¿Se trata de una práctica necesaria para publicar historias que no saldrían a la luz de otro modo o se ha transformado en un abuso que pone en peligro la fiabilidad de la propia información?

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En 2004, algunos de los principales medios estadounidenses como el diario New York Times (NYT) decidieron poner freno a lo que se consideraba una epidemia de uso de fuentes anónimas en sus historias. Los motivos fueron muchos. Solo un año antes se había destapado el escándalo de Jayson Blair, un periodista del periódico que se inventaba historias de todo tipo citando a fuentes anónimas cuya existencia nadie iba a poder comprobar. En las nuevas reglas, aún vigentes hoy, se enfatizaba que las fuentes anónimas debían ser un último recurso. Y, cuando no se pudiera evitar recurrir a ellas, el autor debía explicar por qué esa fuente pedía permanecer en el anonimato y la razón por la que se le concedía. Coletillas como “fuentes anónimas que no pueden hablar por temor a represalias” o “fuentes anónimas porque la investigación sigue su curso” empezaron a multiplicarse en la prensa. El impacto fue el opuesto al deseado: en realidad, se daba una coartada para su uso y abuso. Solo había que añadir la citada coletilla. Si en 2003 se publicaron 730 historias de Associated Press concediendo el anonimato “por razones de”, en 2005 fueron casi 9.500, según un estudio de Lew Ayres en el NYT.

 

¿Epidemia dañina o multiplicador de historias?

El uso de fuentes anónimas es un arma de doble filo. Los que se oponen a ellas, y en teoría son casi todos los grandes medios internacionales, argumentan que son imprecisas y un coladero de medias verdades. Al no ser responsables de lo que dicen con su buen nombre, las fuentes pueden manipular al periodista, contaminarle o usarle para lanzar globos sonda a la sociedad. Un bróker puede manipular los mercados filtrando una noticia anónima sin tener que pagar las consecuencias, por ejemplo.

Al mismo tiempo, sin esos informantes sin nombre muchísimas historias no saldrían a la luz. El periodismo que revela noticias requiere herramientas más al límite. Claro, dicen los que las defienden, diarios como el popular estadounidense USA Today nunca van a publicar muchos artículos basados en fuentes anónimas y el Washington Post, sí. Pero el motivo no es necesariamente caminar hacia una mayor ética periodística, sino más bien que el USA Today, menos enfocado al análisis, más sensacionalista, no saca exclusivas sobre operaciones militares o corrupción gubernamental, mientras que el Washington Post, sí.

En la primavera de 2005 se produjo una oleada de manifestaciones violentas en algunas capitales del mundo musulmán. El origen estaba en un artículo de la revista Newsweek que citaba fuentes anónimas del Ejército. Un soldado de Guantánamo había profanado un Corán tirándolo por el desagüe, delante de los presos. En las protestas murieron al menos 15 personas. Tiempo después la revista tuvo que matizar la historia. La fuente había empezado a dudar de los hechos.

Historias como esta no son habituales. Es más normal que el anonimato se emplee para tareas propagandísticas más asépticas. ¿Quiere saber qué reacción se desataría en los ciudadanos si se aprobara cierta ley polémica? Basta con filtrárselo a un periodista bajo condición de anonimato, ver si se genera demasiado ruido y, en caso contrario, aprobarla o apostar por ella. Es una forma de tantear el mercado o a los votantes sin arriesgarse.

 

Filtraciones anónimas intencionadas

En 2012, el diario español El Mundo publicó una información pocos días antes de las elecciones catalanas. Se afirmaba que la Unidad de Delitos Económicos y Fiscales (UDEF) estaba investigando a Artur Mas, el presidente de la Generalitat, por su presunta implicación en el cobro de comisiones en el conocido caso Palau de la Música. Existieron y existen dudas sobre el que se dio en llamar el informe “fantasma”, que la UDEF terminó invalidando. Obviamente estaba justificado que las fuentes que lo filtraron pidieran permanecer en el anonimato pero, ¿se refugiaron en él para hacer daño a las opciones electorales del President? ¿Lo filtró el Gobierno para tratar de frenar la deriva independentista del político?

Algo parecido ocurrió con las informaciones falsas publicadas por Reuters en lo peor de la crisis del euro sobre el rescate a España. En varias ocasiones la agencia de noticias aseguraba, refiriéndose a fuentes anónimas europeas, que la cuarta economía del euro estaba a días de pedir el rescate financiero. Esa información y la sobrerreacción de los mercados fueron usadas para ablandar al Presidente español, que inmediatamente decretó drásticos recortes en el gasto público. ¿Habían mentido o intensificado la realidad esas fuentes para provocar una reacción en Madrid? ¿Estaban confundiendo el rumor con el hecho?

En algunas ocasiones, el anonimato puede servir de escudo legal. Los bróker de bolsa tienen incentivos para manipular el mercado. Pueden apostar en corto, por la bajada del valor en bolsa de las acciones de una empresa, y luego intentar provocar su caída mintiendo o exagerando sobre un mal dato de la compañía. Está prohibido por ley, pero si uno se lo filtra a un periodista y este protege garantizar el anonimato, la fuente puede conseguir el mismo efecto sin exponerse a ir a la cárcel o a perder su licencia.

