Mûrogi wa Kagogo
(El brujo del cuervo)

Ngugi wa Thiong’o
324 págs., East African
Educational Publishers,
Nairobi, 2004 (en kikuyu)


Agosto es el mes más cruel en Kenia. En las tierras altas alrededor
de Nairobi, agosto es un mes frío; es el mes en que África oriental
se acerca más al invierno. Según una leyenda popular, agosto
es el mes de la muerte y la catástrofe. Los presidentes mueren en agosto.
Los terroristas ponen bombas en las embajadas extranjeras en agosto. Pero,
paradójicamente, agosto también es el mes del renacimiento. Con
los centros educativos cerrados en Europa y Estados Unidos en agosto, miles
de refugiados políticos kenianos vuelven a casa por vacaciones y para
las reuniones familiares. Por eso, no fue sorprendente que Ngugi wa Thiong’o,
uno de los más destacados novelistas de África, decidiera volver
a Kenia, su país natal, tras 22 años de exilio, en el mes de
agosto.

Para Ngugi -el más ferviente detractor en el mundo del autoritario
presidente Daniel arap Moi, a quien la Constitución había impedido
en 2002 volver a presentarse a las elecciones-, se suponía que
la vuelta a casa iba a ser triunfal. En 1982, el escritor hizo la promesa de
no regresar nunca a Kenia mientras Moi estuviera en el poder. En el plano personal,
el retorno iba a ser la primera oportunidad para Ngugi de reunirse con la familia
de su esposa. De hecho, se suponía que lo más destacado de la
visita iba a ser su ngurario, boda tradicional kikuyu. Y Ngugi tenía
algo más que celebrar: su regreso coincidía con la publicación
de Mûrogi wa Kagogo (El brujo del cuervo), su primera novela después
de 20 años. El libro, que le llevó cinco años escribir,
es una historia épica sobre las dictaduras poscoloniales. Las brutales
excentricidades de esos regímenes son uno de los temas más recurrentes
en la literatura africana moderna. Ngugi revisó la novela una y otra
vez a lo largo de los años, teniendo en cuenta las luchas de poder cambiante
en Kenia, el escenario oculto y apenas enmascarado del libro.


A algunos ministros de la novela les han operado para agrandarle los ojos y las orejas y así poder servir al presidente lo mejor posible


Pero las historias de regresos triunfales rara vez terminan como uno había
planeado. Para Ngugi, agosto iba a ser, en realidad, un mes de lo más
cruel. El 11 de agosto de 2004 el autor fue brutalmente agredido en la habitación
de su hotel de Nairobi por un grupo de hombres armados, y su mujer, violada. ¿Se
trató de un acto de venganza política? ¿Había alguna
relación entre la nueva novela de Ngugi y la agresión? Nadie
sabe la respuesta todavía. El ataque sigue envuelto en un halo de confusión
y especulación. Cualquiera que fuese el motivo de sus agresores, el
atentado contra el autor y su esposa tendrá consecuencias literarias
no previstas: todas las lecturas de Mûgori wa Kagogo estarán condicionadas,
en parte, por lo que se cuenta de aquella terrible noche.

El autor keniano ha señalado que la frontera entre la realidad y la
ficción en el África poscolonial suele ser poco nítida.
En esta obra, ambas colisionan en la creación de una despiadada sátira
política. Los lectores familiarizados con la historia reciente de Kenia,
especialmente con los años de Moi, reconocerán con facilidad
los acontecimientos y los personajes de la novela.

Uno de ellos es el presidente de la ficticia república de Abaruria,
que se presenta ante su gente como Mwathani o "señor y creador
de la humanidad", a pesar de su inefable corrupción y depravación
moral. Al principio de la novela, el presidente destierra a su mujer, confinándola
en una aldea remota por pedirle que deje de acosar a las colegialas. La (ex)
primera dama está recluida en una habitación donde el tiempo
se ha parado. Al final de la novela, la mujer se ha convertido en un fantasma.
Otros personajes son los principales ministros, hombres dispuestos a todo para
demostrar su adoración al presidente. A algunos les han operado para
agrandarles los ojos y las orejas y así poder servir al presidente lo
mejor posible.

