Por qué, para Brasilia, la crisis del euro representa una oportunidad de las que solo surge una vez cada generación.

 

AFP/Getty Images

 

La noticia de que Brasil ha adelantado a Reino Unido y es ya la sexta potencia económica del mundo es, para muchos, una señal de que el que durante tiempo fue el país del futuro ya está aquí. Aunque las celebraciones están mitigadas por la inquietud que despiertan la desaceleración del crecimiento del PIB y el hecho de que Brasil siga dependiendo tanto de unos precios de la energía y de los alimentos muy elevados, el país se encamina hacia dos escaparates mundiales, la Copa del Mundo de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016, con un paso más fanfarrón del habitual.

Pero esta nueva importancia económica obliga a plantearse la pregunta: ¿qué tipo de actor va a ser Brasil en el escenario mundial? En los últimos 20 años, el país latinoamericano se ha hecho famoso por convertir situaciones de crisis en oportunidades geopolíticas, y se ha convertido en una voz destacada en los foros internacionales dedicados al sida, la pobreza e incluso el medio ambiente. Y ahora está haciéndolo de nuevo con un problema que los brasileños conocen demasiado bien: una crisis de deuda.

Salvo que, en esta ocasión, es Europa la que necesita una mano, no la antigua colonia portuguesa en Latinoamérica. En una cumbre UE-Brasil celebrada en Bruselas el pasado mes de octubre, la presidenta Dilma Rousseff dijo a los dirigentes europeos, que le habían pedido ayuda, “podéis contar con nosotros”. Como estrategia inicial, Rousseff y su ministro de Finanzas, Guido Mantega, pensaron en usar sus reservas de divisa extranjera –que se calculan en 352.000 millones de dólares (unos 263.000 millones de euros– para comprar deuda a través de bonos del Tesoro. Sin embargo, después de consultar con sus colegas BRIC en una reunión celebrada en Washington en noviembre, Brasil decidió que comprar bonos de la UE sería demasiado arriesgado y propuso, en cambio, ayudar de forma indirecta a Europa donando 10.000 millones de dólares al Fondo Monetario Internacional.

Este esfuerzo para ayudar a Europa en sus horas más bajas forma parte de una estrategia más global. Las aportaciones al FMI derivan de la intención de Rousseff de mantener una tradición que nació con su predecesor, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, de emplear la ayuda exterior como medio para fortalecer la reputación y la influencia de Brasil en el ámbito internacional. Otro ejemplo son las aportaciones anuales al Banco Mundial, que fueron por término medio de 253 millones de dólares entre 2004 y 2009. Brasil fue el primer país que contribuyó –con 55 millones de dólares— al Fondo de Reconstrucción de Haití del Banco Mundial. Entre 2003 y 2007, donó asimismo unos 340 millones de dólares para financiar las actividades de la ONU. Además, Lula incrementó la aportación del país al Programa Mundial de Alimentos de la ONU, de 1 millón de dólares en 2009 a 27 millones de dólares en 2011.

No hay que descartar tampoco la satisfacción que produce ver cómo se han vuelto las tornas. El reciente éxito económico y la reputación de Brasil han hecho que el FMI le pidiera ayuda por primera vez. En 1998 fue el Gobierno brasileño, bajo el mandato del entonces presidente Fernando H. Cardoso, el que tuvo que pedir ayuda al FMI. Brasil estaba tratando de recuperarse de una fuga de capitales por valor de unos 30.000 millones de dólares, desencadenada por la falta de confianza de los inversores extranjeros, a causa de una deuda exorbitante y una recesión. Para ayudar a acallar las especulaciones de que Brasil iba a quebrar (como había hecho Rusia unos meses antes), el FMI suministró un paquete de medidas de rescate por valor de 41.000 millones de dólares con la condición de que Cardoso recortara el gasto público en un 20% y reformara el sistema de pensiones.

Después, en 2001, tras un enorme descenso de las inversiones extranjeras, una devaluación de la moneda y una crisis de deuda en la vecina Argentina, Brasil prácticamente rogó al FMI que le ayudara a evitar el impago de su deuda externa. Esa vez, el Gobierno recibió 15.000 millones de dólares a cambio de reducir el gasto federal y mantener un superávit presupuestario primario de aproximadamente el 3,75% hasta 2005. Hoy, Brasil parece disfrutar con el hecho de poder imponer condiciones al FMI: en octubre, Brasilia dejó muy claro que no ayudaría al Fondo si este decidía seguir obligando a los Estados europeos a adoptar medidas de austeridad. Pese a ello, para consternación de los brasileños, el FMI y la UE aprobaron el mes pasado un paquete de medidas de rescate para Grecia por valor de 130.000 millones de euros y estrictas medidas de austeridad como condición, unas medidas que el Parlamento griego aprobó muy a su pesar; tal vez eso explique el retraso de Brasil en la ayuda a la UE. Además, el ministro de Finanzas, Mantega, ha dicho a la Unión que Brasil solo va a ayudar al FMI si la UE refuerza su Banco Central y otros países europeos contribuyen al Instrumento Europeo de Estabilidad Financiera, el fondo especial de ayuda creado para proteger a las economías muy endeudadas.

