Una mujer reza en el cementerio de Potocari cerca de Srebrenica (Matej Divizna/Getty Images)
Una mujer reza en el cementerio de Potocari cerca de Srebrenica (Matej Divizna/Getty Images)

20 años después, la inmensa mayoría de los serbios no se enorgullece de lo que ocurrió en Srebrenica, pero ¿cuántas naciones europeas siguen exculpándose o minimizando sus atrocidades, dirimiendo cuitas históricas, colaboracionismos, ocultando sus huellas vergonzosas en el pasado, ignorando a sus propias víctimas?

“Maten a un serbio, nosotros mataremos a 100 musulmanes”. Eran los años 90 y el actual primer ministro serbio, Aleksandar Vučić, era un buen soldado del Partido Radical Serbio. Estaba a las órdenes del imputado por crímenes de guerra, Vojislav Šešelj, y del actual presidente serbio, Tomislav Nikolić. Con ellos se paseaba en un Toyota con un casco militar y una calavera en el capó del vehículo por los alrededores del Sarajevo asediado. De eso han pasado más de 20 años. Este sábado acudió a Potočari, a mostrar sus respetos a las víctimas del genocidio de Srebrenica, en la conmemoración de la matanza de más de 8.000 varones bosníacos a manos del Ejército de la República Srpksa. Fue una muestra de acercamiento sin parangón, que hace un gran bien, pero que no pocos han calificado de hipócrita. Desde luego, tiene mayor simbolismo que la visita a Srebrenica del ex presidente serbio Boris Tadić en 2005 y 2010.

Se pueden sacar varias enseñanzas al respecto: primero, la volatilidad de las opiniones de la clase política, cuando de lo que se trata es de utilizar el nacionalismo para obtener réditos políticos y, segundo, que la violencia conduce a más violencia, en especial en este contexto, porque los nacionalismos no se entienden los unos sin los otros. Pese al agradecimiento de las Madres de Srebrenica por el gesto, el político serbio sería despedido literalmente a pedradas, solo salvado de ser linchado por su propio servicio de seguridad. Mientras, una pancarta con la frase susodicha se extendía a lo largo del paseillo que no pudieron o no quisieron impedir los organizadores bosníacos. La atención se desvió de lo importante: el pésame a las víctimas. Todavía se siguen identificando víctimas y todavía se las sigue enterrando.

Las estadísticas anunciadas por la agencia Faktor Plus el pasado mes de junio son bastante reveladoras. El 64% de la ciudadanía serbia estaba a favor de que su primer ministro fuera a la conmemoración. El 70% de la población considera que no hubo un genocidio en Srebrenica. El 54% sostiene que hubo una masacre, pero el 28% opina que no la hubo. El 18% no tiene opinión al respecto. El primer ministro actuó en consecuencia: acudió al memorial pero días antes se había negado a dar su apoyo a la propuesta de resolución de Reino Unido, que definía lo acaecido en Srebrenica como un "genocidio". Así lo había sentenciado el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY) en 2004. Esta propuesta sería vetada, en cualquier caso, por Rusia ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

¿De dónde proceden esas resistencias de los serbios a reconocer el genocidio de Srebrenica? Un cóctel de muchos argumentos: era una guerra; el reconocimiento de la independencia bosnia fue un error; no hubo tantas víctimas; sólo fueron asesinados varones; Slobodan Milošević y Ratko Mladić habían roto relaciones desde el año 93; no fue un genocidio, sino una matanza improvisada; Belgrado no ordenó la masacre; Naser Orić y los suyos utilizaron la zona protegida para matar a los serbios de los alrededores; el Gobierno bosníaco abandonó el enclave a su suerte o Reino Unido y EE UU sacrificaron el enclave para lograr los acuerdos de paz.

 

Sin embargo, hay otras razones que subyacen y que se han integrado en el imaginario local de una manera más profunda:

No reconocimiento. El régimen de Tito después de la Segunda Guerra Mundial decidió, si no ocultar, sí ignorar el trauma nacional generado por la muerte de más de 200.000 serbios causado por el genocidio perpetrado por los ustaše (movimiento croata ultranacionalista, fascista y colaboracionistas de los nazis). Mientras la proporción de muertes durante la Segunda Guerra Mundial fue de 1/15 en Alemania, 1/77 en Francia y 1/125 en Gran Bretaña, en Yugoslavia fue de 1/8. En su mayoría eran serbios. Aunque Tito sí acudió a los memoriales partisanos (guerrilleros, en su mayoría serbios, que lucharon contra los nazis), nunca lo hizo al campo de concentración de Jasenovac (el mayor campo de exterminio establecido por los ustaše en territorio croata). En muchas familias permanece la sensación de que tanto el régimen yugoslavo como las guerras de los 90 silenciaron la gravedad de lo ocurrido.

