Un joven vende manzanas de caramelo en el puerto de Gaza. (Mohammed Abed/AFP/Getty Images)
Un joven vende manzanas de caramelo en el puerto de Gaza. (Mohammed Abed/AFP/Getty Images)

De un lado el desempleo, la violencia y el populismo socioeconómico de los islamistas… Del otro, una tradición con fuerte presencia laica, sociedades vibrantes o internacionalizadas a la fuerza. ¿Se están radicalizando sociedades como la gazatí, la libanesa, la saharaui o la egipcia?

El índice de desempleo juvenil en la zona de Oriente Medio y Norte de África (MENA) está entre los más altos del mundo, entre el 25% y el 60%, dependiendo del país. El 90% de los jóvenes de Egipto, Túnez, Líbano, Siria, Marruecos o Jordania dicen que la falta de trabajo es un gran problema, según un informe de Educación para el Empleo (EFE, en sus siglas en inglés). Se ha generado, dice este documento, un prolongado “estado de espera” (waithood), una enorme transición entre el final de la educación y encontrar un trabajo para fundar una familia. Esto “provoca que los jóvenes estén irritados y desilusionados con sus países, lo que ha contribuido a la inestabilidad política y la radicalización”.

El desempleo es uno de los factores más mencionados en el supuesto giro radical de las sociedades de Oriente Medio y Norte de África. Pero, ¿realmente se están volviendo extremistas?

Una buena forma de saberlo es ver en qué medida apoyan a grupos terroristas como Al Qaeda. El desprecio por esta formación en los países de la zona es generalizado: el 95% de los libaneses, el 85% de los turcos, el 83% de los jordanos o el 74% de los tunecinos tienen una visión desfavorable del grupo fundado por Bin Laden, según la encuesta realizada por el instituto internacional Pew Research Center entre más de 14.000 personas de 14 países de mayoría musulmana en la primavera de 2014. En los territorios palestinos la cifra baja al 60%. Gaza es el lugar musulmán donde el porcentaje de personas con una buena imagen del grupo terrorista es mayor: uno de cada cuatro gazatíes lo ve con buenos ojos.

De hecho, los países musulmanes son los más preocupados: nueve de cada diez en Líbano u ocho de cada diez en Egipto y Turquía, temen la amenaza del yihadismo. Y no es de extrañar: el 82% de las muertes globales por terrorismo en 2014 se produjeron en países musulmanes como Irak, Afganistán, Pakistán o Siria (también Nigeria), según el Índice de Terrorismo Global del Instituto para la Economía y la Paz. Son estos países los que tienen que combatir con los grupos terroristas yihadistas como los talibán, Boko Haram, Daesh y el frente Al Nusra, y sus afiliados. La cifra total de muertes por atentado en estos cinco países roza las 15.000 en un año.

Los territorios palestinos son epítome del carrusel de radicalización que se vive en la región. Mientras que en 2007 el 62% de los palestinos mantenían una opinión favorable de Hamás, desde ese año, en que se hicieron con el control de Gaza, la cifra ha caído hasta el 35% en 2014, según Pew. Equivalentemente, si en 2007 solo tres de cada 10 palestinos despreciaban al grupo, ahora son cinco de cada 10. Dicho de otra forma: existen más palestinos que desprecian a Hamás de los que le apoyan. En el resto de la región, la opinión acerca de Hamás es muy baja: del orden del 65% de los libaneses, egipcios o jordanos se caracteriza por una visión desfavorable del grupo, considerado terrorista por Europa y EE UU.

En Gaza, sin embargo, la situación es otra. El cóctel de bombardeos israelíes indiscriminados, la muerte de miles de niños bajo la aviación del Ejército israelí y la falta de perspectivas, de empleo, de agua potable o de una vivienda, han sido aprovechados por Hamás para crear el llamado Hamastán, un territorio crecientemente radicalizado. Seis de cada 10 de sus habitantes considera justificados a veces o a menudo los atentados suicidas contra civiles, frente a tres de cada 10 en Cisjordania. Las cifras son excepcionalmente bajas para una sociedad en conflicto. Por comparación, sólo un 60% de los vascos rechazaba totalmente la violencia de ETA en 2005, según el Euskobarómetro.

Líbano es otro ejemplo de este continuo acordeón entre la radicalización y la moderación que viven ciertos países de la región. Se intensifica en los períodos de ataques israelíes, se modera en las épocas de paz. Pero ahora, la guerra en Siria e Irak y la aparición del Daesh está generando nuevos focos de tensión, además del ya histórico de Hezbolá. En 2013 tanto el Estado Islámico como el Frente Al Nusra inauguraron sus franquicias en Líbano. Desde entonces se han producido atentados reclamados por sus terroristas incluso en la capital, Beirut. En 2014 se produjeron enfrentamientos entre estos grupos extremistas y el Ejército libanés en la ciudad portuaria de Trípoli. Se trata de una reacción a la intervención de milicianos de Hezbolá en favor del régimen amigo sirio de Bashar al Asad, contra el que luchan los rebeldes del Ejército Libre Sirio y los radicales de Al Nusra y Daesh.

