Escoger un ramo de tulipanes ya no es lo que era. Los avances de la biotecnología,
unos competidores nuevos y muy agresivos, y unos clientes ansiosos por obtener
flores frescas y fragantes están trastocando por completo el mercado mundial de
este producto. Las rosas y los lirios que acaban sobre la mesa del salón no
representan más que los últimos eslabones de una larga cadena global de
suministro que depende, cada vez más, de todo tipo de factores: desde la
congestión del tráfico en Ámsterdam hasta la lluvia en Bogotá.

En una soleada mañana de sábado, en
Santa Cruz (California, Estados Unidos),
un puesto callejero de flores atrae
a los compradores que salen de las librerías
y los cafés de Pacific Avenue. La tiendecita, llamada
Bonny Doon Garden Company, está en medio de
la acera, de forma que es imposible no verla. Bajo unas
sombrillas se ven cubos con tulipanes, peonías y rosas
de varios colores, unas flores que los clientes pueden
escoger a su antojo y confeccionar sus propios ramos.

La dueña, Teresa Sabankaya, prepara en una
mesa cercana un arreglo que denomina ponche de
cítricos
. De hecho, se trata de un ramo cosmopolita,
con rosas orgánicas de color naranja procedentes
de Ecuador, margaritas gerbera amarillas,
cultivadas en Holanda y transplantadas al centro
de California para terminar de crecer allí, y euforbias
de color verde lima, que cultiva ella misma en
su jardín, todas en un jarrón de cristal alto y delgado,
lleno de limas y limones. Aunque no es nada
barato –cuesta 125 dólares (93 euros), que es el precio
actual de un ramo de diseño en la zona de la
Bahía de San Francisco–, Sabankaya pone un gran
empeño en que sus clientes sean conscientes de lo
que obtienen a cambio del dinero. “Cuando me
dicen que las flores les parecen demasiado caras les
recuerdo que hacen falta muchas cosas para producir
cada flor”, explica. “Si se piensa dónde han
estado y todo lo que les ha ocurrido, la verdad es
que son bastante asequibles”, añade.

Por ejemplo, esas rosas, una variedad de color naranja brillante llamada
impulse
, se cultivaron en una granja a las afueras de Quito (Ecuador),
famosa por sus prácticas ecológicas y socialmente responsables. Las cabezas
de estos vegetales doblan en tamaño a las que puede conseguir Sabankaya en California,
y los colores siempre refulgen. Además, el mimado cultivo que recibe este tipo
de flor le permite conservar la forma y la frescura en el jarrón durante más
tiempo. Por todo ello, la impulse es una maravilla: lo que se buscaba
no era sólo una rosa muy bella, sino con capacidad para sobrevivir a un largo
y complicado viaje desde el campo hasta la floristería.

Ir y venir: las casas de subastas de flores que operan en territorio holandés gestionan al día un mercado que mueve millones de dólares.

En este caso, sin ir más lejos, recogen las impulse en un invernadero de Latinoamérica un lunes por
la mañana. Las limpian, clasifican y embalan esa misma tarde y, cuando cae la
noche, las guardan en una
cámara, sumergidas en
una solución especial
que las fortifica de cara
al siguiente tramo del
viaje. Al amanecer
siguiente, las rosas llegan
al muelle de carga
en un camión frigorífico,
se sacan del líquido y se introducen
después en una caja que se apila junto con otras
en un palé. De esta forma, las flores atravesarán la
estrecha carretera de montaña que conecta con el
aeropuerto. Una vez allí, el cargamento entra en el
compartimento de equipajes de un avión de pasajeros
que parte hacia Miami. Horas después, las flores
aterrizarán en Estados Unidos, donde tendrán que
superar el control de sustancias perecederas. Finalmente,
los funcionarios del Departamento de Seguridad
Interior, de riguroso uniforme, examinarán si las
cajas de flores portan insectos, hongos o incluso
esconden bienes de contrabando.

