La movilización social brilla por su ausencia en la región, a pesar de la frustración de sus sociedades.

Vendedor de patatas en las calles de Belgrado, Serbia, en 2008. AFP/Getty Images

Jelena Topić miraba todas las mañanas al frente. De pie sobre una caja en una plaza de Prijedor (Bosnia y Herzegovina), los transeúntes la miraban con curiosidad, los niños se arremolinaban a su alrededor e incluso, muchos, se hacían fotos con ella. El hecho de que fuera joven y guapa alimentaba todavía más el enigma que había detrás. Sin embargo Jelena parecía no inmutarse. ¿Quería llamar la atención contra la corrupción o la falta de oportunidades laborales? ¿Acaso algún tipo de causa humanitaria? ¿Era un proyecto de fin de estudios relacionado con su carrera en el arte dramático? Nadie sabía nada. Sin embargo esta forma de protesta derivó en un interesante debate sobre la apatía actual que se vive en los Balcanes occidentales.

Existe un alto nivel de indignación, pero, con la excepción de algún movimiento puntual, no ha habido manifestaciones importantes. Ninguno de ellos ha seguido la senda marcada por las protestas de Sarajevo, cuando la clase política bosnia, refugiada y blindada en el Congreso, se vio rodeada de ciudadanos soliviantados. Durante varios días los manifestantes protestaban contra la incapacidad de los políticos locales de desbloquear una situación que dejaba sin número de identificación personal a todos los niños nacidos en Bosnia y Herzegovina entre febrero y junio del 2013.

Más difícil que explicar por qué pasa algo, es explicar por qué no pasa. Aquí van algunas de claves que anidan detrás del ambiente de desmovilización social.

 

El estigma yugoslavo

Hay un dicho popular sobre Yugoslavia que dice: “Salimos a las calles como trabajadores y volvimos como serbios, croatas, bosnio-musulmanes…”. Sin tejido social democrático, más allá de algunos sectores aislados, la respuesta a la crisis del Estado yugoslavo fue acaparada principalmente por la disidencia nacionalista y los que supieron reconvertirse a tiempo. Desde entonces han pasado casi 25 años. Muchas cosas han cambiado y otras no tanto, aunque llamen menos la atención. La oposición reactivada en Croacia durante los últimos meses contra la utilización del alfabeto cirílico (comúnmente utilizado por los ciudadanos croatas de origen serbio), las amenazas de los hooligans en Serbia y en Montenegro contra la organización de la Gay Parade, o los disturbios en algunos colegios electorales de Kosovska Mitrovica (Kosovo) con ocasión de las elecciones locales celebradas el domingo 3 de noviembre, reflejan que la comprensión étnica de la movilización política sigue dominando el escenario de la lucha social. Sin embargo hay algo más extendido: el gesto cansado e indiferente de una mayoría que va al trabajo, lee el periódico, acude a las terrazas a tomar algo y pasa los fines de semana en familia.

Las sociedades ex yugoslavas se encuentran ante un vacío ideológico muy hondo, pero también ante muchos estigmas por superar. Desactivada la clase trabajadora, los sindicatos no gozan de ninguna credibilidad. La socióloga Nada Novaković sostiene que “muchos sindicatos están más cerca de los partidos políticos que de sus propios miembros”,a los que la sociedad observa con recelo tal que burócratas interesados que gustan de arrimarse al poder.

Los partidos políticos a su vez, según Transparencia Internacional (2013), son vistos por la ciudadanía de la región como las instituciones públicas más corruptas; cuyos entornos protagonizan frecuentes casos de corruptela que sólo son abordados por los medios de comunicación cuando ya se encuentran en instrucción judicial. Ante los efectos de dicha corrupción, la receta local es la resignación, el intercambio de favores, imponer los intereses propios y, todo ello, a veces, incluso de la mano de aquellos mismos a los que se acusa en privado de estar detrás de los problemas del país. Dušan Komarčević, periodista de Radio Free Europe yKontrapress,ofrece una conclusión al respecto:“… se produce la contradicción de que mientras hemos desarrollado un fuerte sentido de la colectividad a nivel nacional, el individualismo se ha apoderado de nuestra sociedad”.

