El deseo de Teherán de hacerse con la bomba nuclear ha
puesto al país
en el punto de mira de Washington. Pero ni las repetidas condenas al
régimen de los ayatolás ni la amenaza del uso de la fuerza militar
por parte de Estados Unidos fomentarán la democracia en Irán.
Cuando emprenda reformas, será porque se lo exija su juventud, no la
Casa Blanca.

"Si Teherán consigue la bomba, la usará"

Muy improbable. Supongamos que Irán tiene un programa de armamento
nuclear: ¿para qué puede quererlo? Es casi seguro que no pretende
usar una bomba nuclear para intimidar a su enemigo en la región, Israel,
o a su némesis mundial, Estados Unidos, pues podría resultar
catastrófico para la República Islámica. El régimen
clerical iraní gobierna un país con escaso fervor revolucionario
y una economía poco sólida, muy dependiente de los ingresos del
petróleo, que no soportaría las sanciones que acompañarían
a una refriega nuclear.

Además, el clero iraní ha emprendido una distensión parcial
con sus vecinos árabes y con la Unión Europea, cuyas principales
potencias (el Reino Unido, Francia y Alemania) mantienen discretas negociaciones
con Irán. Los clérigos no están interesados en renunciar
a los beneficios económicos y diplomáticos de esas relaciones.

Sin embargo, es lícito preguntarse por qué, si Irán quería
tener tecnología nuclear para fines pacíficos, ocultó sus
intentos de obtenerla. Según Teherán, hacer pública su
adquisición de tecnología nuclear hubiera permitido a EE UU bloquear
las líneas de suministro. Puede ser cierto, pero también hay
otra explicación: Irán ocultó su interés por la
tecnología nuclear debido a su naturaleza militar. Hay pruebas detalladas
y plausibles –en su mayoría recabadas por el Organismo Internacional
para la Energía Atómica (OIEA)– que indican que el programa
nuclear iraní no es sólo civil. Hace más de diez años
que oculta cambios importantes en su inventario nuclear e intenta hacerse clandestinamente
con material atómico. Algunas de sus acciones han quebrantado los términos
del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), mientras que otras desobedecen
abiertamente su espíritu. Que el OIEA no haya conseguido encontrar pruebas
evidentes de que Irán esté intentando militarizar su tecnología
nuclear no significa que ello no suceda.

Pero la ambigüedad de Irán en lo nuclear está calculada
y es una reacción a su sentimiento de vulnerabilidad. Probablemente
pretende reunir todos los elementos necesarios para la fabricación de
bombas nucleares por si llegara el momento en que considere que hay riesgo
inminente de un ataque de Estados Unidos o de Israel. Mientras, los funcionarios
iraníes alardean –sin fundamento, según algunos– de
su "dominio" de la tecnología del ciclo del combustible
nuclear.

"Irán no necesita la energía nuclear"

Falso. Aunque es el segundo productor de petróleo de la OPEP y tiene
las segundas mayores reservas de gas natural del mundo, sus necesidades energéticas
crecen más rápido que su capacidad para responder a ellas. Impulsado
por una población joven y sus altos ingresos por el petróleo,
su consumo de crudo crece a un ritmo aproximado de un 7% anual, y su capacidad
de producción deberá casi triplicarse en los próximos
15 años para responder a la demanda prevista.

¿De dónde sacará la electricidad que necesita? Desde
luego, no del sector petrolero, obsoleto por las sanciones estadounidenses,
la ineficacia, la corrupción y la desconfianza institucionalizada hacia
los inversores occidentales. Desde 1995, cuando el sector fue abierto a unas
pocas empresas extranjeras, Irán ha sumado 600.000 barriles diarios
a su producción de crudo, suficiente para compensar el agotamiento de
los pozos antiguos pero no para estimular la producción, que desde finales
de los 90 se ha estancado en torno a los 3,7 millones de barriles diarios.
Casi el 40% del crudo iraní se consume en el país. Si esta cifra
aumentara, los ingresos por el petróleo disminuirían, lo que
significaría el fin del intenso crecimiento económico que disfruta
desde 1999. Ahora no es posible compensar ese desfase con el gas natural. Las
enormes reservas del país apenas empiezan a explotarse, por lo que Irán
aún es importador neto.

