¿Les parece que 2011 fue un mal año para Europa? Pues 2012 puede ser mucho peor, si los líderes de la UE no se ponen serios y abordan estos seis problemas.

AFP/Getty Images

En Europa, el nuevo año no parece especialmente prometedor. Aun si se cumplieran las perspectivas más optimistas para el euro y la economía de la UE, 2012 será un año de austeridad, recesión, desempleo en aumento y descenso de los niveles de vida. Y, cuanto más empeore la situación económica, más probabilidades hay de que los europeos se vuelvan en contra del euro, la UE, la inmigración, el libre comercio… y unos de otros.

Da la impresión de que la crisis de la eurozona va para largo. Una de las razones es la brecha ideológica que separa a los dirigentes de la zona euro a propósito de la filosofía económica. La concepción predominante en Alemania y algunos otros países es que unos recortes serios del gasto público, unidos a reformas estructurales diseñadas para impulsar la productividad, generarán crecimiento a largo plazo y curarán los males de la eurozona. Sin embargo, muchos economistas destacados del mundo anglosajón, Francia y el sur de Europa creen que esta medicina alemana es contraproducente. Alegan que la raíz de la enfermedad son los desequilibrios dentro de la eurozona; no solo los déficits de cuenta corriente del sur de Europa, sino también el superávit de cuenta corriente de Alemania (casi el 6% del PIB en 2011). El método alemán para abordar esos desequilibrios es imponer una austeridad y unos recortes salariales muy estrictos a los países del sur, lo cual reducirá las importaciones y hará necesaria menos financiación exterior. Pero el inconveniente de ese remedio es que desemboca –al menos, a corto y medio plazo— en una producción económica cada vez menor y, por consiguiente, en unas deudas que se vuelven insostenibles. Y eso aumenta la probabilidad de que los Gobiernos se declaren en bancarrota, lo cual, a su vez, pone en peligro la solvencia de los bancos en toda Europa.

Por ese motivo, quienes critican la receta alemana dicen que las reformas estructurales en la periferia europea deben ir acompañadas de esfuerzos para impulsar la demanda, sobre todo en los países del núcleo duro. Señalan que los mercados han empezado a preocuparse tanto por las posibilidades de crecer de los países periféricos como por su capacidad de pagar las deudas. A las economías periféricas de la Unión Europeas hay que ayudarlas no solo a través de ayudas e inversiones de fuera, sino mediante un reequilibrio de la economía alemana para que consuma, invierta e importe más (en especial de sus socios europeos).

Estos argumentos encuentran mala acogida en numerosos círculos de Alemania, sobre todo cuando proceden de unos anglosajones que, como dicen los alemanes con razón, han administrado mal sus propias economías y tienden a no tomarse en serio la inflación. Algunos alemanes afirman que un exceso de generosidad con los países del sur fomentará el riesgo moral, en forma de gasto desmesurado. Creen que la crisis de la eurozona tiene su origen en el hecho de que los Gobiernos han infringido las reglas de la UE sobre el déficit. (En realidad, de los cinco países periféricos con problemas, Grecia es el único que infringió gravemente el límite del 3% de déficit presupuestario en los años previos a la crisis; Portugal estaba algo por encima de ese umbral.) De modo que, en 2011, los alemanes presionaron a la Unión Europea para que aprobara una legislación que impusiera normas mucho más estrictas a los gobiernos a la hora de pedir prestado, y en 2012 van a intentar consagrar unas normas similares en un nuevo tratado.

Muchos Gobiernos de la UE piensan que este análisis económico que hace Alemania es erróneo y que el nuevo tratado exigido por la canciller Angela Merkel no tiene sentido. Pero han aceptado sumarse al plan alemán para imponer más disciplina fiscal con la esperanza de que Berlín se quede tranquilo pensando que unas normas más estrictas van a impedir que los Estados del sur se endeuden demasiado y confiando en que, por tanto, Alemania haga lo que sea necesario para salvar el euro. A corto plazo, eso significaría relajar su oposición a que el Banco Central Europeo compre bonos de países en dificultades o preste dinero a los fondos de rescate para restablecer la confianza en los mercados financieros. A la larga, supondría repartir los costes de tener una divisa común mediante un programa de endeudamiento colectivo como la emisión de “eurobonos”. Ahora bien, en el momento de empezar 2012, los líderes alemanes están muy lejos de adoptar tales estrategias. Tal vez la opinión pública limita su capacidad de hacerlo, pero es difícil ver cómo puede resistir el euro si ellos no ceden en alguno de sus principios económicos.

