El talón de Aquiles jordano sigue siendo la falta de un mayor desarrollo económico. Sin ésto no podrá conseguirlo.

 

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Su tradicional política de neutralidad y ubicación estratégica hacen que Jordania esté jugando un papel clave en la reordenación del puzle de Oriente Medio que comenzó tras la invasión de Irak en 2003. Un proceso que continuó con la retirada siria de Líbano –forzada por la comunidad internacional después del magnicidio perpetrado contra el ex primer ministro libanés Rafiq Hariri (atribuido inicialmente al Mujabarat sirio, luego a la guerrilla de Hezbolá), que más adelante tomó nuevas formas durante las llamadas primaveras árabes a partir de principios de 2011 y que todavía continúa abierto.

Durante los más de dos años y medio de guerra civil siria, así como durante las diferentes fases de la revolución egipcia (caída del régimen de Hosni Mubarak, subida al poder de los Hermanos Musulmanes, restauración del régimen militar, aplicación de la hoja de ruta hacia la democracia) el reino hachemita ha optado por mantenerse al margen, sin tomar partido ni por unos ni por otros. Esta estricta neutralidad le ha permitido mantener su credibilidad regional, haciéndola apta para mediar eventualmente en la resolución de las crisis ajenas, tal como de forma tradicional ha venido haciendo para la resolución de la cuestión palestina.

Dado que en la Conferencia de Paz de Madrid de octubre de 1991 los palestinos no disponían de una delegación propia, sus representantes se integraron dentro de la delegación jordana. Una vez que se puso en marcha el Proceso de Oslo en septiembre de 1993 –cuyo vigésimo aniversario acabamos de celebrar– Jordania fue el primer país árabe que rápidamente firmó un tratado de paz y normalización de relaciones con Israel, sentando un importante precedente político y jurídico en la escala regional. Además, las buenas relaciones de la Casa Real jordana con EE UU y la Unión Europea le han permitido tener acceso a foros internacionales como el diálogo mediterráneo de la OTAN que contribuyen a preservar su estabilidad mientras se mantiene al margen de las alianzas de carácter político-militar.

Receptor neto de refugiados

Su ubicación geográfica y tradicional estabilidad política han hecho de Jordania un país receptor de refugiados de los países vecinos, al igual que lo fue Suiza en Europa durante las dos guerras mundiales. Ya ocurrió con cientos de miles de refugiados palestinos en 1948 y 1967 y luego también con alrededor de un millón de refugiados iraquíes en 2003 tras la invasión del país por parte de EE UU y sus aliados. Mas la cifra de refugiados sirios acumulados durante los últimos dos años y medio como consecuencia de su cruenta guerra civil podría batir el récord.

Según las cifras oficiales del Gobierno jordano el número de refugiados sirios se acerca ya a los 600.000, aunque los cálculos oficiosos aseguran que la cifra real es del doble, es decir, de 1,2 millones y que continúa aumentando -aunque en menor medida que hace unos meses-. Hay que tener en cuenta que muchos refugiados sirios tienen miedo de las potenciales represalias futuras por parte del régimen de su país, si éste ganara finalmente la guerra, por lo que optan por no registrase en la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). La consecuencia es que dejan de percibir los beneficios –alojamiento en campamentos, manutención, servicios sanitarios y educativos– que proporciona la Agencia, pero en cambio ganan en tranquilidad. Y, sobre todo, piensan que cuando se acabe la guerra, podrán volver sin problemas a su patria.

Esta presencia masiva de sirios en Jordania ha comenzado a pasar factura al reino hachemita, que también proporciona servicios esenciales de educación y sanidad a los refugiados que no los reciben por parte de ACNUR. De acuerdo a sus cálculos del Consejo Económico y Social jordano unos 29.000 niños sirios acudieron a las escuelas públicas jordanas durante los años 2011 y 2012, costándole al Estado más de 14.000 millones de dinares (unos 15.000 millones de euros). En el caso de salud pública la factura sanitaria de los refugiados durante el mismo período ascendió a 25.000 millones de dinares (unos 26.500 millones de euros). A esto hay que sumarle cantidades similares por el consumo de hidrocarburos y productos energéticos subvencionados, así como por el uso de las infraestructuras públicas.