Rousseff quiere también que Brasil, junto con los demás BRICS, tenga un papel mayor en el FMI, sobre todo mediante el aumento de los cupos y los derechos de voto. Junto con sus homólogos de China, India, Rusia y Suráfrica, ha destacado que el FMI debe reconocer la importancia de las mayores economías emergentes del mundo y dejar sitio a las opiniones y las recomendaciones de unos países que han superado sus propios obstáculos económicos y que representan de verdad al mundo en vías de desarrollo.

La crisis europea ha acelerado asimismo el cambio en la dinámica de poder entre Brasil y su antigua potencia colonial, hoy fuertemente endeudada: Portugal

A pesar de que la Junta de Gobierno del FMI acordó en 2008 aumentar la participación y el derecho de voto de los BRIC, y aunque el pasado mes de diciembre decidió traspasar más del 6% de  los derechos de voto a ellos y a otros países, estas recomendaciones todavía no están aprobadas oficialmente ni ratificadas en los Artículos del Acuerdo. Es más, muchos analistas y los BRIC creen que estos cambios son insuficientes, sobre todo si se tiene en cuenta que la participación y el derecho de voto de Estados Unidos y Europa son mucho más elevados pese a que los BRIC tienen una importancia cada vez mayor en la economía mundial. Mantegna y Rousseff confían en que la crisis del euro ofrezca la oportunidad de remediar este desequilibrio.

La crisis europea ha acelerado asimismo el cambio en la dinámica de poder entre Brasil y su antigua potencia colonial, hoy fuertemente endeudada: Portugal. Rousseff no solo ha propuesto comprar bonos del Tesoro luso, sino que también ha estudiado la posibilidad de volver a comprar antes de tiempo los bonos brasileños en posesión del Gobierno portugués, lo cual ayudaría a reducir la deuda del país, al retirarlos a precio reducido y, al mismo tiempo, estabilizar el mercado de bonos. Aunque Mantega ha expresado sus reservas, por la posibilidad de que Portugal sea incapaz de pagar después y por los límites legales al uso de las reservas extranjeras de Brasil para comprar deuda, Rousseff sigue muy convencida de estas opciones, asegura que hará “todo lo que sea para ayudar” y se ha comprometido a echar una mano. La presidenta brasileña opina que la recesión de Portugal es una ocasión para reforzar los lazos políticos y económicos bilaterales y, con ello, acabar con años de celos y envidia por los éxitos de Brasil. Y a menudo ha mencionado como motivo la simple gratitud, en referencia a la ayuda prestada por Portugal a Brasil en crisis económicas pasadas.

Pero la afinidad cultural y el altruismo tienen un límite. En los últimos años han invertido en Portugal varias empresas brasileñas, con una inversión total de 65 millones de dólares en 2008, que aumentó a 310 millones de dólares en 2009. Corren rumores de que Petrobras, la compañía estatal brasileña de petróleo, tiene pensado comprar el 33% de Galp, la principal petrolera de Portugal. Asimismo, las empresas portuguesas han hecho grandes inversiones en Brasil. Y, en enero de 2011, la portuguesa Telecom compró el 25% de la mayor compañía brasileña de telefonía terrestre, Oi, por 5.000 millones de dólares. En el conjunto del año pasado, las inversiones lusas abarcaron desde el sector de la energía hasta el turismo y la construcción, por un total aproximado de 25.000 millones de euros.

Por supuesto, hacer negocios con Europa comporta riesgos, en un momento en que el propio futuro económico de Brasil no está precisamente garantizado, una situación que se atribuye en general a los elevados tipos fiscales, la inflación, una moneda sobrevalorada y los altos déficits del sector público. El Gobierno prevé que el crecimiento económico del país, este año, no sobrepasará el 3,4% -el año pasado fue del 2,7%, frente al 7,5% en 2010-, de modo que es posible que Brasilia no tenga mucho dinero de sobra en 2013.

Ahora bien, a pesar de los riesgos económicos, la estrategia europea de Rousseff es inteligente. Al ofrecer su ayuda en un momento de necesidad, Brasil puede fortalecer su partenariado y su relación económica con varios países europeos y con el FMI. Y, a cabio de tender la mano, puede conseguir más apoyo de Europa a la hora de impulsar la influencia de Brasil en las instituciones de Naciones Unidas y el FMI. Mediante estos calculados esfuerzos, la Presidenta puede dejar claro que Brasil no solo ha subido al escenario internacional, sino que no piensa abandonarlo.

 

Artículos relacionados