¿Símbolo de la diversidad religiosa o de la represión de la mujer? El debate
sobre el velo islámico recorre Europa. Los franceses lo han prohibido en
la escuela pública y el 61% de los españoles querría imitarles. En el siglo XXI
el pañuelo puede tener muchas interpretaciones –entre ellas, la oposición a
Occidente–, pero nunca ha sido un imperativo del Corán. El principio de
igualdad entre los sexos obliga, según el autor, a dejar esta prenda en casa.

“Lo manda el Profeta”

Falso. Así se desprende de la lectura
del Corán y sus suras (cada uno de los capítulos en los que se divide) y de
la evolución sociocultural del pañuelo islámico. El libro sagrado de los musulmanes
menciona esta cuestión en 10 ocasiones, pero no siempre en relación con la mujer.
Y cuando sí se refiere a ella, lo hace en un sentido opuesto al que le otorga
el credo islamista.

¿Imposición o moda?:
en el sentido de las agujas del reloj, jimar, niqab,
shaila, burka afgano,
al-amira y chador iraní.

En la sura 38, versículo 32, en referencia al crepúsculo, el término hiyab
aparece como separación entre la noche y el día y no como un código de vestimenta.
En la sura 41, designa el velo de los que no logran comunicar; en la 57, se
refiere al que impide al hombre ver a Dios, y en la 17, versículo 45 (‘Los hijos
de Israel o el trayecto nocturno’), al velo que separa a los creyentes de los
blasfemos.

Los dos únicos capítulos del Corán que tratan de manera explícita la cuestión
del pañuelo con respecto a la mujer son el 33 y el 24. La sura 33 (‘La coalición’),
en su versículo 53, dice: “Cuando les pidáis un objeto, hacedlo desde detrás
de una cortina. Es más decoroso para vosotros y para ellas”. En el versículo
59 añade: “Profeta, di a tus esposas, a tus hijas y a las mujeres de los creyentes
que se cubran con el manto. Es lo mejor para que se las distinga y no sean molestadas.
Dios es indulgente, misericordioso”.

La sura 24 (‘La luz’), versículo 31, afirma: “Y di a las creyentes que bajen
la mirada y que guarden su castidad, y no muestren de sus atractivos [en público]
sino lo que de ellos sea aparente; así pues, que se cubran el escote con el
velo. Y que no muestren [nada más de] sus encantos a nadie salvo a sus maridos,
sus padres, sus suegros, sus hijos, los hijos de sus maridos (…) o a los niños
que no saben de la desnudez de las mujeres; y que no hagan oscilar sus piernas
[al caminar] a fin de atraer la atención sobre sus atractivos ocultos”. En este
último caso, se trata de una sura dictada a causa de un incidente con Aicha,
la mujer de Mahoma, que había sido importunada en uno de sus paseos. El Profeta
condena el hostigamiento, impone a su mujer el no aparecer con una vestimenta
que podría atraer la mirada de los impertinentes y pide a los hombres que respeten
el carácter sagrado de su relación con el enviado de Dios. Hoy, 1.500 años después
del acontecimiento, puede juzgarse como se quiera esta actitud, pero si hay
que reírse de ella, también habría que mofarse de todo lo escrito en el Antiguo
y en el Nuevo Testamento.

En todo esto no hay ninguna obligación ni imposición de un arquetipo de indumentaria,
pero sí una recomendación. Llevar pañuelo no está en la lista de los preceptos
del islam, es decir: la declaración de fe, las cinco oraciones diarias [salat],
la peregrinación a la Meca [hajj], la caridad y el cumplimiento de
las normas alimenticias de todo buen musulmán, mandamientos que, por
otra parte, pocos fieles respetan en su totalidad.

El Profeta recomienda y nada más. Se trata de respetar sólo el pudor, y el
mensaje tiene una vocación ética y no dogmática. Tiene que ver más con la tradición
beduina y urbana de cubrir a las mujeres que con el burka asiático
[vestido que cubre todo el cuerpo, desde los pies a la cabeza, con una rejilla
a la altura del rostro que permite respirar]. Éste tampoco constituye, por otro
lado, un aspecto de la religión, sino una costumbre, tanto en el desierto de
Arabia como en las regiones del oeste de Asia. Son tradiciones menos determinadas
por una obligación religiosa dictada por el islam que por hábitos nacidos de
las estructuras antropológicas de los sistemas tribales de esas regiones.

