No, pero lo está alimentando.

 

 

beppe grillo
ALBERTO PIZZOLI/AFP/Getty Images

 

Los populistas y extremistas están en alza por toda Europa. Incluso Alemania está presenciando el ascenso de un partido euroescéptico. La crisis del euro es la razón del creciente riesgo político de la eurozona. ¿O quizá no? Es cierto que los partidos populistas son ahora más importantes en varios países de la moneda única, pero los motivos de esto son múltiples y es difícil detectar una tendencia que abarque a toda Europa. El fin de la crisis del euro no garantizaría un regreso a la predecible política que propicia la existencia de dos grandes bandos.

¿Qué es el populismo? En su estado más básico, un populista es alguien que defiende medidas que no te gustan. Para la prensa de derechas, los populistas son aquellos que pretenden imponer mayores impuestos, más asistencia social y la protección de la industria. Para los medios de izquierdas, es la gente que se opone a la inmigración, la diversidad y la Unión Europea.

Lo que los populistas tienden a tener en común es que todos se sitúan a sí mismos en contraposición a las élites políticas. "El populismo tiene tanto que ver con el estilo como con la sustancia", afirma Tim Bale, profesor de Política en la Universidad Queen Mary de Londres y experto en la materia. Los populistas, con frecuencia, sostienen que sólo ellos representan a la gente mientras que los partidos políticos están ajenos de la realidad, son corruptos y están pendientes, únicamente, de sus propios intereses. Los populistas detestan la democracia representativa y les encantan los referéndums.

Aplicando esta definición, el ascenso del populismo en Europa precedió a la crisis del euro en bastantes años. Pensemos en Jörg Haider en Austria, Pim Fortuyn en los Países Bajos, los hermanos Kaczynski en Polonia o Jean Marie Le Pen en Francia.

Dos tendencias han minado la confianza de la gente en las autoridades públicas y por tanto ayudado a los populistas. En primer lugar: la globalización, la inmigración y el cambio tecnológico están haciendo la vida más compleja. Los partidos de centro-izquierda ya no pueden hacer promesas verosímiles sobre el empleo y la seguridad social. Las nociones del centro-derecha sobre lo que es una familia estable y sobre la responsabilidad individual difícilmente suenan creíbles. Mientras nuestras antiguas divisiones ideológicas se difuminan, los partidos convencionales a ambos lados del espectro político prometen hacer “lo que sea que funcione”. Los confundidos votantes encuentran atractivos los mensajes simplistas y claros de los populistas.

En segundo lugar: la difusión de Internet y de los nuevos medios de comunicación on line o redes sociales puede ayudar a los advenedizos políticos a movilizar a las masas. Mucha gente confía hoy más en los nuevos medios más que en los convencionales. Y en un intento de recuperar sus índices de audiencia, incluso los presentadores serios dan a los pintorescos populistas más tiempo en el aire que a los "aburridos" centristas.

La crisis de la eurozona no ha provocado el populismo europeo pero desde luego lo está alimentando. En estos frustrantes tiempos, las soluciones simples que venden los populistas están ganando tracción en muchos países de la zona. Pero cada uno tiene sus idiosincrasias.

Los votantes en algunos de los países acreedores del Norte fueron los primeros en volverse inquietos. El Partido de la Libertad –euroescéptico y anti-inmigración– casi triplicó su porcentaje en las elecciones holandesas de 2010. Un año después, el partido anti-rescate, Finlandeses Verdaderos, se convirtió en la tercera mayor formación del Parlamento finlandés. Sin embargo, ambas organizaciones parecen haber llegado ya a su límite. En 2012, el voto al Partido de la Libertad se hundió en las elecciones generales holandesas, al igual que le sucedió a Finlandeses Verdaderos en los comicios locales.

¿Ha llegado ahora el turno de Alemania? En septiembre, Alternative für Deutschland (AfD) será el primer partido euroescéptico alemán que se presente a unas elecciones generales. El principal objetivo de AfD es que Alemania abandone el euro, aunque la organización apoya otros aspectos de la integración europea. Una encuesta de opinión mostró que casi un cuarto de los alemanes considerarían "en principio" votar a favor de un partido euroescéptico; pero en otra encuesta sólo un 3% dijo que elegiría a AfD si las elecciones se celebraran ahora. El líder de la formación, Bernd Lucke, un académico de modales suaves y apariencia juvenil, es una especie rara dentro de los populistas, aunque, como la mayoría de sus equivalentes europeos, promete más democracia directa y poner fin a la política del pasado. No obstante, puesto que la mayoría de los escalones superiores del partido están formados por profesores universitarios con gafas y empresarios acomodados, éste apela a los votantes centristas de clase media, que en su gran mayoría están todavía felices con Angela Merkel y sus políticas europeas.