El principal objetivo de su política exterior es contrarrestar el intento
de EE UU de aislarlo, lo que explica en parte el ambicioso acuerdo firmado
con China en 2004, según el cual Pekín comprará gas licuado
iraní por valor de hasta 70.000 millones de euros en los próximos
30 años y gestionará una gran explotación petrolífera.
No es casual que el acuerdo se haya hecho con un miembro permanente del Consejo
de Seguridad de la ONU. También mantiene conversaciones sobre posibles
acuerdos energéticos con otros influyentes países asiáticos
como Japón e India. Es lógico que le interese liberar la exportación
de sus hidrocarburos, pero ¿por qué costear un programa para
completar el ciclo del combustible nuclear cuando hay países dispuestos
a vendérselo a Irán? Teherán argumenta que Washington
podría presionarles en su contra. No es convincente: son los mismos
que le compran el petróleo y que prometen comprarle el gas, a pesar
de EE UU.

"El pueblo iraní está a favor del programa nuclear de
sus dirigentes"

No mucho. Los iraníes que declaran su apoyo a la ambición nuclear
de su país son, en general, firmes defensores de la República
Islámica y constituyen una minoría. En el Irán actual,
sombríamente despolitizado, lo que mueve a la gente son las cuestiones
cotidianas, como el precio de los productos básicos o las modificaciones
del servicio militar obligatorio. Durante los cuatro años y medio que
he vivido en Irán he presenciado discusiones espontáneas entre
iraníes de a pie sobre este tipo de asuntos cotidianos, pero muy raramente
acerca de estrategias nacionales o geopolíticas, y desde luego nunca
sobre el programa nuclear iraní.

Es cierto que las pocas encuestas de opinión realizadas, encargadas
en su mayoría por órganos cercanos al establishment conservador
iraní, han mostrado un amplio apoyo al objetivo explícito del
país de producir combustible nuclear. Pero hay motivos fundados para
mostrarse escéptico sobre esos resultados. Sería sorprendente
que una población cada vez menos interesada por la política se
sintiera movilizada de repente por algo tan críptico como la energía
nuclear y sus subproductos. La población urbana, educada, conoce en
general la polémica sobre este tema, pero no oculta su desdén
por los políticos. Es muy improbable que los iraníes estén
dispuestos a soportar el aislamiento económico y diplomático
que resultaría del empeño de Teherán en enriquecer uranio.
Y la República Islámica no insistiría mucho en ello ya
que es el régimen, y no la comunidad internacional, quien sufriría
sus consecuencias.

"Sólo la amenaza del uso de la fuerza disuadirá a Irán
de seguir con sus planes "

Dudoso. La amenaza de un uso inminente de la fuerza podría hacer que
Irán se echase atrás, pero también podría tener
el efecto contrario, alentándole a abandonar el TNP y a desarrollar
su arma nuclear lo más rápido posible.

EE UU e Israel han reaccionado agresivamente a las declaraciones de los dirigentes
iraníes insinuando que no abandonarían su objetivo de completar
el ciclo del combustible nuclear. Pero estos países no tienen relaciones
oficiales con Irán y sus oportunidades de juzgar la sinceridad de esas
declaraciones son escasas. En privado, los altos cargos iraníes y los
extranjeros que están al tanto de las negociaciones con la UE dicen
que Irán es más flexible de lo que demuestra. Según un
iraní conservador y bien relacionado, "el ciclo del combustible
no es un artículo de fe, sino una carta que jugar". ¿Qué espera
ganar Irán? Según los altos cargos iraníes con los que
he hablado, Teherán revisaría sus planes nucleares si EE UU abandonara
su política de atacar a la República Islámica y empezara
a levantar las sanciones económicas. Aunque, al final, podría
preferir no renunciar públicamente a sus objetivos nucleares y mantener
las actuales negociaciones, es difícil imaginar que amagara de nuevo
con enriquecer uranio si una amenaza verosímil de sufrir graves consecuencias
fuera acompañada de grandes incentivos.

"Una acción militar de EE UU animaría
a los disidentes a derrocar al régimen"

Falso. Hace seis o siete años, cuando prosperaba la libertad de expresión,
hubiera sido plausible que un grupo de pensadores radicales procedentes de
la universidad hubiera cristalizado en un movimiento disidente. Ahora no. Decenas
de dirigentes estudiantiles han sido encarcelados, torturados o silenciados
por otros medios y el resto están coaccionados por la dura realidad
económica iraní: alto paro, inflación galopante y el Estado
como mayor empleador. Casi el 80% de la economía iraní está controlada
por el Estado y, evidentemente, los trabajadores cobran su paga y mantienen
la cabeza baja y la boca cerrada.

