina medidas de gobierno similares a las que el PT encara en Brasil, sería automáticamente tildado de opositor al interés nacional, ya sea por Nicolás Maduro o por Cristina Fernández de Kirchner. Mientras en Brasil se avanza en privatizaciones (por ejemplo de puertos, carreteras, ferrocarriles y terminales aéreas) en Argentina, Venezuela y Ecuador se corre exactamente en sentido contrario. Nacionalizando compañías y reconstruyendo al estado empresario.

Algo similar sucede en lo relativo al respeto a la institucionalidad. Sin importar la popularidad de la que gozaba, Lula se ajustó a derecho y no buscó conservar el poder más allá de los límites constitucionales. Tampoco se intentó en Brasil restringir el derecho a la libertad de prensa. En todos estos casos la situación es diferente a la que se vive en los países anteriormente mencionados, más allá de que sus dirigentes supuestamente compartan la visión del PT sobre el Estado y la sociedad. Lula y Dilma son algo así como referentes teóricos de la izquierda latinoamericana. Solo teóricos, ya que sus compañeros de espectro ideológico no suelen actuar en forma equiparable.

Si bien el PT llegó a Brasilia con un mensaje de renovación y de mejora en la gestión pública, se ha visto sumergido en los mismos vicios de sus antecesores. La corrupción, inmersa en las entrañas mismas del sistema político brasileño, no ha sido desplazada. El estallido del escándalo del Mensalão en 2005 es sin dudas un ejemplo de ello. Se trata de nada más y nada menos que del mayor esquema de corrupción de la historia moderna del país. No es necesario aclarar que este sistema de compra de votos en el Parlamento funcionó y se financió durante el primer gobierno del Presidente Lula da Silva.

La llegada de Dilma Rousseff a la presidencia en 2011 trajo algo de oxígeno en materia de transparencia. La flamante líder intentó aplicarle una nueva importa a su gestión, empleando una política de tolerancia cero a hechos de corrupción dentro de su gabinete. Fueron más de diez los ministros separados de sus cargos ante la sola sospecha de haber cometido actos ilícitos. En un primer momento este nuevo estilo rindió sus frutos. Dilma logró cosechar importantes apoyos, alcanzado su aprobación el increíble récord de 75% promediando el 2012. La popularidad de la primera presidente mujer de la historia de Brasil logró superar los ya históricos números de su padrino político.

Los últimos dos Jefes de Estado son líderes provenientes de la misma fuerza. Comparten una visión similar sobre una gran cantidad de temas y trabajan en constante cooperación. Estas concordancias no han impedido que construyan personalidades propias y bien diferenciadas. Lula ha demostrado ser un hábil negociador, poseedor de un gran carisma y un pragmático estilo para la toma de decisiones y la construcción de alianzas. Dilma tiene un perfil sensiblemente diferente, con una postura algo más rígida ante la compleja y siempre cambiante realidad nacional. Al momento de comparar las cualidades, no es difícil percibir que la cintura política de Lula funciona en forma más aceitada que la de Dilma. Aun así, con sus diferencias y particularidades, son ellos las grandes figuras del partido. Según las últimas encuestas, la imagen de Rousseff, si bien ha caído fuertemente por las masivas manifestaciones del pasado mes de junio sumadas a la pérdida de dinamismo de la economía local, continúa con un nivel suficiente como para presentarse competitivamente el próximo año, inclusive con grandes posibilidades. Por su condición de salud (recientemente recuperado de un cáncer) se especula con que un retorno de Lula no sería lo más posible, pero no por eso imposible. Si bien Lula ha sostenido que su candidata es Dilma (de alguna forma descartando su propia postulación) son distintos los referentes del PT que ha propuesto hasta una fórmula que integre a los dos históricos del PT, ya que la popularidad de Lula en este momento se encuentra por encima de la Rousseff. Todo dependerá del curso de los hechos hasta los comicios de 2014

Las protestas callejeras y el clima de relativa tensión social que se vive en el país no han derivado en la formación de nuevas fuerzas o líderes que representen una alternativa presidenciable, pero sí han deteriorado la imagen positiva de Rousseff. Es de entre las figuras políticas estables, conocidas desde antes de las manifestaciones, desde donde comienza a mostrarse algún tipo de movimiento. La reaparición en escena de Marina Silva fue sin dudas la noticia opositora más resonante de los últimos meses. La actual diputada fue militante del Partido de los Trabajadores y Ministra de Medio Ambiente del ex Presidente Lula. Luego de su alejamiento del PT se enfrentó a Dilma Rousseff en las elecciones presidenciales de 2010 quedando en tercer lugar con el 19,3% de los votos. Su intento de presentarse a las elecciones de 2014 con su propio partido se vio impedido por la negativa de la justica, lo que la llevó a buscar una alianza con el Partido Socialista Brasileño. Eduardo Campos, actual gobernador de Pernambuco y principal figura del PSB, trabajando junto a Marina Silva, podrían configurar una eventual alianza competitiva de cara a las elecciones de 2014.

Por primera vez en más de una década el Partido de los Trabajadores afrontará una elección nacional en un escenario no favorable. El agotamiento del modelo económico y la inflación comienzan a afectar la capacidad adquisitiva de los sectores más vulnerables. El descontento de la clase media ha quedado evidenciado en las calles. El desgaste del PT después de diez años de gestión es también una realidad. Todos estos factores dan forma al escenario electoral más incierto de los últimos años, en donde se torna realmente difícil predecir si el PT encontrará o no el final de su ciclo político. 2014 será sin dudas un año políticamente complejo. Grandes interrogantes para el futuro brasileño.

 

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