La
sacralidad de la vida

Peter Singer Los
partidos políticos

Fernando Henrique Cardoso El euro
Christopher Hitchens

La
pasividad japonesa

Shintaro Ishihara

La monogamia

Jacques Attali

La
jerarquía religiosa

Harvey Cox

El Partido
Comunista Chino

Minxin Pei

Los
coches contaminantes

John Browne

El
dominio público

Lawrence Lessig

Las
consultas de los médicos

Craig Mundie

La monarquía
inglesa

Felipe Fernández-Armesto

La
guerra contra las drogas

Peter Schwartz

La
procreación natural

Lee Kuan Yew

La polio
Julie Gerberding

La soberanía

Richard Haass

El anonimato

Esther Dyson

Los subsidios
agrícolas

Enrique Iglesias

Dentro de cada cultura, existe un dominio público, una zona
sin abogados, no regulada por las normas de los derechos de autor, y
que ha sido fundamental para la difusión y el desarrollo del trabajo
creativo. Es la parte que se cultiva sin que nadie tenga que dar permiso.
Este ámbito público siempre ha coexistido con el privado.
Gracias a los incentivos de mercado que crea, el dominio privado también
ha producido una extraordinaria riqueza creativa en todo el mundo. Es
esencial para el desarrollo de las culturas.


ILUSTRACIONES: NENAD JAKESEVIC
PARA FP

Tradicionalmente, la ley ha mantenido el equilibrio entre estas dos
esferas. La vigencia de los derechos de autor era relativamente corta,
y su alcance era esencialmente comercial. Sin embargo, un cambio fundamental
en la dimensión y el carácter de las leyes de propiedad
intelectual, inspirado por una transformación radical de la tecnología,
pone ahora en peligro ese equilibrio. Las tecnologías digitales
han hecho que sea fácil –demasiado– difundir sin autorización
la labor creativa producida en el ámbito privado. La piratería
se extiende en las autopistas de la información. Ante ello, los
redactores de normas (tanto legisladores como especialistas en tecnología)
han elaborado una variedad de armas sin precedentes, legales y tecnológicas,
para librar la guerra contra los piratas y devolver el control a los
propietarios de la cultura. Pero el dominio que van a permitir esas armas
es mucho mayor que cualquier cosa que hayamos visto.

Por ejemplo, EE UU ha aumentado de forma radical el alcance de la normativa
sobre derechos de autor. Y, a través de la Organización
Mundial de Propiedad Intelectual, los países ricos ejercen presiones
para imponer restricciones aún mayores al resto del mundo. A estas
medidas legales pronto se unirán unas tecnologías extraordinarias
que garantizarán a los propietarios de la cultura un control casi
perfecto sobre el uso de su propiedad. Todo equilibrio entre lo público
y lo privado desaparecerá. El dominio privado devorará el
público. Y el cultivo de la creatividad y la cultura estará dictado
por quienes afirman ser sus dueños. No cabe duda de que la piratería
es un problema importante, pero no es el único. Los dirigentes
han perdido ese sentido de equilibrio. Se han dejado seducir por una
visión de la cultura que mide la belleza en entradas vendidas.
Por lo visto, no les preocupa un mundo en el que, para cultivar el pasado,
sea necesario el permiso del pasado.

El peligro permanece invisible para la mayoría, oculto bajo el
celo de la guerra contra la piratería. Y eso es lo que puede hacer
que el dominio público muera calladamente, extinguido por el extremismo
farisaico, mucho antes de que nos demos cuenta de que ha desaparecido.

 

El dominio público. Lawrence
Lessig

La
sacralidad de la vida

Peter Singer Los
partidos políticos

Fernando Henrique Cardoso El
euro

Christopher Hitchens

La
pasividad japonesa

Shintaro Ishihara

La
monogamia

Jacques Attali

La
jerarquía religiosa

Harvey Cox

El
Partido Comunista Chino

Minxin Pei

Los
coches contaminantes

John Browne

El
dominio público

Lawrence Lessig

Las
consultas de los médicos

Craig Mundie

La
monarquía inglesa

Felipe Fernández-Armesto

La
guerra contra las drogas

Peter Schwartz

La
procreación natural

Lee Kuan Yew

La
polio

Julie Gerberding

La
soberanía

Richard Haass

El
anonimato

Esther Dyson

Los
subsidios agrícolas

Enrique Iglesias

Dentro de cada cultura, existe un dominio público, una zona
sin abogados, no regulada por las normas de los derechos de autor, y
que ha sido fundamental para la difusión y el desarrollo del trabajo
creativo. Es la parte que se cultiva sin que nadie tenga que dar permiso.
Este ámbito público siempre ha coexistido con el privado.
Gracias a los incentivos de mercado que crea, el dominio privado también
ha producido una extraordinaria riqueza creativa en todo el mundo. Es
esencial para el desarrollo de las culturas.


ILUSTRACIONES: NENAD JAKESEVIC
PARA FP

Tradicionalmente, la ley ha mantenido el equilibrio entre estas dos
esferas. La vigencia de los derechos de autor era relativamente corta,
y su alcance era esencialmente comercial. Sin embargo, un cambio fundamental
en la dimensión y el carácter de las leyes de propiedad
intelectual, inspirado por una transformación radical de la tecnología,
pone ahora en peligro ese equilibrio. Las tecnologías digitales
han hecho que sea fácil –demasiado– difundir sin autorización
la labor creativa producida en el ámbito privado. La piratería
se extiende en las autopistas de la información. Ante ello, los
redactores de normas (tanto legisladores como especialistas en tecnología)
han elaborado una variedad de armas sin precedentes, legales y tecnológicas,
para librar la guerra contra los piratas y devolver el control a los
propietarios de la cultura. Pero el dominio que van a permitir esas armas
es mucho mayor que cualquier cosa que hayamos visto.

Por ejemplo, EE UU ha aumentado de forma radical el alcance de la normativa
sobre derechos de autor. Y, a través de la Organización
Mundial de Propiedad Intelectual, los países ricos ejercen presiones
para imponer restricciones aún mayores al resto del mundo. A estas
medidas legales pronto se unirán unas tecnologías extraordinarias
que garantizarán a los propietarios de la cultura un control casi
perfecto sobre el uso de su propiedad. Todo equilibrio entre lo público
y lo privado desaparecerá. El dominio privado devorará el
público. Y el cultivo de la creatividad y la cultura estará dictado
por quienes afirman ser sus dueños. No cabe duda de que la piratería
es un problema importante, pero no es el único. Los dirigentes
han perdido ese sentido de equilibrio. Se han dejado seducir por una
visión de la cultura que mide la belleza en entradas vendidas.
Por lo visto, no les preocupa un mundo en el que, para cultivar el pasado,
sea necesario el permiso del pasado.

El peligro permanece invisible para la mayoría, oculto bajo el
celo de la guerra contra la piratería. Y eso es lo que puede hacer
que el dominio público muera calladamente, extinguido por el extremismo
farisaico, mucho antes de que nos demos cuenta de que ha desaparecido.

 

Lawrence Lessig es catedrático
de Derecho en la Universidad de Stanford (California, EE UU).