Cuando EE UU invadió Irak en 2003 algunos jóvenes iraníes
dijeron a los periodistas que esperaban que Irán fuera el siguiente.
Hoy en día, ese sentimiento se expresa menos. Un motivo para ello es
que no desean para su país las funestas condiciones de Irak. Otro es
que la oposición a la República Islámica carece de una
ideología unificadora. El apoyo a los dos grupos tradicionales de la
oposición, los monárquicos y los Muyahidines (Combatientes) del
Pueblo, es escaso. El desafío evidente es la democracia liberal, pero
el Estado no permite que se debata en qué consistiría o cómo
alcanzarla. Es posible que unos cuantos iraníes celebraran una invasión
de EE UU, pero no por mucho tiempo. El primer cadáver iraní catalizaría
los sentimientos antiamericanos, sobre todo si se tratara de un joven recluta
desprevenido o de un civil inocente. Este mensaje ha sido asumido por Reza
Pahlevi, el hijo del Sha en el exilio, quien ha dicho que "los iraníes
no buscan la libertad a cualquier precio, no quieren una libertad otorgada
por un general estadounidense".

"Las críticas a la República Islámica ayudan
a los disidentes en el interior"

No. Las repetidas declaraciones de apoyo al pueblo iraní por parte
del presidente George W. Bush no ayudan a los iraníes de a pie. La última
vez que hubo disturbios importantes en Teherán, en el verano de 2003,
la solidaridad con los rebeldes expresada por Bush llevó al Parlamento,
de orientación reformista, a condenar la interferencia estadounidense.
Hubo al menos un líder estudiantil, Abdulá Momeni, que lamentó que
las declaraciones de Bush hubieran dado al Estado "una excusa para la
represión".
La Administración Clinton se dio cuenta rápidamente de que defender
en público a los ya atribulados reformistas iraníes no hacía
sino dar pie a que los clérigos les acusaran de ser lacayos de Estados
Unidos. Clinton también aprendió el coste de criticar a una élite
clerical iraní que no rinde cuentas. En 1999, en un discurso por lo
demás conciliador, la entonces secretaria de Estado, Madeleine Albright,
hizo una comparación entre la facción que había ganado
y la que había perdido las elecciones gubernamentales iraníes;
cualquier beneficio potencial de su discurso quedó sepultado bajo un
aluvión de invectivas iraníes.

Las críticas de EE UU tienen un efecto perverso, ya que no cuenta con
relaciones diplomáticas o económicas con Irán y, por tanto,
ninguna influencia sobre el país. Estados Unidos es enemigo declarado
de la República Islámica y, a conciencia, ésta hace lo
contrario de lo que aquél le aconseja. Por otro lado, la UE, la ONU
y algunas ONG han abierto un proceso de diálogo con Irán y no
buscan (al menos públicamente) la caída de la República
Islámica. Esto les da una modesta influencia sobre el Gobierno iraní.
Recientemente, ciertos gobiernos extranjeros y ONG se han unido a los activistas
iraníes para presionar por la liberación de los periodistas de
Internet y de bloggers detenidos bajo la acusación de espionaje. Lo
consiguieron.

"Si la democracia llega a Irak, a Irán también"

Mera ilusión. Esta teoría, difundida por algunos neoconservadores
estadounidenses, nunca debió salir de la servilleta en la que fue garabateada.
Irán e Irak son vecinos, pero esa frontera es prácticamente lo único
que comparten.

Irán es un país mayoritariamente persa (aunque con importantes
minorías desperdigadas), con unas fronteras lógicas, que delimitan
el territorio de los antiguos imperios persas. Casi todos los iraníes
son chiíes. En Irak conviven árabes chiíes, kurdos suníes
y árabes suníes dentro de unas fronteras trazadas con imperial
descuido hace menos de un siglo. Hay pocos iraníes, incluso entre la
oposición a la República Islámica, que cuestionen la integridad
del Irán actual y sus fronteras. Algo que no sucede en Irak.

Es cierto que a mediados del siglo XX hubo una breve convergencia superficial
cuando ambos países tenían monarquías respaldadas por
Occidente. Pero mientras que Irak se deslizó del socialismo baazista
al totalitarismo de Sadam Husein, ateo y de predominio suní, Irán
vivió una revolución. Tras un año de pluralismo anárquico,
se estableció una teocracia chií, semidemocrática y antioccidental.
Tras haber sufrido bajo el baazismo, muchos de los clérigos chiíes
de Irak disfrutan actualmente de un considerable prestigio en su país.
En Irán, sin embargo, el pueblo está alienado por la sed de poder
terrenal que muestran muchos de sus clérigos. Ni estas evidentes diferencias
ni la terrible guerra entre Irán e Irak de los años 80 han impedido
a las sucesivas administraciones estadounidenses clasificarlos como una misma
cosa. Eran el objetivo de la "contención dual" de Clinton
y son dos tercios del eje del mal de Bush.