Ya en EE UU, cada mañana, unos camiones
cubiertos con logotipos de diversos importadores y los
mayoristas de flores aguardan en torno al centro de
inspección del aeropuerto, el punto desde donde se
expiden los cargamentos. Casi todas esas flores tienen
que hacer aún dos o tres paradas más, en almacenes,
centros de distribución y mercados mayoristas, antes
de llegar a una de las aproximadamente 22.750 floristerías
o los 23.000 supermercados que venden productos
florales. En resumen, más de 2.800 millones
de flores –una cifra que representa el 78% de las que
compran los estadounidenses– hacen cada año este
viaje transatlántico.


TODAS NO SON LOCALES

La industria de la flor no siempre funcionó así. Hace un siglo, los cultivos
solían ubicarse en las afueras de la ciudad en la que iban a venderse, y se
llevaban al mercado a toda prisa, antes de que se marchitaran. De hecho, los
invernaderos escaseaban. Asimismo, las flores no empezaron a convertirse en
un regalo típico del día de San Valentín hasta principios del siglo XX. En concreto,
hubo que esperar a perfeccionar la tecnología de invernadero y contar con mejores
métodos de transporte para que un florista de Chicago pudiera ofrecer sus productos
a los enamorados a mediados de febrero. Desde entonces, esas dos innovaciones
–nuevas técnicas y comunicaciones – han convertido lo que antes suponía una
ocupación rural a pequeña escala en una industria global de 40.000 millones
de dólares, 10.000 millones más que las ventas de música en todo el mundo.

A medida que caen las barreras arancelarias y
se abren las economías, este sector sigue expandiéndose.
Y los países más beneficiados no son
forzosamente los que uno podría pensar: Ecuador,
sin ir más lejos, exporta a Rusia por valor de 40
millones de dólares en precio al por mayor, la cuarta
parte de las importaciones rusas de flores. ¿Y por
qué este país suramericano? Porque tiene fama
como productor de rosas gigantes con tallos de
1,80 metros, un producto solicitado en el mercado
postsoviético de artículos de lujo.

Pero la caída del comunismo no sólo creó nuevos
nichos comerciales, sino que también dio a luz a
nuevos proveedores. Hace tres décadas, Polonia estaba
en disposición de convertirse en uno de los principales
productores europeos de flores cortadas, aunque
la ausencia de una economía abierta provocaba
que los cultivadores, a menudo, se quedaran sin ciertos
suministros. Después de la transición al liberalismo,
el sector de las flores volvió a prosperar. En la
actualidad, este Estado europeo exporta anualmente
casi ocho millones de dólares en flores.

Esta faceta de la globalización también ha alcanzado
a Oriente. Como en tantos otros sectores actuales,
en éste también se perfila en el horizonte la sombra
de China. Así, las explotaciones de flores en la
provincia de Yunnan están beneficiándose de una
expansión en infraestructuras promovida por Pekín,
una Administración que ahora impulsa autopistas,
aeropuertos y puentes. Los agricultores chinos, además,
confían en aumentar sus exportaciones de 27
millones de dólares a 200 millones de dólares anuales
para 2010. Si lo logran, tal vez los trabajadores
del sector de las flores en Latinoamérica –que no perciben
más que 175 dólares al mes– asistan a un proceso
de deslocalización que rapte sus empleos para,
a continuación, trasladarlos al sur del
gigante asiático.

La industria de las flores mueve 40.000 millones de dólares cada año en todo el mundo, un 25% más que el mercado de la música

El flower power ha desatado inquietud
en muchas áreas de este negocio. A los floristas
les preocupa que el exceso de oferta
y la competencia de los minoristas en el
mercado de masas sigan bajando los precios.
Los mayoristas, por su parte, pugnan
por mantener sus escasos márgenes, de
apenas unos centavos por ejemplar.

¿Y qué decir del consumidor? Desde luego, las flores
son más baratas. El mercado existe porque la
gente sigue recurriendo a los ramos para expresar las
emociones que no saben transmitir con palabras:
deseo, afecto, pesar y arrepentimiento. No obstante,
aunque esos sentimientos suelen ser sinceros, el vehículo para compartirlos no deja de ser un bien cada
vez más anónimo, masificado y globalizado.


