La disyuntiva de llevar a cabo una acción preventiva en suelo sirio continúa en Israel. He aquí los pros y los contras. ¿Qué pasará?

 

AFP/Getty Images
Soldados israelíes revisando un tanque en los Altos del Golán, frontera con Siria

 

Mientras la magnitud de los acontecimientos acaecidos durante las últimas semanas en el vecino Egipto han hecho que los analistas israelíes desviaran de forma temporal su atención hacia el país del Nilo y que el último supuesto ataque del Ejército hebreo contra una base militar siria en la zona de Quneitra pasara un tanto desapercibido, las fuerzas de la oposición al régimen aseguran que tuvo como objetivo un cargamento de armas destinado a la milicia chií libanesa Hezbolá.

Igualmente, fuentes militares estadounidenses aseguran que la Fuerza Aérea israelí bombardeó varios hangares situados en otra base militar siria en la zona de Latakia el pasado día 5 de julio. De confirmarse estas filtraciones, que todavía no han sido ni reclamadas ni desmentidas por el Gobierno hebreo, el bombardeo efectuado contra esta base habría tenido como objetivo una partida de misiles tierra-mar de fabricación rusa.

En concreto, se trataría de un sofisticado sistema de defensa marítima basado en misiles del modelo Yakhont. El despliegue de este sistema hubiera obligado a los buques de guerra atacantes a situarse a una gran distancia de la costa siria para no verse sorprendidos como ya le ocurrió a una corbeta israelí, que recibió un impacto directo durante la guerra contra Hezbolá en agosto de 2006. Asimismo, les hubiera permitido atacar las plataformas de extracción situadas sobre los yacimientos de gas natural en aguas compartidas con Chipre.

Pero lo más importante en estos momentos no sería tanto que algún Yakhont se hubiera librado del bombardeo y pudiera ser todavía utilizado, sino la posibilidad de que un cargamento de misiles antiaéreos S-300 se encuentre camino de Siria. Aunque los dirigentes rusos no han afirmado con certeza que vayan a transferírselos al régimen de Bashar Al Assad de forma inminente, sí han dicho en varias ocasiones que tienen la intención de cumplir sus contratos.

El contrato en cuestión asciende a 900 millones de dólares (unos 690 millones de euros) e implicaría tanto la entrega de entre 4 y 6 baterías de lanzamiento y 144 misiles, como la capacitación técnica para su uso. En el caso de dotarse de estos sistemas antiaéreos de última generación, el Ejército sirio se encontraría en una posición que le permitiría interceptar a aquellos cazabombarderos enemigos que penetraran en su espacio aéreo, fueran israelíes o de la OTAN (en el hipotético –aunque poco probable– caso en el que la Alianza Atlántica llegara a un acuerdo para establecer zonas de exclusión aérea como en Libia).

Líneas rojas de Netanyahu y Putin

Si tras los ataques perpetrados por sus Fuerzas Aéreas contra varios objetivos en territorio sirio a finales de enero y principios de mayo de este año, el primer ministro israelí dijo que la transferencia de armas químicas o de misiles antiaéreos a Hezbolá constituía una línea roja, ahora Benjamín Netanyahu parece haber trazado otra línea roja adicional. Así se lo hizo saber al presidente ruso Vladímir Putin, al que visitó a mediados de mayo para transmitirle personalmente el mensaje de que, si transfiere estos nuevos sistemas de armamento a Siria, Israel los neutralizará antes de que lleguen a estar operativos, tal como parece haber hecho con los Yakhont.

Todo apunta a que las amenazas y acciones israelíes han obligado a Rusia a optar por la ambigüedad en relación con los S-300, sin confirmar ni desmentir expresamente las informaciones publicadas sobre la posibilidad de que los misiles en cuestión estén siendo transportados por barco al puerto de Tartus. Lo que, sin embargo, sí parece cierto es que habría procedido a la evacuación de la numerosa colonia rusa, haciendo precisamente uso de los aviones y de los buques de carga utilizados para transportar armas y munición para el Ejército regular sirio.