Para Ngugi, los hechos enmascarados en la ficción también pueden
ser una fuente de humor. La situación más hilarante de su novela
se produce cuando un joven llamado Kamiti (también el nombre de una
prisión keniana) regresa después de acabar sus estudios universitarios
en India. Como no encuentra trabajo, adopta una doble identidad. Por el día
es un estudiante de Filosofía y Religión India con grandes dotes
oratorias; por la noche, se viste con paño burdo y pide limosna para
poder comer. Rápidamente se corre la voz de que Kamiti tiene poderes
mágicos. La gente cree que es Mûrogi wa Kagogo, un personaje legendario
de los kikuyu que tiene el poder de sanar y matar empleando la brujería.
Alrededor de Kamiti se crea una obra de ficción. El joven es, al mismo
tiempo, sanador de enfermedades y señor de la muerte. Al final, el personaje
conoce a Nyawira, miembro de la clandestinidad radical. Los dos trabajan para
transformar las prácticas tradicionales como la brujería y la "magia
hipnótica" en un movimiento político de resistencia contra
la dictadura.

La historia alcanza su clímax cuando varios miles de mujeres "le
enseñan el trasero" al presidente, gesto que, en la tradición
kikuyu, se considera como la más grande de todas las humillaciones. "Las
mujeres", escribe Ngugi, "se colocaron de cara a la multitud y
de espaldas al escenario, se agacharon, y se levantaron las faldas en un solo
movimiento con el trasero mirando al presidente, como si estuvieran a punto
de defecar en el estadio".

Al igual que otros muchos novelistas africanos, Ngugi construye su historia,
en cierta medida, a partir de las reivindicaciones de modernización
del régimen en el poder, que se encuentra en negociaciones con el "Banco
Global" para financiar la construcción del edificio más
alto de África. En sus trabajos anteriores, sobre todo en Pétalos
de sangre y El diablo en la cruz
, Ngugi hizo el mismo hincapié en la
difícil transición de África a la modernidad, en concreto
a través de historias de secularización y de liberación
de los africanos de la irracionalidad de la naturaleza y el subdesarrollo.
El ansia de modernidad vuelve a aparecer en Mûrogi wa Kagogo, pero la
racionalidad moderna y la irracionalidad tradicional ya no se presentan como
posiciones enfrentadas. Al contrario, los conceptos de la brujería y
la magia se utilizan en nombre de la liberación y se ponen al servicio
de la conquista del poder.

Mûrogi wa Kagogo es, posiblemente, la venganza del autor contra el régimen
que le exilió, destruyó su familia y censuró sus obras.
Pero, después de tantos años en el exilio, ¿cómo
han cambiado al autor el tiempo y la distancia? Por lo pronto, la influencia
de otros escritores es ahora claramente visible. En sus mejores momentos escatológicos,
esta novela recuerda a las grandes narraciones latinoamericanas sobre dictaduras
de Miguel Ángel Asturias, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez.
Asimismo, por primera vez, Ngugi parece estar abierto a las culturas y literaturas
del denominado "Sur global", y especialmente de India, el mejor
aliado de Kenia fuera de África. Como las demás novelas de Ngugi
fueron escritas durante la guerra fría, época en que las cuestiones
políticas estaban a menudo enmarcadas por el conflicto entre el Este
y el Oeste, India y el Tercer Mundo solían tener una importancia menor
para sus relatos de identidad global. En el exilio, tras la guerra fría,
el keniano descubrió el nuevo Tercer Mundo en dos de las grandes
ciudades
del mundo, Londres y Nueva York, donde fue concebida y escrita la novela.

Al mismo tiempo, Mûrogi wa Kagogo es una novela de temática conocida
y recurrente en el conjunto de obras del autor, que nos habla concretamente
de una élite política movida por la codicia, la corrupción
y el temor a la democracia. A decir verdad, la novela fue escrita bajo la sombra
de lo que en su momento dio la impresión que sería una dictadura
interminable. Hoy se presenta como un retrato vivo del poscolonialismo y de
la banalidad del mal. En la nueva era de democracia de Kenia, se leerá como
un análisis post mortem de un periodo doloroso de la historia del país.