Comparaciones odiosas. Cualquier comparación con otros genocidios donde han muerto asesinados cientos de miles o millones de personas, implica otorgarle una gravedad a Srebrenica que no se ajusta a la dimensión real de lo ocurrido en Bosnia.

Operación Tormenta. La Operación Tormenta (acción militar llevada a cabo por el Ejército croata desde 1995 contra la población serbia que habitaba en Croacia, con el fin de expulsarlos de dicho territorio) generó en torno a 250.000 desplazados, la cifra aumenta a medio millón si se incluyen los serbios de todo el territorio yugoslavo que en apenas cinco años huyeron a Yugoslavia/Serbia. No es difícil deducir de dónde salió un caudal tan numeroso de votos nacionalistas, como, indirectamente, de dónde viene la incomprensión de una parte de la sociedad hacia las víctimas de otras nacionalidades.

Baile de cifras. Desde los medios de comunicación se inflaron las víctimas de las guerras de secesión de Yugoslavia, muchas veces para sólo acusar a los serbios, cuando las cifras totales de muertos, incluidas las personas de origen serbio, pese a su gravedad indiscutible, no superaron las 120.000. Muy por debajo de los 2 millones que se llegaron a establecer en alguna ocasión.

Autoridad moral. El hecho de que Reino Unido intentara aprobar esa resolución como genocidio con su expediente histórico, como imperio colonial y como potencia militar, no ha pasado desapercibido para gran parte de la sociedad serbia.

Belgrado pese a todo. La mayoría de los serbios no se siente responsable de lo que ocurrió en la guerra. La distancia psicológica de un serbio de Belgrado —donde se concentra más del 70% de la actividad económica y cultural—, según para qué cosas, respecto a sus compatriotas étnicos en otras repúblicas es más lejana de lo que se suele pensar. De Belgrado a Sarajevo hay unos 300 km., sin embargo, el viaje dura más de 6 horas.

Marca Srebrenica. Srebrenica fue utilizado para justificar los bombardeos de la OTAN a Yugoslavia en 1999, pero también para justificar las campañas militares en Afganistán, Libia, Irak o Siria desde las columnas de los periódicos y desde las diferentes emisiones televisivas occidentales. Los serbios han sido testigos de esa exposición mediática y reconocer el genocidio como precedente implica asentar Srebrenica como lugar común.

Victimismo. Se ha convertido en una forma de relacionarse entre los pueblos de la región, como también hacia las potencias internacionales. Cualquier muestra de autoinculpación ha terminado por representar una concesión al vecino, como también una muestra de debilidad que incluso la propia sociedad castiga.

El final de Yugoslavia trajo consigo varias crisis y una de ellas es la moral. El contexto es el más inadecuado, por la propia construcción nacional, que ha creado democracias étnicas cohesionadas por el pensamiento acrítico y la adhesión identitaria. Y en esa deriva, el serbio medio querría que lo dejarán tranquilo, descreído de las buenas intenciones que rodean el reconocimiento de las víctimas, en el lugar que sea. En general, están cansados de estar en los focos por causas negativas, y sin poder defenderse. Queda en los libros de historia cuando el actual vicepresidente estadounidense, Joseph Biden, declaró en 1993: “Los serbios son unos analfabetos, unos degenerados, unos asesinos de niños, unos carniceros y unos agresores”. Cambien "serbios" por su propia nacionalidad y echen su bilis a pasear.