‘ELDORADO’ HOLANDÉS

En una pequeña ciudad a 12 kilómetros al sur de Ámsterdam existe un lugar donde
se puede captar una instantánea de este comercio en acción. Este enclave, una
pasarela sobre la nave de subastas en el edificio comercial más grande del mundo,
el Bloemenveiling Aalsmeer, en el que cada día salen a la venta 20 millones
de flores. En el edificio no se admiten visitantes; corren demasiado peligro
de ser atropellados por uno de los 135.000 carros cargados de pétalos y corolas
que circulan entre las salas y los muelles de carga. A cambio, casi 100.000
turistas anuales recorren la red de pasarelas de la mano del personal de la
casa, para contemplar los millones de flores que se mueven sin cesar más abajo.

Ante este océano de color es imposible adivinar
de dónde proceden estos vegetales o a dónde
van destinados. Puede que hayan sido cultivados
en Ecuador, Israel o Kenia, hayan llegado en avión
a Ámsterdam y, de ahí, se hayan transportado en
camión hasta el centro de subastas, donde se
desembalan, se colocan y se venden por millares.

Unos carros llenos de girasoles amarillos pasan
muy deprisa; detrás, otros con rosas de color rojo, y
luego rosa y azul lavanda. A continuación aparecen,
en macetas, unas hortensias de tallo corto que se cultivan
así para el mercado de la flor de regalo, y detrás
llegan varias oleadas de lirios blancos Casablanca.

Bullicio constante. Con todo ese movimiento,
debería haber mucho ruido, pero dentro de las
salas de subastas se respira un extraño silencio.
Cada lote apenas tarda unos segundos en adjudicarse,
y la menor distracción podría hacer que un
postor pierda una codiciada selección de claveles.
Tras la puja, las flores hacen el trayecto al revés:
vuelven a la caja, a los camiones y a los aviones,
con destino a las tiendas y los mercados de lugares
tan lejanos como Tokio. Todo eso, por una
flor que quizá no cuesta más que 20 o 30 centavos
en la subasta y un dólar o dos en la tienda.

¿Por qué una cosa tan delicada y perecedera
como una lila necesita viajar desde todos los rincones
del mundo hasta Aalsmeer para encontrar comprador?
La respuesta, en parte, la proporciona la tradición.
Los holandeses inventaron este método
concreto de comercio floral hace un siglo, en una
época en la que la mayoría de las flores que se compraban
se cultivaban en la propia Holanda y llegaban
al mercado surcando los canales en barca.

Hoy, los 1.050 compradores y 5.400 proveedores
que participan en la puja de Aalsmeer siguen
pensando que es más cómodo reunirse en un lugar
central, aunque suponga tener que llevar hasta allí
sus mercancías. La casa de subastas maneja el dinero,
con lo que simplifica 37.360 transacciones financieras
diarias, por valor de 8,9 millones de dólares, y también fomenta la transparencia en los precios.
Del mismo modo, se aplica un riguroso programa
de control de calidad, que garantiza que las flores
están frescas y no sufren plagas ni enfermedades. Y,
como cualquier centro de distribución, permite ahorrarse
el proceso de comprar dos cajas de girasoles
de Kenia, varias docenas de orquídeas de Tailandia
y mil rosas de Colombia.

Ahora bien, cuando se pregunta a compradores
y vendedores por qué les sigue pareciendo necesario
viajar hasta Holanda, todos dicen que les ofrece la
oportunidad de verse. “¿Por qué sigue habiendo
agentes en Wall Street? Quieren estar allí para sentir el espíritu”, explica un mayorista portugués.
“Antes de comprar 100.000 rosas rojas, uno quiere
verlas y tocarlas. Una foto no es suficiente”.

Aunque los negocios en Aalsmeer van muy bien, eso no significa que no se sienta
en la nuca el aliento de la globalización. Así, las dos salas de subastas más
grandes del mundo, FloraHolland y Bloemenveiling Aalsmeer, han anunciado sus
planes de fusión para 2008, con el fin de dejar atrás a sus rivales. Estos responsables
de las subastas reconocieron hace poco que los nuevos mercados en ciudades como
Dubai y Bombay permiten a compradores y vendedores prescindir de ellos. Aún
así, estas dos firmas confían en que el hecho de juntar sus fuerzas les permita
conservar su primacía y ofrecer economías de escala por las que siga mereciendo
operar a través de Holanda. Algunos conocedores del sector creen que la globalización
tiene sus límites y que el mundo en expansión del comercio floral quizá acabe
por contraerse en mercados regionales cuya base siga siendo el apretón de manos
y… la necesidad de detenerse a disfrutar de las flores.



