Demasiado tiempo perdido en las relaciones bilaterales.

 

 

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Cuando José Luis Rodríguez Zapatero reciba este 3 de febrero a Angela Merkel en la Moncloa nunca antes habrá visto a la canciller en tal grado de atribulación. El futuro de Europa y del euro depende en buena medida de ella. Ningún país ha querido asumir protagonismo en este momento crucial para la UE. Alemania se está viendo con la enorme responsabilidad y la gran carga de diseñar el futuro de una nueva Europa. De la Europa postcrisis, que será más alemana que antes.

Y esto será precisamente por la falta de liderazgo de otros países de la Unión y por la constatación cada vez mayor de que se hicieron las cosas mal. De que se tenía que haber trabajado más en la unión económica y la armonización fiscal antes de que naciera el euro. Alemania, una de las madres de la criatura, comprende ahora su error y sus consecuencias: los alemanes se están haciendo cada vez más euroescépticos. Un 68% de la población, según la última encuesta del Instituto Allensbach, no tiene ninguna confianza en la moneda única. Un 63% no cree en la eficacia de la Unión Europea. Se sienten cada vez más engañados por unos políticos que les prometieron que el euro sería sinónimo de estabilidad y de prosperidad, que nunca tendrían que pagar por las deudas de otros países, que la UE nunca sería una comunidad de transferencias.

Merkel tiene ahora que defender un euro que para sus conciudadanos, veinte años después de su introducción, ha significado subida de precios y  problemas. Y, encima, preparar un escenario para evitar nuevas crisis y para ayudar a los países en dificultades en forma de mecanismo europeo permanente de rescate. Un mecanismo en el que los alemanes, de nuevo, serán los más obligados a pagar. Y, todo ello, en un superaño electoral con seis comicios regionales. El primero, en Baden Württemberg, un feudo tradicional de la CDU de la canciller donde ambas  pueden verse duramente castigadas. La elección es el  27 de marzo, dos días después de la Cumbre de la UE en la que se tienen que cerrar los detalles del Mecanismo Permanente de Rescate. Mal momento.

Alemania va a asumir sus responsabilidades. Pero, como dice Ulrike Guerot, la directora en Berlín de la Oficina del Consejo Europeo de Relaciones Internacionales, va a pedir un precio por ello. Y éste será construir esa nueva Unión Monetaria aplicando criterios alemanes de estricto control de la deuda pública (está planteándose incluso adoptar el modelo alemán de poner un tope legal máximo a ese endeudamiento, anclándolo en las constituciones nacionales) y desarrollando un gobierno económico europeo.

Es en medio de este debate y de esta búsqueda de apoyos y de consensos (palabra fundamental en la tradición de la Alemania de la posguerra) es cuando se va a producir esta cumbre bilateral entre Zapatero y Merkel.

¿Serán las cosas mejores en el futuro si Rajoy gana las elecciones? No, probablemente no, se cree aquí en Berlín

Quienes conocen bien a la Canciller dicen que es una mujer sin emociones. Que no parece reaccionar ante nada. Ni ante los insultos ni ante las alegrías, excepto en el fútbol y si mete un gol la selección alemana en un Mundial. Por eso es difícil que tenga relaciones cordiales con nadie. Mucho menos con Zapatero, quien, al igual que Merkel, aparenta ser alguien más dominado por el cerebro que por el corazón. Sus encuentros, dice  Günther Meihold, vicedirector del Instituto Alemán de Asuntos Internacionales (SWP), son como están siendo últimamente las relaciones bilaterales: fríos, sin agenda, o con una agenda ad hoc, con problemas específicos, como cuando Eon pretendía comprar Endesa, o ahora cuando Florentino Pérez pretende hacerle una OPA a la empresa constructora alemana Hochtief.

La diplomacia española encajó muy  mal esta primavera las dudas que Berlín expresó acerca de la solidez  de la economía de nuestro país.  “Si España necesita acogerse al paquete de rescate -había dicho la Canciller- sabe que está ahí”. En los días siguientes la Bolsa de Madrid se desplomaba. Ahora se intenta rehacer puentes, sabedores de que no conviene estar a mal con ningún socio europeo y mucho menos con Alemania. Pero lo cierto es que se ha perdido mucho tiempo en lo relativo a las relaciones bilaterales.

El momento más dulce fue el de Felipe González como presidente del Gobierno y Helmut Kohl como canciller. Con Aznar las cosas empezaron a ir mal, y el dúo Aznar-Schröder marcó el punto más bajo de la amistad hispano-alemana. La llegada de José Luis Rodríguez Zapatero a la Moncloa despertó unas expectativas que se vieron defraudadas en sus dos mandatos. El sociólogo Ignacio Sotelo quien, con sus cuarenta años de residencia en Alemania ha contemplado los devenires de esta relación bilateral, atribuye a dos factores principales la decepción alemana frente a Zapatero: uno es su desconocimiento de idiomas, su escaso interés por viajar fuera ya en su época de diputado, su poca inclinación por la política internacional y tal vez el íntimo sentimiento de que  no está muy capacitado para ella. El segundo factor ha sido la figura de Moratinos como ministro de Exteriores, cuyos focos de atención preferente estaban muy a menudo alejados de la construcción europea.

¿Serán las cosas mejores en el futuro si Rajoy gana las elecciones? No, probablemente no, se cree aquí en Berlín. Tampoco el líder del PP habla idiomas ni parece muy versado en la actualidad internacional ni viaja habitualmente por Europa. Se teme, además, que España cometa, de nuevo, un error fundamental: que la política exterior no tenga continuidad cuando cambie el inquilino en la Moncloa. En estas condiciones, Madrid y Berlín pueden seguir viviendo, eternamente, un fine romance como el que cantaba Ella Fitzgerald… sin besos, sin discusiones, sin insultos. Simple y llanamente, un noviazgo frío.

 

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