Si los países de Oriente Medio tienden a caer uno tras otro como un
dominó, ¿por qué Irán no siguió el curso
de Turquía en el siglo XX? Ambos países comparten una extensa
frontera y gran parte de su historia. Al igual que Irán, Turquía
empezó ese siglo como una monarquía cargada de problemas y amenazada
por una democracia incipiente. Tras la Segunda Guerra Mundial, ambos fueron
transformados por fuertes líderes modernizadores. Hoy, mientras Turquía
está en el umbral de la UE, Irán teme un ataque de Estados Unidos.

"Irán no puede ser reformado desde dentro"

Falso, otra vez. Irán puede ser reformado, y lo será. La demografía
lo hace inevitable. En torno al 70% de sus 70 millones de habitantes tiene
menos de treinta años y una mentalidad más reformista que sus
mayores. Algo que quedó claro en una encuesta encargada por su Ministerio
de Cultura y Orientación Islámica, cuyos resultados preliminares
fueron divulgados en 2001. Este estudio confirmaba que a los jóvenes
les disgustaban las restricciones políticas existentes más que
a sus mayores y cumplían menos con los preceptos religiosos. El 31%
de la población entre 15 y 29 años estaba a favor de un "cambio
fundamental en el estado de cosas", eufemismo para referirse a una democratización
de la Constitución. Dada la creciente insatisfacción con el clero
en el poder, es probable que esas cifras hayan aumentado desde 2001.

La difusión de los valores materialistas y de libertad sexual y el
deseo de tener familias más pequeñas son palpables tanto en los
ricos distritos residenciales de Teherán como en los más pobres.
Las mujeres dominan progresivamente las universidades y ya hay más licenciadas
que licenciados. Los jóvenes muestran escasa animosidad contra el antes
odiado EE UU. Es cierto que seis años de presión conservadora
sobre el reformismo del presidente Mohamed Jatamí han hecho mella en
su movimiento y en quienes lo apoyan. Hay millones de iraníes de mentalidad
reformista, pero carecen de una ideología y un liderazgo comunes. Es
probable que al inhabilitar a los candidatos reformistas, el Consejo de los
Guardianes de la Constitución [un organismo de veto conservador] decida
por anticipado el resultado de las presidenciales del 17 de junio.

Pese a todo, la República Islámica es hoy más receptiva
al ánimo de la gente de lo que admite. En las grandes ciudades, como
Teherán, no es posible reprimir las libertades sociales y las distorsiones
que éstas conllevan, por lo que las autoridades no ponen mucho empeño
en ello. En las próximas elecciones, todos los candidatos conservadores
se llenarán la boca con la importancia de las libertades individuales
e incluso políticas.

A pesar del fracaso de Jatamí, una nueva generación de iraníes
espoleará el avance de las reformas. Un proceso que se beneficiaría
más de un diálogo crítico con EE UU que del actual, y
colérico, callejón sin salida. Mientras Irán siga desconfiando
de las intenciones de Washington y éste se dedique a vilipendiar a la
República Islámica, sus dirigentes autoritarios tendrán
una excusa para acabar con la disidencia y etiquetar a los reformistas como
traidores.

¿Algo más?
In the Rose Garden of the Martyrs:
A Memoir of Iran
(HarperCollins, Nueva York,
2005), de Christopher de Bellaigue, narra la vida en Irán
desde la revolución islámica. Robin Wright, en The
Last
Great Revolution: Turmoil and
Transformation in Iran
(A.
A. Knopf, Nueva York, 2000), también retrata el Irán
moderno. Los libros de Nikki Keddie son estudios ya clásicos
sobre los últimos 100 años de Irán: Roots
of Revolution: An nterpretive History of Modern Iran
(Yale
University Press, New Haven, 1981) y, más recientemente, Modern
Iran: Roots and Results of
Revolution (Yale
University Press, New Haven, 2003). Sir Percy Sykes escribió una
autorizada historia en lengua inglesa de Persia durante el
siglo XX en dos volúmenes: A
History of Persia
(Mac- Millan & Co., Londres,
1915).James Traub se pregunta si la Administración Bush y sus
aliados pueden impedir a Irán el enriquecimiento de uranio
que le permita fabricar armas nucleares en ‘The
Netherworld of Nonproliferation’ ( New York Times Magazine ,
13 de junio de 2004). En The
Persian Puzzle: The Conflict
Between
Iran and America
(Random House,
Nueva York, 2004), Kenneth M. Pollack, antiguo miembro del Consejo
de Seguridad Nacional, revisa las conflictivas relaciones entre
Estados Unidos e Irán y se manifiesta contra una acción
militar estadounidense. Franklin Foer examina en ‘Identity
Crisis: Neocon v. Neocon on Iran’ ( The New Republic, 20
de diciembre de 2004) el impacto de Irán en los planes de
los neoconservadores.

