Las elecciones pondrán de nuevo a prueba a Líbano como nación, sobre todo si gana Hezbolá. En un Estado basado en un sistema político confesional -donde se dan complejas alianzas y a veces no todo es lo que parece- habrá que ver si están a la altura de las circunstancias los ganadores y los perdedores de estos comicios. De igual modo, la comunidad internacional deberá respetar los resultados, aunque no sean de su agrado, para evitar la desestabilización del país.

 

RAMZI HAIDAR/AFP/GettyImages

En busca del voto: Publicidad electoral con el líder de Hezbolá, Hasan Nasralá, y el presidente del parlamento libanés, Nabih Berri, ambos chíes, en el sur de Líbano.

Debido a un sistema confesional que impone una cuota fija de diputados de las tres principales sectas en el Parlamento (suníes, chiíes y cristianos), la competición política se ha convertido en Líbano en una carrera geográfica de alianzas, en ocasiones inverosímiles.

Si en apariencia la batalla electoral se divide en dos grandes bloques entre la coalición del 14 de marzo de Hariri y la del 8 de marzo de Hezbolá y el ex general cristiano Michel Aoun, la idea de una clara línea que separa a suníes y chiíes, dejando a los cristianos como la única confesión dividida, no es más que una ilusión. Aunque, en efecto, en los distritos multiconfesionales de Trípoli, Saida, Zahle o Beirut es donde se juegan la victoria los dos bloques y donde pueden arañar los escasos escaños extras que les otorgue la mayoría en el Parlamento, que a su vez elegirá al Gabinete que sustituya al actual Gobierno.

Puesto que la victoria de uno u otro campo se juega en un margen de pocos escaños, todo queda en manos de los independientes y candidatos locales que, incluso siendo de una misma confesión, quedan divididos entre uno y otro bando. Entre los líderes políticos de los grandes partidos no hay nada nuevo. Son todos viejos conocidos desde hace más de treinta años y la mayoría han heredado su prestigio político de sus padres asesinados durante la guerra civil. Saad Hariri representa un nuevo tipo de hijos de, como les llaman los jóvenes libaneses, quien a sus 39 años la orfandad le ha propulsado a la dirección del partido El Mustaqbal (El Futuro). De hecho, Hasan Nasralá es uno de los pocos que ha forjado su carisma político gracias a su habilidad oratoria, que le ha convertido en líder indiscutible entre la opinión publica árabe, y a la construcción de un sólido discurso de resistencia contra el “enemigo sionista”.

En la oposición suní acusan a Hariri de haber abandonado las grandes ciudades suníes costeras como Trípoli e incluso Saida para centrarse en Beirut. Todos quieren ser la capital libanesa, donde el dinero se invierte y el Estado está presente, aunque sea mínimamente.  En el sur y este chií del país, donde el Estado está casi ausente, las críticas van dirigidas a Hezbolá. Si bien todos reconocen el trabajo social de este movimiento, muchos se quejan del nepotismo y clientelismo del partido, así como del costo para la población al estar constantemente expuestos a las represalias israelíes.

En cuanto a los programas políticos, todo queda en promesas. Construcciones de hospitales, renovación de carreteras y millones de dólares saudíes o iraníes fluyen durante la campaña electoral para de una forma u otra comprar el voto del ciudadano. Pero la indecisión es un lujo que muchos no pueden permitirse en Líbano. Están las personas que votan ideológicamente por su partido o confesión, quienes lo hacen en blanco como protesta, los que no acuden a las urnas por indiferencia o decepción, los que van por conveniencia y, finalmente, aquellos que no pueden permitirse más que vender su voto al mejor postor.

A pesar de que el número de diputados de cada confesión es inamovible, por lo tanto no esconde sorpresas, y que la estructura del gobierno es igualmente fija con un presidente cristiano, un primer ministro suní y un presidente del Parlamento chií, estos comicios son cruciales por varias razones. En primer lugar, porque se trata de las segundas elecciones que se celebran libremente en el país tras la guerra civil y libre de ocupación, ya sea siria o israelí. Segundo, porque por primera vez Hezbolá, aun hoy en día en las listas estadounidenses de organizaciones terroristas, puede lograr la mayoría necesaria para gobernar el país. A la reticencia occidental e israelí de tener que lidiar con una mayoría islamista en el gobierno libanés se suma el éxito político de los movimientos de este tipo en la región. La trinidad islamista que representan Hamás en Gaza, Hezbolá en Líbano y el creciente avance político de los Hermanos Musulmanes en Egipto promete mas de un quebradero de cabeza a la Administración Obama, a la UE y a los regímenes autoritarios de la región.

Por último queda la batalla ideológica. Muchos son los que temen que la victoria de Hezbolá transforme el país en un apéndice de Irán. No obstante, el Partido de Dios no es más que una entre las 18 confesiones que cohabitan en Líbano, por lo que la instauración de un régimen islámico en el país de los cedros es una utopía que ni los propios ideólogos de Hezbolá sueñan con materializar. Para aquellos que ven en El Mustaqbal de Hariri la bandera de los valores occidentales y las mini faldas, son presos de otro espejismo. Hariri tiene una alianza con Europa y Estados Unidos, pero también con la potencia wahabí y más conservadora de la región: Arabia Saudí. En barrios cristianos como Ashrafiye en Beirut, empresarios saudíes se están haciendo con la propiedad de supermercados y cafés en los que prohíben la venta de alcohol.  Si bien ambas coaliciones disienten en una visión económica y social, sí que coinciden en cierto conservadurismo religioso.

De ganar la coalición de Hariri las elecciones, poco cambia la situación desde el punto de vista interno o regional. No obstante, entre tanta secta y confusión de alianzas políticas, de ganar la coalición de Hezbolá las elecciones -como vaticinan los nunca fiables sondeos electorales- el resultado pondrá a prueba a los libaneses una vez más como nación y no como un mero cúmulo de facciones sectarias. Hezbolá tendría que demostrar su capacidad como Ejecutivo político y no sólo como movimiento de resistencia y facción chií. Por su parte, Hariri se encontraría en la disyuntiva de entrar en una coalición liderada por Hezbolá o bien asumir el rol de oposición constructiva evitando desestabilizar al país. Por último, las elecciones pondrán a prueba a Europa y a la nueva Administración estadounidense a la hora de aceptar las consecuencias de unas elecciones cuasidemocráticas, aunque no les agrade el resultado.

 

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