La hegemonía estadounidense se ha evaporado, pero el reequilibrio de fuerzas evita un nuevo referente internacional. Más bien conduce a la dependencia mutua y creciente entre las potencias.

 

Como bien dijo el poeta francés Paul Valéry, lo malo de nuestra época es que el futuro no es el que solía ser. El presidente Obama debió de pensar en estas palabras el viernes 18 de diciembre de 2009, cuando entró en la sala en la que iba a reunirse con el primer ministro chino Wen Jiabao durante la cumbre sobre el cambio climático y se encontró a su colega empeñado en hablar del Acuerdo de Copenhague con el presidente de Brasil, el primer ministro de India y el presidente de Suráfrica. Estaba construyéndose un nuevo equilibrio de poder que ponía en tela de juicio las expectativas sobre los modelos de negociación y gobernanza.

La puesta en escena del poder: los dirigentes de los países que se han convertido en los protagonistas de la esfera internacional posan juntos mostrando su importancia en la nueva configuración mundial, aunque EE UU siga siendo la única superpotencia planetaria.

Más en general, interpretar el mundo de hoy a través de las lentes de ayer no es una buena receta para construir el futuro. Y sin embargo, muchas veces, para afrontar una época poco convencional se recurre a una interpretación convencional de la evolución del sistema internacional. Es una discrepancia preocupante, porque percepción es actitud. En otras palabras, existe una estrecha relación entre la interpretación de los cambios y la formulación de las estrategias prácticas para abordarlos. Sobre todo, cuando se adopta la visión a largo plazo que debe inspirar las acciones inmediatas. Desde este punto de vista, la representación del sistema internacional como multipolar, ferozmente competitivo e intrínsecamente inestable parece una sombría profecía autocumplida. Del mismo modo, olvidarse de las realidades cambiantes del poder y aferrarse a una visión normativa puede llevar a interpretaciones ideológicas o falsas ilusiones.

Como alternativa, se puede alegar que está surgiendo un mundo interpolar. La interpolaridad es la multipolaridad en la era de una profunda interdependencia. Este concepto incluye una valoración realista de la situación y una perspectiva innovadora sobre las cosas que están por llegar. Además, la interpolaridad captura una variedad de tendencias que influyen en el sistema internacional, en vez de adoptar un enfoque selectivo que dé más importancia a unas en detrimento de otras.

El mundo ha iniciado la gran transición del breve sistema internacional posterior a la guerra fría a una nueva configuración, sin precedentes, de las relaciones internacionales. Ese cambio está impulsado sobre todo por dos tendencias básicas, la redistribución del poder en el mundo, que lleva a una nueva forma de multipolaridad, y una interdependencia cada vez mayor. Aunque ninguna de esas dimensiones es nueva en sí, lo esencial es que ambas están incrementando su alcance y su velocidad al mismo tiempo. Por consiguiente, lo que va a configurar el futuro sistema internacional no será ninguna de ellas por separado, sino su combinación fluida. La conclusión es que el reto político fundamental es encontrar una nueva síntesis entre el cambio en el equilibrio de poder y la gestión de la interdependencia.

Las pruebas de que la multipolaridad está creciendo son inequívocas. Estados Unidos sigue siendo la única superpotencia de dimensión política y militar verdaderamente mundial, pero su posición hegemónica se ha evaporado en gran parte durante los últimos 10 años. En términos materiales, el poder está cambiando de forma desigual en los distintos ámbitos. Aunque EE UU continúa teniendo la supremacía militar, está previsto que los llamados países BRIC representen más del 40% del crecimiento económico mundial entre 2005 y 2020. Para entonces, tres de las cinco mayores economías del mundo estarán en Asia (China, Japón e India).

Además, no todos los elementos de poder se convierten por igual en influencia política. Tras la dolorosa experiencia de las “guerras entre el pueblo” en Irak y en Afganistán, la “productividad” del poder militar puro con fines políticos ha quedado muy debilitada. Ahora que se prevé que la demanda de petróleo, gas y otros recursos se dispare en cuanto se supere la crisis, la disponibilidad de esas materias es crucial para que los países dotados de recursos energéticos tengan más peso del que les corresponde y diversifiquen sus alianzas. El conocimiento y la innovación siguen siendo cruciales para la prosperidad económica y el atractivo político de cualquier país. China está a punto de convertirse en el segundo Estado por gasto en I+D tras Estados Unidos. La cuestión es qué país será el más preparado para traducir la innovación tecnológica en crecimiento económico, bienestar y movilidad social.

