¿Cuál es la situación y a qué se enfrenta el país a pocos días de sus elecciones?

 

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Sean Gallup/Getty Images

 

esglobal: ¿En qué momento se encuentra Alemania?

Sociedad alemana: En un momento de profunda crisis económica, política y de identidad en buena parte de los países que forman la Unión Europea, muchos miran a mi capital, Berlín, en busca de respuestas y también de soluciones. Durante los últimos años, he marcado el devenir político y económico del Viejo Continente gracias a un remozado liderazgo que se vio erosionado durante la crisis económica en la que me vi inmersa a principios del presente siglo. En aquel momento, un desempleo estructural considerable y un Estado del Bienestar que ciertamente necesitaba una revisión llevó a mi entonces canciller, el socialdemócrata Gerhard Schröder, a introducir un paquete de reformas ya mítico, conocido como Agenda 2010, con el apoyo de Los Verdes: aquellas reformas supusieron un recorte del gasto público y del Estado del Bienestar, así como la flexibilización del mercado laboral.

¿Los resultados?: con los datos macroeconómicos en la mano, mi economía ha soportado mejor que la de otros países europeos la Gran Recesión que comenzó hace más de cinco años. Actualmente, los datos oficiales de desempleo rondan el 7% de la población activa, he mantenido un ligero crecimiento en un contexto de crisis europea y global, y el sector exportador, clave en mi economía (supone alrededor del 50% de mi PIB), se mantiene robusto gracias a la diversificación de los mercados en los que busco salida a mis apreciados productos made in Germany.

esglobal: Esas reformas introducidas hace una década, ¿sólo han tenido efectos positivos?

SA: No, ni mucho menos. Unos datos macroeconómicos buenos no siempre se traducen en la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos de un país. O al menos no de todos. Si echamos un vistazo, por ejemplo, a mi mercado laboral, veremos que éste tiene dos caras bien diferentes: mantengo e incluso creo empleo, pero al mismo tiempo, mi sector de sueldos bajos y de condiciones laborales precarias se extiende y engulle a cada vez a más personas: como apunta el libro (recientemente publicado) “La quinta Alemania. Un modelo hacia el fracaso europeo”, alrededor de 8 millones de asalariados en mi mercado laboral trabajan en mini jobs o en condiciones laborales precarias. Además, el hecho de que la Agencia Federal de Empleo no incluya a mis parados de larga duración (los conocidos popular y despectivamente como Hartz IV) hace que el desempleo oficial sea más bajo que el real.

No son pocos los economistas los que me califican como la actual punta de lanza del neoliberalismo en Europa. Como apunta un informe del Instituto de Ciencia Económica y Social financiado por la Comisión Europea, el modelo neoliberal, que comenzó a ganar terreno entre mi clase política ya en la década de los 80, ha provocado que el sector del trabajo a tiempo parcial haya escalado del 14 al 29% entre los años 1991 y 2010. Esa neoliberalización de mi modelo económico ha provocado, por tanto, una dualización de mi mercado laboral: hay millones de asalariados, de sectores donde el sindicalismo mantiene una cierta capacidad de negociación colectiva, que pueden vivir de sus sueldos, cotizan y construyen así una jubilación digna con sus aportaciones a la caja de la seguridad social; sin embargo, también hay millones de trabajadores que no pueden vivir dignamente de sus sueldos, que tienen contratos precarios con salarios tan bajos que ni siquiera cotizan y cuyo futuro en la vejez, por tanto, es incierto. De hecho, la pobreza en la tercera edad ya es una realidad en Alemania: en las calles de Berlín no es inusual ver a ancianos en busca de botellas de vidrio y plástico, con cuya devolución ingresan unos euros que les ayudan a completar su insuficiente jubilación. En resumen, soy capaz de contener la tasa de desempleo, pero incapaz de asegurar una distribución equilibrada de la riqueza: según la OCDE, soy uno de los países industrializados donde más ha crecido la brecha entre ricos y pobres.

esglobal: ¿En qué momento se encuentra su relación con la Unión Europea?

SA: La crisis económica y, especialmente, la crisis de deuda han aumentado considerablemente la germanofobia en Europa, sobre todo en los países de la llamada periferia europea. Allí donde antes levantaba admiración por la eficiencia de mi economía y mi indiscutible capacidad organizativa e industrial, ahora genero pancartas de protesta en las que mi canciller, la cristianodemócrata Angela Merkel, aparece enfundada en trajes militares y con brazaletes con la esvástica en el brazo.

Más allá de esas indudables muestras de populismo político impulsado por la terca e inflexible política de austeridad impulsada por mi actual Gobierno, los socios europeos critican, fundamentalmente, dos elementos de mi modelo económico: la política de sueldos bajos, calificada por numerosos analistas como dumping salarial, así como mi brutalmente positiva balanza comercial, beneficiada por la introducción del euro como moneda única europea, que abarató los costes del comercio dentro de la Eurozona.