Un segundo motivo para suponer que la crisis del euro va a ser duradera es la pobre calidad de los dirigentes, no solo en Alemania sino en toda la UE. ¿Dónde están los Churchill, Monnet, Adenauer, Giscard, Schmidt y Delors de hoy? A lo largo de 2011, los líderes de la UE celebraron una cumbre detrás de otra. En cada una de esas ocasiones, salieron diciendo que tenían una nueva “solución” para la crisis de la eurozona. Y en cada una de esas ocasiones, las medidas tomadas fueron demasiado escasas y llegaron demasiado tarde.

Los mercados financieros han empezado a dudar de que la UE sea capaz de resolver los problemas de su moneda. Igual que los Gobiernos de todo el mundo. Estados Unidos, China, India y Brasil han instado a los dirigentes europeos a que actúen con más decisión.

Todavía no está todo perdido. Una ruptura de la eurozona tendría consecuencias aterradoras, desestabilizaría bancos, pondría en peligro contratos legales y reduciría la producción económica. Habría un refuerzo de los controles del capital, la vigilancia de fronteras y el proteccionismo instintivo. Es posible que el mercado único y la UE no sobrevivieran en su forma actual. Podemos imaginar hasta qué punto, en semejante clima, prosperaría el populismo xenófobo. Por consiguiente, los líderes políticos –incluso los menos brillantes– tienen grandes incentivos para mantener el euro en pie.

A la hora de la verdad, los dirigentes alemanes tendrán que decidir si quieren salvar el euro o dejar que se resquebraje. A finales de 2011, un funcionario del Elíseo me dijo: “Creemos que, en el último momento, los alemanes intentarán salvar el euro. Pero nos preocupa que, para cuando actúen, sea ya demasiado tarde”.

He aquí, pues, antes de que sea demasiado tarde, las seis grandes preocupaciones que deben tener en cuenta los dirigentes europeos en 2012:

AFP/Getty Images
AFP/Getty Images

El prestigio mundial de la UE está desvaneciéndose. Esto es especialmente inquietante en  un momento en el que el mundo árabe está en pleno caos y la democratización en países vecinos del Este como Ucrania se encuentra estancada. La crisis de la eurozona ha consumido el tiempo y las energías de los Gobiernos de la UE y ha hecho que los dirigentes continentales parezcan incompetentes. A pesar de la actuación militar en Libia, no han dado verdadera prioridad a la ayuda a las nuevas democracias en el norte de África. Una parte importante del poder blando de Europa, su atractivo como modelo, se ha perdido. Como consecuencia, es más difícil que la Unión pueda influir en los acontecimientos que se producen en otras partes del mundo.

Las limitaciones financieras a los capitales de la UE han obligado a reducir las aportaciones a las misiones militares de la Unión, lo cual ha dejado operaciones como las de Bosnia y el Cuerno de África con una desesperada escasez de tropas y material. En Bosnia ya no quedan más que unos 1.200 efectivos de la fuerza de paz de la UE, pese a que los jefes militares dicen que necesitan muchos más. Asimismo, los responsables militares de la Unión afirman que necesitan una docena de buques para combatir a los piratas del Cuerno de África, pero tienen menos de la mitad. Washington empieza a considerar que Europa es, más que un socio, un lastre, cuyos errores pueden arrastrar la economía estadounidense a una nueva recesión. Los líderes de la UE han dejado de hablar en tono confiado de proyectar poder o influencia, ni solos ni con Estados Unidos. Por el contrario, si la crisis económica se agrava, la UE podría incluso encontrarse con Estados fallidos y crisis de seguridad dentro de sus propias fronteras.

AFP/Getty Images
AFP/Getty Images

Europa está fragmentándose cada vez en más subgrupos. Dentro de la eurozona están los países con calificación AAA, que fijan las condiciones de los paquetes de rescate, y los Estados en déficit, que no tienen facilidades para pedir prestado y, por tanto, tienen que tragarse esas condiciones. En 2011, el antagonismo entre los alemanes y sus aliados del norte (como Finlandia y Holanda), por un lado, y los países del sur, por otro, alcanzó graves dimensiones. Además están los “premiembros”, como Polonia, Letonia y Lituania, que prevén unirse al euro un día y están dispuestos a aceptar la disciplina de la eurozona, y los países que están fuera del euro y no piensan entrar en él, como Dinamarca y Suecia.