 

Una larga lista de decepciones

Ninguna de las independencias en la región de los Balcanes occidentales han deparado ni certezas ni estándares de vida similares a los de antaño. Una larga lista de desilusiones colectivas, pero también individuales, convierten el escepticismo en una forma de vida, que se extiende desde cualquier proyecto familiar hasta la misma entrada en la UE. Como precedente de la situación que se vive en países como España, Portugal, Italia o Grecia, llega un momento en que la crisis, como estado de ánimo, se apropia de las constantes vitales de la sociedad. El resultado es una suerte de languidez política a la que los ciudadanos se acostumbran como algo inevitable, pero que también se contagia a las nuevas generaciones. Siguen sin articularse mecanismos asociativos de protesta a gran escala porque no existen referencias exitosas en el pasado ni perspectivas de futuro que animen a ello. Nadija Rebronja, poetisa y profesora residente en Novi Pazar (Serbia), sostiene que “la gente joven ha perdido la esperanza de que las protestas puedan traer cualquier mejora. Esa fórmula está agotada”.

En la base de la cuestión se encuentra un elemento de fondo difícil de medir, pero cuyas consecuencias son perceptibles: en el proceso de construcción nacional se apela al “pueblo”, pero no se ha hecho lo mismo en lo que se refiere a la sociedad civil. Sirva de ejemplo la polémica que generó a su alrededor el proyecto “Skopie 2014”. La inversión de más de 204 millones de euros hasta junio de este año (según cifras oficiales, aunque algunos las estiman en más 500 millones de euros) y todas las acusaciones de corrupción que se han denunciado hasta el momento, durante la rehabilitación de todo el centro de la capital macedonia con casi 20 edificaciones de apariencia greco-romana, se concibió sin un proceso, que dado el endeudamiento y su magnitud, los críticos denuncian que debería de haberse hecho mediante una consulta ciudadana o mayor consenso social. En países con déficits en educación, sanidad o trabajo, el binomio sociedad civil-clase política es todavía muy endeble y, según el área de interés, a veces inexistente. Mientras tanto, como dice Natasha Stamenkovikj, de la Universidad de San Cirilo y Metodio(Macedonia): “… nadie sabe cómo los balcánicos conducen un coche y logran comer con lo que ganan, pero la cuestión es que de alguna manera lo consiguen”.

 

De la apatía a Jelena

Estos meses se hacía viral en la red croata un post humorístico sobre lo qué pasaría con el país en 2098: “Se celebra una protesta masiva en Croacia, más de dos millones de personas se reúnen para expresar su descontento con el nivel de vida en la página de Facebook ‘Quiero una vida mejor’. Tiene una gran cantidad de comentarios y ‘me gusta’. El Ministerio de Interior dice que la protesta ha transcurrido pacíficamente y sin incidentes importantes”. Atemorizadas como están las sociedades occidentales, los Balcanes occidentales llevan dos décadas de ventaja en cuanto a lo que significa estar en crisis, sin dejar por eso de estar en divorcio con lo que pasa en el mundo. Entre las ciudades d Belgrado, Niš y Novi Sad, el 25 de mayo pasado, se reunieron varios centenares de manifestantes que exigían que el Gobierno serbio no permita el uso de organismos genéticamente modificados; una iniciativa que surgió a escala mundial, contra empresas dedicadas a los transgénicos, como es Monsanto.

Todos los días, mientras una fábrica de electrodomésticos, pinturas o calzado cierra, un grupo de hombres y mujeres agotados es engañado por las falsas promesas de un político que conoce que esos chispazos de dos días nunca prenden en llama. Saben del desmayo general. En este clima de decaimiento, iniciativas como la de Jelena Topić a algunos, en su justa medida, les provoca turbación por atrevida, mientras que a otros les reconforta por insólita. Como dice Milena Mastalo, una estudiante de Banja Luka (Bosnia y Herzegovina):“de haber seguido podía haberse convertido en algo más grande”. Son todo preguntas sin resolver.  Sin embargo la gente se las sigue haciendo, porque muchos quieren que cambien las cosas pero no saben cómo. Indignación, sí, pero (todavía) sin indignados.

 

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