Un dato que respalda la primera de las críticas que recibo como locomotora económica europea: mi masa trabajadora gana menos y, por consiguiente, gasta menos, lo que mantiene mi consumo interno relativamente débil (entre 1995 y 2010, la cuota de mercado de los productos de baja calidad –Ramschökonomie o lo que es lo mismo, cadenas como Aldi o Lidl- aumentó del 29,2% al 43,6%); los salarios de buena parte de mi masa trabajadora llevan, además, dos décadas técnicamente congelados. Mientras mis críticos aseguran que ello apuntala mi balanza comercial positiva y debilita mi potencial importador (lo que va en detrimento de la exportaciones del resto de economías europeas), los defensores de mi modelo económico hablan de un necesario aumento de la competitividad en una economía ferozmente globalizada.

esglobal: ¿Le podría pasar a usted factura la crisis de deuda y económica que está sufriendo Europa?

SA: A pesar de que a raíz de la crisis económica y de deuda mi (vital) sector exportador ha diversificado de forma efectiva la salida de sus productos a mercados extracomunitarios (como Brasil, China o India), el mercado europeo sigue absorbiendo alrededor de la mitad de mis exportaciones. Además, parte de mi banca está expuesta en la crisis bancaria periférica. Por poner un claro ejemplo: fueron fundamentalmente mis grandes bancos, juntos a los franceses, los que inflaron con capital la burbuja inmobiliaria española que, tal y como era de prever, acabó explotando. En resumidas cuentas, no parece que me pueda permitir la desintegración de la Unión Europea ni tampoco el desmantelamiento del euro como moneda común. No al menos sin que ello tenga duras consecuencias para mi economía y para mi Estado del Bienestar, que, pese a estar en retroceso, sigue estando bastante más desarrollado que el de otro países europeos.

Angela Merkel lo ha dicho en numerosas ocasiones: “Un fracaso del euro supondría un fracaso del proyecto europeo”. Pese al aparente europeísmo sin fisuras del actual Gobierno federal, su inquebrantable postura respecto a la deuda privada en la periferia, en la que mi gran banca y algunas de mis cajas regionales están muy expuestas (sin una cifra de capital oficial reconocida por mis autoridades), genera dudas sobre mi compromiso con el proyecto político europeo. Mi actual ministro de Finanzas, el cristianodemócrata Wolfgang Schäuble, ha repetido por activa y por pasiva que los deudores son los que tienen la responsabilidad de devolver los créditos contraídos (con los correspondientes intereses). En una entrevista publicada este año por el diario español ABC, Schäuble dijo: “España rechazaría frontalmente la posibilidad de no devolver los créditos asumidos. Un sistema económico estable se basa en la confianza, que, a su vez, se basa en la certeza de que se cumplen los contratos y se devuelven los créditos. Sin esta condición básica no funcionaría ninguna economía.” Nada dijo Schäuble, sin embargo, de la evidente responsabilidad compartida en una crisis de deuda entre acreedores (en este caso, parte de mi banca) y los acreedores (la banca periférica).

Todo ello hace que la confianza de mis socios europeos respecto al aparente europeísmo sin fisuras de mi actual Gobierno decrezca y, por consiguiente, se abran aún más las brechas en el ya de por sí castigado proyecto de la UE. Una profundización de esa crisis comunitaria, que en el peor de los casos desembocase en la ruptura del euro como moneda común y del fin de la UE como proyecto político, tendría, sin duda, unas consecuencias incalculablemente negativas para mi economía nacional y para mi población.

esglobal: ¿Cómo encaja ese europeísmo con su cada vez mayor acercamiento a las economías emergentes de Asia, como China, por ejemplo?

SA: El hecho de que la mitad de mi PIB descanse en mi sector exportador me obliga a buscar salida a mis productos allá donde sea posible, aún más si la demanda en el mercado comunitario flaquea. China es, sin duda, uno de los países emergentes donde la capacidad de consumo ha aumentado y donde mis productos made in Germany son apreciados y demandados. Un demoledor dato lo demuestra mi multinacional automotriz Volkswagen que vendió en la primera mitad del presente año más turismos en China que en el conjunto de la Unión Europea (más de un millón de coches vendidos en el gigante asiático frente algo más de 775.000 en los 27 Estados miembros de la UE).

Volkswagen colocó así el 40% de su producción de utilitarios en el mercado chino durante el primer semestre de 2013. Y esa tendencia es ascendente: la Universidad de Duisburgo-Essen pronostica que la mitad de turismos de la marca alemana serán conducidos por ciudadanos chinos antes de 2020. Así las cosas, no me puedo permitir prescindir de esos merados emergentes con una clase media creciente, incluso cuando son países donde el respeto de los derechos humanos brille por su ausencia, como es el caso de China, una dictadura comunista de economía neoliberal. No es casualidad que Angela Merkel dejase hace años de recibir de forma oficial al Dalai Lama, opositor al régimen chino y líder espiritual del Tíbet.

esglobal: ¿Ha crecido su euroescepticismo a raíz de la crisis de deuda europea?