En términos políticos, los cambios en el equilibrio de poder se convierten en un nuevo equilibrio de concepciones del mundo en las que ya coexisten las prioridades liberales, el consenso de Pekín y la democracia soberana. La complejidad resultante del sistema internacional no se presta a que se utilicen como ilustración dicotomías estrictas como las que hay entre las democracias y las autocracias o entre las potencias conservadorasy las revisionistas. Los países se alinean de una forma u otra dependiendo de las cuestiones. Seguramente, una de las distinciones más significativas será la existente entre los países dispuestos a compartir partes de su soberanía para abrir la puerta a una cooperación internacional cargada de contenido y los que no lo estén.

En pocas palabras, tanto si se tiene en cuenta la distribución de los activos materiales como si se piensa en la influencia política de los grandes actores mundiales, el nuevo sistema internacional posee muchas características del multipolar. Pero decir que este nuevo sistema es multipolar es insuficiente, porque eso es poner demasiado énfasis en el poder relativo de los principales países, y no suficiente en el contexto real de su interacción. El problema de la multipolaridad no es que ofrezca un diagnóstico equivocado, sino que sólo ofrece un análisis parcial. Los intereses de las grandes potencias son la principal variable, entre otras, que influye en la evolución del sistema internacional. Sin embargo, sus percepciones y decisiones no nacen sólo de las preocupaciones por el poder relativo.

El cálculo estratégico de las grandes potencias también se ve afectado por el contexto de su interacción, y ese contexto se caracteriza por la circunstancia sin precedentes de la interdependencia existencial. La combinación de la crisis financiera y la económica, la demanda creciente de energía y otras materias primas y la situación de emergencia ambiental definen las perspectivas del desarrollo, la prosperidad e incluso la seguridad de las grandes potencias y la comunidad internacional en general. Todos los países se enfrentan a una nueva generación de retos y peligros relacionados entre sí. Estos retos están por encima de la división entre política interna y deliberaciones internacionales, y desencadenan una serie de consecuencias en distintos sectores, tal como muestran los vínculos entre los usos de la energía, la producción de alimentos, la expansión demográfica, las privaciones y la inestabilidad política. El concepto de interpolaridad capta la complejidad del nuevo contexto porque tiene en cuenta el cambio del equilibrio de poder al tiempo que subraya el hecho de que la seguridad y la prosperidad de las grandes potencias están más relacionadas que nunca.

La interpenetración financiera y económica de los países con déficit y con superávit, sobre todo Estados Unidos y China, no es más que la manifestación más visible de la interdependencia existencial. El comercio y los flujos de inversiones señalan nuevas rutas, en las que las potencias emergentes se convierten en socios económicos importantes para los países en vías de desarrollo y empiezan a interesarse por su estabilidad política. Al mismo tiempo, el cambio climático pone en peligro la forma de vida de cientos de millones de personas, por lo que exacerba las tensiones políticas en regiones y países frágiles y crea un entorno fértil para la difusión de amenazas internacionales como el crimen organizado, el terrorismo y las nuevas enfermedades. Los riesgos asociados a la proliferación de armas de destrucción masiva y al desvío de avances tecnológicos con fines ilegales o agresores representan una amenaza fundamental contra toda la comunidad internacional.

Todo el mundo sabe que no es posible encontrar una solución duradera para estos retos sin la cooperación entre los grandes. Los dirigentes políticos tienen ante sí una agenda mundial positiva, cuyas prioridades son la recuperación coordinada de la crisis económica, la necesidad de abordar el cambio climático, el desarrollo sostenible, la inversión en infraestructuras energéticas, la no proliferación, la seguridad humana y la construcción de la paz.

Imágenes de progreso: Los carteles propagandísticos sobre los logros del Gobierno de la República Popular de China recogen en paneles inmensos numerosas fotografías de grandes obras públicas, proyectos industriales y desfiles militares.

Sin embargo, como destacó Hillary Clinton en el Consejo de Relaciones Exteriores el año pasado, existen graves obstáculos que impiden convertir unos intereses comunes en una acción común. Las pruebas son cada vez más numerosas. Pensemos en el desacuerdo entre los principales contaminantes sobre cómo abordar el cambio climático, compartir la carga económica de las medidas de mitigación y adaptación y vigilar su puesta en práctica. Pensemos en el doloroso –y hasta ahora ineficaz– proceso de búsqueda de consensos para impedir que Irán se nuclearice. Pensemos en el tono cada vez más duro de las relaciones chino-estadounidenses en torno a los temas de la ciberseguridad, las ventas de armas a Taiwan y la entrevista del presidente Obama con el Dalai Lama. Pensemos en la controversia por el tipo de cambio del renminbi, que puede desencadenar guerras comerciales.