En Alemania, como en otros países del Norte de Europa, el principal efecto que tienen los populistas es que consiguen desbaratar estrategias de coalición que se consideraban bien engrasadas. Puede que la AfD no consiga el 5% que necesita para obtener escaños. Pero tras septiembre podría robarles los suficientes votos a los (ya sufrientes) liberales para privar a Merkel de su socio natural de coalición. Y es que los populistas tienen impacto porque, con frecuencia, los políticos convencionales se sienten empujados a usurparles sus ideas. Estas técnicas casi nunca funcionan, en parte porque los populistas se pueden desplazar, fácilmente, a posturas aún más extremas y en parte porque a los votantes moderados (todavía mayoría en todos los partidos del Norte europeo) les molesta que los políticos persigan el voto populista.

Si bien el populismo en el Norte de Europa es desestabilizador pero no desastroso, ¿qué es lo que pasa en el sur? En Grecia e Italia, los populistas ya no son figuras marginales. En las elecciones griegas de mayo de 2012, el partido de izquierda dura Syriza acabó el primero tras prometer a los griegos el fin de la austeridad impuesta por la UE; el neofascista Amanecer Dorado obtuvo un 7%, mientras que un porcentaje similar fue a parar a otro partido nacionalista de derechas (la repetición de la votación un mes más tarde elevó al partido de centro-derecha Nueva Democracia un poco por encima de Syriza pero no ofreció muchos más cambios). En las elecciones italianas de febrero de 2013, el Movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo, que se opone a la Unión, logró un 25%, un porcentaje mayor que ningún otro partido por sí solo.

Con una tasa de desempleo que ahora se sitúa en el 27% en Grecia y con Italia sufriendo su más larga recesión de las dos últimas décadas, ¿cómo podría la gente no haber votado por los populistas? Podría. España también tiene un 27% de paro y ni un solo populista a la vista. Los irlandeses y los portugueses han sufrido, enormemente, en la crisis del euro pero no han abandonado a los partidos establecidos.

Grecia e Italia se destacan porque sus sistemas políticos se habían vuelto disfuncionales mucho antes de la crisis económica. La corrupción y el nepotismo existen en la mayoría de los países europeos, pero no al nivel en el que solían triunfar en Roma y Atenas. Es por tanto comprensible que ahora griegos e italianos se nieguen a respaldar a partidos establecidos que no han hecho apenas nada por sus respectivos países durante décadas.

La grieta más profunda que se abre en la política griega no es la que separa a partidarios y críticos de la austeridad, sino a aquellos que durante mucho tiempo se han beneficiado de un sector público inflado (protegido por y, estrechamente, interrelacionados con Nueva Democracia y el otro gran partido convencional, el Pasok) y quienes en el sector privado han soportado el grueso de las consecuencias de la austeridad. Para ellos las promesas de Syriza de asistencia sanitaria y comedores escolares gratuitos, generosas prestaciones sociales y salarios mínimos más altos resultaban atractivas. Pero muchos, simplemente, sienten que no pueden soportar más el seguir apoyando a los partidos tradicionales.

Grecia es también uno de los pocos lugares en los que la crisis ha reforzados a la extrema derecha. Una razón es el creciente resentimiento hacia el millón aproximado de inmigrantes que llegaron durante los buenos tiempos. Otro es el colapso de la ley y el orden que ha acompañado al hundimiento económico griego. El Estado está en tal situación de desbarajuste que muchos ciudadanos ahora reciben con los brazos abiertos el hecho de que los matones de camisas negras de Amanecer Dorado pongan un poco de orden en sus barrios, incluso si eso significa que cientos de inmigrantes acaben en el hospital tras recibir brutales palizas.

En Italia, la derechista Liga Norte obtuvo un miserable 4% en las elecciones de 2013. Estaba contaminada por demasiados años pasados en el Gobierno. Los italianos rechazaron a todos los partidos políticos establecidos en la última votación, independientemente de si estaban a favor o en contra de la austeridad. No votaron tampoco en apoyo de su anterior primer ministro, el tecnócrata Mario Monti. Sus subidas de impuestos y recortes de presupuesto no granjearon a Monti muchos amigos. Pero sus índices de aprobación (que en una vez se situaron en un extraordinario 70%) sólo se hundieron cuando dejó de ser un tecnócrata y se unió al combate político como candidato electoral.

La tragedia en Grecia e Italia es que esta reordenación y renovación del sistema político que se debería haber producido hace tiempo llega en un momento en el que ambos países necesitan, desesperadamente, contar con gobiernos fuertes y estables. Y podrían pasar años antes de que eso sea una posibilidad realista. Los populistas tienen tendencia a ir quedándose sin batería. Cuanto más se acercan al poder, más se enfrentan a la presión de presentar soluciones creíbles y hacer concesiones. En ese punto, o bien se convierten en partidos convencionales o bien se desinflan. Hasta que eso pase, el populismo y la incertidumbre política continuarán haciendo la crisis del euro aún más inflamable.

Sin embargo, no es seguro que el fin de la austeridad pudiera hacer que la política de Grecia e Italia fuera predecible, ni que sin más rescates no existiera populismo en Europa del Norte. En una época en la que los votantes se sienten confundidos y a la vez son, fácilmente, maleables a través de Internet y los medios sociales, la política no va a regresar a los sobrios sistemas de dos o tres partidos de los años de la posguerra.

 

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