A Question of Torture
(Una cuestión de tortura)

Alfred McCoy
304 páginas, Metropolitan Books, Nueva York, 2006 (en inglés)


El intento de legalizar la tortura —llamada eufemísticamente ley de detención— es una escalada más en el trato dado a los acusados de terrorismo por EE UU tras el 11-S. Si bien la tortura psicológica, e incluso física, se ha aplicado antes de la aprobación de esta ley, este texto, aunque declara ilegales ciertos abusos cometidos hasta la fecha, deja en manos de George W. Bush las técnicas que pueden emplearse y priva al detenido del derecho de recurrir su encarcelamiento.

Alfred McCoy, profesor de historia de la Universidad de Wisconsin-Madison, analiza la investigación y utilización de la tortura por parte de Washington desde los albores de la guerra fría hasta la guerra global contra el terror. Como señala McCoy, "éste es un libro sobre política no sobre moralidad, que investiga la historia oculta de la tortura en la comunidad de inteligencia de EE UU durante el último medio siglo".

Pirámide de tortura: detenidos desnudos y con bolsas en la cabeza en la prisión iraquí de Abu Ghraib.
Pirámide de tortura: detenidos desnudos y con bolsas en la cabeza en la prisión iraquí de Abu Ghraib.

El interés por este estudio, que evita entrar en detalles morbosos a pesar de tratar un tema escabroso, ha ido en aumento, sobre todo en los medios liberales, conforme avanzaba en EE UU el debate en torno a la legalización de la llamada tortura light, un subterfugio que pretende camuflar el intento de cambiar la presión física por la psicológica, que puede ser tan dura como los malos tratos. Este profesor lleva casi cuatro décadas investigando en las cañerías del espionaje estadounidense: maneja fuentes, informes, testimonios que no son de fácil acceso.

Las sobrecogedoras imágenes de presos iraquíes en Abu Ghraib —desnudos con una capucha en la cabeza o aterrorizados frente a un perro de aspecto fiero— no son el caprichoso y sádico juego de unos soldados aburridos, sino el resultado de años de investigación sobre la tortura psicológica iniciada a mediados del siglo XX, afirma el autor. McCoy describe cómo "la CIA descubrió que los métodos simples y baratos, como las posiciones de castigo, funcionan mejor y son más aceptables para el público que la violencia física brutal", según la revista estadounidense The New Yorker.

Desde 1950 hasta 1962, la CIA se embarcó en el estudio secreto sobre la conciencia humana, experimentando con alucinógenos, electroshock y privación sensorial. Un acercamiento psicológico, no físico, llamado No-touch torture (tortura sin contacto), una revolución en la cruel ciencia del dolor. "Durante más de dos mil años, los interrogadores han descubierto que el simple sufrimiento físico a veces produce un aumento de la resistencia. Por el contrario, el paradigma psicológico de la CIA utiliza dos nuevos métodos: la desorientación sensorial y el dolor autoinfligido. La combinación de ambos hace sentirse a la víctima responsable de su sufrimiento y capitular más rápido", escribe McCoy.
La privación sensorial buscaba un ataque sistemático —contra estímulos auditivos, visuales, táctiles, temporales, sexuales, culturales, térmicos y el instinto de supervivencia— mediante procedimientos como mantener al individuo de pie, el aislamiento, frío y calor, luz y oscuridad, ruido y silencio. El programa MKUltra, dirigido por el doctor Sidney Gottlieb, agrupó todos los estudios sobre control mental de la CIA.

Científicos de Estados Unidos, Canadá y el Reino Unido iniciaron investigaciones en universidades y hospitales —a los que MKUltra proporcionó 25 millones de dólares, unos 20 millones de euros— junto a la CIA, utilizando prisioneros norcoreanos, suministrando drogas alucinógenas a menores en la prisión californiana de Vacavillem y realizando experimentos terminales con potentes toxinas en agentes dobles o desertores considerados prescindibles.

