Figuritas de plomo que representan una escena de batalla en la Guerra de los Treinta Años, museo Krongut Bornstedt , Potsdam, Alemania. Michael Urban/AFP/Getty Images
Figuritas de plomo que representan una escena de batalla de la Guerra de los Treinta Años, museo Krongut Bornstedt, Potsdam, Alemania. Michael Urban/AFP/Getty Images

En el último año con el agravamiento del enfrentamiento entre suníes y chiíes en Oriente Medio, han comenzado a surgir comparaciones entre el conflicto que vive esa parte del mundo con la Guerra de los Treinta Años que asoló Europa entre 1618 y 1648. Aunque tampoco falta quien se muestra crítico con establecer este paralelismo histórico.

Una región desgarrada por el enfrentamiento entre dos ramas de una religión, y con varios conflictos donde potencias regionales intervienen para afianzar sus propios intereses. Esta descripción podría encajar en el panorama actual de Oriente Medio pero también sirve para definir la Guerra de los Treinta Años que se libró en la Europa de la primera mitad del siglo XVII.

En un primer nivel, el paralelismo parece algo evidente: la lucha de dos ramas de una gran religión monoteísta, y cada bando con una potencia regional como paladín. En Oriente Medio, se está asistiendo a un enfrentamiento entre suníes y chiís como el que vivió Europa entre 1618 y 1648 cuando las tensiones entre católicos y protestantes estallaron en el seno del Sacro Imperio Romano Germánico.

Estos enfrentamientos entre las dos ramas del islam las vemos en lugares como Siria, Irak o Yemen. Además, los vecinos más poderosos como Arabia Saudí e Irán patrocinan a suníes y chiíes, respectivamente. De igual manera, hace casi cuatrocientos años Suecia acudió en defensa de los protestantes alemanes y Austria de los católicos. Poco a poco, se fueron sumando al combate otras grandes potencias del continente como Francia o el Imperio español con sus propios intereses en juego.

Donde encontramos una primera diferencia es en el desencadenante. Aunque la Guerra de los Treinta Años fue el punto culminante de las guerras de religión que habían comenzado en el siglo XVI con la Reforma, hubo un claro detonante: la Defenestración de Praga en 1618. Destacados miembros de la aristocracia de Bohemia, territorio protestante pero bajo gobierno del Sacro Imperio Romano, capturaron a los dos representantes del emperador Fernando II de Habsburgo, y los arrojaron por una ventana del Castillo de Praga a 21 metros de altura, pese a quedar malheridos, sobrevivieron ya que cayeron sobre un montón de estiércol.

Los nobles bohemios protestaban contra lo que consideraban una violación de la libertad de culto que se había promovido nueve años antes. Tras la rebelión, pidieron ayuda a la Unión Protestante, una coalición de estados protestantes alemanes, para hacer frente a la represalia militar de los Habsburgos austríacos, quienes a su vez pidieron ayuda a Felipe IV de España.

Mientras que en el caso de Oriente Medio hay algún debate sobre el desencadenante. Para el estadounidense Richard Hass, presidente del Council of Foreign Relations y uno de los principales defensores del paralelismo con la Guerra de los Treinta Años, el momento Defenestración de Praga fue la Primavera Árabe. Pero otra línea de interpretación, sitúa el inicio en la invasión de Irak en 2003 que exacerbó las tensiones entre suníes y chiíes, tal y como apuntaba el británico Richard Norton-Taylor, antiguo editor de seguridad del diario The Guardian.

Tanto en la Guerra de los Treinta Años como en el actual conflicto de Oriente Medio, la intervención de las potencias también respondía a criterios políticos, más allá de lo puramente religioso. De igual manera, Irán y Arabia Saudí buscan asegurar su hegemonía en el Golfo Pérsico y el mundo árabe. Lo mismo querían hacer las grandes potencias de la Europa del siglo XVII. España buscaba ganar influencia en aquellos estados alemanes que le permitieran mantener abierto “El Camino Español” para mantener el esfuerzo bélico contra los rebeldes en Flandes. Suecia quería ganar influencia en el norte de Alemania para afianzar su posición de dominio en el Báltico. Francia es el ejemplo más claro de que ponía por delante los intereses políticos a los religiosos bajo el impulso del cardenal Richelieu, apoyó a los príncipes protestantes alemanes para erosionar el poder de los Habsburgo, sus grandes rivales por la hegemonía europea (también intervinieron en otros frentes como las rebeliones en Cataluña y Portugal en 1640).

