Los frentes yihadistas involucrados en la lucha en Siria han declarado la guerra a Hezbolá en una estrategia que pretende afianzar sus redes y abrir un nuevo escenario de conflicto.

Agentes de policía libaneses trabajan cerca del retrato del líder de Hezbolá, Hasan Nasralá, tras  una explosión en el distrito Bir Hassan de Beirut, Líbano, en febrero de 2014. AFP/Getty Images

Insistir en el contagio de la violencia siria a Líbano es, a estas alturas, una bagatela. El país del cedro vive ya su propia crisis, con Hezbolá como protagonista. Los frentes yihadistas sirios, Jabhat al Nusra (brazo de Al Qaeda en el país) y el Estado Islámico de Irak y el Levante (ISI-S o daesh, en siglas en inglés y árabe, una escisión de Al Qaeda tras el rechazo proclamado por el líder de la red, Ayman al Zawahiri), han declarado la guerra al partido-milicia chií libanés como represalia por su participación en Siria, al menos en la forma. El fondo se antoja más turbio.

La creciente sectarización del conflicto en el país vecino, donde Hezbolá juega un papel destacado dentro del bando de las fuerzas leales al régimen de Bashar al Assad, han reabierto viejas heridas y exacerbado la violencia con la reactivación de células yihadistas libanesas vinculadas a Al Qaeda y la presencia en Líbano de las nuevas franquicias radicales sirias. Solo en lo que va de año, hasta siete atentados con coche bomba perpetrados contra la guerrilla aliada de Damasco y Teherán han dejado más de medio centenar de muertos en distintos puntos bajo control de la milicia: desde su feudo de Dahiyeh, los suburbios al sur de Beirut, hasta Hermel, bastión chií en el valle oriental de la Bekaa, en la frontera con Siria.
La alarma saltó definitivamente con el arranque del nuevo año. El 2 de enero, ISI-S se adjudicaba la autoría de un atentado que dejó más de 20 muertos en uno de los vecindarios más populares de Dahiyeh. “Hemos sido capaces de abrir una brecha en la frontera e infiltrarnos en el sistema de seguridad del partido de Satán [Hezbolá en la jerga yihadista] en Líbano y atacar el corazón de su feudo”, rezaba el anuncio, que también aludía al “primer capítulo de una fuerte rendición de cuentas”.

Se había abierto la veda. Desde entonces, Jabhat al Nusra en Líbano se ha adjudicado tres de los siete atentados suicidas perpetrados en 2014 contra Hezbolá. El frente ha hecho varios llamamientos “a toda la comunidad suní en todas las regiones libanesas a unirse y combatir al partido del diablo”, exacerbando el sectarismo en respuesta “a las masacres cometidas […] contra niños en Siria y Arsal (localidad fronteriza de mayoría suní en la Bekaa donde se han sucedido varios ataques atribuidos al régimen sirio y Hezbolá)”.

Pero, ¿es la ofensiva terrorista una mera extensión del conflicto sirio en Líbano? Más que una guerra de proximidad parece tratarse de una guerra de oportunidad. “Ninguno de los grupos (ISI-S y Nusra) ha tenido una larga presencia pública en Líbano, pese a que presumiblemente han tenido algún tipo de red clandestina desde su creación”, señala Aaron Lund, editor del sitio web Siria en Crisis del Instituto Carnegie, “el más amplio movimiento yihadista del que surgieron [Al Qaeda] ha tenido células dispersas por todo Líbano y sus campos de refugiados palestinos desde mucho antes del comienzo de la guerra en Siria. Algunas de esas células y redes secretas parecen haber sido absorbidas ahora por Jabhat al Nusra y el ISI-S, mientras otras permanecen independientes”.

Es el caso de las Brigadas de Abdulá Azzam, grupo libanés vinculado a Al Qaeda con una fuerte presencia en campos como el de Ain el Helweh, en Sidón. Si la reciente irrupción ISI-S y Nusra en el escenario de tensión que ya venía viviendo Líbano desde el verano, tras la victoria del Ejército sirio y Hezbolá en Qusayr, consagra el país de los cedros como arena de combate de los frentes sirios, el doble atentado suicida contra la Embajada iraní en Beirut en noviembre de 2013, reivindicado por el grupo libanés, marcaba el verdadero punto de inflexión.