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PÉTALOS ORIENTALES

Pensemos en la situación de un productor en un mercado emergente como India.
Los proveedores para el sector interior cultivan las flores tradicionalmente
favoritas, como el jazmín, la caléndula y el crisantemo, normalmente con los
tallos cortos que prefieren los fabricantes de guirnaldas. Las flores se transportan
de madrugada, en autobús, a los puestos al aire libre. A medida que la economía
india, con un volumen actual de 800.000 millones de dólares, siga creciendo,
el negocio local prosperará. Pero esos cultivadores pequeños no tienen la tecnología,
los conocimientos ni las infraestructuras para competir en el ámbito mundial.

Por ese motivo, los exportadores de India han
tenido que enfocar el negocio de una manera distinta
a los que suministran de forma local. Aunque las
exportaciones de flores cortadas de India tienen un
volumen de casi 17 millones de dólares al por mayor
y no representan más que el 1% del comercio mundial,
los cultivadores que intentan vivir de ellas han invertido
en las últimas tecnologías de invernadero y las
variedades comerciales que creen que atraerán a los
compradores extranjeros.

Competir en este sector exige complicados cálculos que tienen en cuenta los tipos de cambio, los costes del transporte y la demanda durante un fin de semana festivo, por ejemplo, en Alemania o Japón. Una
rosa concreta no supone para la granja más que entre
7 y 10 centavos. Cuesta 7,5 centavos transportarla a
Europa, pero sólo 5 centavos a Japón. En un mercado
mayorista europeo, la flor puede venderse por 27
centavos, frente a los 25 de Japón. Con unos márgenes
tan escasos, cada céntimo es importante.

El transporte puede determinar el límite de la
expansión mundial de la producción de flores cortadas.
Aunque la mano de obra sea más barata, los precios
tienen que ser lo suficientemente altos como para
justificar los costes de transporte, explica Jaap Kras,
editor de la revista mensual Flora Culture International y antiguo consejero delegado de VBN, la agencia
bajo la que se agrupan todas las casas de subastas
holandesas. “En Holanda, se dice que una col sólo
puede venderse a tiro de piedra”, dice. “Al final, India,
China, Japón e incluso Norteamérica” –se refiere a la
producción que se lleva a cabo en México para Estados
Unidos– “acabarán suministrando de forma más
o menos local a sus propios mercados”.

La importancia de las relaciones personales también
fomenta el negocio regional. ¿Estarían dispuestos
los mayoristas a abandonar una flor favorita como la
rosa colombiana o el tulipán holandés para pasarse a
un producto más barato de India o China? El primer
instinto de William Armellini, responsable de compras
en la mayorista Greenleaf Wholesale Florist de Miami
Springs (Florida, Estados Unidos), es decir que no.
“¿China, India o África?”, pregunta. “Están demasiado
lejos, mental y físicamente”.

Competir en el sector exige cálculos que tengan en cuenta los tipos de cambio, los costes de transportes y, por ejemplo, los días festivos de Japón

Sin embargo, reconoce que, en definitiva, la falta
de contacto personal no sería obstáculo si un vendedor
tuviera el producto que busca. Tal y como
ocurre con las rosas de pitiminí
africanas, por ejemplo. Aunque los
Estados africanos, en especial Kenia
y Etiopía, llevan años cultivando
esas rosas para el Viejo Continente,
en Estados Unidos siguen siendo
un producto casi desconocido,
que representa menos del 1% de las
importaciones. Una rosa de pitiminí
es mucho más pequeña que la
normal y para obtenerla se suele seleccionar una rosa
en racimo –con varios capullos en miniatura que
salen de un solo tallo– y podarla para conseguir
una flor exquisita. “Aquí no existe gran demanda”,
dice Armellini, “pero, si la hubiera, lo primero que
miraríamos sería el precio. Si pudiéramos traer las
flores a Estados Unidos y ganar dinero con ellas,
entonces preguntaríamos al proveedor si puede
garantizar la frescura y la consistencia”. No obstante,
la globalización del sector está aún en pañales y,
mientras no obtenga respuestas satisfactorias a esas
preguntas, este profesional seguirá acudiendo a sus
proveedores latinoamericanos.


