Un periódico iraní muestra el primer contacto entre Barack Obama y Hasan Rohaní (Behrouz Mehri/AFP/Getty Images).
Un periódico iraní muestra el primer contacto entre Barack Obama y Hasan Rohaní (Behrouz Mehri/AFP/Getty Images).

El Estado Islámico se ha convertido en un catalizador de nuevas alianzas en la región: Estados Unidos, Irán, Irak, Siria, Arabia Saudí ahora podría ser algo más que enemigos.

En la campaña por las presidenciales estadounidenses de 2008, el candidato republicano John McCain fue grabado en un pequeño mitin gastando una broma que le costaría varios puntos en las encuestas y un rapapolvo en los informativos. En el vídeo se veía a uno de los participantes preguntarle sobre cómo reaccionar a la hostilidad del régimen iraní. McCain respondía en tono jocoso: “¿Se acuerdan de esa canción de los Beach Boys? ¡Pues igual! ¡Bomb, bomb, bomb… bomb, bomb Iran!”. El asunto generó la comprensible polémica, pero en realidad la broma no era nueva: existen al menos un par de versiones de la canción de los Beach Boys, como la de Barbara Ann con la que McCain entonó la frase.

Las relaciones entre Washington y Teherán han sido unas de las más crudas de la Historia reciente universal. Estados Unidos apoyó sin ambages al ex dictador Mohamed Reza Pahleví, el Sha de Persia. Apoyó también a Irak en su guerra contra Irán. Más recientemente, EE UU e Irán están enfrentados por un programa nuclear que Teherán jura que es civil y Washington está seguro de que es militar. Israel, el eterno aliado de los estadounidenses, ha tratado por todos los medios de que se bombardeara a su incómodo vecino. Los servicios de inteligencia de ambos países han perpetrado el mayor ciberataque de la Historia militar para inutilizar la planta de procesamiento de uranio iraní de Natanz.

La situación es tan mala que ni siquiera ninguno de ellos cuentan con embajadas en los países respectivos. Irán tramita sus intereses en una sección de la embajada paquistaní en Washington y Estados Unidos lo hace con la sección de negocios de Suiza en Teherán. El Gobierno estadounidense somete al iraní a un embargo comercial. Ha impuesto sanciones por valor de 9.000 millones de dólares (unos 7.000 millones de euros) al banco francés BNP Paribas por violar estas y otras similares. George Bush hijo colocó a la teocracia iraní en el “Eje del Mal”.

Dicho de otra manera: Estados Unidos e Irán son todo lo enemigos que se puede ser sin llegar a las manos

Precisamente por eso, ha sorprendido tanto la noticia sobre la presunta disposición del líder supremo iraní, el Ayatolá Alí Jamenei, para permitir una cooperación directa con Estados Unidos como parte de la lucha contra el Estado Islámico en el norte de Irak. Según el servicio en persa de la cadena británica BBC “Jamenei ha autorizado a su máximo jefe militar para coordinar operaciones con fuerzas estadounidenses, iraquíes y kurdas”. Cita a fuentes no identificadas en Teherán, que podría ser el propio general Qasem Soleimani, líder de la unidad de élite de los Guardianes de la Revolución. Ya se habrían producido de hecho reuniones a cuatro bandas en el Kurdistán iraquí.

Pero es que además, por sorpresa, el presidente iraní, Hasan Rohaní, se ha reunido con el primer ministro británico David Cameron. Se trata de la primera vez que se produce una reunión a ese nivel desde 1979. ¿De qué hablaron? De la lucha contra Estado Islámico. El grupo terrorista ha catalizado un deshielo sin precedentes entre Londres y Teherán.

Son sólo algunos de los últimos exponentes de una serie de cambios geopolíticos tan profundos que están redibujando, o a menudo desdibujando, las amistades y enemistades forjadas en las últimas décadas. En el centro de todo, como una veta que está acercando a antiguos enemigos en la región, está el Estado Islámico y el Frente al Nusra.

El enfrentamiento contra el Estado Islámico ha acercado a Irán y a Estados Unidos; a Irán y Arabia Saudí; y ha hecho que, de pasada, los intereses de Washington y Damasco se vean alineados en la aniquilación del grupo que quiere luchar también contra Bashar al Assad. El tablero geopolítico global se está llenando de nuevos ene-amigos, esos que parecen amigos en su lucha contra terceros adversarios.

Irán y Estados Unidos se llevan mal, pero odian más a Estado Islámico.

