El clérigo radical  Abu Bakar Bashir fuertemente escoltado por la policía en la oficina del fiscal en el sur de Yakarta, Indonesia. AFP/Getty Images
El clérigo radical Abu Bakar Bashir fuertemente escoltado por la policía en la oficina del fiscal en el sur de Yakarta, Indonesia. AFP/Getty Images

La organización yihadista busca alimentar sus filas con ciudadanos del mayor país musulmán del mundo. Las autoridades y la mayoría de la sociedad indonesia están en guardia para evitarlo.

En 2012, Indonesia envió trabajadores humanitarios a una Siria ya entonces devastada por la guerra. El resultado de la operación, no obstante, terminó por distar bastante del esperado. Varios de ellos entraron en contacto con miembros del Estado Islámico (EI) y, a su regreso a territorio indonesio, se convirtieron en macabros reclutadores para la causa. En los últimos meses, el grupo radical islámico se ha volcado con el país que alberga la mayor población de fe musulmana del mundo, Indonesia, un potencial vivero de unos 210 millones de mahometanos para sus tropas.

“Nos preocupa la existencia del Estado Islámico, conocido por su fuerza bruta y violencia. No dudarán en matar a nadie que no se alinee con su ideología. No queremos que Malang se convierta en su cuartel general, porque eso solo traerá violencia”. Aji Prase, residente de Malang, en el centro de la indonesia isla de Java, fue contactado a través de la red social Facebook para acudir a un evento del EI. “Me etiquetaron en la creación de Ansharulá Khilafah [una rama del Estado Islámico que opera en Malang y que usa la mezquita local como sede] y mis amigos y yo fuimos a la mezquita”, explica Prase, en declaraciones recogidas a principios de agosto por el diario Jakarta Globe. “Pusieron un vídeo -prosigue- y dieron una charla sobre el EI. Repartieron copias de la revista Al Mustaqbal [medio de propaganda de la organización islamista, pero en una versión traducida al malayo, del que el bahasa indonesia es una variante], junto con folletos informativos y vales por pollo frito”.

La ofensiva reclutadora no se ha limitado a este episodio: en julio, circulaba por las redes indonesias un vídeo de Youtube, “Únete a las filas”, en el que un tal Abu Muhammad al Indonesi pedía “migrar al Estado Islámico”, porque “es una obligación decretada por Alá”.

La agencia antiterrorista del archipiélago asiático, el Densus 88, ha reaccionado rápido y ha combinado una serie de redadas con el bloqueo de estas actividades propagandísticas. El pasado 9 de agosto, arrestaron a tres supuestos terroristas en dos operaciones diferentes, en las que se confiscaron tanto armamento como banderas del EI. Sin embargo, la agresividad con la que opera el Densus 88 podría retroalimentar el radicalismo, una tendencia al alza en una sociedad que tradicionalmente se ha caracterizado por el respeto al pluralismo religioso.

“Los radicales hacen mucha campaña entre la comunidad musulmana”, asegura a esglobal Andrie Taufik, experto en extremismo islámico del Instituto Internacional para la Consolidación de la Paz. “Han puesto sobre la mesa temas como la amenaza que supondría el aumento de cristianos y otros grupos minoritarios. Sus ideas tienen mucho éxito entre la juventud: el declive del Partido Islámico, la corrupción del Gobierno y la brutalidad del Densus 88. Hablan de la purificación del islam, de la yihad como la solución a los problemas”, agrega Taufik, quien durante su carrera como investigador y periodista se ha reunido con numerosos fundamentalistas.

Sin embargo, el discurso integrista no ha calado en el Consejo Indonesio de la Ulema (MUI, en sus siglas indonesias), el órgano rector de la fe islámica en el país asiático. El presidente del MUI, Din Syamsuddin, considera que el EI mancilla la imagen del islam como una religión pacífica, ya que se trata de un movimiento violento y brutal. “Hacemos un llamamiento -indica Syamsuddin- a las organizaciones islámicas para que estén atentas y se protejan de los esfuerzos del Estado Islámico por utilizarles”. Asimismo, el presidente del MUI no ve necesidad en declararlo haram (prohibido) “porque es obvio que va en contra de las enseñanzas islámicas”, ya que trata de alcanzar sus objetivos por medios violentos. El sentir general es de rechazo, también porque, para el establecimiento del soñado califato en Mesopotamia, se está masacrando a hermanos musulmanes.