UN BIEN FRÁGIL

La información de todo el mundo que puede necesitar un mayorista como Armellini
en un día cualquiera parece no tener fin. El precio del petróleo influye en
todo, desde el combustible hasta la refrigeración, pasando por las sustancias
químicas empleadas en la agricultura y los materiales plásticos necesarios para
el invernadero. Las fluctuaciones de divisas pueden cambiar el precio de un
día a otro: Ecuador, que utiliza como divisa el dólar estadounidense, puede
encontrarse con que sus flores están en una situación más espinosa que las de
Colombia según varíe el cambio del dólar con el peso. Hasta el tiempo es un
factor. Una tormenta invernal en la zona de Bogotá puede afectar al suministro
de flores meses más tarde, por ejemplo para el Día de la Madre, cuando las flores
que se cultivan al aire libre, como las espuelas de caballero, hubieran
estado en todo su esplendor si las heladas no las hubieran dañado.

Mercado emergente: la industria actual persigue flores resistentes, que aguanten el viaje desde las granjas suramericanas a una floristería asiática.

La situación de los acuerdos de libre comercio
también preocupa. Colombia –que produce el 60%
de las flores que se venden en Estados Unidos–, Bolivia,
Ecuador y Perú han podido exportar flores sin
aranceles gracias a la Ley de promoción del comercio
y erradicación de la droga en los Andes, que pretende
ofrecer una alternativa al cultivo de coca y animar
a esos países a que cooperen con Estados Unidos en
la labor de acabar con la droga. Ahora bien, eso
podría cambiar. Muchos de los acuerdos con productores
van a ser objeto de renegociación este año,
y el menor arancel podría obligar a los cultivadores
a buscar otros mercados o bajar sus precios.
Además de todas esas presiones, los cultivadores,
los mayoristas y los minoristas están empezando a
tener en cuenta la preocupación creciente de sus clientes
por las cuestiones ambientales y laborales. Ofrecer
flores ecológicamente puras a los consumidores responsables
no es tarea fácil. Nevado Ecuador, la granja
a la que compra Sabankaya, participa en nueve
programas de ese tipo y vende sus rosas con las etiquetas
de comercio justo y otras semejantes en Estados
Unidos y Europa. Los gastos y el papeleo son
considerables, y todavía se intenta comprender cómo
va a comportarse la sostenibilidad en el mercado. “Es
un aspecto nuevo”, dice Armellini, “y resulta confuso
incluso para los entendidos”.

A veces, este mayorista se pregunta si disponer de
toda esta información le permite tener un papel más
activo o sólo le aporta más elementos de distracción.
En la misma línea, recuerda los tiempos en los que no
existía Internet, cuando dependía más de la rutina
que de cualquier otra cosa. “Cada semana llegaban las
mismas diez cajas para un cliente determinado”, cuenta,
“y, si llegaban sólo nueve, lo anotábamos y pasábamos
a otra cosa. El problema, hoy, es que hay
demasiada comunicación. Podemos pasar tanto tiempo
encargándonos de una sola caja de 100 rosas como
vendiendo 20 cajas de 3.000”. Es posible que Armellini sienta nostalgia de los
viejos tiempos, pero no
puede hacer gran cosa para
volver atrás. Como la
mayoría de la gente de
esta industria, ha aceptado
que tiene que adaptarse
al cambio. ¿Cómo han
evolucionado las propias flores
ante esta situación? Algunas no han sobrevivido,
y prácticamente han desaparecido de las tiendas. Con
la industrialización, sólo sobreviven las variedades
más duraderas. Por ejemplo, las violetas estaban muy
de moda hace un siglo, pero ya resultan demasiado frágiles
y efímeras. En Estados Unidos no existe ya más
que un único cultivador comercial de violetas, y sus flores
se venden sólo en un radio de 150 kilómetros en
torno a su granja, en el norte de California. No es
casual que las rosas, los claveles y los crisantemos
sean unas de las flores más populares hoy en día: además,
constituyen las variedades más duraderas.