El pequeño país del cedro es un crisol compuesto por ciudadanos laicos, cristianos, chiíes y suníes. Con menos de cinco millones de habitantes, ya ha recibido alrededor de un millón de refugiados de las guerras en los países vecinos. El encaje de los radicales chiíes se ha compuesto históricamente en un delicado equilibrio que ha incluido su presencia en el Gobierno pero, ¿qué hacer con los nuevos extremistas de origen suní? Ese es el reto al que se enfrentan ahora los políticos beirutíes. El apoyo a partidos suníes seculares como Movimiento Futuro, que han apoyado la lucha contra las milicias suníes, ha disminuido desde que entraron en la coalición de Gobierno con Hezbolá, según Raphaël Lefèvre del Centro para Oriente Medio Carnegie. Lefèvre apunta también a la inanidad de Dar al Fatwa, la institución suní oficial, plagada de escándalos y con poca influencia real entre los creyentes de base. En todo caso, la radicalización de la sociedad es aún controlable. Es un asunto presente en las campañas políticas, en las que se piden medidas reales para frenar el nuevo extremismo suní.

Desde el punto de vista económico, el país, de ingresos medios, con casi 8.000 euros anuales de renta per cápita, ha visto sin embargo su economía ralentizarse: si entre 2007 y 2011 creció a una media del 9%, ahora lo hace a tan sólo un 2%. El desempleo, por el contrario, se mantiene excepcionalmente bajo, en un 6,5% según The Statistical, Economic and Social Research and Training Centre for Islamic Countries (SESRIC).

En el Sáhara también se habla de una posible radicalización. De hecho, es uno de los argumentos utilizados por los activistas por la causa de su liberación de Marruecos. Bucharaya Beyun, delegado saharaui en España, ha asegurado que “la falta de acción de la comunidad internacional, en especial la de España, en la resolución puede empujar al pueblo saharaui a la radicalización”. Muchos jóvenes saharauis encuentran la vida sin esperanzas de los campos de refugiados del Sáhara argelino. El descontento que prevaleciente en los campos de Tinduf abre la puerta a que algunos de esos jóvenes empiecen a ignorar las directrices sin futuro aparente del Frente Polisario y se integren en grupos yihadistas como Al Qaeda en el Magreb Islámico, según el informe España, mirando al sur del Real Instituto Elcano.

El caso más extremo de aumento de radicalización que pudo no haber sido es el de Egipto. La Primavera Árabe, que comenzó como un movimiento liberalizador de yugos dictatoriales, ha acabado derivando en una guerra civil de baja intensidad, caldo de cultivo para los movimientos más extremos: los del Gobierno y sus órganos de represión, o los de los Hermanos Musulmanes y su reacción. Tras el golpe de Estado con el que el militar Abdelfatah al Sisi tumbó al Gobierno islamista electo de Mohamed Morsi, Egipto ha vuelto a la vieja ecuación de represión radical de la disidencia de los Hermanos Musulmanes. La “amenaza terrorista” en la región está suponiendo la nueva excusa para la vieja actitud autoritaria. Amnistía Internacional ha alertado en su último informe del “drástico deterioro de la situación de derechos humanos en Egipto en los años desde que el presidente Morsi fue depuesto”. El grado de radicalización de la respuesta de los Hermanos Musulmanes, sin embargo, es objeto de debate. El Ejecutivo calificó a la Hermandad como terrorista tras el atentado contra la comisaría de policía de la ciudad de Mansura de 2013, que causó 16 muertos, a pesar de que fue reclamado por la organización yihadista Ansar Bait al Maqdis. Al igual, han acusado a la cofradía de la muerte del fiscal general Hisham Barakat, de la que también se han desvinculado.

Los movimientos de radicalización en estos países mencionados y otros vecinos viven en continua tensión con movimientos opuestos que luchan contra el extremismo. En el último año el rechazo y la preocupación de Líbano, Túnez, Egipto, Jordania o Turquía contra los radicales ha aumentado sin excepción, según los datos de la encuesta Pew. Por cada impulso extremista en una dirección surge una reacción inmediata en la opuesta. Se puede ver en los apoyos a los grupos terroristas: “Uno de los patrones que se confirman es que, cuanto más expuesto está un país a los atentados yihadistas, más reacciona contra de ellos”, concluye el informe. La región MENA sufre el mayor desempleo juvenil del mundo, unido al fracaso político de los alzamientos de la Primavera Árabe, lo que hace temer por el equilibrio secular de unos Estados siempre en convulsión.