Sin gastar un euro, el próximo presidente puede mejorar la situación de la mitad de la humanidad.

El próximo presidente de EE UU no lo tendrá fácil para arreglar las cosas. En los últimos años, la legitimidad moral de Estados Unidos no ha parado de erosionarse y ninguna medida, por sí sola, permitiría hacer borrón y cuenta nueva de la noche a la mañana. Han sido siete años de gestos unilaterales los que nos han llevado a este punto. Aún se admira a EE UU por su potencial, pero ya no se le concede el beneficio de la duda. En un momento así, lo que hace falta es una ruptura súbita e inequívoca con el pasado, una política que demuestre de forma clara que la primera potencia desea utilizar sus recursos en favor de quienes, hasta la fecha, han sido marginados (y marginadas) del poder. El próximo inquilino de la Casa Blanca debería comprometerse públicamente a utilizar su mandato para promover la igualdad de género a escala global.

Los cínicos se reirán con desprecio. A algunos les parecerá que una tarea así es mejor dejársela a una agencia de la ONU cuyo nombre no consiguen recordar. Otros lo verán como una iniciativa importante y bienintencionada que debería aparcarse para atender asuntos más urgentes. Todos están equivocados. La igualdad entre los sexos no es sólo un fin importante en sí mismo, sino también una manera eficaz de solucionar muchos de los problemas que azotan el mundo. En la última década, la creciente incorporación de la mujer al mundo laboral en las economías desarrolladas ha contribuido más al crecimiento mundial que el avance de China. Así que no es de extrañar que la educación de las mujeres sea, con diferencia, la principal estrategia de desarrollo en el mundo. Tampoco sorprende que muchos sufran pobreza, altas tasas de mortalidad infantil y epidemias de sida. Sin embargo, ahora se sabe que por cada año de educación que una mujer recibe después del cuarto curso, el tamaño medio de su familia disminuye un 20% y la tasa de mortalidad infantil baja un 10%.

Una mujer que haya acabado el quinto año de formación reduce en más de un 50% el riesgo de contagiarse de sida.Un aumento de la participación de las mujeres en la política trae consigo políticas más ecuánimes. Ruanda, donde las mujeres ocupan casi la mitad de los escaños del Parlamento, es un país muy pobre que está cerca de lograr cobertura sanitaria universal. En la península escandinava, la presencia femenina en cargos políticos destacados ha generado inversiones sin precedentes en educación y formación profesional. Los estudios del Banco Mundial indican que el acceso de las mujeres al poder suele dar lugar a una disminución de la corrupción. ¿Qué ocurriría si, durante cuatro años, el presidente se interesase por los derechos de la mujer en sus encuentros con dignatarios extranjeros? ¿Y si todos los miembros de la Administración, cuando viajen a otros países, incluyesen en el orden del día su preocupación por las iniciativas educativas para ellas? Hasta hoy, 185 países han firmado un tratado internacional sobre los derechos de las mujeres. ¿Qué ocurriría si Washington se sumase? Transcurridos cuatro años, el próximo presidente quizá no pueda proclamar el fin de la desigualdad de género. Pero podrá mostrar, casi sin gastarse nada, cómo EE UU ha hecho que la vida de millones de personas mejore. Para un país que pretende recuperar su estatus moral, hay pocas opciones más esperanzadoras.