De la misma forma que Netanyahu ha establecido unos límites a las capacidades militares sirias, Putin hizo lo propio respecto de una posible intervención occidental en la última cumbre del G-8 celebrada a mediados de junio. Entonces hizo saber a los representantes de las otras siete potencias y de la UE que Rusia no aceptará la creación de zonas de exclusión aérea (advertencia avalada precisamente por la posible transferencia de los misiles S-300) ni la deposición de Al Assad, sino que el régimen debería estar presente en la próxima conferencia de paz que tendrá lugar en Ginebra (cuya celebración se pospone indefinidamente) y formar parte de cualquier gobierno transicional.

Conflicto multidimensional

Este contencioso sobre las capacidades militares del Ejército regular sirio ha vuelto a poner de manifiesto que la guerra civil siria constituye un complejo conflicto multidimensional, con un gran potencial de escalada en la esfera internacional. Pues no sólo se trata de una contienda sectaria entre las diferentes confesiones y etnias locales (alauíes, suníes, drusos, kurdos, cristianos) sino que también presenta otras tres dimensiones.

En un segundo plano se ha convertido en el principal frente de lucha fratricida entre chiíes (al estar los alauíes –como secta chií– apoyados por Irán, Irak y Hezbolá) y suníes (al contar los rebeldes con el apoyo de Turquía, Arabia Saudí y Qatar, mientras que las organizaciones más extremistas como Yabhat Al Nusra cuentan con el beneplácito de la red terrorista Al Qaeda). Y en un tercero escenario, es donde se encontrarían las grandes potencias, en este caso con Rusia y China de un lado y Estados Unidos y la UE del otro.

Pero hay un cuarto y último plano que no conviene olvidar, y es el de la guerra soterrada que libran desde hace años Israel e Irán. Y en este ámbito el primero parece verse abocado a un catch-22. Esto es, que la victoria de los rebeldes supondría un gran contratiempo logístico para Teherán, que ya no podría hacer entrega de armas a la guerrilla de Hezbolá a través de territorio sirio. Pero en este escenario se enfrentaría al más que probable uso de los Altos del Golán (que han estado en calma durante los últimos 40 años) por parte de las organizaciones yihadistas para perpetrar ataques contra Israel.

Por el contrario, de sobrevivir e imponerse finalmente el régimen de Assad, esto supondría el reforzamiento de Hezbolá a nivel regional y la consolidación del llamado “creciente chií” (formado por Irán, Irak, Siria y la milicia) lo cual constituiría una auténtica pesadilla para la seguridad nacional israelí.

Ataque preventivo

Este último escenario ha hecho que algunos estrategas israelíes, como por ejemplo el conocido profesor del Centro Begin-Sadat de Estudios Estratégicos (BESA, en su acrónimo inglés), Efraim Inbar, haya defendido públicamente que el Gobierno israelí debe apoyar a los rebeldes en coordinación con EE UU, la UE, Turquía y las monarquías del Golfo. De acuerdo al argumento utilizado por Inbar para Israel es mejor tener como vecino a un Estado fallido (asumiendo el riesgo de ser objetivo de ataques transfronterizos desde los Altos del Golán e incluso ataques terroristas) que tener a un vecino centralizado en manos de un dictador que actúa según los designios de Irán.

Por su parte el que fuera rector de la Universidad de Tel Aviv, embajador de Israel e investigador del Instituto de Estudios de Seguridad Nacional (INSS), Itamar Rabinovich, publicaba un brillante artículo barajando los pros y los contras de las dos opciones, así como refutaba el axioma del “más vale malo conocido que bueno por conocer” aplicado al contencioso sirio.

En cualquier caso tanto el conservador Inbar como el liberal Rabinovich y, en general, la mayoría de los analistas y estrategas israelíes parecen coincidir con su primer ministro en el sentido de que Israel debería atacar de manera preventiva a los nuevos sistemas de armamento rusos si éstos llegan a ser entregados y desplegados. De no hacerlo, perdería la superioridad (si no la hegemonía) aérea que a día de hoy le permite realizar constantes vuelos de reconocimiento sobre el espacio aéreo libanés (en violación de la resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU) o atacar objetivos en territorio sirio sin riesgo de sufrir derribos, tal y como hizo en enero y mayo, si en algún momento se sobrepasan esas líneas rojas.

 

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