Israel podría convertir la nueva situación en una oportunidad.

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Dos hombres palestinos llevan una bandera para celebrar el acuerdo de reconciliación entre Al Fatah y Hamás.

 

La firma en la Franja de Gaza del tercer acuerdo de reconciliación nacional entre las principales facciones palestinas, Al Fatah y Hamás, ha pillado por sorpresa a gran parte de los analistas. En parte debido al rotundo fracaso de los dos acuerdos anteriores –el de El Cairo de mayo de 2011 y el de Doha de febrero de 2012– y, sobre todo, debido a la inmediatez de la fecha del 29 de abril, que había sido tomada como referencia para la aprobación del acuerdo marco impulsado por el Secretario de Estado estadounidense John Kerry, y que sin embargo pasará a la historia sin pena ni gloria.

Este pacto de confraternización con los islamistas ha permitido al Presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmoud Abbás, romper la baraja negociadora y colocar a su rival, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, frente a sus propias contradicciones. Pues a pesar de que Hamás siga formando parte de las listas de organizaciones terroristas del Departamento de Estado y de la UE, constituye sin duda una fuerza política imprescindible para poder conducir cualquier tipo de negociación creíble y duradera con Israel.

Aunque Netanyahu haya reaccionado tomando medidas punitivas –congelando las negociaciones y reteniendo las transferencias financieras de las tasas aduaneras e impuestos que recauda en nombre de la ANP, a las que está obligado en cumplimiento del Protocolo de París– podría intentar convertir esta situación de aparente amenaza en oportunidad. No sólo porque ha negociado con Hamás cuando le ha interesado, sino también porque el movimiento islamista se encuentra en un momento de debilidad en todos los órdenes, lo que podría permitir a su actual dirección abdicar de sus tradicionales demandas maximalistas.

 

Negociar con Hamás

Si hasta hace poco los dirigentes de la ANP arremetían contra Hamás cada vez que podían y sus fuerzas de seguridad en Cisjordania continuaban practicando detenciones entre sus militantes (o replegándose de las áreas A que están bajo su control integral cada vez que el Ejército israelí realiza operaciones de búsqueda y captura de sospechosos), la falta de progreso en las negociaciones con Israel les ha llevado a priorizar la reconciliación nacional. Ante un escenario más que probable de no tener nada más que ofrecer a sus ciudadanos que una mera prórroga de los contactos bilaterales auspiciados por la Administración Obama a partir del 29 de abril, Abbás ha optado por negociar con Hamás.

Para ello no ha partido de cero, sino de los dos precedentes inmediatos que asimismo se dieron en contextos en los que el proceso de paz palestino-israelí se encontraba estancado –por lo que necesitaba ejercer algún tipo de presión sobre Netanyahu– y el vecino Egipto –a modo de mediador entre Al Fatah y Hamás, además de patrocinador de la reconciliación– atravesaba nuevas coyunturas. Esos dos precedentes son mayo de 2011, cuando el régimen de Hosni Mubarak había sido revocado y el país era gobernado interinamente por el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (SCAF), y en febrero de 2012, cuando ya detentaban el poder los Hermanos Musulmanes.

Esto hizo que si en la primera ocasión ambas facciones negociaron en condiciones de igualdad, en la segunda Hamás lo hizo desde una posición de superioridad –que le confería el haber aguantado la ofensiva militar israelí durante la operación Pilar Defensivo en noviembre de 2011, así como el disfrutar del apoyo diplomático y económico de Turquía y Qatar–. Sin embargo, en este tercer caso se han invertido las tornas.

El movimiento Al Fatah es ahora el que se encuentra crecido después de que la toma del poder por parte del Ejército egipcio en julio de 2013 y la más que probable elección del mariscal Abdel Fatah al Sisi como futuro presidente hayan llevado al aislamiento tanto político como económico y logístico de Hamás (el cierre de los túneles bajo el Corredor de Filadelfia le ha asestado un golpe durísimo, al cortarle el suministro tanto de alimentos baratos y bienes de consumo como de armamento y munición).

 

Oportunidad para Netanyahu

A pesar de su encendida retórica contra el acuerdo de reconciliación nacional entre los palestinos –Netanyahu ha acusado a Hamás de querer provocar un segundo Holocausto, en este caso no contra el pueblo judío sino contra el Estado de Israel–, el actual primer ministro israelí es el que más y mejor ha negociado con Hamás desde que comenzó su segundo mandato en 2009 y lo sigue haciendo hasta ahora.

Prueba de ello es que su predecesor inmediato, Ehud Olmert, fue incapaz de lograr un acuerdo para canjear al cabo Gilad Shalit –que se encontraba en manos de Hamás desde que fuera secuestrado en junio de 2006– por mucho que lo intentara, bien a través de sus propios negociadores o con el director del servicio de inteligencia alemán Bundesnachrichtendienst (BND) como intermediario. En cambio, Netanyahu lo consiguió tras dos años de gestión a partir del canje por un millar de presos palestinos en octubre de 2011.