Si les interesa mi opinión, ojalá los serbios reconocieran el genocidio: por humanidad, para neutralizar los revisionismos, para pasar página, porque de este reconocimiento vendrían otros, por no restarle un ápice de gravedad a lo ocurrido, sabedores, además, de que la inmensa mayoría de las víctimas durante la guerra en Bosnia fueron bosníacas. No sólo por Srebrenica, sino también por Višegrad, Prijedor, Zvornik, Foča, Bijelina… hasta llegar a una cifra que según estudios independientes supera las 60.000 personas, de las algo más de 100.000 víctimas totales durante la guerra en Bosnia —que muchos bosníacos interpretan como una agresión y no como una guerra—. Dos décadas después, la República Srpska representa, para una parte de la sociedad bosnia, un territorio legitimado por la limpieza étnica y, para otra, un refugio frente a la hegemonía musulmana en el país.

No se trata de legalidad internacional —Serbia fue eximida de genocidio por la Corte Internacional de Justicia—, vulnerada en tantas ocasiones por los intereses de las grandes potencias, si no de un acto de reconocimiento hacia las víctimas, utilizadas hasta el paroxismo por todos los bandos. Se trata de ser compasivos o autocríticos como nadie lo ha sido antes en la región. Bien porque se sumaron o justificaron los abusos del Ejército de la República Srpska, bien porque apoyaron la limpieza étnica perpetrada por Slobodan Milošević o, porque, simplemente, miraron a otro lado cuando supieron que se cometían barbaridades bajo su bandera. Pero también; que tiren la primera piedra aquellos que, estando en la piel de muchos serbios, hubieran obrado de otra manera, atenazados por el miedo, sumidos en incertidumbres económicas, desinformados por la propaganda, alejados del frente o sufriéndolo en sus propias carnes. Hablamos de sociedades donde la disidencia, para colmo, rara vez obtuvo reconocimiento alguno y, menos, cuando el mundo se reduce en unos meses a patriotas y traidores.

Igualmente, ojalá el memorial a las víctimas bosníacas en Potočari no sirva para crear barreras étnicas entre los bosníacos y los serbios, como un arma arrojadiza que se utiliza en un bucle incesante, dinamitando los puentes que puedan crearse dentro de una sociedad libre del odio y de los seguidismos étnicos. Muchos de los asesinados, seguramente, estuvieron por encima de las adhesiones étnicas, sin proselitismos de por medio, que ahora se enaltecen en su nombre por los liderazgos cuando, antes de la guerra, muchos vivieron ajenos a la fe religiosa dentro de la gran casa yugoslava. Como también las nuevas generaciones de bosníacos mostraran su dolor por las matanzas que se perpetraron contra serbios o croatas, porque el dolor humano no debe ser ajeno, sea de la nacionalidad que sea. Demasiados ojalás entre serbios y bosníacos para la guerra incesante de narrativas del pasado, y demasiados ojalás, también, para la fuerza de los políticos, atrincherados como están en sus chiringuitos étnicos. En 1991 y ahora.

¿Cuántas naciones europeas siguen exculpándose o minimizando sus atrocidades, dirimiendo cuitas históricas, colaboracionismos, ocultando sus huellas vergonzosas en el pasado, ignorando a sus propias víctimas? ¿Somos igual de críticos con unas y otras naciones? ¿O depende de su fuerza política, económica y militar? Hay que tener mucha autoridad moral para criminalizar a toda un sociedad, y no hay nación europea que la tenga realmente. No crean que los Balcanes son una isla en un océano de bondad. Cuando se trata de guerras, en estos lares nadie se siente representado por asesinos, violadores y ladrones.

Hubo 400 estudiantes serbios que solicitaron a Aleksandar Vučić que no fuera a Srebrenica para no reconocer así el "supuesto genocidio"; tal vez los mismos que no recogerían las mismas firmas contra un abuso de poder, una mala privatización, la corrupción o una injusticia social. Los 90 dejaron su propio orden de prioridades. Sin embargo, no tengan ninguna duda de que la inmensa mayoría de los serbios no se enorgullece de lo que ocurrió en Srebrenica. Las nuevas generaciones de serbios recorren el mundo teniendo que justificarse, un día sí y otro también, ante extraños por lo que hicieron las manos de unos asesinos con nombres y apellidos que, llegado el momento, sólo buscaron la manera de esconderse de la justicia. Si de algo se trata es de reconocer que el único perdón que vale es el que no se impone, sino el que surge de uno mismo. Ahí es donde uno demuestra su grandeza y, créanme, que muchos serbios lo hacen, incluso aquellos que no habían nacido cuando se escucharon los últimos disparos en los bosques de Srebrenica. Hace 20 años.