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El Presidente francés, Emmanuel Macron, saluda a soldados en Estonia durante una cumbre de la UE en el país báltico, septiembre 2017. JANEK SKARZYNSKI/AFP/Getty Images

El debate sobre el ejército europeo vuelve a plantearse. ¿Cuáles serían los principales obstáculos a su establecimiento?

El debate sobre la creación de un ejército europeo se remonta siete décadas atrás cuando la Comunidad Europea de Defensa abrió la oportunidad de avanzar hacia la integración militar en el viejo continente. Aquella iniciativa no llegó a entrar en vigor debido a que la Asamblea Nacional francesa no ratificó el tratado de adhesión.

Desde entonces la idea ha resurgido en ciertas ocasiones, casi siempre en circunstancias, como es el caso actual, en las que el vínculo transatlántico ha mostrado fisuras. De esta forma, el Presidente francés, Emmanuel Macron, ha hecho recientemente un llamamiento a crear un “verdadero ejército europeo” capaz de proteger a los ciudadanos de la UE “de China, de Rusia, e incluso de EE UU”.

La Comisión Europea, así como algunos gobiernos europeos, entre los que se encuentra el español, han mostrado su apoyo a la idea de Macron. Por su lado, el Presidente estadounidense, Donald Trump, considera la propuesta como “insultante”, casi al mismo tiempo que su homólogo ruso, Vladímir Putin, señalaba que se trata de un “proceso positivo".

Todas estas posturas encajan perfectamente en el tablero geoestratégico actual.

La estrategia “América Primero” del Presidente estadounidense y su amparo del unilateralismo han deteriorado progresivamente las relaciones entre EE UU y la UE. La retirada de Estados Unidos del acuerdo con Irán y, más recientemente, del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio con Rusia, el lanzamiento de medidas proteccionistas comerciales y la falta de sintonía en un buen número de otros asuntos son muestras del deterioro de las relaciones entre ambas orillas del Atlántico.

El presidente Trump no ha ocultado nunca su rechazo al proyecto de integración europeo, mostrándose, por el contrario, un firme defensor del Brexit. Así, las preferencias del actual inquilino de la Casa Blanca están encaminadas a fomentar los nacionalismos de los países europeos, lo que significaría el fraccionamiento de Europa y, a la postre, el fin de la Unión. Un posible ejército europeo es considerado un anatema para la política exterior trumpista. Así las cosas, se comprende que el pasado 2017, el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, calificase a la administración Trump como una “amenaza para la UE”, al mismo nivel que China, Rusia o el islam radical.

Por su parte, Moscú observa con satisfacción la brecha entre los aliados de la OTAN. Uno de objetivos estratégicos del presidente Putin es fomentar el alejamiento entre Europa y EE UU. Por lo tanto, cualquier iniciativa en ese sentido siempre recibirá el apoyo del Kremlin.

En Europa, los defensores del ejército europeo plantean que, en el panorama estratégico actual, es imprescindible avanzar hacia una verdadera defensa de la Unión que permita impulsar su autonomía estratégica  –sea lo que sea que ello signifique–, no perder relevancia en el concierto internacional y proteger debidamente a sus ciudadanos e instituciones.

En este sentido cabe recordar que la UE ha puesto en marcha el Plan de Implementación en Seguridad y Defensa, que establece medidas para potenciar la defensa, y el Plan de Acción con la creación de un Fondo Europeo de Defensa de 5500 millones de euros anuales para promocionar las capacidades de defensa. En particular, el impulso fundamental a su Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD) proviene de la Cooperación Estructurada Permanente –Pesco por su conocido acrónimo en inglés– que pretende una mayor interoperabilidad de las fuerzas militares, la convergencia de las industrias nacionales de defensa y lograr capacidades militares que permitan a los europeos prepararse mejor para las nuevas amenazas hibridas.

Pese al reciente aprobación de nuevos proyectos, todo parece indicar que la Pesco no está progresando al ritmo deseado, ni será capaz de alcanzar los objetivos para la que fue concebida originalmente. Por ello, y por otras razones más de política doméstica de los países de la UE, el debate sobre el ejército europeo ha recobrado impulso, al menos momentáneamente.