Reacciones encontradas

En sus sucesivas intervenciones públicas sobre la crisis siria, el Rey Abdalá II ha enfatizado de manera muy pragmática que el objetivo último de su gestión de la crisis humanitaria consiste en “defender el interés nacional jordano”. Sin embargo, entre los ciudadanos se dan todo tipo de reacciones, tanto positivas como negativas. Los empresarios que se deciden a contratar a empleados sirios para sus negocios insisten en que lo hacen por solidaridad y que si algún día Jordania se viera involucrada en una guerra también desearían ser acogidos de la misma manera por parte de sus vecinos.

Otros jordanos por el contrario comienzan a desarrollar actitudes negativas e incluso a articular discursos xenófobos, fenómeno que también tiene lugar en Suiza a pesar de su renta per cápita casi multiplica casi por diez a la jordana. Pues la tasa de desempleo en Jordania presenta una tendencia ascendente y en su opinión ya no pueden desempeñar puestos de trabajo que han ido a parar a manos ajenas –antes de egipcios, ahora de sirios– dado que ha tenido lugar un fenómeno de dumping en los sueldos. Por este motivo los jordanos ya no resultan competitivos en trabajos físicos como la construcción, la recogida de basuras o la recolección de la aceituna.

Para Jordania, al igual que para Suiza en su momento, el influjo de refugiados tiene efectos ambivalentes. Por un lado el Estado tiene que gastar ingentes cantidades de dinero en proporcionarles servicios públicos, pero por otro las empresas se lucran con su presencia. Por ejemplo, todos los alimentos enlatados que proporciona ACNUR a los refugiados de los campamentos aparecen todos con el sello de made in Jordan. Así, las empresas jordanas del sector de la alimentación se están beneficiando. Y las del sector de la construcción están ya pendientes de que acabe la guerra en Siria para participar en su reconstrucción.

Falta de desarrollo económico

El gran problema de Jordania sigue siendo su falta de desarrollo económico. Su renta per cápita es de menos de 5.000 dólares (unos 3.600 euros), mientras que –siguiendo con la comparación– la suiza supera los 43.000 dólares. Y aunque tanto desde la Casa Real como desde el Estado, en su sentido más amplio, intentan atraer las inversiones extranjeras, éstas resultan insuficientes para generar desarrollo. Según las últimas estadísticas oficiales, la inversión directa extranjera se comprimió desde los 3.682.087.000 dólares en 2006, cuando alcanzó su máximo nivel, hasta los 1.438.169.000 dólares en 2011, o sea, reduciéndose hasta menos de la mitad en cuestión de sólo cinco años, lo que ha contribuido al aumento del desempleo en el país, que ya roza el 30% de la población activa (multiplicando en este caso por diez la tasa de paro suiza, que apenas supera el 3%).

La falta de recursos naturales –Jordania presenta un importante déficit de agua y de petróleo, por ejemplo– dificulta sin duda el desarrollo económico. Pues a diferencia de los países vecinos ricos en materias primas, cuenta con unos pequeños yacimientos de gas natural, que apenas le permiten generar el 10% de sus necesidades de suministro eléctrico. He aquí quizás una de las grandes lecciones que podría aprender de Suiza, cuyo pequeño tamaño y falta también de recursos ha hecho que basara su riqueza nacional en sectores basados en el conocimiento, aportando gran valor añadido, algo que el reino hachemita no está en condiciones de hacer por sí mismo.

Durante el malogrado Proceso de Oslo entre palestinos e israelíes hubo think tanks israelíes como la Economic Cooperation Foundation (ECF) que propusieron la creación de una especie de Benelux entre Israel, Palestina y Jordania que aprovechara las ventajas comparativas de cada uno de los tres países para promover el desarrollo de la zona. Mas la falta de progreso en el proceso de paz entre Israel y Palestina y, sobre todo, la irrupción de las primaveras árabes durante los últimos dos años y medio, han hecho que los indicadores económicos jordanos no hayan dejado de empeorar. Jordania y Suiza son comparables desde muchos puntos de vista, a la vez que también antitéticas en el capítulo económico y financiero.

 

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