El invierno del descontento. Simon Gikandi


Mûrogi wa Kagogo
(El brujo del cuervo)

Ngugi wa Thiong’o
324 págs., East African
Educational Publishers,
Nairobi, 2004 (en kikuyu)


Agosto es el mes más cruel en Kenia. En las tierras altas alrededor
de Nairobi, agosto es un mes frío; es el mes en que África oriental
se acerca más al invierno. Según una leyenda popular, agosto
es el mes de la muerte y la catástrofe. Los presidentes mueren en agosto.
Los terroristas ponen bombas en las embajadas extranjeras en agosto. Pero,
paradójicamente, agosto también es el mes del renacimiento. Con
los centros educativos cerrados en Europa y Estados Unidos en agosto, miles
de refugiados políticos kenianos vuelven a casa por vacaciones y para
las reuniones familiares. Por eso, no fue sorprendente que Ngugi wa Thiong’o,
uno de los más destacados novelistas de África, decidiera volver
a Kenia, su país natal, tras 22 años de exilio, en el mes de
agosto.

Para Ngugi -el más ferviente detractor en el mundo del autoritario
presidente Daniel arap Moi, a quien la Constitución había impedido
en 2002 volver a presentarse a las elecciones-, se suponía que
la vuelta a casa iba a ser triunfal. En 1982, el escritor hizo la promesa de
no regresar nunca a Kenia mientras Moi estuviera en el poder. En el plano personal,
el retorno iba a ser la primera oportunidad para Ngugi de reunirse con la familia
de su esposa. De hecho, se suponía que lo más destacado de la
visita iba a ser su ngurario, boda tradicional kikuyu. Y Ngugi tenía
algo más que celebrar: su regreso coincidía con la publicación
de Mûrogi wa Kagogo (El brujo del cuervo), su primera novela después
de 20 años. El libro, que le llevó cinco años escribir,
es una historia épica sobre las dictaduras poscoloniales. Las brutales
excentricidades de esos regímenes son uno de los temas más recurrentes
en la literatura africana moderna. Ngugi revisó la novela una y otra
vez a lo largo de los años, teniendo en cuenta las luchas de poder cambiante
en Kenia, el escenario oculto y apenas enmascarado del libro.


A algunos ministros de la novela les han operado para agrandarle los ojos y las orejas y así poder servir al presidente lo mejor posible


Pero las historias de regresos triunfales rara vez terminan como uno había
planeado. Para Ngugi, agosto iba a ser, en realidad, un mes de lo más
cruel. El 11 de agosto de 2004 el autor fue brutalmente agredido en la habitación
de su hotel de Nairobi por un grupo de hombres armados, y su mujer, violada. ¿Se
trató de un acto de venganza política? ¿Había alguna
relación entre la nueva novela de Ngugi y la agresión? Nadie
sabe la respuesta todavía. El ataque sigue envuelto en un halo de confusión
y especulación. Cualquiera que fuese el motivo de sus agresores, el
atentado contra el autor y su esposa tendrá consecuencias literarias
no previstas: todas las lecturas de Mûgori wa Kagogo estarán condicionadas,
en parte, por lo que se cuenta de aquella terrible noche.

El autor keniano ha señalado que la frontera entre la realidad y la
ficción en el África poscolonial suele ser poco nítida.
En esta obra, ambas colisionan en la creación de una despiadada sátira
política. Los lectores familiarizados con la historia reciente de Kenia,
especialmente con los años de Moi, reconocerán con facilidad
los acontecimientos y los personajes de la novela.

Uno de ellos es el presidente de la ficticia república de Abaruria,
que se presenta ante su gente como Mwathani o "señor y creador
de la humanidad", a pesar de su inefable corrupción y depravación
moral. Al principio de la novela, el presidente destierra a su mujer, confinándola
en una aldea remota por pedirle que deje de acosar a las colegialas. La (ex)
primera dama está recluida en una habitación donde el tiempo
se ha parado. Al final de la novela, la mujer se ha convertido en un fantasma.
Otros personajes son los principales ministros, hombres dispuestos a todo para
demostrar su adoración al presidente. A algunos les han operado para
agrandarles los ojos y las orejas y así poder servir al presidente lo
mejor posible.