Es verdad que el islam chií, asiático y más rigorista, se ha desmarcado desde
el principio del suní, mediterráneo y más tolerante –a excepción de Afganistán
y de la vertiente suní del wahabismo existente en Arabia Saudí–, mostrando una
concepción dogmática de la religión y situando a la mujer en un estatus de sumisión
mayor. Sin embargo, esto proviene menos de la religión propiamente dicha que
del fondo cultural en el que se inscribe.

“Es una imposición integrista”

Desde la ignorancia. El significado
de llevar velo ha cambiado desde hace unas décadas, sobre todo a partir de la
revolución iraní de 1979. Los términos burka y niqab [pañuelo
que sólo deja ver los ojos], que designan el velo en el islam asiático, no se
mencionan en el Corán. Sin embargo, los fundamentalistas los utilizan ahora
como signo de distinción, para reafirmar su identidad y la pertenencia a un
credo. Hace 20 años, en los países árabes y musulmanes, llevar hiyab
era un signo de adscripción religiosa. Hoy tiene que ver más con la oposición
política a los regímenes vigentes en esos Estados y a Occidente –percibido como
cínico soporte de los poderes clientelares y dictatoriales del mundo árabe y
musulmán–, al que culpan de la decadencia actual de esa región.

No se puede comprender este cambio sin tener en cuenta lo ocurrido en los últimos
quince años, sobre todo a partir de la primera guerra del Golfo en 1991. Desde
entonces, el integrismo ha experimentado un increíble auge en las sociedades
árabes y musulmanas. La idea predominante, no en la población moderna, sino
en la rural, es que EE UU y los países occidentales quieren erradicar la identidad
musulmana porque constituye una barrera frente a ellos. La ideología occidental
se percibe a través del prisma de la estrategia cultural y política estadounidense.
Frente al desnudo del cuerpo, el individualismo, la mercantilización de las
relaciones humanas y el relativismo en los valores, el fundamentalismo responde
con signos de protección como el velo y la solidaridad de los miembros de la
comunidad, con la afirmación dogmática de valores intangibles y con la distinción
religiosa. Una respuesta que no tiene nada que ver con una interpretación culta
ni propia del islam.

Hoy el velo puede interpretarse de varias formas: como una postura tradicionalista,
que muestra, sobre todo, el respeto a una costumbre; como afirmación de resistencia
social (contra los ricos), nacional (contra los colonos), sexual (contra los
hombres que acosan); como adhesión ideológica integrista, que elige la sharia
para fundamentar el orden social y político; como un cambio identitario –que
supone una readaptación del islam frente a una globalización que lo demoniza,
sobre todo en el discurso de Occidente–, a lo que se añaden ciertos movimientos
feministas islámicos para los que llevar el velo se traduce en una “feminización
de la religión”, que permite a las mujeres acceder a responsabilidades sociales
y políticas.

El integrismo quiere utilizar el pañuelo como arma política, porque se basa
en una radical ignorancia del islam. Es esto lo que falsea el debate y confunde
todas las referencias, y además constituye la razón por la que los musulmanes,
en su gran mayoría, rechazan el extremismo.

“Occidente tiene un problema con el islam”

Y viceversa. Detrás de la resistencia
al velo están, sobre todo, la experiencia de las sociedades occidentales y la
dura lucha de las mujeres por su libertad y su igualdad, aún sin alcanzar por
completo, no la islamofobia. En cambio, hay una verdadera occidentalofobia
por parte de los integristas que quieren a toda costa imponer el velo a las
mujeres, ya que aprovechan la libertad democrática para desafiar la igualdad
entre los ciudadanos.

Por supuesto, Occidente tiene un problema con la religión musulmana, por una
parte histórico, ya que dominó a unas sociedades islámicas que finalmente se
rebelaron contra él, pero, en gran medida, actual, porque vivimos en la época
de la crisis de las ideologías y la desaparición de los grandes relatos sobre
el sentido de la vida. Ese vacío lo ocupan hoy el consumismo y la mercantilización
de las relaciones humanas.