SA: No sólo la germanofobia ha aumentado en la periferia europea con la crisis económica y de deuda; el euroescepticismo también ha crecido entre mi población. Una prueba de ello es la aparición en mi arena política del partido Alternativa para Alemania (Alternative für Deutschland -AfD-), una escisión de la CDU (cristianodemócrata) que apuesta por acabar con la eurozona tal y como la conocemos ahora. Aunque los sondeos lo sitúan por debajo del umbral de 5% de votos necesario para entrar en el Parlamento, la fundación de AfD corporifica políticamente ese (creciente) euroescepticismo que se respira en mi sociedad.

Un reciente informe del centro de estudios londinense Open Europe apunta en esa misma dirección: la mayoría de alemanes (un 55%) quiere permanecer en el euro, pero también que la eurozona se convierta en “un selecto grupo” de países con características similares a las mías. Es decir, más de la mitad de mis ciudadanos apuesta por la construcción del conocido como “euro del Norte”. Mientras, países como España, Grecia o Portugal deberían volver a sus respectivas monedas nacionales. Esta última opción es precisamente defendida por la (de momento) marginal formación Alternativa para Alemania.

esglobal: ¿En qué momento se encuentra el neonazismo alemán? ¿Lo considera usted un problema relevante o más bien marginal?

SA: Durante décadas, mi clase política y mi Estado fueron incapaces de calibrar de manera correcta la amenaza asesina de mi extrema derecha: el ‘caso NSU’, que salió a la luz pública a finales de 2011, cambió esa percepción. Después de que se supiera que una célula neonazi formada por tres personas, con el apoyo de una amplia red social, llevó a cabo atentados contra ciudadanos alemanes de origen extranjero, atracó bancos y puso bombas, mi clase política y mis servicios secretos y policiales cambiaron el discurso respecto al neonazismo.

No en vano, la extrema derecha ha matado a más de 180 personas desde mi reunificación. Ello ante cierta pasividad de mis servicios secretos y policiales. En todo caso, y pese a que los partidos neonazis siguen suponiendo un movimiento político marginal (con representación en algunos parlamentos regionales y fuertemente arraigados sobre todo en mis territorios orientales), puedo decir sin miedo a equivocarme que el neonazismo extraparlamentario alemán se encuentra en alza.

esglobal: ¿Qué pasará en sus elecciones federales del próximo 22 de septiembre?

SA: A no ser que se produzca un inesperado vuelco electoral de última hora, la actual canciller, su partido cristianodemócrata CDU y su marca bávara (los socialcristianos de la CSU) se impondrán con claridad en mis próximos comicios. Así lo apuntan los sondeos de intención de voto. La única cuestión que sigue abierta es con quién gobernará Merkel la próxima legislatura. La actual coalición de Gobierno liberal-conservadora parece tener pocas posibilidades de reeditarse, porque los actuales socios de Merkel (los liberales del FDP) es probable que entren en el Parlamento con apenas el 5% de los votos, un porcentaje insuficiente para la reedición de mi actual Gobierno. Una nueva gran coalición de cristianodemócratas y socialdemócratas, que ya me gobernó entre 2005 y 2009, se presenta así como la opción más sólida.

Otra posibilidad es una coalición entre los conservadores y Los Verdes: en la escala regional ya se ha producido esta curiosa combinación. No en vano, Los Verdes alemanes, pese a haber nacido de los rescoldos del movimiento de protesta juvenil de los 60 y 70, son en la actualidad un partido de centro-izquierda de acento ecologista y con posiciones liberales en cuanto a política económica. Y ello no está tan lejos de las inclinaciones que representa Merkel. Algunos analistas apuntan, sin embargo, que esa coalición supondría un suicidio político para el partido ecologista, que pagaría esa alianza en futuros comicios regionales y federales, en los que muy probablemente serían castigados por su electorado más escorado a la izquierda.

esglobal: ¿En qué medida marcarán el futuro de la UE los resultados de sus elecciones  del próximo septiembre?

SA: En las redacciones periodísticas de países como España se viene diciendo desde hace semanas que mis próximas elecciones son tan importantes (si no lo son más) como las elecciones nacionales de los países de la periferia europea. Ello demuestra hasta qué punto depende el destino de la UE del futuro gobierno que se establezca en Berlín. Hasta alturas está claro que Bruselas consulta a mi Ejecutivo antes de tomar cualquier decisión de calado que afecte el conjunto de la Unión. En ese sentido, se puede decir que no habrá UE sin Alemania, pero también que Alemania difícilmente se mantendrá como la actual potencia económica y política que es sin el apoyo de sus aliados comunitarios. Los acuerdos y el compromiso político parecen así el único camino posible para encontrar una salida a la crisis en la que está inmersa Europa, conmigo a la cabeza.

 

 

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