En los 60, el inspector general de la CIA descubrió el programa MKUltra y lo suspendió de forma oficial, aunque el proyecto continuó una década más de forma reducida. Los conocimientos adquiridos se codificaron en el Manual de contrainteligencia Kubark y se distribuyeron por el mundo a través de la Agencia estadounidense para el Desarrollo Internacional (USAID, en sus siglas en inglés). Gracias a este programa se formaron en menos de una década más de un millón de policías en 47 países. Este manual puede consultarse desde la página de National Security Archives que dirige la Universidad George Washington (http://www.gwu.edu/~nsarchiv/NSAEBB/NSAEBB122/index.htm).

Tras los atentados de 2001, la Casa Blanca ha convertido la tortura en su arma secreta y la CIA en su verdugo. En enero de 2002, Bush suspendió la Convención de Ginebra en su guerra contra el terror. La directiva presidencial se convirtió en política rápidamente, autorizando la privación de sueño a sospechosos de Al Qaeda que, junto con los miembros del régimen talibán, eran bautizados como "combatientes enemigos ilegales" y excluidos de la Convención de Ginebra. El ex secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, descartó el estatus de prisioneros de guerra a los primeros detenidos que llegaron a Guantánamo. Por otra parte, la CIA comenzaba la construcción de un auténtico gulag global oculto con el fin de secuestrar, torturar y asesinar en cárceles secretas a miembros de Al Qaeda. Además, alrededor de doscientos sospechosos de terrorismo han sido desviados a prisiones de países acusados de practicar tortura como Marruecos, Egipto, Jordania, Pakistán, Arabia Saudí, Uzbekistán…

Con la captura de los primeros líderes de la red de Bin Laden, como Abu Zubaydah, se inició un debate entre funcionarios antiterroristas sobre la legalidad de las técnicas empleadas y cuánto daño se puede infligir a los detenidos. En agosto de 2002, el asistente del fiscal general, Jay Bybee daba autorización legal para interrogatorios severos y argumentaba que "para constituir tortura según las leyes de EE UU, el daño físico tiene que ser equivalente en intensidad a la lesión que acompaña una grave herida física, como el fallo de algún órgano o incluso la muerte. Las técnicas de privación de sentidos no producen la intensidad de dolor o sufrimiento necesarios para coincidir con la definición de tortura". Asimismo, el presidente de Estados Unidos puede desafiar al Congreso y a las leyes criminales para solicitar cualquier técnica de interrogatorio que considere necesaria.

En octubre de 2002, el general Rick Baccus fue destituido de Guantánamo por mimar a los prisioneros con copias del Corán y castigar a los guardias acusados de abusos. Fue sustituido por el general Geoffrey Miller, que recomendó posiciones de castigo durante cuatro horas, celdas de aislamiento para 30 días, privación de luz y de estímulos auditivos, capuchas, interrogatorios de 20 horas, toallas mojadas y agua pringosa para inducir la percepción de ahogamiento.

Como desvela McCoy, concluida la ocupación de Irak y con la aparición de los primeros focos de insurgencia, Rumsfeld organizó con el nombre Operación Cobre Verde la entrada de equipos de la CIA en la cárcel de Abu Ghraib con la misión de interrogar con algunos matices nuevos como la humillación sexual. En septiembre de 2003, el general Miller, que después de nueve meses en Guantánamo era enviado a Irak, señalaba: "Es esencial que los guardias impongan las condiciones para un satisfactorio aprovechamiento de los internos". Ese mismo mes, el entonces máximo responsable de las tropas estadounidenses en Irak, el general Ricardo Sánchez, autorizó una docena de técnicas como la manipulación alimentaria, el reajuste del sueño o la utilización de perros.

Con la investigación sobre abusos en Irak iniciada por el general Antonio Taguba comenzaba el goteo de información y fotos que horrorizarían al mundo. El Comité Internacional de la Cruz Roja señala que entre el 70% y el 90% de los detenidos, unos 41.000 hasta mediados de 2004, habían sido arrestados por error. El escándalo ha llevado a la cárcel a algunos soldados acusados de ser "manzanas podridas". Como indica Scott Horton, de la Asociación de abogados de Nueva York, "no es el abuso de los prisioneros lo que ha sido castigado, sino que los militares y, particularmente, Rumsfeld han sido avergonzados al hacerse públicos estos hechos".

