El sida no diferencia religiones o ciudadanías. Sin embargo,
los dirigentes de los países musulmanes niegan que la pandemia sea una
amenaza para ellos. Mientras miraban para otro lado, el VIH penetraba sigilosamente
en las poblaciones más vulnerables de las regiones más inestables
del mundo. Ahora deben reconocerlo, pues se arriesgan a perder a su comunidad
de creyentes.

Era una fría noche de diciembre en la ciudad de Kerman, en el sur
de Irán. Las estrellas brillaban mientras un hombre acababa con la vida
de su hijo. Blandiendo un hacha, el enfurecido padre hacía pedazos al
joven por haber traído la vergüenza a la familia. ¿Cuál
había sido su delito? Contraer el VIH, el virus causante del sida. En
un país donde hay zonas en las que casi un 60% de los seropositivos
se quitan la vida en el primer año tras el diagnóstico, ese muchacho
de 23 años tenía pocas posibilidades de ser aceptado, ni tan
siquiera por sus seres queridos. Esta trágica historia sólo es
una más de las muchas que se cuentan a medida que esa temible enfermedad
se extiende por los inmensos dominios del islam, desde Marruecos hasta Filipinas.
En un futuro inmediato, la pandemia se cobrará un gran número
de vidas en diversas poblaciones vulnerables con unos sistemas de gobierno
inestables; lugares que difícilmente podrán enfrentarse a las
fuertes tensiones sociales y cargas económicas que puede provocar el
sida.

Oficialmente, el Programa de Naciones Unidas sobre el VIH/sida (Onusida) calcula
que ya hay casi un millón de personas con el virus en África
del Norte, Oriente Medio y el Asia predominantemente musulmana. A finales de
2003, el número de infectados alcanzaba las 420.000 personas en Mali,
180.000 en Indonesia, 150.000 en Pakistán y 61.000 en Irán. Sin
embargo, estas cifras están claramente subestimadas, ya que proceden
del seguimiento de enfermos, por lo que la falta de información puede
confundirse con ausencia de infección. El organismo no tiene cifras
de seropositivos para Afganistán, Turquía y Somalia, todos ellos
con amplias poblaciones de riesgo. Y, lo que es aún peor, realiza las
evaluaciones a través de consultas a los gobiernos locales, y con este
método los políticos que no desean destinar recursos a los programas
de lucha contra el sida (ni disuadir a los inversores extranjeros) minimizan
su alcance o incluso se niegan a admitir su presencia. Aunque la plaga parece
estar menos extendida entre los musulmanes, en comparación con la tragedia
del sur de África, las cifras de prevalencia se oponen llamativamente
a los números oficiales que sugieren que la enfermedad no existe.

El mundo musulmán puede sacar instructivas lecciones de la diferencia
entre las respuestas de Tailandia y Suráfrica. A principios de los 90,
ambas tenían unos índices oficiales de prevalencia de entre el
2% y el 3%. Bangkok puso en marcha una agresiva campaña contra el VIH
que llegó a todos los sectores de la sociedad, desde las escuelas hasta
los burdeles, y los principales dirigentes políticos incluyeron mensajes
sobre la prevención en casi todas sus intervenciones públicas.
Como resultado, la incidencia del sida se mantuvo baja durante los 90. En comparación,
el país africano apenas hizo nada hasta el comienzo del milenio, y ahora
tiene ante sí la pesadilla de controlar una epidemia que infecta a casi
la cuarta parte de su población adulta. El mundo musulmán debe
decidir cuál de los dos caminos va a seguir.

Escondidos: los musulmanes afectados por el sida, como este indonesio,
Escondidos: los musulmanes afectados por el sida, como
este indonesio,
suelen ser marginados por la sociedad.

ESO AQUÍ NO PASA
Los primeros casos de VIH fueron registrados oficialmente en Bahrein, Qatar
o Irán, entre otros Estados musulmanes, a mediados de los 80. A pesar
de haber identificado la enfermedad desde muy pronto, son numerosos los países
que aún no han puesto en marcha tratamientos o programas de educación
en salud pública para prevenir su difusión. Una de las principales
razones para ello es la de suponer que las relaciones sexuales prematrimoniales,
el adulterio, la prostitución, la homosexualidad o el consumo de drogas
intravenosas no existen en el mundo islámico o que son tan infrecuentes
que el riesgo social es escaso.