En Estados Unidos se hizo famoso un vídeo en el que uno de los principales presentadores de la cadena económica CNBC, Jim Cramer, fanfarroneaba sobre su habilidad como ex director de un fondo de riesgo para manipular la Bolsa. “La forma en que el mercado realmente funciona es tener a alguien en las casas de inversión que haga una serie de órdenes en el mercado para que caiga el valor, luego lo filtras a la prensa, y lo llevas a la CNBC –eso es importante. Y entonces tendrás un círculo vicioso hacia abajo. Es un juego divertido”, decía.

 

Bruselas y Washington, capitales del ‘on background’

En las principales capitales globales se convocan casi a diario sesiones informativas o briefings con grupos de periodistas sobre los temas más variopintos. ¿Se va a celebrar una cumbre en Europa? La oficina de la Representación Permanente (la RePer, como se llama en el mundillo) cita a los periodistas a una reunión de la que pueden usar el contenido sin citar la fuente. No les dan exclusivas ni información delicada. Les cuentan, por ejemplo, cómo van a funcionar los tests de estrés a la banca, o cuáles son las posiciones avanzadas por los sherpas (los negociadores de nivel medio en la capital comunitaria que preparan los acuerdos para que luego los firmen los jefes de Estado y de Gobierno) de cada país. Se utilizan tanto, son una práctica tan habitual para facilitar el trabajo de los reporteros, que algunos se sienten perdidos sin esa información de parte, interesada, y sin responsabilidad. ¿Les están contaminando? ¿Por qué no pueden conseguir esa información por otro lado, hablando con profesores, expertos, analizando documentos? ¿Por qué no se puede citar a la fuente si se trata de un organismo oficial electo? ¿Es abusiva esta práctica?

“En su mayoría son funcionarios del gobierno y otros insiders que filtran informaciones a los reporteros con una determinada intención, y cuando no están distorsionando los hechos están lanzando un globo sonda”, se dice en el libro de estilo online de AP.

La misma agencia de noticias, en su código profesional, da muchas de las claves para entender cómo de profunda es la madriguera de las fuentes periodísticas. Éstas hablan con los periodistas de múltiples formas: on the record, cuando la fuente permite que se le nombre y que se use la información, opción por defecto; off the record, la información no se puede usar para su publicación, y por tanto tampoco se puede nombrar a la fuente; y on background, se puede usar la información pero solo bajo unas condiciones de anonimato negociadas con la fuente. En general, las fuentes no quieren que se publique su nombre, pero están de acuerdo en una descripción de su cargo: “fuentes cercanas a la negociación”, “fuentes conocedoras”, “fuentes del sector”, etcétera. Hay más fórmulas, como la on deep background, en la que se puede usar la información, pero sin ser atribuida a nadie. La fuente no quiere ser identificada de ninguna forma, ni siquiera en condición de anonimato.

En general, todas salvo la on the record “se deben rechazar vigorosamente”, pide AP a sus reporteros, “y tratar de persuadir a la fuente cuando se cita a un grupo de periodistas para que pongan el briefing on the record, porque éstos se han vuelto un hábito, sobre todo en fuentes del gobierno”. El anonimato por supuesto que se puede aceptar, pero solo si se cumplen tres requisitos: las fuentes insisten en mantenerse anónimas y ofrecen información crucial –no opinión o especulación; no hay otra forma de obtener esa información; y se sabe que la fuente es conocedora del asunto y fiable.

En la misma línea van organizaciones como la Sociedad de Periodistas Profesionales: “Cuando una fuentes te da información de forma anónima, asegúrate de que la razón no es simplemente mejorar su posición o perjudicar a la de alguien más, o vengarse de un rival, o atacar a un oponente o mover su agenda”.

Y, sobre todo, “si se van a utilizar fuentes anónimas, hay al menos que asegurarse de que dicen algo”, opina Jack Shafer, crítico periodístico y azote del uso y abuso de esta práctica. Pone un ejemplo. En una noticia sobre un contrato multimillonario para una de las estrellas de la serie The Big Bang Theory, el NYT atribuía la información a “personas con conocimiento del resultado de las negociaciones, que hablan en condición de anonimato porque las negociaciones son privadas”. Shafer se pregunta: “¿acaso no son todas las negociaciones privadas; me he perdido las negociaciones públicas en Hollywood entre las estrellas y los productores? Aplicando estos estándares tan bajos, el Times, dice, está esencialmente poniendo un cartel en su ventana anunciando su disponibilidad para cualquier fuente que quiera acercarse para dar detalles sobre las negociaciones”.

El uso de las fuentes anónimas permite a los periodistas hacer su trabajo en muchas ocasiones. Son obvios los casos de los regímenes dictatoriales y represivos como el chino. Difícilmente de otro modo podría haber salido a la luz cómo las familias en el poder se embolsan gran parte de la riqueza del país. Pero incluso en las democracias más avanzadas ocurren cosas que solo se terminan conociendo si se permite que la fuente permanezca fuera del foco público. Nixon probablemente no habría dimitido por el caso Watergate de la guerra sucia contra la oposición y nunca habríamos tenido constancia de los Papeles del Pentágono que demostraban la mentira sistemática del gobierno de Estados Unidos a sus ciudadanos sobre su actuación en la Guerra de Vietnam. Pero la situación actual, para algunos, constituye una epidemia, y eso puede poner en peligro la fiabilidad de la información en sí misma y de la profesión periodística.