 

El deseo de Teherán de hacerse con la bomba nuclear ha
puesto al país
en el punto de mira de Washington. Pero ni las repetidas condenas al
régimen de los ayatolás ni la amenaza del uso de la fuerza militar
por parte de Estados Unidos fomentarán la democracia en Irán.
Cuando emprenda reformas, será porque se lo exija su juventud, no la
Casa Blanca. Christopher de Bellaigue

"Si Teherán consigue la bomba, la usará"

Muy improbable. Supongamos que Irán tiene un programa de armamento
nuclear: ¿para qué puede quererlo? Es casi seguro que no pretende
usar una bomba nuclear para intimidar a su enemigo en la región, Israel,
o a su némesis mundial, Estados Unidos, pues podría resultar
catastrófico para la República Islámica. El régimen
clerical iraní gobierna un país con escaso fervor revolucionario
y una economía poco sólida, muy dependiente de los ingresos del
petróleo, que no soportaría las sanciones que acompañarían
a una refriega nuclear.

Además, el clero iraní ha emprendido una distensión parcial
con sus vecinos árabes y con la Unión Europea, cuyas principales
potencias (el Reino Unido, Francia y Alemania) mantienen discretas negociaciones
con Irán. Los clérigos no están interesados en renunciar
a los beneficios económicos y diplomáticos de esas relaciones.

Sin embargo, es lícito preguntarse por qué, si Irán quería
tener tecnología nuclear para fines pacíficos, ocultó sus
intentos de obtenerla. Según Teherán, hacer pública su
adquisición de tecnología nuclear hubiera permitido a EE UU bloquear
las líneas de suministro. Puede ser cierto, pero también hay
otra explicación: Irán ocultó su interés por la
tecnología nuclear debido a su naturaleza militar. Hay pruebas detalladas
y plausibles –en su mayoría recabadas por el Organismo Internacional
para la Energía Atómica (OIEA)– que indican que el programa
nuclear iraní no es sólo civil. Hace más de diez años
que oculta cambios importantes en su inventario nuclear e intenta hacerse clandestinamente
con material atómico. Algunas de sus acciones han quebrantado los términos
del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), mientras que otras desobedecen
abiertamente su espíritu. Que el OIEA no haya conseguido encontrar pruebas
evidentes de que Irán esté intentando militarizar su tecnología
nuclear no significa que ello no suceda.

Pero la ambigüedad de Irán en lo nuclear está calculada
y es una reacción a su sentimiento de vulnerabilidad. Probablemente
pretende reunir todos los elementos necesarios para la fabricación de
bombas nucleares por si llegara el momento en que considere que hay riesgo
inminente de un ataque de Estados Unidos o de Israel. Mientras, los funcionarios
iraníes alardean –sin fundamento, según algunos– de
su "dominio" de la tecnología del ciclo del combustible
nuclear.

"Irán no necesita la energía nuclear"

Falso. Aunque es el segundo productor de petróleo de la OPEP y tiene
las segundas mayores reservas de gas natural del mundo, sus necesidades energéticas
crecen más rápido que su capacidad para responder a ellas. Impulsado
por una población joven y sus altos ingresos por el petróleo,
su consumo de crudo crece a un ritmo aproximado de un 7% anual, y su capacidad
de producción deberá casi triplicarse en los próximos
15 años para responder a la demanda prevista.

¿De dónde sacará la electricidad que necesita? Desde
luego, no del sector petrolero, obsoleto por las sanciones estadounidenses,
la ineficacia, la corrupción y la desconfianza institucionalizada hacia
los inversores occidentales. Desde 1995, cuando el sector fue abierto a unas
pocas empresas extranjeras, Irán ha sumado 600.000 barriles diarios
a su producción de crudo, suficiente para compensar el agotamiento de
los pozos antiguos pero no para estimular la producción, que desde finales
de los 90 se ha estancado en torno a los 3,7 millones de barriles diarios.
Casi el 40% del crudo iraní se consume en el país. Si esta cifra
aumentara, los ingresos por el petróleo disminuirían, lo que
significaría el fin del intenso crecimiento económico que disfruta
desde 1999. Ahora no es posible compensar ese desfase con el gas natural. Las
enormes reservas del país apenas empiezan a explotarse, por lo que Irán
aún es importador neto.

El principal objetivo de su política exterior es contrarrestar el intento
de EE UU de aislarlo, lo que explica en parte el ambicioso acuerdo firmado
con China en 2004, según el cual Pekín comprará gas licuado
iraní por valor de hasta 70.000 millones de euros en los próximos
30 años y gestionará una gran explotación petrolífera.
No es casual que el acuerdo se haya hecho con un miembro permanente del Consejo
de Seguridad de la ONU. También mantiene conversaciones sobre posibles
acuerdos energéticos con otros influyentes países asiáticos
como Japón e India. Es lógico que le interese liberar la exportación
de sus hidrocarburos, pero ¿por qué costear un programa para
completar el ciclo del combustible nuclear cuando hay países dispuestos
a vendérselo a Irán? Teherán argumenta que Washington
podría presionarles en su contra. No es convincente: son los mismos
que le compran el petróleo y que prometen comprarle el gas, a pesar
de EE UU.

