El país desea empezar a poner los cimientos de su futura incorporación a la UE. Sentar las bases de ese fundamento es el desafío histórico del nuevo Gobierno y la elite política moldava.

Pasajeros viajando en un trolebús en la ciudad de Chisinau, Moldavia, octubre de 2013. Daniel Mihailescu/AFP/Getty Images
Pasajeros viajando en un trolebús en la ciudad de Chisinau, Moldavia, octubre de 2013. Daniel Mihailescu/AFP/Getty Images

El Parlamento de Moldavia ha ratificado el Gobierno de la Alianza por la Integración Europea (AIE) encabezado por el joven empresario Chiril Gaburici. Designado por el conservador Partido Liberal Demócrata (PLD), el primer ministro dirigió durante años una compañía de telefonía móvil.

Que el nuevo Ejecutivo sea un Gobierno minoritario no es una buena noticia. Pero tras semanas de negociaciones para la formación de un gabinete mayoritario de tres partidos, el consenso entre el PLD y el Partido Demócrata de orientación izquierdista, finalmente no incluyó al Partido Liberal.

La prioridad de Gaburici es cumplir en 2018 con las condiciones para solicitar el ingreso en la Unión Europea. Algo complicado al contar con solo 42 de los 101 escaños. Con la ayuda de los comunistas –que no recibieron a cambio carteras ministeriales– el gabinete fue aprobado por un total de 60 diputados. Sin embargo, el dirigente comunista y ex presidente, Vladímir Voronin, ya ha advertido que controlará estrechamente al Ejecutivo. Los comunistas intentarán utilizar su apoyo para negociar sobre las reformas a implementar. Será esa la mayor debilidad del Gobierno que necesita un marco político claro y definido para la profunda transformación de las instituciones.

¿Qué quiere el Partido Comunista? Renegociar las disposiciones del Tratado de Asociación con la UE y, en especial las relativas al comercio, comprendidas en la constitución de la Zona de Libre Cambio Amplia y Profunda. Su influencia aumentará. Aun así, no consideran una definitiva vuelta atrás en el curso pro-europeo. Mucho menos, es su intención adherirse a la Unión Euroasiática (Armenia, Bielorrusia, Kazajistán y Rusia) de Vladímir Putin.

Los que sí votaron en contra de Gaburici fueron los socialistas. Es preocupante que el Partido Socialista de ultra-izquierda fuera el más votado en las elecciones parlamentarias de noviembre, alcanzando 25 escaños. A diferencia de los comunistas, son contrarios a la UE y abogan claramente por el ingreso de Moldavia en la Unión Eurasiática. Su líder, Ígor Dodón, aliado del Kremlin, pronostica que el Gobierno no dudará “más de tres o cuatro meses”. Habrá que tenerlos en cuenta. Manipular a la opinión pública centrando el debate en las luchas intestinas en el interior de la coalición gubernamental pro-europea les ha dado resultado al reforzar la insatisfacción y los recelos del electorado. No obstante, de seguir así acabarán convirtiéndose en una fuerza exclusivamente destructiva. Un riesgo que queda amplificado por el inequívoco apoyo – incluido el financiero – de Moscú para dificultar el camino de Moldavia hacia Europa.

El peor escenario para el Ejecutivo hubiera sido una alianza entre socialistas y comunistas. Mas es difícil que eso ocurra. La razón principal es que Dodón se convirtió en líder socialista en 2011 después de abandonar el Partido Comunista.

Las relaciones con la UE se enmarcan dentro del Partenariado Oriental y son una de las claves de la vida política moldava. La integración europea y la lucha contra la pobreza son los principales objetivos de la política exterior del gobierno de la AIE y de Nicolae Timofti, presidente desde 2012.

El jefe del Estado, como muchos de sus compatriotas, considera Europa como la reanudación de una economía competitiva y el respeto por la propiedad privada. La Unión representa también la observancia de los derechos humanos. Cientos de miles de moldavos están trabajando en países europeos. Lamentablemente, muchos de ellos han llegado de forma ilegal. Es prioritario para Chisinau cambiar esas condiciones. En ese contexto ha sido un primer paso importante la completa liberalización del régimen de visados de corta duración para pasaportes biométricos.

Aunque Moldavia es el país más avanzado dentro del Partenariado Este queda mucho por hacer. Más de la mitad de los tres millones y medio de habitantes del pequeño país (algo mayor que Cataluña) vive por debajo del umbral de la pobreza. Diversos ejemplos muestran la extrema precariedad social y sanitaria. La significativa cifra del 3,2% de mortalidad infantil. El bajo consumo de yodo durante el embarazo que provoca el aumento de la frecuencia del daño cerebral y que padece una tercera parte de los menores de cinco años. El número de niños que viven en instituciones públicas es elevado. Es país de origen del tráfico de mujeres para la prostitución forzada hacia varios países, en especial Europa occidental.