Y no solo, como demostraron los brutales asesinatos de los periodistas estadounidenses James Foley y Steven Sotloff, y de los cooperantes Alan Henning y Herve Gourdel, británico y francés, respectivamente. El presidente saliente de Indonesia, Susilo Bambang Yudhoyono, no ha tardado en condenar el “humillante y vergonzoso” acto, al tiempo que ha pedido a los líderes mundiales un frente unido para luchar contra el radicalismo islámico. Para el mandatario, la situación “está fuera de control”.

No se espera un cambio en la posición de la Jefatura del Estado a este respecto. El sustituto de Yudhoyono, el recientemente electo Joko Widodo, está lejos de simpatizar con el grupo fundamentalista. Jokowi (como se le conoce popularmente) es un prototípico javanés de carácter tranquilo y pacifista, y ha demostrado ser un ejemplo de tolerancia religiosa. Como cuando en 2013 apoyó la elección de una líder local de fe cristiana protestante para gobernar a una zona mayoritariamente musulmana en el sur de Java, a pesar de las amplias protestas de practicantes islámicos.

La firme posición desde el Gobierno responde a la amenaza real que el EI supone para Indonesia. Varios terroristas encarcelados han jurado lealtad al Estado Islámico. El padrino del yihadismo indonesio, Abubakar Bashir, lo hizo de forma clandestina junto a una veintena de internos de la prisión de máxima seguridad de Pasir Putih, en una isla frente las costas de Java central, una suerte de Alcatraz indonesia. La noticia se difundió por Internet y, aunque por ahora los efectos de este gesto están por comprobarse, los seguidores del EI en el archipiélago la tomaron por bandera. Por el momento, fuentes de inteligencia señalan que unos sesenta indonesios han viajado a Irak y Siria a combatir para el EI, aunque se teme que el número sea mayor. El regreso de éstos, ya bregados en el campo de batalla, podría suponer un problema a largo plazo, alerta Taufik.

“La mayoría de los yihadistas [en Indonesia] están con el EI”, añade el experto. “Creo que habrá como mucho 2.000 miembros del Estado Islámico en Indonesia”. Según Taufik, los grupos radicales adoctrinan a los jóvenes sobre la yihad en escuelas islámicas. “Lo que les falta es práctica sobre el terreno”, lo que convierte a Mesopotamia en el campo de entrenamiento perfecto.

Lo encuentran también otros jóvenes radicales de las vecinas Malasia o del sur de Filipinas, donde hay enquistado desde hace décadas un conflicto por la autodeterminación de esta zona de mayoría musulmana en un país eminentemente cristiano. Más de cien jóvenes musulmanes filipinos han viajado a los amplios territorios de Siria y el norte de Irak en manos del EI para foguearse y apoyar la causa. Además, un reclutador australiano del grupo fundamentalista fue detenido el mes de julio en la segunda ciudad de Filipinas, Cebu. De hecho, las posibles siguientes víctimas occidentales del EI se encuentran en suelo filipino. El grupo radical Abu Sayyaf (tradicionalmente vinculado con Al Qaeda y ahora leal al EI) ha amenazado con matar a dos rehenes alemanes capturados el pasado abril si Berlín no paga un rescate millonario y retira su apoyo a la coalición contra el Estado Islámico que lidera EE UU. El plazo dado para cumplir estas peticiones expira el próximo día 17 de octubre.

Así las cosas, ¿cómo contener la expansión del extremismo en Indonesia y en la región? En opinión de la directora del Instituto para la Política de Análisis de Conflicto (IPAC), Sidney Jones, los avances en este campo se deben más a programas comunitarios que a las estrategias gubernamentales. Para la jefa del IPAC, la Agencia Antiterrorista de Indonesia necesita ampliar sus labores de investigación y extraer ejemplos de casos de radicalización acontecidos gracias a la labor de comunidades locales. Según el IPAC, es esta falta de sensibilidad la que hace que los programas del órgano estatal no estén dando los frutos deseados. “El truco -apunta Jones- está en entender cuándo, por qué y cómo individuos y comunidades deciden resistirse al extremismo, y entonces diseñar intervenciones que repliquen el proceso. En los últimos cinco años ha habido menos ataques terroristas [en Indonesia], pero con el aumento de indonesios combatiendo en Siria, esta tranquilidad podría cambiar a su regreso. La prevención es más importante que nunca”.