Y luego está Gran Bretaña, que no tiene ningún deseo de unirse ni al euro ni a ningún club europeo que exija una disciplina fiscal. Desde la cumbre de diciembre de 2011 en Bruselas, la UE se encamina hacia una brecha entre los países dispuestos a adherirse a un pacto fiscal intergubernamental (casi todos) y Gran Bretaña (y quizá algunos más), que quieren quedarse fuera. Cuanto más se divida la UE, mayor será el riesgo de que las políticas que elabore sean incoherentes o ineficaces, sobre todo si la tendencia a la toma de decisiones entre gobiernos va debilitando las instituciones de la Unión. La existencia de un pacto fiscal, con sus propios procedimientos, en paralelo a la UE, pondría en grave peligro la integridad del mercado único.

La geometría variable, es decir, que no todos los países se adhieran a todas las estrategias de la UE, es inevitable, y ya existe en relación con los acuerdos de Schengen, el euro y la política de defensa. Pero la Unión debe tratar de evitar una arquitectura de dos niveles en la que un grupo central posea unas instituciones y unos procedimientos propios,  que afecten no solo a la gestión del euro sino a muchas otras políticas. Una estructura así sería negativa, además de para el mercado único, para la confianza mutua que contribuye a la fortaleza, la cohesión y la eficacia de la UE.

JEWEL SAMAD/AFP/Getty Images
JEWEL SAMAD/AFP/Getty Images

La Comisión Europea (CE) ya no es lo que era. La CE, el órgano ejecutivo que propone las políticas y vigila el mercado, lleva 20 años debilitándose sin cesar frente a los Estados miembros, pero la crisis financiera y del euro han acelerado su declive. Quienes han dirigido la reacción europea ante la crisis han sido Merkel y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, no la Comisión. Los grandes países proporcionan el dinero para los rescates de la eurozona y no están dispuestos a que la CE les diga lo que tienen que hacer, así que han conseguido que disminuya el papel de este órgano en los nuevos mecanismos de rescate. Si el nuevo pacto fiscal sale adelante, estará más en manos de un órgano intergubernamental –con menos intervención de la CE – que de la UE.

La debilidad de la Comisión Europea es un asunto importante: su objetivo es ampliar y vigilar el mercado único, así como mantener una firme política de competencia. Y esas prioridades le han costado el apoyo de París y Berlín. La CE siempre ha tenido más en cuenta que cualquier Estado miembro los intereses generales de Europa, como se ha visto en los temas de la seguridad energética y el cambio climático. Además es amiga y protectora de los miembros más pequeños, que están inquietos por la hegemonía creciente de Francia y, en especial, Alemania.
Por supuesto, la CE comete errores. A veces, se preocupa demasiado por proteger sus prerrogativas. Y en su composición actual hay muy pocos comisarios que tengan verdadero peso y puedan hablar con autoridad. No obstante, cuanto más se debilite, menos podrá centrar la atención de la UE en los desafíos a largo plazo, hablar en defensa de los países pequeños ni defender el mercado único.

AFP/Getty Images
AFP/Getty Images

Gran Bretaña está quedándose al margen de Europa. En los casi 40 años de pertenencia del Reino Unido a la UE, su influencia nunca ha sido menor. Su actitud negativa respecto a la integración europea, el debate político interno, a veces eurófobo, y la incapacidad de cultivar aliados en la Unión, han hecho que ahora sea un país impopular y aislado. Incluso Estados que están de acuerdo con Londres en cuestiones de fondo como el libre comercio, la desregulación o el atlantismo se avergüenzan de que los metan en el mismo saco. El desastre diplomático de la cumbre de diciembre de 2011, que dejó a Gran Bretaña en solitario, fue sintomático del declive de la influencia británica.

Son muchos los factores que están erosionando el apoyo del pueblo británico a la UE: la inmigración, de la que se culpa a la UE; la crisis de la eurozona, que ha demostrado que los líderes de la Unión son unos incompetentes; las normas y regulaciones que afectan al centro financiero de la City de Londres, algunas de las cuales se consideran impulsadas por los intereses franceses y alemanes; y, por supuesto, la prensa sensacionalista, que hace todo lo que puede para agitar la eurofobia.

El Partido Conservador, como la opinión pública, está volviéndose cada vez más euroescéptico. Muchos conservadores quieren renegociar los términos de la pertenencia a la UE; una forma educada de decir “retirarse”.Hoy es verosímil pensar que Gran Bretaña pueda salirse de la UE de aquí a 10 años. El primer ministro, David Cameron, y los líderes conservadores actuales no quieren sacar al país de la Unión, pero podría muy bien ocurrir que la próxima generación, cuando llegue al poder, obedezca los deseos de las bases del partido y convoque un referéndum sobre la retirada de la Unión.