Ahora bien, el islam actúa también como una ideología, no sólo como una fe,
frente a este proceso histórico y a ese vacío. Choca contra la posmodernidad
actual y su consecuencia más grave: la desaparición del sentido. A veces, puede
actuar como un foco de rebeldía contra los aspectos más disgregadores de ésta.
La modernidad se opone al islam porque plantea el problema de la secularización
de lo que los filósofos alemanes llaman “Lebenswelt” (Wilhelm Dilthey) o el
“mundo vivido” (Habermas), que supone la separación de lo espiritual y lo temporal.
Por otro lado, la posmodernidad se opone a la fe musulmana porque plantea la
desaparición de todos los sentidos y significados de la vida que no se basan
en el presente, mientras que el islam es una trascendencia vivida, una “teología
laica”, término del gran arabista Louis Massignon. Esta religión debe resolver
a la vez un problema moderno y otro posmoderno. En su seno, aunque hay grandes
ideólogos, no se observa hoy el auge de un pensamiento crítico capaz de afrontar
estos dos retos.

En cuanto al islam en los países europeos, no existen todavía intelectuales
con nivel para ayudar a llevar a cabo esta reforma cultural. Quizá sea una cuestión
de tiempo. En los próximos años, las nuevas generaciones, sobre todo los hijos
de inmigrantes que quieren permanecer en la religión de sus padres, tendrán
que adaptarla al tejido cultural de las sociedades europeas. Lo único que hacen
los integristas es impedir el apogeo de un pensamiento libre y crítico en el
seno del islam.

“Oprime a la mujer”

Sin duda. Hay quienes dicen que,
en la época en la que se pronunciaron las dos o tres citas del Corán sobre esta
cuestión, su objetivo era proteger a la mujer. La discusión teológica es atractiva,
pero no constituye el problema central. Al fin y al cabo, no interesa quién
tiene o no razón en esta materia. Lo importante es el concepto moderno de igualdad,
que implica la equiparación de los derechos de las mujeres respecto a los hombres.

Los intelectuales árabes y musulmanes quieren demostrar que en su religión
también se puede conseguir esa igualación entre sexos. Pero la libertad y la
igualdad moderna no tienen nada que ver con la fe. Se construyeron en la sociedad
democrática, en contra o por lo menos sin tener en cuenta la religión. La relación
entre confesión y libertad igualitaria es siempre frágil y está en peligro.
Por eso, más vale separar el Estado y los credos. Si los musulmanes, los judíos
o los cristianos quieren preguntarse sobre la opresión de las mujeres, también
es asunto suyo. Y si ellas lo aceptan, es su problema. La educación escolar
debe fundamentar la igualdad de los ciudadanos sin tener encuenta los dictados
de la religión. Son dos cosas diferentes. El pañuelo es un signo de opresión
de las mujeres, a quienes, en el espacio privado, sólo se puede educar para
que dejen de usarlo. No se les puede obligar a no llevarlo, salvo en el caso
del burka.

Está claro que la mujer sufre un trato específico dentro de la ética islámica,
y que ésta cambia en función de la evolución de cada sociedad. Si bien en los
textos religiosos la mujer continúa ocupando un estatus inferior, en el derecho
hay una incontestable evolución hacia una mayor igualdad. Pero en todas partes,
incluidas las sociedades más avanzadas en la materia, como Túnez y Turquía,
aún queda mucho camino. Por regla general, la mujer está en una situación de
inferioridad. Pero el velo no tiene nada que ver con ello, salvo en los países
de tradición integrista de Asia y la península Arábiga, donde se ha impuesto
en nombre de una concepción de la ley islámica que no procede del Corán, sino
de una interpretación particular de la misma, que tiene más que ver con la defensa
de sociedades patriarcales y machistas que con el texto sagrado.

“Prohibirlo va contra la libertad ”

No en el espacio público. En el ámbito
privado, en el que cada uno puede vestirse a su antojo, no puede prohibirse
el velo. Sin embargo, al igual que no está permitido desnudarse por completo
en la calle, ya que la ley considera que va contra las convenciones sociales,
puede decirse que el burka –que esconde todo el cuerpo de la mujer–
también atenta contra las formas, ya que impide que ciudadanas y ciudadanos
se reconozcan en un contexto de igualdad de identificación. Es más, en nombre
de este principio, el burka no debe aceptarse tampoco en el ámbito
privado.