También negoció con los islamistas a las pocas horas de poner en marcha la operación Pilar Defensivo con el objetivo de drenar de cohetes el arsenal militar de las Brigadas Izzadin Al Qassam en noviembre de 2012. En apenas una semana dio por concluida la campaña, que debido a la presión internacional, pero también a un entendimiento entre bastidores con Hamás facilitado por los mediadores egipcios no incluyó una operación terrestre como ocurriera con Olmert durante la operación Plomo Fundido en diciembre de 2008, lo que ayudó sin duda a minimizar el número de víctimas civiles.

Igualmente han tenido lugar otros momentos de entendimiento con Hamás, tanto para lograr un alto el fuego tras el lanzamiento de cohetes por parte de otras milicias como para que incluso sus fuerzas de seguridad prevengan dichos lanzamientos cuando políticamente les conviene. Esto ha hecho que el ministro de Hacienda y número tres del actual Gobierno israelí, Yair Lapid, haya llamado públicamente a negociar con los islamistas si éstos cumplen con las tres condiciones que demanda el Cuarteto: renuncia a la violencia y al terrorismo, reconocimiento de Israel y aceptación de los acuerdos previamente suscritos entre Israel y la OLP.

 

Metodología para la reconciliación

El acuerdo de reconciliación presenta los siguientes componentes: creación de un gobierno interino de unidad nacional en espacio de cinco semanas; actualización del censo electoral y convocatoria de elecciones tanto presidenciales como al Consejo Legislativo (Parlamento que representa a los palestinos de los Territorios) en el plazo de seis meses; y elaboración del censo electoral de los refugiados en la diáspora (hasta ahora inexistente) y convocatoria de elecciones al Consejo Nacional Palestino (Parlamento ampliado que representa a todos los palestinos, incluidos los del exilio).

A estos tres componentes se les añadiría la reforma de la OLP, organización, que tradicionalmente ha sido calificada como “única representante legítima” del pueblo palestino, pero se encuentra esclerotizada y precisa de una profunda reestructuración. Pues aunque los sondeos de opinión otorguen un máximo del 25% de apoyo a los partidos islamistas, lo cierto es que su mayor disciplina y, sobre todo, el voto de castigo a Al Fatah en las elecciones legislativas de 2006 hicieron que el “Bloque por el Cambio y la Reforma” (marca electoral utilizada por Hamás) resultara supra-representado en el Consejo Legislativo, que desde la efímera guerra civil de junio de 2007 se ha convertido en una cámara totalmente disfuncional.

En cualquier caso, la OLP no podrá seguir reclamando su condición de único representante legítimo de todos los palestinos en tanto en cuanto no incluya a los partidos islamistas en todos sus órganos de representación.

 

Retos y desafíos

He aquí el gran reto a medio plazo que supone la reconciliación nacional para Abbás en su doble función como Presidente de la ANP y como Secretario General de la OLP: proceder a desmovilizar y desarmar a las milicias islamistas –las Brigadas Izzadin Al Qassam y las Brigadas Al Quds– y lograr que tanto Hamás como la Yihad Islámica renuncien al uso de la violencia y se integren en el juego democrático. Pero, evidentemente, esto sólo sería posible a partir de un gran acuerdo político previo.

Además de la conformación del nuevo gobierno de unidad nacional y la organización de las mencionadas elecciones, el principal desafío inmediato para la ANP radica en integrar sus fuerzas de seguridad operativas en Cisjordania con las de Hamás en Gaza (además de con los cientos de agentes de policía fieles a la ANP que se encuentran de baja forzosa en la Franja desde 2007, aunque siguen cobrando sus salarios). Una entidad que aspira a ser Estado necesita ejercer el monopolio de la fuerza, por lo que sólo puede tener una cadena de mando que haga cumplir la ley, tal como reclama Netanyahu.

La tarea tampoco resultará fácil para el Primer Ministro israelí, pues tras llevar años demonizando a Hamás –al igual que ocurriera con la OLP durante los 70 y 80 antes de firmar la Declaración de Principios en 1993– tendría que reconocer al nuevo gobierno interino palestino en el caso de que Abbás logre que éste renuncie expresamente a la violencia.

Pero esto tendría unos altísimos costes políticos para Netanyahu –dimisión o cese de algunos miembros de la coalición gubernamental como HaBayit HaYehudi, que le obligaría a incorporar a otras fuerzas como el Partido Laborista– que el primer ministro israelí no parece dispuesto a pagar. Salvo que Occidente llegue a un acuerdo previo con Irán que satisfaga las demandas israelíes y Bibi decida pasar a la historia como un estadista en vez de cómo un oportunista.

La solución pasaría por optar por el modelo de dos Estados en vez de por el sistema de apartheid al que los palestinos están condenados en el caso de proseguir por el actual camino hacia un Estado binacional, tal como ha advertido John Kerry en su reciente intervención ante la Comisión Trilateral. Como dicen los anglosajones, la pelota está en el tejado de Netanyahu.

 

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