Por qué el nuevo líder de Corea del Norte no renunciará a sus armas nucleares.

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La mano, cada vez más temblorosa, de Kim Jong Il aparentemente ha señalado a su hijo menor, Kim Jong Un, como probable sucesor. Poco se sabe de este heredero impuesto de 25 años salvo que, según se dice, se parece físicamente a su padre y comparte el mismo carácter dictatorial. Un canal de televisión japonés exhibió hace poco una imagen exclusiva del más joven de los Kim, y acabó recibiendo la llamada de un perplejo trabajador de la construcción surcoreano que afirmaba que en realidad se trataba de él. Algunos observadores de Corea del Norte dicen que Kim Jong Un estudió en Suiza bajo el nombre de Park Chol, mientras otros expertos dicen que no, que era otro hijo. O quizá era un tipo que se llamaba Park Chol.

Esta vida misteriosa, unida además a la cuestión nuclear, ha provocado que se dé rienda suelta a las especulaciones sobre Kim Jong Un. ¿Infundirá su llegada nueva vida a las moribundas “conversaciones a seis bandas”? ¿Existe la posibilidad de que sea un reformista dispuesto a intercambiar bombas atómicas por incentivos económicos? Le contemplamos recelosamente, con el temor de que el joven Kim sea un caprichoso administrador de armas nucleares. ¿Amenazará con ellas a sus vecinos? ¿Se las venderá a Al Qaeda? ¿Podría incluso llegar a usarlas?

Está claro que ahora no podemos saber las respuestas a estas preguntas. Pero una manera práctica de meterse en la cabeza del próximo Kim es llevar a cabo un experimento mental. Pregúntese qué haría usted si mañana fuera nombrado líder de Corea del Norte. Eche un vistazo a su alrededor. Gracias a las ruinosas políticas de su padre y su abuelo, su pequeño país se arrastra con un presupuesto de 20.000 millones de dólares al año (unos 14.300 millones de euros). Sus políticas provocaron una hambruna que quizá llegó a matar a un millón de compatriotas. Los que sobrevivieron (al margen de los lustrosos dirigentes criados al abrigo del régimen) están raquíticos, desnutridos y enfermos. Los pocos que, no se sabe cómo, encuentran la energía para criticar a su gobierno son enviados junto con sus familias a campos de concentración.

Enconados enemigos le rodean. En el sur hay un país que cuenta con el doble de población y 20 veces su PIB. Este vecino se ha pasado las últimas seis décadas preparando a su gran Ejército para aniquilar al suyo. En marcado contraste con sus fuerzas, sus saludables hombres y mujeres entrenan con regularidad. (Usted tiene hambrientos soldados que no pueden adiestrarse por falta de combustible; emplean todo su tiempo arreglando carreteras o sobornando a los oficiales para poder dedicarse al contrabando). El enemigo puede presumir de contar con tecnología armamentística de vanguardia (usted no puede ni encontrar recambios para sus reliquias de los 50).

Ah, y ese país tiene un amigo. Es la superpotencia global, una nación con un poder económico tan enorme que su PIB en comparación es sólo un error de redondeo. No pasa un solo día sin que su pueblo se pare a pensar cómo ese país, hace 60 años, redujo el suyo a cenizas con una campaña de bombardeos incendiarios. Su gente ha calificado distraídamente ese episodio como “la guerra olvidada”. Hoy, ese Estado tiene más potencia militar que todo el resto del mundo junto, y un gran arsenal nuclear apuntando a su palacio.

La superpotencia ha invadido recientemente, no uno, sino dos países (que carecían de armas nucleares) y está debatiendo la idea de atacar a otro (que carezca de bombas atómicas). Usted contempló cómo conquistaba Irak sin despeinarse y acto seguido llenaba de agujeros de bala a los hijos de su líder. Sus ojos observaban desorbitados cuando la superpotencia sacó a rastras y medio cegado de su ratonera a un canoso Sadam Hussein, le puso un mono naranja y después, con la voz quebrada, le colgó de la horca.

La razón de este experimento mental no es ni acusar a Estados Unidos ni defender a Corea del Norte. Pero si uno quiere anticipar y comprender el siguiente movimiento de un contrincante es útil contemplar el tablero desde su perspectiva. Y un vistazo a ese tablero revela que las armas nucleares de Corea del Norte son las que mantienen a su líder fuera de la ratonera, la soga de la horca alejada de su cuello y a sus hijos vivos.

Siempre existe la posibilidad de que el sucesor de Kim Jong Il sea un reformador histórico que decida acabar con la tiranía que ha heredado, entregando su país y el futuro de su familia al Sur, rogando para que su misericordia le mantenga lejos de la horca. Pero es más probable que simplemente tome el mando del negocio familiar de gobernar Corea del Norte. Y si usted es de aquellos que se preguntan qué es lo que podría pensar sobre las armas nucleares, eche una mirada a ese tablero de ajedrez desde la perspectiva de Pyongyang y pregúntese a sí mismo: ¿Cuál sería su jugada?

 

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