El comunicado difundido a través de Twitter no dejaba lugar a dudas: “Esta acción pretende ejercer presión sobre Hezbolá para que se retire de Siria”. Hasta ese momento, la sucesión de rifirrafes entre rebeldes y milicianos de Hezbolá en localizaciones de la frontera, los ataques protagonizados por los dos bandos al otro lado contra villas libanesas y los estallidos de violencia sectaria azuzados por líderes salafistas en Trípoli o Sidón, daban fe de los daños colaterales derivados de la presencia de la milicia en Siria, anunciada abiertamente por su líder espiritual, Hasan Nasralá, en abril del pasado año. Salvo un par de amenazas poco realistas proferidas por el mando del Ejército Libre Sirio, no se había producido hasta entonces ninguna declaración oficial que aludiese directamente a una venganza contra la milicia.

Tal atribución por parte del grupo libanés y el enarbolamiento de la causa siria (exigiendo la retirada de Hezbolá) pintan más oportunismo que verdadera intención, aprovechando la visibilidad de Al Qaeda en el país vecino para adquirir un nuevo protagonismo en Líbano. Por una parte, proclamar una brecha en la seguridad del todopoderoso Hezbolá supone un mérito; por otra, la lucha contra Hezbolá y su patrón, Irán, legitima la violencia como parte del escenario bélico, es decir, mientras Hezbolá siga luchando en Siria, la guerra contra la milicia en Líbano está justificada.

Bajo una óptica más amplia, esa relación causal parece difuminarse en un enfrentamiento no ya revanchista, sino que busca afianzar las redes yihadistas en Líbano. Un ejemplo es, precisamente, la asunción del liderazgo de la marca libanesa de Jabhat al Nusra por Osama al Shehabi, anteriormente vinculado a Fatah al Islam (grupo responsable de la batalla de Nahr el Bared, al norte de Trípoli, en 2007). En el caso de ISI-S, es muy posible que la intención tras el atentado a principios de este año fuese, más que golpear a Hezbolá, iniciar una campaña de propaganda para atraer adeptos en un momento sensible, conforme crece el rechazo ante su brutalidad y tras haber sido apartado por Al Zawahiri. La acción obtuvo resultado, con la proclamación de lealtad por parte de Abu Sayyaf al Ansari, líder extremista radicado en Bab el Tabaneh, en la norteña ciudad de Trípoli. Su discurso, difundido en vídeo, ofrecía a Abu Baker al Baghdadi “regenerar sus células en Líbano para continuar la senda de la yihad”.

Igual destino seguía la milicia de los Suníes Libres de Baalbek, autora del último atentado en Nabi Osthman en el que murieron presuntamente dos milicianos de Hezbolá y otros dos civiles. El grupo, que anteriormente había llegado a atribuirse el asesinato, en diciembre de 2013, de Hasan al Laquis, jefe del ala militar de Hezbolá, ha anunciado finalmente su adhesión al ISI-S. Y eso días después de lanzar una amenaza de “ataques yihadistas” contra el propio Ejército libanés y el ex ministro de Interior, señalados de estar “a sueldo” de Hezbolá.

La perspectiva que se abre no es tanto la extensión de la guerra siria (cuyo germen fue el alzamiento contra el régimen baazista) a Líbano, sino la de una ofensiva con objetivos e intereses particulares: desde asegurar las rutas de abastecimiento transfronterizas a avivar la tensión sectaria en un país profundamente dividido y mantener a Hezbolá ocupado en casa.

De momento, la cruzada contra la milicia libanesa chií se ha convertido en la profecía autocumplida por la que Hezbolá justifica la lucha en Siria y ha dado alas al ideario de la guerrilla. “No repetiré […] la razón por la que seguimos [en Siria]”, insistió Nasralá en su último discurso, “solo era cuestión de tiempo que [los terroristas] llegasen a Líbano”. Tal ha sido la pirueta que, en un alarde absoluto de delirio, el Gobierno sirio, enfrascado en tres años de guerra con más de 130.000 muertos a sus espaldas, ha llegado a ofrecer su ayuda al recién estrenado Gobierno libanés para combatir el terrorismo: “El Ministerio [de Interior sirio] está preparado para cooperar con el Ministerio de Interior libanés en materia antiterrorista, persiguiendo a los terroristas e interceptando los medios criminales, cuyo objetivo es socavar la estabilidad de Líbano y Siria”.