"El pueblo iraní está a favor del programa nuclear de
sus dirigentes"

No mucho. Los iraníes que declaran su apoyo a la ambición nuclear
de su país son, en general, firmes defensores de la República
Islámica y constituyen una minoría. En el Irán actual,
sombríamente despolitizado, lo que mueve a la gente son las cuestiones
cotidianas, como el precio de los productos básicos o las modificaciones
del servicio militar obligatorio. Durante los cuatro años y medio que
he vivido en Irán he presenciado discusiones espontáneas entre
iraníes de a pie sobre este tipo de asuntos cotidianos, pero muy raramente
acerca de estrategias nacionales o geopolíticas, y desde luego nunca
sobre el programa nuclear iraní.

Es cierto que las pocas encuestas de opinión realizadas, encargadas
en su mayoría por órganos cercanos al establishment conservador
iraní, han mostrado un amplio apoyo al objetivo explícito del
país de producir combustible nuclear. Pero hay motivos fundados para
mostrarse escéptico sobre esos resultados. Sería sorprendente
que una población cada vez menos interesada por la política se
sintiera movilizada de repente por algo tan críptico como la energía
nuclear y sus subproductos. La población urbana, educada, conoce en
general la polémica sobre este tema, pero no oculta su desdén
por los políticos. Es muy improbable que los iraníes estén
dispuestos a soportar el aislamiento económico y diplomático
que resultaría del empeño de Teherán en enriquecer uranio.
Y la República Islámica no insistiría mucho en ello ya
que es el régimen, y no la comunidad internacional, quien sufriría
sus consecuencias.

"Sólo la amenaza del uso de la fuerza disuadirá a Irán
de seguir con sus planes "

Dudoso. La amenaza de un uso inminente de la fuerza podría hacer que
Irán se echase atrás, pero también podría tener
el efecto contrario, alentándole a abandonar el TNP y a desarrollar
su arma nuclear lo más rápido posible.

EE UU e Israel han reaccionado agresivamente a las declaraciones de los dirigentes
iraníes insinuando que no abandonarían su objetivo de completar
el ciclo del combustible nuclear. Pero estos países no tienen relaciones
oficiales con Irán y sus oportunidades de juzgar la sinceridad de esas
declaraciones son escasas. En privado, los altos cargos iraníes y los
extranjeros que están al tanto de las negociaciones con la UE dicen
que Irán es más flexible de lo que demuestra. Según un
iraní conservador y bien relacionado, "el ciclo del combustible
no es un artículo de fe, sino una carta que jugar". ¿Qué espera
ganar Irán? Según los altos cargos iraníes con los que
he hablado, Teherán revisaría sus planes nucleares si EE UU abandonara
su política de atacar a la República Islámica y empezara
a levantar las sanciones económicas. Aunque, al final, podría
preferir no renunciar públicamente a sus objetivos nucleares y mantener
las actuales negociaciones, es difícil imaginar que amagara de nuevo
con enriquecer uranio si una amenaza verosímil de sufrir graves consecuencias
fuera acompañada de grandes incentivos.

"Una acción militar de EE UU animaría
a los disidentes a derrocar al régimen"

Falso. Hace seis o siete años, cuando prosperaba la libertad de expresión,
hubiera sido plausible que un grupo de pensadores radicales procedentes de
la universidad hubiera cristalizado en un movimiento disidente. Ahora no. Decenas
de dirigentes estudiantiles han sido encarcelados, torturados o silenciados
por otros medios y el resto están coaccionados por la dura realidad
económica iraní: alto paro, inflación galopante y el Estado
como mayor empleador. Casi el 80% de la economía iraní está controlada
por el Estado y, evidentemente, los trabajadores cobran su paga y mantienen
la cabeza baja y la boca cerrada.