Expertos en la ciencia del dolor.
Miki Petrovic


A Question of Torture
(Una cuestión de tortura)

Alfred McCoy
304 páginas, Metropolitan Books, Nueva York, 2006 (en inglés)


El intento de legalizar la tortura —llamada eufemísticamente ley de detención— es una escalada más en el trato dado a los acusados de terrorismo por EE UU tras el 11-S. Si bien la tortura psicológica, e incluso física, se ha aplicado antes de la aprobación de esta ley, este texto, aunque declara ilegales ciertos abusos cometidos hasta la fecha, deja en manos de George W. Bush las técnicas que pueden emplearse y priva al detenido del derecho de recurrir su encarcelamiento.

Alfred McCoy, profesor de historia de la Universidad de Wisconsin-Madison, analiza la investigación y utilización de la tortura por parte de Washington desde los albores de la guerra fría hasta la guerra global contra el terror. Como señala McCoy, "éste es un libro sobre política no sobre moralidad, que investiga la historia oculta de la tortura en la comunidad de inteligencia de EE UU durante el último medio siglo".

Pirámide de tortura: detenidos desnudos y con bolsas en la cabeza en la prisión iraquí de Abu Ghraib.
Pirámide de tortura: detenidos desnudos y con bolsas en la cabeza en la prisión iraquí de Abu Ghraib.

El interés por este estudio, que evita entrar en detalles morbosos a pesar de tratar un tema escabroso, ha ido en aumento, sobre todo en los medios liberales, conforme avanzaba en EE UU el debate en torno a la legalización de la llamada tortura light, un subterfugio que pretende camuflar el intento de cambiar la presión física por la psicológica, que puede ser tan dura como los malos tratos. Este profesor lleva casi cuatro décadas investigando en las cañerías del espionaje estadounidense: maneja fuentes, informes, testimonios que no son de fácil acceso.

Las sobrecogedoras imágenes de presos iraquíes en Abu Ghraib —desnudos con una capucha en la cabeza o aterrorizados frente a un perro de aspecto fiero— no son el caprichoso y sádico juego de unos soldados aburridos, sino el resultado de años de investigación sobre la tortura psicológica iniciada a mediados del siglo XX, afirma el autor. McCoy describe cómo "la CIA descubrió que los métodos simples y baratos, como las posiciones de castigo, funcionan mejor y son más aceptables para el público que la violencia física brutal", según la revista estadounidense The New Yorker.

Desde 1950 hasta 1962, la CIA se embarcó en el estudio secreto sobre la conciencia humana, experimentando con alucinógenos, electroshock y privación sensorial. Un acercamiento psicológico, no físico, llamado No-touch torture (tortura sin contacto), una revolución en la cruel ciencia del dolor. "Durante más de dos mil años, los interrogadores han descubierto que el simple sufrimiento físico a veces produce un aumento de la resistencia. Por el contrario, el paradigma psicológico de la CIA utiliza dos nuevos métodos: la desorientación sensorial y el dolor autoinfligido. La combinación de ambos hace sentirse a la víctima responsable de su sufrimiento y capitular más rápido", escribe McCoy.
La privación sensorial buscaba un ataque sistemático —contra estímulos auditivos, visuales, táctiles, temporales, sexuales, culturales, térmicos y el instinto de supervivencia— mediante procedimientos como mantener al individuo de pie, el aislamiento, frío y calor, luz y oscuridad, ruido y silencio. El programa MKUltra, dirigido por el doctor Sidney Gottlieb, agrupó todos los estudios sobre control mental de la CIA.

Científicos de Estados Unidos, Canadá y el Reino Unido iniciaron investigaciones en universidades y hospitales —a los que MKUltra proporcionó 25 millones de dólares, unos 20 millones de euros— junto a la CIA, utilizando prisioneros norcoreanos, suministrando drogas alucinógenas a menores en la prisión californiana de Vacavillem y realizando experimentos terminales con potentes toxinas en agentes dobles o desertores considerados prescindibles.