FLORES SIN OLOR

Los clientes no pueden darse cuenta de la mayoría de los cambios en sus flores,
pero sí pueden advertir que han perdido la fragancia. Algunos de los genes que
regulan el olor son recesivos, por lo que es fácil que, cuando un cultivador
está seleccionando las flores en función de la longitud del tallo, el color
y la longevidad, pierda de vista ese rasgo. Las rosas olorosas no duran en un
jarrón, así que una lo bastante resistente como para aguantar el transporte
por todo el planeta puede no oler tan bien. Pero los mapas genéticos ayudan
a los cultivadores a saber lo que están perdiendo y ganando en el laboratorio,
y, a medida que se conoce mejor la composición molecular de las flores, se trabaja
para sustituir el aroma perdido sin sacrificar la longevidad.

También se están investigando otras formas de
extender los límites naturales de la flor. Por ejemplo,
Florigene, una filial australiana de la compañía japonesa
de licores Suntory, ha invertido decenas de millones
en buscar una rosa azul gracias a la manipulación
genética. Como el gen que crea ese pigmento no está
presente en la rosa, los investigadores han aislado el
gen en la petunia y han perfeccionado la tecnología
necesaria para implantarlo en una rosa de color lavanda.
El proceso ha funcionado desde el punto de vista
técnico, aunque sigue teniendo un color más lavanda
que azul propiamente dicho.

Si estos científicos lo consiguen en el laboratorio,
el siguiente paso sería conquistar al público. En caso
de que los estadounidenses tarden en acostumbrarse
al nuevo color, Florigene podría aspirar a captar otras
sensibilidades en Europa y Japón. Mientras en algún
lugar del mundo haya clientes dispuestos a comprar,
Florigene recuperará su inversión, gracias a los derechos
de cada planta transgénica que venda. Y, si el proyecto
tiene éxito, atraerá a más cultivadores dispuestos
a utilizar nueva tecnología para cultivar un tulipán
negro, una margarita con aroma de chocolate o un lirio
que dure más que el novio que lo compró.

Derecho internacional de patentes. Acuerdos
comerciales. Ingeniería genética. Devaluaciones de
moneda. El coste de la mano de obra en China. No son
aspectos muy románticos y, sin embargo, el ramo que
regalamos al ser querido está lleno de ellos. Incluso
Sabankaya reconoce que no puede ignorar el mercado
mundial. “Abrí la tienda con la idea de cultivar en
mi jardín y venderlas a mis vecinos”, dice, “pero, por
supuesto, necesitábamos más flores de las que podía
cultivar. Tenemos la suerte de vivir en una región de
cultivo de flores, aquí en California. Pero traigo cosas
especiales de Ecuador y, a veces, voy hasta San Francisco,
al mercado de mayoristas. Allí puedo conseguir
flores tropicales, tulipanes, cualquier cosa. Esto de las
flores es todo un mundo”, sentencia.

 

¿Algo más?
Si quieren saber lo que ocurre entre bastidores
en la industria mundial, lean la obra de Amy Stewart Flower
Confidential: The Good, the Bad, and the Beautiful in the Business
of Flowers
(Algonquin Books, Chapel Hill, EE UU, 2007).
The Game of the Rose: The Third World in the Global
Flower Trade
(International Books, Utrecht, Países
Bajos, 1995), de Niala Maharaj y Gaston Dorren, ofrece un buen panorama
del mercado hasta mediados de los 90. El nuevo libro de Catherine
Ziegler, Favored Flowers: Culture and Economy in a Global
System
(Duke University Press, Durham, 2007), estudia
un caso actual de la cadena comercial de las flores cortadas. Además,
la revista mensual FloraCulture International informa
con detalle sobre el negocio mundial de las flores cortadas. Para
averiguar cómo ver en persona las subastas de flores en Holanda,
ver la web de Bloemenveiling Aalsmeer (www.vba.nl).