De los países del Golfo solo Yemen presenta potencial de reformas, aunque con un futuro incierto.

 

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Es difícil hacer un pronóstico para la región, porque los procesos de cambio se desarrollan de manera muy distinta en cada país y atienden a dinámicas particulares. Por tanto tendría que optar por la opción de nubes y claros. Lo único que se puede generalizar es que la zona ha roto con el inmovilismo que le caracterizaba desde hacia varias décadas y la cultura política imperante ha sido suplantada por un dinamismo impulsado por los ciudadanos. Esto de por sí es positivo. Mientras habrá países que avancen en la transición y otros que se atasquen o retrocedan, la movilización política es positiva. La otra posible generalización es que incrementara el papel político de los islamistas, aun con tintes muy diversos en cada país. Pese al temor que esto pueda producir en gobiernos occidentales, parece razonable que finalmente estos grupos tengan la oportunidad de gobernar. Será interesante ver si los islamistas logran superar la estigmatización que han sufrido en Occidente y si consiguen mantener el aura de incorruptibilidad que les ha llevado al poder.

En cuanto a países concretos, Túnez presenta el pronóstico más soleado. Las elecciones a una asamblea constituyente se desarrollaron sin problemas y los islamistas han entrado en coalición con partidos liberales. En el otro extremo esta Bahrein, donde a pesar de la reciente comisión de investigación parece poco probable que se superen las brechas sectarias y haya movimiento hacia una reforma significativa. Este estancamiento se podría generalizar a los países del Golfo (excepto Yemen) donde los regímenes han desembolsado importantes sumas en aras de mantener la estabilidad. Entre estos extremos de reforma y estancamiento se encuentran Estados como Egipto o Yemen donde hay potencial de reformas, pero entre avances y retrocesos su futuro es incierto.

 

Ana Echagüe, investigadora de FRIDE