El presidente Hasan Rohaní ya ha negado la autenticidad de la noticia sobre su presunto permiso para negociar con Estados Unidos un frente común contra el Estado Islámico. Asegura que Washington le pidió colaboración, pero ellos se negaron. Sin embargo, la BBC mantiene su autenticidad. Incluso si fuera cierta, las autoridades no podrían admitirlas en público. Por eso la mayoría de los analistas le dan veracidad, sobre todo si se tiene en cuenta la liberación del sitio de la ciudad iraquí de Amerli tras mes y medio de acoso por parte del Estado Islámico.

Se ha producido por la suma de la ayuda estratégica y militar iraní y los bombardeos estadounidenses. Al menos cuatro grupos chiíes han luchado en los “75 días de Amerli”. Están ligados o bien con las poderosas milicias clandestinas Al Quds, relacionadas con la Guardia Revolucionaria, o bien al poderoso clérigo chií bagdadí Muqtada al Sader. Los Cuerpos Bader, por ejemplo, son una milicia chií establecida por Irán para luchar contra el las fuerzas de Sadam Hussein en los 80. Así, treinta años después, se da la circunstancia de que las fuerzas enemigas de Irak, aliado de Washington, ahora reciben apoyo del Ejército estadounidense bombardeando desde el aire.

Teherán considera al Estado Islámico como un grupo hereje, y a la inversa. Pero es que además Irak se ha convertido en un aliado de Irán tras la invasión del Ejército estadounidense en 2003. El nuevo primer ministro, por ejemplo, es un islamista chií, Haider al Abadi. El anterior, Nuri al Maliki, también era chií. En general, el poder en Bagdad, apoyado por Washington, es chií. Es el cambio de fondo más importante en la región en décadas, y está realmente detrás de gran parte de lo que ocurre. Es la gran ironía de la invasión iraquí: el resultado para Estados Unidos ha sido aumentar el área de influencia en la zona de uno de sus enemigo: Irán. Ahora ene-amigo.

El Estado Islámico ha llenado el vacío de poder en Irak y Siria

Para encontrar el origen y las implicaciones de la presencia de los yihadistas suníes en la región hay que hacer un alto para revisar la historia reciente y la fundacional del chiísmo y del sunismo.

Hasta la invasión y destrucción del sistema imperante en Irak, el esquema étnico se mantenía en equilibrio por el enfrentamiento entre el arco chií y los países suníes.

De un lado estaba Irán apoyando a regímenes como el de Bashar al Assad en Siria y a Hezbolá en Líbano, al que se sumaban la mayoría de los musulmanes practicantes iraquíes, sometidos a la dictadura suní. Formaban el llamado “arco chií”. Del otro, la mayoría del mundo musulmán (tres de cada cuatro): el frente suní liderado por Arabia Saudí y al que pertenecía -dato crucial- la élite gobernante en Irak.

La entrada de Estados Unidos rompió el equilibrio histórico en el país del Tigris y el Éufrates. Se reeditaba así de alguna forma la guerra fratricida por el poder que había arrancado a la muerte de Mahoma y en la que se formaron las dos corrientes religiosas. En el siglo VII, los seguidores de Ali Ibn Abi Talib, yerno del profeta; y los de Muawiyah I. Estos últimos ganaron en la batalla de Kerbala. Desde entonces, los suníes se consideran de alguna forma los legítimos herederos del Islam y a menudo consideran a los chiíes como herejes e inferiores. Casi 14 siglos después de aquellos enfrentamientos, los radicales suníes del Estado Islámico han decidido lanzar una nueva guerra santa contra todos los herejes y los infieles. Algunos de los gobernadores locales iraquíes y parte de la población suní les apoyan por una mezcla de terror y de interés en recuperar parte del poder que ejercieron con Sadam Hussein.

Pero el Estado Islámico ha surgido y mantiene su principal base de poder gracias la guerra civil que vive el país vecino, Siria, desde hace tres años. El alzamiento popular contra el régimen opresor de la familia Al Assad derivó, rápidamente, en la partición virtual del país en zonas controladas por los rebeldes y otras, como la capital Damasco, dominadas por las tropas del régimen. Los gobiernos occidentales se negaron a participar en una guerra de la que desconocían el impacto en la zona. Estados Unidos presentaba ya una enorme fatiga de guerra, tras diez años en Afganistán e Irak. No iban a intervenir; tampoco iban a imponer una zona de exclusión aérea como en Libia, que permitiera a los rebeldes jugar una partida razonablemente equilibrada contra uno de los Ejércitos más potentes de la zona.

Bombardeo sobre Siria a seis bandas

Precisamente, de esta inacción occidental surgieron los primeros problemas. Al fin y al cabo, Irak es un país de mayoría suní gobernado, en este caso, por los alauíes de la familia Al Assad con el apoyo de Irán. De nuevo, los herejes chiíes controlaban a una mayoría suní.