De igual manera, tanto la Guerra de los Treinta Años como en Oriente Medio, no se trata de un conflicto con un claro epicentro, sino de una serie de guerras y campañas que se solapan a los largo de todo el período 1618-1648. De una manera que puede recordar a lo que está sucediendo en el mundo árabe con estallidos de violencia en Siria, Irak o Yemen, con puntos en común, pero también cada uno con sus dinámicas particulares.

Una cuestión más complicada a la hora de establecer paralelismos históricos es con el momento de la Paz de Westfalia de 1648. Tradicionalmente se considera que fue el origen del sistema de equilibrio de poder europeo (que luego se confirmaría con el Congreso de Viena de 1814), con la perdida de poder que tuvo el Sacro Imperio Germánico.

En el caso del actual conflicto de Oriente Medio, se ha hablado mucho de si se ha llegado al final del acuerdo Sykes Picot que en 1916 trazó las líneas de los Estados actuales en la región. Al fin y al cabo, el dibujo de estas fronteras siempre ha sido muy cuestionado, como ya sucedió en los 50 y los 60 con el auge del panarabismo. Pero aún es pronto para saber si habrá un acuerdo que genere un nuevo equilibrio de poder entre países de mayoría suní y chií. Westfalia supuso también el nacimiento del concepto de integridad territorial de los Estados (hasta entonces se habían visto como patrimonio de los diversos soberanos), ¿habría que esperar ver un nuevo mapa de Oriente Medio con divisiones territoriales basadas en las creencias religiosas de la población de cada territorio? Así se desprendía en un artículo de 2006 en Armed Forces Journal, Blood Borders, escrito por el teniente coronel estadounidense Ralph Peters, donde se exponía en un mapa que a la región le iría mejor con una división de Estados basados en divisiones étnicas y confesionales.

Un paralelismo más claro es el protagonismo de actores no estatales en estos conflictos. El paradigma claro es el Estado Islámico (Daesh en árabe) que ha pasado de ser la filial de Al Qaeda en Irak a proclamar un Califato que ocupa partes importantes de este país y Siria. Hay más roles de este perfil en los conflictos que proliferan en Oriente Medio: Al Qaeda en la Península Arábiga, los kurdos, Hezbolá, las milicias chiíes en Irak… En la primera mitad del siglo XVII, destacaron las compañías de mercenarios que ofrecían sus servicios a los diferentes bandos, especialmente en Alemania.

 

Voces críticas

Entre los más críticos con la comparación con la Guerra de los Treinta Años, destaca el artículo del investigador de Stanford, Jack Weller, que apunta que observar similitudes en ambas situaciones es considerar que Oriente Medio vive siglos de retraso respecto a Europa. Además, apunta que pese a las atrocidades que comete Daesh o el régimen sirio, el nivel de destrucción no es comparable, ya que entre 1618 y 1648 algunas zonas de Alemania perdieron la mitad de su población.

Weller también destaca otras diferencias notables, como que la intervención directa de tropas de grandes potencias aún no se producido. Asimismo, pese a toda la propaganda del Estado Islámico contra el acuerdo Sykes-Pycot, Siria e Irak son dos entidades que han existido desde hace mucho tiempo, aunque sus fronteras actuales fueran dibujadas con ese acuerdo. El investigador de Stanford considera que sus problemas son más de índole interno, y no tanto de límites territoriales. Weller también cree que una especie de Paz de Westphalia para Oriente Medio no sería la solución definitiva, ya que a Europa Occidental también le costó casi tres siglos conseguir una verdadera coexistencia tras 1648.

Otra voz crítica con los paralelismos con la Europa del siglo XVII es la de la investigadora de Georgetown, Shireen Hunter. En este artículo considera que la prensa internacional ha interpretado mal la rivalidad religiosa, dando un carácter ancestral y que el choque entre chiíes y suníes es inevitable en cualquier lugar del mundo musulmán. Ella cree que, pese al cisma, hay zonas como el sur de Asia donde prevalece la convivencia; y cuando se han producido estallidos de violencia, ocultan en realidad una pugna por el dominio político. En esta línea, sitúa el conflicto actual como una fase de la rivalidad regional entre Irán y Arabia Saudí que se remonta a 1979.

Peter H. Wilson, profesor de la Hull University experto en la Guerra de los Treinta Años, cree que los Estados europeos en el siglo XVII pronto abandonaron el discurso religioso por las motivaciones políticas, y recuerda como Estados católicos y protestantes fueron cambiando de bando, mientras que en Oriente Medio, de momento, ningún país suní apoya a Irán.