Su renta per cápita anual de 1.500 euros es una de las más bajas de Europa. Si bien exhibe tasas de crecimiento, las altas tasas de inflación merman la competitividad. El PIB ronda los 3.000 millones de euros. Su economía tradicionalmente agrícola se ha resentido desde que la región del Transdniéster – más industrial – se ha separado.

Moldavia carece de salida al mar. Llama la atención su importante red hidrográfica. El Prut, afluente del Danubio, constituye la frontera occidental, con Rumanía. Por el Dniéster, su principal río navegable, puede exportar sus productos al mar. El problema es que el 45% de sus abundantes lagos y corrientes de agua están contaminadas químicamente. El suelo también sufre serios aprietos medioambientales debido al uso de productos químicos; un 40% por contaminación bacteriana. La tierra ha sufrido asimismo por el exceso de la silvicultura y el uso de deficientes métodos agrícolas.

 

A vueltas con el Transdniéster y Gagauzia

Rusia seguirá presionando, económicamente mediante la política energética al Gobierno de Chisinau como hace con Kiev. Y, sobre todo, manejando el conflicto congelado de Transdniéster a la manera que le convenga, como viene haciendo en otras repúblicas ex soviéticas.

La región de Transdniéster, entre la frontera de Ucrania y la ribera izquierda del río Dniéster y con población mayoritariamente eslava, quiere separarse al no sentirse representada. Nunca formó parte de Rumania, tal como sí sucedió con Besarabia, que ocupa la mayor parte de Moldavia.

Conviene recordar que por el Tratado de Bucarest (1812) entre los Imperios ruso y otomano, Moldavia se dividió en dos. Por una parte se formó la Besarabia bajo protectorado ruso. El resto se liberó de los otomanos uniéndose con la región de Valaquia, conformando el origen de lo que acabaría siendo Rumanía.

Con la URSS se constituyó la República Socialista Soviética Autónoma de Moldavia. En la II Guerra, Rumanía se alió con la Alemania de Hitler, lo que provocó su enfrentamiento con los soviéticos. En 1944, éstos recuperaron Transdniéster y posteriormente Besarabia. Stalin llevó a cabo la gran depuración. En la Moldavia soviética eso significó la eliminación de las clases dominantes, el asesinato de miles de trabajadores y la deportación de muchos más a Siberia y Kazajistán. Fueron sustituidos por rusos y ucranianos a quienes se dieron facilidades en detrimento de los rumanos. Muchos se instalaron en Transdniéster.

Entre 1960 y 1990, la URSS realizó un programa económico que incluía viviendas, industria, desarrollo científico y vivienda. Con la independencia en 1991, el nacionalismo prorumano existente en Moldavia se convierte en la tendencia dominante. En 1992, tras un intento de acercamiento hacia Rumania estalla una guerra civil con Transdniéster, donde la población rusa es mayoritaria.

La esperanza de que el problema de la república secesionista se solucione pacíficamente está en el llamado Grupo 5+2. En estos encuentros participan por una parte la UE, EE UU, Ucrania, Rusia y la OSCE y por otra la República de Moldavia y Transdniéster.

Otra cuestión a tratar es el del territorio autónomo de Gagauzia. La minoría de los gagauzos, turcos cristianizados, se inclinaron el pasado año en un referéndum –ilegal según las autoridades de Chisinau– por la Unión Euroasiática. Y se reservaron el derecho a la secesión si Moldavia se integrara con Rumanía (y para los gagauzos a eso equivaldría la adhesión a la UE). Esto no puede ser ignorado por Bruselas que tampoco puede limitarse a explicar este hecho con la falta de información suficiente sobre las bondades de la Unión. Solo si la apuesta por la UE es transparente, claramente democrática y respetando el derecho de las minorías será una alternativa válida al régimen de Putin.

Para que Moldavia pueda regresar a Europa el Gobierno debe superar la ineficacia hasta ahora mostrada para dirigir el proceso de reformas y la lucha contra la corrupción. Pero es igualmente necesaria la honestidad de Bruselas. No pueden repetirse los titubeos y las medias verdades como en Ucrania. Las promesas no son suficientes. Ni la inclusión en el mercado único europeo sin la posibilidad siquiera formal de participar en la toma de decisiones. La perspectiva de adhesión tras las reformas debe ser concreta y real.