En un primer momento eran tan sólo unos pocos miles de soldados, pero fueron haciéndose fuertes y sumando a su guerra radical una nueva forma de financiación y un uso moderno de las nuevas tecnologías y técnicas de propaganda. Empezaron a reclutar a yihadistas internacionales. Dirigidos por Al Baghdadi, terminaron separándose de Al Qaeda, a la que se habían adscrito en un primer momento, y abandonando el liderazgo de Ayman al Zawahiri, el heredero de Osama bin Laden, al frente del grupo. Proclamaron un Califato en las zonas que controlaban de Siria e Irak: partes sustanciales del noreste de Siria, en concreto la provincia de Raqqa, y otras del noroeste de Irak, centradas en la ciudad de Mosul. Al Baghdadi se autonombró califa Ibrahim.

Para acabar con este grupo terrorista, que se estima compuesto por varias decenas de miles de efectivos, Estados Unidos ha empezado a bombardear sobre territorio Sirio. Lo ha hecho con la aquiescencia de Damasco, que por televisión ha emitido un comunicado en el que informa de que John Kerry les ha enviado una carta avisando de los bombardeos y de que el régimen de Bashar al Assad está de acuerdo, siempre que “no afecte a las vidas ni a la soberanía” de Siria.

Para garantizarse que al bombardear a sus enemigos en Siria, el frente Al Nusra (afiliado a Al Qaeda) y el Estado Islámico, no ayuda a su otro enemigo, el régimen de Al Assad, Washington ha decidido armar también a los grupos rebeldes laicos. Estos, además, se comprometen a enfrentarse a los yihadistas en territorio sirio. Todo tras una guerra civil que ya ha costado la vida de casi 200.000 personas y alrededor de 9 millones de desplazados y refugiados. EE UU estaría, como en el caso de Irak, actuando en favor de uno de sus rivales geopolíticos. De este modo, el Gobierno de Damasco se convertiría, como el de Teherán, en una especie de ene-amigo.

Estado Islámico: un catalizador de nuevas alianzas en Oriente Medio

Entre las novedades más destacadas de estos movimientos geopolíticos, una foto: la de Barack Obama reunido con los representantes de los países árabes que se han unido en los bombardeos contra el EI y el Frente al Nusra. Representantes de Arabia Saudí, Jordania, Emiratos Árabes Unidos, Qatar y Bahréin han aparecido en la misma habitación con el presidente estadounidense horas después de los bombardeos sobre Siria. Han contribuido con aviones y logística. Se han retratado ante sus opiniones públicas. Son países árabes suníes, algunos muy radicales como Arabia Saudí, bombardeando a los yihadistas suníes. Esa es, como ha querido remarcar Obama, la diferencia entre “su” intervención, y la de George W. Bush: esta vez los Estados de la zona están de su lado.

Así, el Estado Islámico ha servido para relanzar una alianza militar entre Washington y los países de la zona. Pero hay más: sirve como catalizador de un acercamiento entre Estados enfrentados: Arabia Saudí e Irán.

Los ministros de Exteriores estadounidenses e iraníes y el saudí, Saud al Faisal, se han reunido en Nueva York y han señalado tras el encuentro que apuestan por una mejora de las relaciones. “Tanto mi colega saudí como yo creemos que nuestras reuniones son el primer paso para un nuevo capítulo de relaciones entre los dos países”, ha asegurado el iraní Mohammad Javad Zarif. “Esperamos que esto sirva para restablecer la seguridad y la paz en la región”. Y todo esto mientras Arabia Saudí y Estados Unidos bombardean sobre territorio de uno de los regímenes protegidos por Teherán, el sirio.

¿Qué quedará de todo esto?

Así que el yihadismo de nuevo cuño implantado en Siria e Irak, sobre todo el Estado Islámico y el Frente al Nusra, han conseguido en solo unos meses que se forje una alianza entre Estados Unidos y Arabia Saudí, entre otros, para bombardearles; que Teherán colabore en secreto con Washington para atacarles en Irak; e incluso que saudíes e iraníes hablen de mejorar sus relaciones por el bien y la estabilidad en la región.

La pregunta es, ¿qué quedará de todo esto cuando los yihadistas se vean reducidos a su mínima expresión? Una posibilidad es que los acercamientos se mantengan y se consoliden, sobre todo si cae el régimen sirio. Si el asunto nuclear iraní evoluciona favorablemente, Teherán y Washington pueden aprovechar al enemigo común para relanzar unas relaciones en punto muerto. La alianza militar de Estados Unidos y los países de la región del Golfo puede consolidar esas satrapías, inquietas tras la primavera árabe y el surgimiento del yihadismo en Oriente Medio. El mapa