El Consejo de los Ulemas de Indonesia, por ejemplo, pidió en 1995 que
sólo se vendieran preservativos a parejas casadas y con prescripción
médica. Se consideraba que la firmeza en la fe evitaría la práctica
del sexo fuera del matrimonio. Y la comunidad internacional de profesionales
de la salud pública no sólo parece haber aceptado las presunciones
que subyacen en este tipo de argumentos, sino que en algunas ocasiones, las
ha asumido. En febrero de 2005, un funcionario del Programa Nacional para el
Control del Sida de Pakistán afirmó que los índices de
infección eran en ese país menores que en otros gracias, en gran
medida, a los "mejores valores sociales e islámicos".

Desafortunadamente, la cultura y creencias musulmanas no bastan para inmunizar
a las poblaciones contra la expansión del sida, como demuestra la trayectoria
del virus en las regiones predominantemente musulmanas del África subsahariana.
En Nigeria, entre el 6% y el 10% de los adultos son seropositivos, y en Etiopía,
entre el 10% y el 18%. Ambos son países en los que más de la
mitad de la población practica alguna forma de islam.

Una de las razones para
la inactividad ha sido asumir que el sexo antes del matrimonio, la prostitución,
la homosexualidad y el consumo de drogas intravenosas no se dan en el
mundo musulmán

Aunque la epidemia en el África musulmana debería haber hecho
saltar la alarma en otras comunidades de esa religión, pocas son las
autoridades al norte del Sáhara que parecen haberla oído. A pesar
de la diversidad en el seno del mundo islámico, que cuenta con más
de mil millones de habitantes -desde Albania y Turquía en Europa
hasta Malaisia e Indonesia en el sureste asiático, pasando por el norte
de África y el golfo Pérsico-, hay ciertos rasgos comunes
que han congelado los intentos de luchar contra la enfermedad en las áreas
musulmanas. Uno es que, hasta la fecha, muchas de esas naciones no han establecido
la separación entre Estado y religión, y, para ellos, el Corán
es también fuente de derecho, guía sobre el arte de gobernar
y árbitro del comportamiento social. Puede que esa confianza en el libro
sagrado ayude a sus dirigentes a pensar en un ideal de sociedad humana (en
el que los índices de consumo de drogas, prostitución y otras
prácticas de riesgo sean bajos), pero también suele impedirles
proporcionar la asistencia necesaria para hacer frente a los problemas reales.

Otro factor común que contribuye a la lentitud con la que se responde
al VIH/sida es la relativa ausencia de sistemas democráticos con arraigo
o funcionales en muchos de esos países, cuyos ciudadanos no esperan
que sus gobiernos les suministren servicios sociales para mitigar el impacto
de la epidemia. Ambas tendencias han supuesto un elevado coste en tiempo en
esta lucha.

ENFRENTARSE AL TABÚ
Aunque la mayoría de los dirigentes musulmanes ha hecho poco para controlar
el sida, aparte de deportar a los extranjeros que consideran culpables del
contagio, un puñado ha reconocido la existencia de la epidemia en sus
países y trabaja activamente en la búsqueda de vías para
controlar su extensión. Uno de los gobiernos que parece estar respondiendo
a este problema cada vez más grave es, sorprendentemente, un miembro
del eje del mal: Irán. Aunque el estigma social asociado a la enfermedad
sigue siendo muy riguroso (hasta 2001 un trabajador podía ser despedido
por ser seropositivo y todavía en 2002 los médicos y hospitales
podían negarse a tratar a este tipo de pacientes), las recientes acciones
del Gobierno dibujan un escenario más prometedor. Mohamed Jatamí,
hasta hace poco presidente, y su equipo se mostraron muy abiertos sobre la
extensión de la enfermedad y la urgente necesidad de controlarla. Hoy
es habitual la información sobre el VIH entre los contenidos educativos
sobre la salud de muchas de sus escuelas públicas y también se
dan charlas sobre prevención a las parejas que van a casarse. Aunque
pueda resultar sorprendente, dada la fama de estricto y conservador del régimen
iraní, en las zonas de Teherán en las que es mayor el consumo
de drogas se han puesto en marcha programas de intercambio de jeringuillas,
las cuales se venden ya en muchas farmacias de todo el país. Esperemos
que el nuevo Gobierno mantenga este trabajo.