Francia ha sido sin duda el país más favorable en este sentido. Su “Libro Blanco de la Seguridad y Defensa”, de 2013, revisado en 2017, promueve el impulso de la PCSD. En particular, señala que al mismo tiempo que Francia seguirá asumiendo todas sus responsabilidades dentro de la OTAN, su objetivo es que “los europeos dispongan de doctrinas comunes, capacidad de una intervención conjunta creíble e instrumentos presupuestarios comunes apropiados para el comienzo de la próxima década”.

En esta línea de acción, bajo el patrocinio del presidente Macron, el pasado 25 de junio los ministros de defensa de nueve países de la UE –incluyendo a España y todavía al Reino Unido– acordaron la creación de una nueva fuerza militar denominada Iniciativa Europea de Intervención. El acuerdo, al que con posterioridad se ha unido Finlandia, establece las condiciones para operar y planificar de manera conjunta ante contingencias en las cuales la OTAN podría no actuar y la Unión no dispone de los medios para hacerlo. El Elíseo siempre ha recalcado que esta iniciativa trata de desarrollarse de manera complementaria y en refuerzo de las organizaciones internacionales de seguridad y defensa del espacio euroatlántico, fundamentalmente, la OTAN y la UE.

Macron llegó al Elíseo con la promesa de llevar a cabo las profundas reformas que la República Francesa necesita. Año y medio después, sus políticas reciben un considerable rechazo por parte de los franceses. Únicamente el 34% apoyan las medidas que impulsa su Presidente y el país se encuentra sumido en una creciente inestabilidad social. Comprometidas las reformas en casa, parece que es en Europa en el que el dignatario galo tiene más opciones de obtener rédito.

Por otro lado, la propuesta de Macron ha logrado el apoyo de la canciller alemana, Angela Merkel. En un foro lleno de simbolismo, el Parlamento Europeo reunido en Estrasburgo –capital de la reconciliación europea– Merkel afirmaba que “los europeos debemos tomar nuestro destino más en nuestras propias manos si queremos sobrevivir como una comunidad europea. […] Deberíamos trabajar en una visión para crear un día un verdadero ejército europeo. Un ejército así mostraría al mundo que nunca más habrá guerra entre las naciones europeas”.

En cualquier caso, este apoyo debe ser contextualizado. Por un lado, Merkel ha anunciado que no volverá a presentarse a las elecciones y se desconoce si cualquiera que le suceda en el cargo mantendrá esas palabras. Además, hay que considerar las restricciones que las Fuerzas Armadas alemanas tienen para desplegar en operaciones en el exterior y la escasa predisposición popular para cambiar esas condiciones. Con todo y teniendo en cuenta que el proyecto tardaría, en el mejor de los casos, varios años en ver la luz, se antoja que el apoyo alemán al ejército europeo es más político cortoplacista que de largo recorrido.

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Cumbre de la OTAN Bruselas, julio de 2018. BENOIT DOPPAGNE/AFP/Getty Images

En España, los ministros de Defensa y de Exteriores han valorado positivamente la propuesta de Macron, aunque siempre y cuando no entre en competencia con la OTAN. En el caso español y a falta de propuestas más concretas, también el apoyo puede enmarcarse en la tradicional apuesta europeísta del país. Sin embargo, como en otras ocasiones, España no parece estar en condiciones de proponer una estrategia pragmática que permita desarrollar la idea más allá del conocido eslogan “más Europa”.

Independientemente de las declaraciones políticas, por muy de alto nivel que sean, el hipotético establecimiento de un ejército europeo debería sortear algunos obstáculos importantes.

En primer lugar, es dudoso que fuerzas y recursos bajo bandera de la UE operen de manera más eficiente que si lo hacen en coalición, bajo su propia enseña nacional. Un ejército no es solo un conjunto de personas y materiales. Unas Fuerzas Armadas requieren de unidad de doctrina, formación y objetivos. Y sobre todo sus miembros se mueven por unos principios y valores que hacen que, en caso necesario, puedan estar dispuestos al sacrificio de su vida por un bien supremo. Hoy por hoy ese bien está indefectiblemente ligado al servicio a la nación a la que pertenecen.

Por el contrario, no existe ni un “pueblo europeo” ni una “nación europea” que pueda ser considerada, como señalaba Renan, “una gran solidaridad, constituida por el sentimiento de los sacrificios que se ha hecho y aquellos que todavía está dispuesto a hacer”. Un ejército que no tenga en cuenta estas premisas y que, por el contrario, se base únicamente en principios de ahorro de recursos, está condenado al fracaso o a convertirse en una fuerza mercenaria.