Cuando EE UU invadió Irak en 2003 algunos jóvenes iraníes
dijeron a los periodistas que esperaban que Irán fuera el siguiente.
Hoy en día, ese sentimiento se expresa menos. Un motivo para ello es
que no desean para su país las funestas condiciones de Irak. Otro es
que la oposición a la República Islámica carece de una
ideología unificadora. El apoyo a los dos grupos tradicionales de la
oposición, los monárquicos y los Muyahidines (Combatientes) del
Pueblo, es escaso. El desafío evidente es la democracia liberal, pero
el Estado no permite que se debata en qué consistiría o cómo
alcanzarla. Es posible que unos cuantos iraníes celebraran una invasión
de EE UU, pero no por mucho tiempo. El primer cadáver iraní catalizaría
los sentimientos antiamericanos, sobre todo si se tratara de un joven recluta
desprevenido o de un civil inocente. Este mensaje ha sido asumido por Reza
Pahlevi, el hijo del Sha en el exilio, quien ha dicho que "los iraníes
no buscan la libertad a cualquier precio, no quieren una libertad otorgada
por un general estadounidense".

"Las críticas a la República Islámica ayudan
a los disidentes en el interior"

No. Las repetidas declaraciones de apoyo al pueblo iraní por parte
del presidente George W. Bush no ayudan a los iraníes de a pie. La última
vez que hubo disturbios importantes en Teherán, en el verano de 2003,
la solidaridad con los rebeldes expresada por Bush llevó al Parlamento,
de orientación reformista, a condenar la interferencia estadounidense.
Hubo al menos un líder estudiantil, Abdulá Momeni, que lamentó que
las declaraciones de Bush hubieran dado al Estado "una excusa para la
represión".
La Administración Clinton se dio cuenta rápidamente de que defender
en público a los ya atribulados reformistas iraníes no hacía
sino dar pie a que los clérigos les acusaran de ser lacayos de Estados
Unidos. Clinton también aprendió el coste de criticar a una élite
clerical iraní que no rinde cuentas. En 1999, en un discurso por lo
demás conciliador, la entonces secretaria de Estado, Madeleine Albright,
hizo una comparación entre la facción que había ganado
y la que había perdido las elecciones gubernamentales iraníes;
cualquier beneficio potencial de su discurso quedó sepultado bajo un
aluvión de invectivas iraníes.

Las críticas de EE UU tienen un efecto perverso, ya que no cuenta con
relaciones diplomáticas o económicas con Irán y, por tanto,
ninguna influencia sobre el país. Estados Unidos es enemigo declarado
de la República Islámica y, a conciencia, ésta hace lo
contrario de lo que aquél le aconseja. Por otro lado, la UE, la ONU
y algunas ONG han abierto un proceso de diálogo con Irán y no
buscan (al menos públicamente) la caída de la República
Islámica. Esto les da una modesta influencia sobre el Gobierno iraní.
Recientemente, ciertos gobiernos extranjeros y ONG se han unido a los activistas
iraníes para presionar por la liberación de los periodistas de
Internet y de bloggers detenidos bajo la acusación de espionaje. Lo
consiguieron.

"Si la democracia llega a Irak, a Irán también"

Mera ilusión. Esta teoría, difundida por algunos neoconservadores
estadounidenses, nunca debió salir de la servilleta en la que fue garabateada.
Irán e Irak son vecinos, pero esa frontera es prácticamente lo único
que comparten.

Irán es un país mayoritariamente persa (aunque con importantes
minorías desperdigadas), con unas fronteras lógicas, que delimitan
el territorio de los antiguos imperios persas. Casi todos los iraníes
son chiíes. En Irak conviven árabes chiíes, kurdos suníes
y árabes suníes dentro de unas fronteras trazadas con imperial
descuido hace menos de un siglo. Hay pocos iraníes, incluso entre la
oposición a la República Islámica, que cuestionen la integridad
del Irán actual y sus fronteras. Algo que no sucede en Irak.

Es cierto que a mediados del siglo XX hubo una breve convergencia superficial
cuando ambos países tenían monarquías respaldadas por
Occidente. Pero mientras que Irak se deslizó del socialismo baazista
al totalitarismo de Sadam Husein, ateo y de predominio suní, Irán
vivió una revolución. Tras un año de pluralismo anárquico,
se estableció una teocracia chií, semidemocrática y antioccidental.
Tras haber sufrido bajo el baazismo, muchos de los clérigos chiíes
de Irak disfrutan actualmente de un considerable prestigio en su país.
En Irán, sin embargo, el pueblo está alienado por la sed de poder
terrenal que muestran muchos de sus clérigos. Ni estas evidentes diferencias
ni la terrible guerra entre Irán e Irak de los años 80 han impedido
a las sucesivas administraciones estadounidenses clasificarlos como una misma
cosa. Eran el objetivo de la "contención dual" de Clinton
y son dos tercios del eje del mal de Bush.

Si los países de Oriente Medio tienden a caer uno tras otro como un
dominó, ¿por qué Irán no siguió el curso
de Turquía en el siglo XX? Ambos países comparten una extensa
frontera y gran parte de su historia. Al igual que Irán, Turquía
empezó ese siglo como una monarquía cargada de problemas y amenazada
por una democracia incipiente. Tras la Segunda Guerra Mundial, ambos fueron
transformados por fuertes líderes modernizadores. Hoy, mientras Turquía
está en el umbral de la UE, Irán teme un ataque de Estados Unidos.