AFP/Getty Images
AFP/Getty Images

Por primera vez en la historia de la UE, Francia es claramente el número 2. Durante la mayor parte de la historia de la UE, la pareja franco-alemana ha ejercido una dirección conjunta. Ahora, sin embargo, las crisis financiera y de la eurozona han acentuado la debilidad económica relativa de Francia respecto a Alemania; sobre todo, que tiene unos bancos peor capitalizados, déficits presupuestarios más altos y peor comportamiento exportador, con la consecuencia de un mayor coste del endeudamiento.

En apariencia, Merkel y Sarkozy se reúnen y toman decisiones conjuntas que el resto de la eurozona se limita a seguir. Pero, en la mayor parte de las cuestiones fundamentales que afectan al euro –si debe elaborarse un nuevo tratado, si se necesitan los eurobonos, si se debe permitir que el Instrumento Europeo de Estabilidad Financiera pida prestado al Banco Central Europeo–, prevalecen las opiniones de Berlín. La estrategia de Sarkozy parece consistir en aferrarse a Alemania con la esperanza de influir en los detalles estratégicos y mantener la apariencia de igualdad.

La cumbre de la UE de diciembre de 2011 fue un ejemplo poco frecuente de victoria parcial de Francia. Merkel habría preferido que los 27 países se pusieran de acuerdo sobre un nuevo tratado, mientras que Sarkozy veía con buenos ojos la idea de un nuevo órgano intergubernamental solo para los países de la eurozona. El hecho de que Gran Bretaña rechazara un nuevo tratado de la UE permitió a Sarkozy establecer dicho órgano, aunque tuvo que aceptar la idea alemana de incluir a la mayoría de los países que no están en el euro.

Los dirigentes de la oposición socialista francesa han criticado a Sarkozy por estar tan dispuesto a seguir a los alemanes. François Hollande, el candidato socialista a la presidencia, ha dicho que piensa “renegociar” el pacto fiscal para que se centre menos en la austeridad. Sin embargo, ese pacto se firmará antes de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas, en mayo, y, si Hollande gana, tendrá que aceptar lo que haya firmado Sarkozy. La sensación de que País ya no dirige Europa podría reforzar el euroescepticismo francés. Marine Le Pen, del Frente Nacional, es muy crítica con la UE y el euro, y está aprovechándose de sus dificultades. Un aumento del apoyo a la dirigente del Frente Nacional en las presidenciales podría empujar a los políticos de los grandes partidos a abandonar la idea de más integración europea.

AFP/Getty Images
AFP/Getty Images

Alemania es el líder incuestionable por primera vez en la historia de la UE. Ahora bien, otra cosa muy distinta es que sepa liderar. A muchos alemanes les resulta incómodo ese papel. Los políticos germanos están aprendiendo muy poco a poco, quizá excesivamente poco a poco, las responsabilidades que entraña el liderazgo. Hay demasiados de ellos que definen sus intereses nacionales en términos excesivamente estrictos. Demasiado pocos que explican a la población que el euro es bueno para la economía alemana: si la moneda se hundiera, el nuevo marco dispararía su valor y perjudicaría la competitividad de las exportaciones alemanas. También podrían destacar que el euro fue el precio que pagó Alemania a cambio de una reunificación fácil, y que se ha convertido en el símbolo de la identidad europea de la Alemania de posguerra.

Cada vez más, los vecinos de Alemania le piden que asuma sus responsabilidades. Como dijo el ministro de Exteriores polaco en Berlín el pasado mes de noviembre: “pedimos a Berlín que reconozca que es el mayor beneficiario de los acuerdos actuales y que, por tanto, tiene la mayor obligación de hacer que se mantengan… Tengo menos miedo al poder alemán que el que estoy empezando a tener a su inactividad”.

Al empezar 2012, la eurozona requiere dos cosas para estar sana. La primera, unos Gobiernos en los países periféricos que se comprometan a realizar reformas estructurales que sienten las bases del futuro crecimiento. Desde finales del año pasado, los griegos, irlandeses, italianos, portugueses y españoles tienen esos gobiernos (aunque su longevidad no está garantizada, ni mucho menos). La segunda, una Alemania que tome las medidas necesarias para asegurar la supervivencia del euro. Sin embargo, 20 años después de la cumbre de Maastricht que alumbró el euro, los socios de Alemania siguen esperando a que el gigante europeo esté a la altura de las circunstancias.