En los 60, el inspector general de la CIA descubrió el programa MKUltra y lo suspendió de forma oficial, aunque el proyecto continuó una década más de forma reducida. Los conocimientos adquiridos se codificaron en el Manual de contrainteligencia Kubark y se distribuyeron por el mundo a través de la Agencia estadounidense para el Desarrollo Internacional (USAID, en sus siglas en inglés). Gracias a este programa se formaron en menos de una década más de un millón de policías en 47 países. Este manual puede consultarse desde la página de National Security Archives que dirige la Universidad George Washington (http://www.gwu.edu/~nsarchiv/NSAEBB/NSAEBB122/index.hm).

Tras los atentados de 2001, la Casa Blanca ha convertido la tortura en su arma secreta y la CIA en su verdugo. En enero de 2002, Bush suspendió la Convención de Ginebra en su guerra contra el terror. La directiva presidencial se convirtió en política rápidamente, autorizando la privación de sueño a sospechosos de Al Qaeda que, junto con los miembros del régimen talibán, eran bautizados como "combatientes enemigos ilegales" y excluidos de la Convención de Ginebra. El ex secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, descartó el estatus de prisioneros de guerra a los primeros detenidos que llegaron a Guantánamo. Por otra parte, la CIA comenzaba la construcción de un auténtico gulag global oculto con el fin de secuestrar, torturar y asesinar en cárceles secretas a miembros de Al Qaeda. Además, alrededor de doscientos sospechosos de terrorismo han sido desviados a prisiones de países acusados de practicar tortura como Marruecos, Egipto, Jordania, Pakistán, Arabia Saudí, Uzbekistán…

Con la captura de los primeros líderes de la red de Bin Laden, como Abu Zubaydah, se inició un debate entre funcionarios antiterroristas sobre la legalidad de las técnicas empleadas y cuánto daño se puede infligir a los detenidos. En agosto de 2002, el asistente del fiscal general, Jay Bybee daba autorización legal para interrogatorios severos y argumentaba que "para constituir tortura según las leyes de EE UU, el daño físico tiene que ser equivalente en intensidad a la lesión que acompaña una grave herida física, como el fallo de algún órgano o incluso la muerte. Las técnicas de privación de sentidos no producen la intensidad de dolor o sufrimiento necesarios para coincidir con la definición de tortura". Asimismo, el presidente de Estados Unidos puede desafiar al Congreso y a las leyes criminales para solicitar cualquier técnica de interrogatorio que considere necesaria.

En octubre de 2002, el general Rick Baccus fue destituido de Guantánamo por mimar a los prisioneros con copias del Corán y castigar a los guardias acusados de abusos. Fue sustituido por el general Geoffrey Miller, que recomendó posiciones de castigo durante cuatro horas, celdas de aislamiento para 30 días, privación de luz y de estímulos auditivos, capuchas, interrogatorios de 20 horas, toallas mojadas y agua pringosa para inducir la percepción de ahogamiento.

Como desvela McCoy, concluida la ocupación de Irak y con la aparición de los primeros focos de insurgencia, Rumsfeld organizó con el nombre Operación Cobre Verde la entrada de equipos de la CIA en la cárcel de Abu Ghraib con la misión de interrogar con algunos matices nuevos como la humillación sexual. En septiembre de 2003, el general Miller, que después de nueve meses en Guantánamo era enviado a Irak, señalaba: "Es esencial que los guardias impongan las condiciones para un satisfactorio aprovechamiento de los internos". Ese mismo mes, el entonces máximo responsable de las tropas estadounidenses en Irak, el general Ricardo Sánchez, autorizó una docena de técnicas como la manipulación alimentaria, el reajuste del sueño o la utilización de perros.

Con la investigación sobre abusos en Irak iniciada por el general Antonio Taguba comenzaba el goteo de información y fotos que horrorizarían al mundo. El Comité Internacional de la Cruz Roja señala que entre el 70% y el 90% de los detenidos, unos 41.000 hasta mediados de 2004, habían sido arrestados por error. El escándalo ha llevado a la cárcel a algunos soldados acusados de ser "manzanas podridas". Como indica Scott Horton, de la Asociación de abogados de Nueva York, "no es el abuso de los prisioneros lo que ha sido castigado, sino que los militares y, particularmente, Rumsfeld han sido avergonzados al hacerse públicos estos hechos".

Miki Petrovic es historiador y experto en proliferación nuclear.