"Irán no puede ser reformado desde dentro"

Falso, otra vez. Irán puede ser reformado, y lo será. La demografía
lo hace inevitable. En torno al 70% de sus 70 millones de habitantes tiene
menos de treinta años y una mentalidad más reformista que sus
mayores. Algo que quedó claro en una encuesta encargada por su Ministerio
de Cultura y Orientación Islámica, cuyos resultados preliminares
fueron divulgados en 2001. Este estudio confirmaba que a los jóvenes
les disgustaban las restricciones políticas existentes más que
a sus mayores y cumplían menos con los preceptos religiosos. El 31%
de la población entre 15 y 29 años estaba a favor de un "cambio
fundamental en el estado de cosas", eufemismo para referirse a una democratización
de la Constitución. Dada la creciente insatisfacción con el clero
en el poder, es probable que esas cifras hayan aumentado desde 2001.

La difusión de los valores materialistas y de libertad sexual y el
deseo de tener familias más pequeñas son palpables tanto en los
ricos distritos residenciales de Teherán como en los más pobres.
Las mujeres dominan progresivamente las universidades y ya hay más licenciadas
que licenciados. Los jóvenes muestran escasa animosidad contra el antes
odiado EE UU. Es cierto que seis años de presión conservadora
sobre el reformismo del presidente Mohamed Jatamí han hecho mella en
su movimiento y en quienes lo apoyan. Hay millones de iraníes de mentalidad
reformista, pero carecen de una ideología y un liderazgo comunes. Es
probable que al inhabilitar a los candidatos reformistas, el Consejo de los
Guardianes de la Constitución [un organismo de veto conservador] decida
por anticipado el resultado de las presidenciales del 17 de junio.

Pese a todo, la República Islámica es hoy más receptiva
al ánimo de la gente de lo que admite. En las grandes ciudades, como
Teherán, no es posible reprimir las libertades sociales y las distorsiones
que éstas conllevan, por lo que las autoridades no ponen mucho empeño
en ello. En las próximas elecciones, todos los candidatos conservadores
se llenarán la boca con la importancia de las libertades individuales
e incluso políticas.

A pesar del fracaso de Jatamí, una nueva generación de iraníes
espoleará el avance de las reformas. Un proceso que se beneficiaría
más de un diálogo crítico con EE UU que del actual, y
colérico, callejón sin salida. Mientras Irán siga desconfiando
de las intenciones de Washington y éste se dedique a vilipendiar a la
República Islámica, sus dirigentes autoritarios tendrán
una excusa para acabar con la disidencia y etiquetar a los reformistas como
traidores.

¿Algo más?
In the Rose Garden of the Martyrs:
A Memoir of Iran
(HarperCollins, Nueva York,
2005), de Christopher de Bellaigue, narra la vida en Irán
desde la revolución islámica. Robin Wright, en The
Last
Great Revolution: Turmoil and
Transformation in Iran
(A.
A. Knopf, Nueva York, 2000), también retrata el Irán
moderno. Los libros de Nikki Keddie son estudios ya clásicos
sobre los últimos 100 años de Irán: Roots
of Revolution: An nterpretive History of Modern Iran
(Yale
University Press, New Haven, 1981) y, más recientemente, Modern
Iran: Roots and Results of
Revolution (Yale
University Press, New Haven, 2003). Sir Percy Sykes escribió una
autorizada historia en lengua inglesa de Persia durante el
siglo XX en dos volúmenes: A
History of Persia
(Mac- Millan & Co., Londres,
1915).James Traub se pregunta si la Administración Bush y sus
aliados pueden impedir a Irán el enriquecimiento de uranio
que le permita fabricar armas nucleares en ‘The
Netherworld of Nonproliferation’ ( New York Times Magazine ,
13 de junio de 2004). En The
Persian Puzzle: The Conflict
Between
Iran and America
(Random House,
Nueva York, 2004), Kenneth M. Pollack, antiguo miembro del Consejo
de Seguridad Nacional, revisa las conflictivas relaciones entre
Estados Unidos e Irán y se manifiesta contra una acción
militar estadounidense. Franklin Foer examina en ‘Identity
Crisis: Neocon v. Neocon on Iran’ ( The New Republic, 20
de diciembre de 2004) el impacto de Irán en los planes de
los neoconservadores.

 

Christopher de Bellaigue cubre Irán
para The Economist y es autor de
In the Rose Garden of the Martyrs:
A Memoir of Iran
(HarperCollins, Nueva York, 2005).