Aun así, la difusión de la enfermedad entre las prostitutas
y sus clientes sigue siendo un reto para Irán, cuyos funcionarios públicos
ni siquiera conocen con certeza el número de trabajadoras del sexo que
hay. Las distintas proyecciones oscilan entre 30.000 y 300.000. El establecimiento
de programas de asistencia social y la divulgación de comportamientos
alternativos y más seguros entre las mujeres y niñas pobres o
en situaciones difíciles podrían reducir el número de
prostitutas y los niveles de transmisión en el seno de este colectivo.
Asimismo, contribuirían a evitar la difusión del sida en el conjunto
de la sociedad.

Sexo, drogas y sida: (de izquierda a derecha) un grupo de travestis se prepara para un espectáculo; una ex prostituta consolida su
Sexo, drogas y sida: (de
izquierda a derecha) un grupo de travestis se prepara para un espectáculo;
una ex prostituta consolida su fe en una mezquita indonesia; un toxicómano
lucha por superar su adicción en un centro de rehabilitación
cerca de Yakarta (Indonesia).

Hay otro país musulmán que ha experimentado notables avances
en la educación sobre el VIH, en los esfuerzos de prevención
en las redes gays y bisexuales y en los circuitos comerciales del sexo. En
Bangladesh, recientes estudios han mostrado lo escasos que son los conocimientos
sobre el virus y su transmisión entre los trabajadores de ese sector,
tanto hombres como mujeres, por lo que se están esforzando en incrementar
el uso del preservativo. Desde 1997, la Sociedad Bandhu para el Bienestar Social
ha ofrecido actividades para la promoción de comportamientos más
seguros a 76.000 hombres, tanto homosexuales como bisexuales. Hay funcionarios
que esperan convertir en programa nacional esta ONG, que ofrece educación
y prevención del sida y las enfermedades de transmisión sexual
(ETS) en seis ciudades. Bangladesh también ha probado, con éxito,
programas de concienciación en el centro social y religioso de las comunidades:
la mezquita. Puesto que los imanes desempeñan un importante papel en
la formación de los valores, parece algo natural prepararles para que
eduquen a la población en el peligro que supone el VIH. Con ayuda de
entidades nacionales como la Fundación Islámica, la Misión
Médica Islámica y el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas
(PNUD), se está formando a miles de líderes religiosos (entre
ellos, algunas mujeres) para difundir mensajes educativos y de prevención.

Lamentablemente, los esfuerzos realizados por Irán y Bangladesh van
muy por delante de los de otros Estados musulmanes. Apenas hay datos de seguimiento
del sida en países con significativas poblaciones de alto riesgo -por
ejemplo, los consumidores de drogas intravenosas-, como es el caso de
Afganistán o Irak. Arabia Saudí y otras naciones del golfo Pérsico
sólo recientemente han empezado a reconocer la existencia de un foco
de infección local, pequeño pero persistente, tras décadas
de culpar a los extranjeros de la enfermedad.

PROTEGER A LOS FIELES
Un vistazo a las últimas estadísticas de Onusida para los países
musulmanes deja ver la falta de información: un puñado de casos
por allí, columnas en blanco por allá. Pero esas páginas
vacías no pueden enmascarar el número de vidas que el sida se
cobra y se cobrará en el mundo islámico. Si esas sociedades quieren
responder eficazmente a las epidemias de VIH que se les avecinan deben empezar
por poner en pie agresivos programas de control del sida. También son
necesarios amplios cambios legislativos y sociales. Siguiendo el ejemplo de
Irán, los regímenes conservadores y fundamentalistas deben aprovechar
la piedad religiosa para enfrentarse a esta urgente necesidad. Además
de enseñar comportamientos más seguros a los grupos de riesgo,
se pueden diseñar mensajes que expliquen que es posible ser un buen
musulmán y preocuparse por los afectados. En Egipto, los consejeros
de una línea de atención telefónica animan a quienes llaman
a aceptar a sus conocidos y familiares enfermos haciéndoles recordar
las relaciones que compartieron antes del diagnóstico. Al poner el énfasis
en las semejanzas entre los infectados y los no infectados, estimulan una mayor
aceptación social de la enfermedad.