Para Ngugi, los hechos enmascarados en la ficción también pueden
ser una fuente de humor. La situación más hilarante de su novela
se produce cuando un joven llamado Kamiti (también el nombre de una
prisión keniana) regresa después de acabar sus estudios universitarios
en India. Como no encuentra trabajo, adopta una doble identidad. Por el día
es un estudiante de Filosofía y Religión India con grandes dotes
oratorias; por la noche, se viste con paño burdo y pide limosna para
poder comer. Rápidamente se corre la voz de que Kamiti tiene poderes
mágicos. La gente cree que es Mûrogi wa Kagogo, un personaje legendario
de los kikuyu que tiene el poder de sanar y matar empleando la brujería.
Alrededor de Kamiti se crea una obra de ficción. El joven es, al mismo
tiempo, sanador de enfermedades y señor de la muerte. Al final, el personaje
conoce a Nyawira, miembro de la clandestinidad radical. Los dos trabajan para
transformar las prácticas tradicionales como la brujería y la "magia
hipnótica" en un movimiento político de resistencia contra
la dictadura.

La historia alcanza su clímax cuando varios miles de mujeres "le
enseñan el trasero" al presidente, gesto que, en la tradición
kikuyu, se considera como la más grande de todas las humillaciones. "Las
mujeres", escribe Ngugi, "se colocaron de cara a la multitud y
de espaldas al escenario, se agacharon, y se levantaron las faldas en un solo
movimiento con el trasero mirando al presidente, como si estuvieran a punto
de defecar en el estadio".

Al igual que otros muchos novelistas africanos, Ngugi construye su historia,
en cierta medida, a partir de las reivindicaciones de modernización
del régimen en el poder, que se encuentra en negociaciones con el "Banco
Global" para financiar la construcción del edificio más
alto de África. En sus trabajos anteriores, sobre todo en Pétalos
de sangre y El diablo en la cruz
, Ngugi hizo el mismo hincapié en la
difícil transición de África a la modernidad, en concreto
a través de historias de secularización y de liberación
de los africanos de la irracionalidad de la naturaleza y el subdesarrollo.
El ansia de modernidad vuelve a aparecer en Mûrogi wa Kagogo, pero la
racionalidad moderna y la irracionalidad tradicional ya no se presentan como
posiciones enfrentadas. Al contrario, los conceptos de la brujería y
la magia se utilizan en nombre de la liberación y se ponen al servicio
de la conquista del poder.

Mûrogi wa Kagogo es, posiblemente, la venganza del autor contra el régimen
que le exilió, destruyó su familia y censuró sus obras.
Pero, después de tantos años en el exilio, ¿cómo
han cambiado al autor el tiempo y la distancia? Por lo pronto, la influencia
de otros escritores es ahora claramente visible. En sus mejores momentos escatológicos,
esta novela recuerda a las grandes narraciones latinoamericanas sobre dictaduras
de Miguel Ángel Asturias, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez.
Asimismo, por primera vez, Ngugi parece estar abierto a las culturas y literaturas
del denominado "Sur global", y especialmente de India, el mejor
aliado de Kenia fuera de África. Como las demás novelas de Ngugi
fueron escritas durante la guerra fría, época en que las cuestiones
políticas estaban a menudo enmarcadas por el conflicto entre el Este
y el Oeste, India y el Tercer Mundo solían tener una importancia menor
para sus relatos de identidad global. En el exilio, tras la guerra fría,
el keniano descubrió el nuevo Tercer Mundo en dos de las grandes
ciudades
del mundo, Londres y Nueva York, donde fue concebida y escrita la novela.

Al mismo tiempo, Mûrogi wa Kagogo es una novela de temática conocida
y recurrente en el conjunto de obras del autor, que nos habla concretamente
de una élite política movida por la codicia, la corrupción
y el temor a la democracia. A decir verdad, la novela fue escrita bajo la sombra
de lo que en su momento dio la impresión que sería una dictadura
interminable. Hoy se presenta como un retrato vivo del poscolonialismo y de
la banalidad del mal. En la nueva era de democracia de Kenia, se leerá como
un análisis post mortem de un periodo doloroso de la historia del país.


Simon Gikandi es catedrático de Inglés en la
Universidad de Princeton (Estados Unidos).