Este asunto está directamente relacionado con las reticencias existentes, en la mayoría de los países de la Unión, a poner una mayor cuota de soberanía en manos comunitarias. La posibilidad de crear un ejército europeo ha sido utilizada profusamente por los partidarios de la salida del Reino Unido de la UE como uno de sus argumentos a su favor. Más allá de su nacionalidad, esta postura es compartida por un buen número de ciudadanos europeos como demuestran las palabras del Primer Ministro holandés, Mark Rutte, al afirmar que “la idea de un ejército europeo va demasiado lejos para Países Bajos”.

Por otro lado, el proyecto propuesto por Macron tendría que vencer las persistentes culturas estratégicas e intereses nacionales, en ocasiones divergentes, existentes entre los países europeos. Estas diferencias han planteado y plantean desacuerdos acerca de cuáles son las amenazas reales existentes, las prioridades para hacerlas frente, las formas de expresar la solidaridad y los medios a emplear. Cuando los europeos del sur visitan las repúblicas bálticas perciben claramente que sus preocupaciones sobre seguridad no coinciden con las suyas. La migración o el terrorismo de origen africano son cuestiones que quedan muy lejos geográfica y mentalmente de aquellos países del este.

Finalmente, Europa no sería lo que es hoy sin la Alianza Atlántica. Los avances sociales, políticos y económicos han sido únicamente posibles gracias al amparo proporcionado por la OTAN. En la actualidad, existe una peligrosa tendencia a olvidar que la defensa europea sigue dependiendo de este paraguas de seguridad y defensa colectiva. Sustituir la Alianza por un proyecto de dudosa viabilidad puede resultar una aventura que la mayoría de los 27 países de la Unión no están dispuestos a alentar, incluso en el actual deplorable estado de las relaciones transatlánticas.

En este sentido, definir la amplitud de la pretendida “autonomía estratégica” para la UE puede resultar arduo. En la Plaza Schuman de Bruselas, ello significaría estar en condiciones de llevar a cabo operaciones militares de cierta entidad cuando la OTAN no pueda o no quiera actuar. No obstante, para las autoridades estadounidenses esa autonomía significaría una irremediable separación entre los tradicionales aliados. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, ha avisado que cualquier iniciativa para reforzar las capacidades militares europeas “no deben duplicar con la OTAN porque la OTAN sigue siendo la piedra angular de la seguridad europea […] Lo que Europa necesita es más inversión en defensa, capacidades más potentes y también necesitamos un reparto de la carga más justo en la Alianza”. La frase de Stoltenberg vuelve a recordar la renuencia de muchos Estados europeos a gastar el 2% en defensa de acuerdo con las aspiraciones ya formuladas por los aliados en la Cumbre de Gales en 2014 y que ha sido ratificadas en Bruselas en julio de este 2018.

Sucintamente, en las actuales circunstancias la creación de un ejército europeo no está encima de la mesa por la sencilla razón de que es inviable, al menos en el futuro previsible. En palabras de la Alta Representante de Política Exterior y de Seguridad Común de la UE, Federica Mogherini: “no estamos construyendo un Ejército europeo. Aquí nadie está construyendo un Ejército europeo. Estamos invirtiendo para que los Estados miembros de la UE tengan las capacidades para asumir más su propia defensa y ser socios de seguridad más creíbles, fiables y activos en la región y en el mundo”.

En realidad, la mayoría de los líderes europeos saben que la propuesta de Macron es utópica al mismo tiempo que de dudosa eficacia. Por lo tanto, se trataría de un revulsivo para la conciencia europeísta en un momento en que el continente sufre el aumento del populismo y el nacionalismo excluyente, así como las interferencias de poderes extranjeros. Estableciendo un nivel de ambición máximo se abre un debate indispensable sobre el futuro de la seguridad y defensa europea.

La postura de la actual Administración estadounidense que parece observar a los países europeos más como súbditos que como aliados y el eje de inestabilidad que rodea Europa son estímulos para avanzar en la europeización de la seguridad europea. Pero de eso a un verdadero ejército hay una enorme diferencia.

La UE no debe olvidar donde residen sus fortalezas y debilidades. Hay que avanzar paso a paso, sin buscar falsos atajos, en una mejora de sus capacidades militares. Compromiso, asociación y responsabilidad compartida son los fundamentos sobre los que levantar una autentica e integradora política común de seguridad y defensa europea. No obstante, el debate sobre el ejército europeo volverá a plantearse.