En el mundo islámico, como en todas las culturas, la lucha contra la
epidemia es, en parte, cosa de mujeres. Las musulmanas deben negarse a ser
infectadas y morir en silencio. Han de sumarse a la lucha en todos los niveles
de la sociedad. Las casadas con emigrantes deben exigir a sus maridos que no
tengan relaciones extramatrimoniales, o que usen preservativos si lo hacen.

La educación y los esfuerzos por controlar la infección también
podrían formar parte del azaque, o donativo ritual, que anualmente debe
entregar cada musulmán. En los países que usan impuestos como
parte de su limosna obligatoria se podría emplear parte de esas contribuciones
para crear programas de sensibilización y tratamiento. La ayuda a las
sociedades musulmanas para que afronten este problema podría convertirse
en una vía para una implicación positiva de potencias como EE
UU en regiones en las que es susceptible de mejorar su imagen. La acción
contra el sida en el mundo musulmán debe planificarse y llevarse a cabo
urgentemente, tanto en el ámbito nacional como en el internacional.
Si no, el sida seguirá difundiéndose por sus países -destrozando
las familias y aumentando la pobreza- hasta acabar con su tejido social.
Deben reconocer que los males sociales contemporáneos también
les incumben, y mucho, así como que las modernas medidas científicas
y de salud pública pueden ayudarles a dominar la enfermedad. Y en Occidente
debe respetarse el hecho fundamental de que los Estados socialmente conservadores
no van a acceder necesariamente al conjunto de eso que aquí se llama
modernidad, aunque puedan adaptarse a algunos de sus aspectos.

Los países islámicos están en una encrucijada. Pueden
elegir entre actuar lentamente y sólo poner en pie programas de educación
y prevención superficiales, o enfrentarse a este virus letal que amenaza
a su comunidad de creyentes. Tras unos comienzos vacilantes, conviene utilizar
el enorme poder de los líderes religiosos nacionales para educar a la
población. Y, lo que es más importante, esos Estados deben llegar
hasta sus sectores más vulnerables, con mayor riesgo. Si no lo hacen,
el sida se cobrará aún más vidas de fieles.

¿Algo más?
Nicholas Eberstadt y Laura Kelley han publicado
numerosos artículos sobre el futuro del sida, en particular,
en los países en desarrollo. Eberstadt analizó la
difusión de la pandemia en Rusia, China e India en ‘The
Future of AIDS’ (Foreign Affairs, noviembre/ diciembre 2002),
y Kelley es la autora principal de The Next
Wave of HIV/AIDS: Nigeria, Ethiopia, Russia, India and China
(Consejo de Inteligencia Nacional,
Washington, 2002). Una visión general de los estragos causados
por el VIH y el sida en distintas partes del mundo musulmán
se puede obtener en ‘HIV/AIDS in the Middle East and North
Africa: A Primer’ (Middle East Report, invierno 2004), de
Sandy Sufian, y en HIV/AIDS in the Middle
East and North Africa: the Costs of Inaction
(Banco Mundial, Washington, 2003), de Carol
Jenkins y David Robalino.Aunque las estadísticas para muchos países musulmanes
están incompletas o son inexactas, hay diversas fuentes
que ofrecen datos fiables de carácter general. Véanse,
por ejemplo, las páginas web de Onusida (www.unaids.org),
del Fondo Global para la Lucha contra el Sida, la Tuberculosis
y la Malaria (www.theglobalfund.org/es/),
o de HIV InSite (www.hivinsite.ucsf.edu),
de la Facultad de Medicina de la Universidad de California, que
ofrece un informe muy completo sobre Oriente Medio y el norte
de África. Tina Rosenberg rebate gran parte de las creencias
más extendidas sobre la pandemia del sida en ‘Depende:
sida’ (FP EDICIÓN ESPAÑOLA, abril/mayo 2005). 

 

Laura Kelley es la autora principal del estudio realizado en 2002 por el Consejo de Inteligencia Nacional
de EE UU titulado The Next Wave of HIV/AIDS: Nigeria, Ethiopia, Russia, India
and China.

Nicholas Eberstadt ocupa
la cátedra Henry Wendt de política económica en el American Enterprise Institute,
de Washington; es asesor del think tank estadounidense Nacional Bureau for Asian
Research y está trabajando en un libro sobre el impacto global de la
pandemia del sida.