Sin embargo, no hay que confundir diferencias con conflicto. Es más, no existe una relación inevitable de causa-efecto entre las dos cosas. Lo importante es que necesitamos acostumbrarnos a lo primero y evitar lo segundo. Como han destacado Fareed Zakaria y otros, vivimos en un entorno internacional relativamente pacífico, sin ninguna gran potencia que esté directamente enfrentada con otra. Salvo algunas excepciones, el problema básico no nace de unos intereses nacionales fundamentalmente opuestos, sino de la (considerable) dificultad de renunciar a unas ganancias individuales inmediatas a cambio de unos beneficios colectivos a largo plazo. La mayoría de los líderes nacionales son conscientes de que es necesaria la cooperación, pero les resulta imposible defenderla con argumentos sólidos en los debates nacionales, cuando se enfrentan a unas opiniones públicas introvertidas y, en algunos países, sentimientos nacionalistas cada vez más intensos.

Por consiguiente, llevar a la práctica la agenda mundial positiva esbozada más arriba representa un reto importante, pero es significativo que nadie proponga seriamente un rumbo de acción alternativo. En relación con cuestiones cruciales, como el cambio climático y la no proliferación, las discrepancias sobre cómo alcanzar un objetivo común son un reto de distinto tipo que la lucha para alcanzar objetivos diferentes e incluso opuestos. Las divergencias parecen tener que ver sobre todo con los medios, más que con los fines. Es una seria complicación para las negociaciones multilaterales, pero no significa necesariamente que tengan que fracasar. El resultado de esos procesos depende en gran medida de la confianza, la visión, las percepciones mutuas y la habilidad política.

Existen pocas dudas de que, con el arraigo de la multipolaridad y la intensificación de la interdependencia, las posibilidades de conflicto y de cooperación van a coexistir. A medida que salten a la palestra nuevas potencias mundiales y regionales, es normal que haya turbulencias. Desde un punto de vista europeo y norteamericano, se puede suponer que las potencias establecidas dejarán de tener el control y de poder imponer sus condiciones, y que otros países no aspirarán necesariamente a emularlas. La cumbre de Copenhague ha sido un duro recordatorio. Pero sería un error creer que es un problema sólo para Occidente, que ve cómo se desvanece su hegemonía. La cuestión de cómo emprender acciones colectivas para afrontar retos comunes es un desafío para todos. Los países emergentes están ascendiendo en un sistema interdependiente que pone límites a todos los actores.

Bajo la perspectiva de la interpolaridad, los intereses estratégicos fundamentales de las grandes potencias las unen más que las separan. Los vínculos entre los problemas, como entre el cambio climático, la energía y el desarrollo, pueden y deben ser vectores de cooperación en vez de obstáculos que la asfixien. El amplio consenso mundial sobre la naturaleza de las dificultades y los riesgos y sobre la necesidad de abordarlos de forma unida ofrece una plataforma razonable para construir la confianza y establecer marcos de gobernanza viables. Un sistema interpolar está basado en los intereses, centrado en los problemas y, hasta cierto punto, orientado a los procesos, puesto que el capital político se invierte en relaciones bilaterales y marcos multilaterales como el G-20 y otras iniciativas regionales nuevas. Lo mismo ocurre con la política exterior de la mayoría de las potencias en medio de la gran transición. El verdadero liderazgo en un mundo interpolar consiste en crear el apoyo político interno para una agenda exterior audaz, concebir soluciones para la cooperación internacional y sustituir las narraciones pasadas de moda por una visión que abarque tanto los cambios de poder como la profunda interdependencia.

 

 

¿Algo más?
El autor ha dado cuerpo a la cuestión del mundo interpolar en ‘The interpolar world: a new scenario’ (EUISS, Occasional Paper 79, 2009).

Importantes estudios vislumbran las tendencias del sistema internacional en el futuro a largo plazo, entre los que destacan ‘Global Trends 2025: A Transformed World’ (US National Intelligence Council, 2008) y ‘The New Global Puzzle. What World for the EU in 2025’ (EUISS, 2006).

Numerosos artículos y libros recientes aportan reflexiones interesantes sobre la cambiante balanza de poder, influencia e ideas mientras EE UU entra en un declive relativo, entre otros: The Post-American World( Allen Lane, 2008) de Fareed Zakaria y El segundo mundo: Imperios e influencias en el nuevo orden mundial (Paidós, 2008) de Parag Khanna. Sin olvidar el artículo de Zakaria en la revista Newsweek del 21 de diciembre de 2009: ‘The Secrets of Stability’.

Los desafíos inevitables de la interdependencia son reseñados de manera vívida en Economía para un planeta abarrotado (Debate, 2008) de Jeffrey Sachs. Un abanico de propuestas para reformar y promover la cooperación internacional han sido impulsados además por Anne Marie Slaughter en A New World Order (Princeton University Press, 2004); y Bruce Jones, Carlos Pascual y Stephen J. Stedman en Power and Responsibility(The Brookings Institution, 2009).