Rob Stothard/Getty Images
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En la lucha contra el yihadismo el país se enfrenta a sus propios dilemas, que van desde la laicidad hasta el funcionamiento del sistema educativo, pasando por la austeridad y la islamofobia.

Tras los ataques yihadistas, Francia se ha visto obligada a enfrentarse a unas verdades muy incómodas: la laicidad empieza a ser cuestionada, por mucho que la reivindique el presidente François Hollande, y los musulmanes se quejan de que los judíos son tratados con mucha más consideración y tacto que ellos. La integración hace aguas, porque durante años, y especialmente durante la presidencia de Nicolás Sarkozy, el Estado se ha olvidado de invertir más medios y más asistencia social en las banlieus, los barrios deprimidos a las afueras de las grandes ciudades, y en algunas de ellas, como Marsella, esa miseria ha creado ya un ghetto propio y amplio imposible de ignorar. La escuela tampoco ha sabido transmitir a los niños y adolescentes los valores básicos de la República: la libertad, la tolerancia, la igualdad, y los jóvenes de capas sociales más marginadas desprecian la cultura y la educación paritaria porque se saben discriminados desde el nacimiento.

Son muchos los asuntos que François Hollande tendrá que atender en los próximos meses. Y todos de hondo calado. Su popularidad ha aumentado hasta un 40% gracias a la imagen de firmeza y de determinación que ha transmitido durante los días de la tragedia, pero no hay garantías de que ese renacimiento en los sondeos sea duradero. Los retos planteados en estos momentos son enormes y van  mucho más allá de intentar frenar el ascenso del paro o de reducir el déficit público para complacer a Bruselas y Berlín.

 

Hacer la guerra en tiempos de austeridad

Se trata de hacer frente al terrorismo con más medios policiales en momentos de ahorros obligados. Se trata de aumentar el control sobre los movimientos de los ciudadanos, especialmente por vía aérea, sin que éstos se sientan vigilados en exceso. Se trata de mejorar la calidad de vida en esos barrios marginales que son un criadero de yihadistas y de desesperados que no tienen nada que perder. Se trata de lanzar un nuevo plan de ciudadanía en las escuelas, especialmente para las que están en núcleos y barrios críticos, donde los profesores se han sentido muy a menudo abandonados por el Estado, sin dinero ni  medios ni sueldos decentes y con unos alumnos enfrente que han olvidado hace mucho el concepto del respeto y de la autoridad del docente. Ahora se habla de reintroducir esa idea de la "autoridad", que los alumnos se pongan de pie cuando llega el profesor o el tutor, que se vuelva a cantar "La Marsellesa" en las escuelas desde  primaria, que regresen, incluso, los uniformes.

 

Estudiantes desorientados y presos musulmanes hostigados

También produce perplejidad la reacción de adolescentes de medios sociales católicos o burgueses a lo ocurrido entre el 7 y 9 de enero en Francia. Algunos no quisieron respetar el minuto de silencio por los asesinados. Chavales que un día decían "yo soy Charlie" y al día siguiente "Yo soy Coulibaly", adolescentes que, a través de los bulos leídos en redes sociales, se decían convencidos de que todo había sido una escenificación de los servicios secretos franceses para culpabilizar a los musulmanes. Muchachos que creían que no se debería haber matado a los terroristas, a los que no veían como tales. Mucha confusión en esas mentes jóvenes para quienes el mundo se explica sólo en base a lo que leen en sus teléfonos móviles o sus tabletas.

También es muy consciente el ministerio del Interior de las cárceles francesas son un criadero de yihadistas. Se sabe positivamente que en algunas los imanes y los presos musulmanes más creyentes hostigan a aquellos que pretenden ignorar las leyes del Corán y  actuar de manera independiente. Sólo en algún centro penitenciario, como Fresnes, se ha instalado un módulo específico para los internos fieles de Alá con el fin de evitar el acoso o las acciones de proselitismo rozando  con la violencia.

 

El oportunismo de Le Pen y Sarkozy

Los expertos afirman que los atentados han sido también un ataque a una República que no ha sabido defender bien sus propios principios y que, si no corrige pronto el rumbo, corre el peligro de hacerse un gran daño o de enterrarse a sí misma. Y el tiempo corre en contra de Hollande y su primer ministro, Manuel Valls. Hay elecciones municipales y cantonales en  marzo y regionales en diciembre. Los llamamientos a la unidad que se oyeron en esos días de trauma nacional pronto quedarán olvidados. La líder del Frente Nacional, Marine Le Pen, que ha sabido respetar los días de duelo, ya tiene preparada toda su artillería pesada y ya ha lanzado un par de frases asesinas a los suyos: "la unión nacional no debe convertirse en una visera nacional o, peor aún, en una ceguera nacional" (…) "hay una relación entre la inmigración y el desarrollo del islamismo radical en nuestro territorio, y no creo que haya en este aspecto una dimensión económica y social". Todavía no está claro si los islamófobos se han radicalizado aún más a raíz de los últimos acontecimientos.

También agazapado y en un muy segundo plano, Sarkozy espera su momento para volver a la carga con el asunto de reformar lo antes posible o de poner en suspenso, en situaciones excepcionales, el tratado de Schengen. Aún no está claro cuál va a ser su giro ideológico a partir de ahora para comerle terreno a Le Pen, pero ambos olvidan un dato importante: los yihadistas con pasaporte francés volverán a Francia e intentarán seguir matando. Sus fichas no están en todos los ordenadores de la Interpol o del Zar Europeo Antiterrorista y, probablemente, cuando se cansen de la guerra en Siria, podrán regresar a sus casas sin demasiados problemas. Y si terminan en la cárcel, de allí saldrán nuevos terroristas contagiados con el mismo virus del odio. Como ha declarado a la revista Marianne el politólogo Gilles Keppel, Daech [Estado Islámico] ha declarado la guerra a Francia y a Europa, y quiere además provocar una guerra civil en el continente".