Por espacio público hay que entender sólo las escuelas y otros lugares donde
se ofrecen servicios públicos. En ellos debe prohibirse el velo, ya que es un
signo de afirmación religiosa. Desde el punto de vista laicista, es necesaria
la separación entre la religión y el ámbito público. La laicidad es la neutralidad
de este último, y ni los musulmanes ni los judíos ni los cristianos deben invadirlo.
Es inaceptable que un ciudadano exija en un hospital público el derecho de su
mujer a no desnudarse ante un médico hombre y, por lo tanto, a exigir una doctora,
como hacen algunos integristas. Si eso es lo que quiere, debe acudir a una clínica
privada.

“No plantea problemas en España”

Tiempo al tiempo. Los españoles,
incluso los más relativistas y tolerantes, van a darse cuenta de que la única
solución para preservar la igualdad entre los ciudadanos –creyentes o no, practicantes
o no– y para convivir democráticamente, respetando a todos, es la laicidad.
En España se encontrarán los métodos y las normas con las que gestionar el islam,
pero habrá que definir las reglas.

En primer lugar, el principio de la igualdad entre religiones dentro de la
sociedad democrática. Sería muy peligroso aceptar comportamientos diferentes
en función de la religión. No hay por qué otorgar un estatus específico a los
musulmanes ni a fieles de otras confesiones. Por ejemplo, el matrimonio debe
ser válido dentro de la ley pública y no en función de su celebración religiosa,
como algunos creyentes pretenden hoy en los Países Bajos o Gran Bretaña. Segundo,
el principio de separación entre lo espiritual y lo temporal, que constituye
un problema importante en este país, con una tradición que no es laica, en la
que la institución religiosa siempre intenta robar espacio a la libertad privada
y a la autonomía individual. Tercero, hay que aclarar la relación no sólo entre
lo privado y lo público, sino también entre el multiculturalismo dominante y
la universalidad de los valores comunes.

En síntesis: el multiculturalismo no es un fin en sí mismo, sólo un medio.
Siguiendo la tradición ilustrada, el fin consiste en la universalidad de los
seres humanos y el creer en valores comunes. Infunde mucho temor la apología
del diferencialismo, sabiendo lo que significó en el mundo colonial
y lo que representa hoy en día en Occidente: una ideología que lleva implícito
el apartheid, la separación y el rechazo a la mezcla con el otro. Los
intelectuales y los políticos en España deben afrontar el reto de este debate.

 

¿Algo más?
La problemática mediterránea del velo y el estatus
de la mujer se analiza con mucha sutileza en el clásico de 1966
Le Harem et les cousins, de la antropóloga
francesa Germaine Tillon, traducido como La condición
de la mujer en el área mediterránea
(Península, Barcelona,
1993). En castellano, son de gran interés los textos de Juan Goytisolo
sobre el mundo árabe y musulmán, como De la Ceca a la
Meca
(Alfaguara, Madrid, 1997); los de Gema Martín
Muñoz, especialmente Mujeres, democracia y desarrollo
en el Magreb
(Fundación Pablo Iglesias, Madrid, 1995)
y los clásicos que tienen que ver con la tradición musulmana española
de Américo Castro, Claudio Sánchez Albornoz y, en particular, Miguel
Asín Palacios.

Sobre la polémica actual en Europa, es aconsejable el libro conjunto
de Dounia Bouzar y Saïda Kada Lune
voilée, l
autre pas,
en el que estas dos musulmanas, una que utiliza velo y otra que
no, debaten sobre el hiyab, la laicidad y el islam en Europa.
Bas les voiles!, de Chahdortt Djavann
(Gallimard, París, 2003), aporta la visión de una escritora iraní
de nacimiento, emigrada a Francia, que llevó el velo por obligación
durante 10 años. En Le voile médiatique. Un faux débat,
el profesor de Filosofía Pierre Tévanian sostiene que todo el revuelo
en Francia en cuanto al uso del pañuelo, que condujo a la llamada
ley del velo de 2004 –según él, “antilaica, antifeminista
y antisocial”–, no fue más que una construcción de la prensa.