• International Security,
    vol. 28, nº 3, invierno 2003-2004,
    Cambridge (Mass., EE UU)

 

En EE UU, las amenazas biológicas, tanto procedentes de redes terroristas
trasnacionales como de enfermedades de origen natural como el SARS (neumonía
asiática, según sus siglas en inglés), se han convertido
en una preocupación fundamental para la "seguridad nacional".
Según algunos observadores, la globalización aumenta el riesgo
de bioterrorismo: la liberalización económica puede provocar o
agravar las convulsiones sociales y las desigualdades económicas (susceptibles
de ofrecer un pretexto para ese tipo de atentados); la mayor velocidad y menores
costes de los transportes y comunicaciones permite que se difundan potentes
biotecnologías (que ofrecen los medios para los mismos).

Kendall Hoyt, del Centro Belfer para la Ciencia y los Asuntos Internacionales
de la Universidad de Harvard, y el politólogo Stephen G. Brooks, del
Dartmouth College (New Hampshire, EE UU), ofrecen un convincente contraargumento
en su reciente artículo ‘Globalización y bioseguridad: armas
de doble filo’, aparecido en International Security, publicada
por el Centro Belfer. A pesar de reconocer sus inconvenientes, sostienen que,
en el campo biomédico, la globalización también ha promovido
una investigación y desarrollo (I+D) sólida e interconectada fundamental
para la eficacia de la futura biodefensa.

Pero la globalización no es el único arma de doble filo; los
autores también destacan la naturaleza susceptible de doble uso que presenta
la propia biología. El conocimiento biológico es necesario para
desarrollar armamento, pero también es fundamental para encontrar fármacos,
vacunas y otras medidas de vital importancia para la bioseguridad. Éstas
son cruciales porque, como señalan los autores, las vías tradicionales
hacia la seguridad –no proliferación y contraproliferación–
presentan limitaciones en el caso de la bioseguridad. Es demasiado tarde para
poner freno a la biotecnología.

Las empresas farmacéuticas de países como India o Brasil ejemplifican
la globalización de la biología al desafiar a las compañías
estadounidenses y europeas en un mercado mundial que mueve medio billón
de dólares. La vanguardia de la investigación biomédica
también se ha difundido a laboratorios fuera de su núcleo tradicional,
formado por EE UU, Japón y Europa: por ejemplo, los avances en clonación
humana hechos públicos por Corea del Sur en febrero. Es más, complejas
técnicas de ingeniería genética se han simplificado hasta
convertirse en sencillos kits fáciles de usar y disponibles
en Internet.

Aclarar y repetir: una unidad antiterrorista australiana se entrena en una cámara de descompresión.
Aclarar y repetir: una unidad
antiterrorista australiana se entrena en una cámara de descompresión.

Si se intentara proteger a Estados Unidos frenando el flujo internacional de
conocimiento biomédico, probablemente se paralizarían los esfuerzos
en I+D en todo el mundo, ralentizando así el desarrollo de medidas cruciales
para la biodefensa. Establecer el "régimen internacional de bioseguridad"
que proponen Hoyt y Brooks para promover una colaboración mundial en
I+D a través de la armonización de las regulaciones comerciales
y de la investigación es todo un desafío. En primer lugar, ya
existe colaboración transnacional en I+D, como muestra el Proyecto Genoma
Humano. En segundo lugar, hay naciones que pueden aprovechar la falta de regulación
armonizadora para sobrepasar a EE UU y Europa. Tercero, es probable que un sistema
formal de ese tipo fuera víctima de una extraña mezcolanza de
científicos biomédicos, ejecutivos de empresas farmacéuticas
y expertos en control de armamento. Según los autores, las vacunas constituyen
un elemento clave de la biodefensa, si bien sólo como parte de un conjunto
más amplio de medidas médicas, que incluyen también fármacos
terapéuticos o la capacidad de diagnosticar epidemias en el menor tiempo
posible. Los costes estimados para desarrollar un medicamento superan hoy los
800 millones de euros y este proceso suele llevar más de diez años,
lo que hace que los fabricantes prefieran asegurarse el éxito de los
fármacos dando prioridad a los que combaten enfermedades crónicas.
Con ello, se ha frenado el desarrollo de nuevas vacunas, así como de
antibióticos y antivirales: hoy sólo hay cuatro grandes fabricantes
de vacunas a escala mundial. Es más, un reciente análisis realizado
por el doctor Brad Spellberg, de la Universidad de California (Los Ángeles),
ha mostrado que, de los 506 nuevos fármacos que desarrollan las 22 mayores
empresas farmacéuticas y de biotecnología del mundo, sólo
seis eran agentes antibacterianos.

Como explican Hoyt y Brooks, "para asegurarse de que se desarrollan,
con la máxima celeridad posible, vacunas seguras y eficaces para la biodefensa,
los responsables de la seguridad deberán entender la dinámica
que sigue la innovación biomédica en el sector comercial".
En EE UU, sin embargo, los especialistas en seguridad aún no han convencido
al ámbito de la I+D biomédica de que el sector de la defensa constituye
una prioridad a largo plazo. Por ejemplo, el proyecto de la Administración
Bush llamado BioShield (escudo biológico) –por el cual Washington
destina 5.600 millones de euros a lo largo de 10 años a financiar la
búsqueda de nuevos fármacos– es un primer paso importante,
pero no suficiente.

Ahora que el saber en I+D biomédico no se limita a EE UU y Europa, las
redes transnacionales científicas y empresariales tendrán un papel
fundamental. A corto plazo, la falta de familiaridad de los políticos
con la verdadera importancia de la bioseguridad será un obstáculo
para la colaboración internacional, lo que estimulará la proliferación
de la biodefensa en el ámbito nacional. Centrarse en lo nacional no es
una estrategia sostenible. En este escenario, lo nacional es global.

ENSAYOS, ARGUMENTOS Y OPINIONES DE TODO EL PLANETA

Bradley T. Smith

International Security,
vol. 28, nº 3, invierno 2003-2004,
Cambridge (Mass., EE UU)

En EE UU, las amenazas biológicas, tanto procedentes de redes terroristas
trasnacionales como de enfermedades de origen natural como el SARS (neumonía
asiática, según sus siglas en inglés), se han convertido
en una preocupación fundamental para la "seguridad nacional".
Según algunos observadores, la globalización aumenta el riesgo
de bioterrorismo: la liberalización económica puede provocar o
agravar las convulsiones sociales y las desigualdades económicas (susceptibles
de ofrecer un pretexto para ese tipo de atentados); la mayor velocidad y menores
costes de los transportes y comunicaciones permite que se difundan potentes
biotecnologías (que ofrecen los medios para los mismos).

Kendall Hoyt, del Centro Belfer para la Ciencia y los Asuntos Internacionales
de la Universidad de Harvard, y el politólogo Stephen G. Brooks, del
Dartmouth College (New Hampshire, EE UU), ofrecen un convincente contraargumento
en su reciente artículo ‘Globalización y bioseguridad: armas
de doble filo’, aparecido en International Security, publicada
por el Centro Belfer. A pesar de reconocer sus inconvenientes, sostienen que,
en el campo biomédico, la globalización también ha promovido
una investigación y desarrollo (I+D) sólida e interconectada fundamental
para la eficacia de la futura biodefensa.

Pero la globalización no es el único arma de doble filo; los
autores también destacan la naturaleza susceptible de doble uso que presenta
la propia biología. El conocimiento biológico es necesario para
desarrollar armamento, pero también es fundamental para encontrar fármacos,
vacunas y otras medidas de vital importancia para la bioseguridad. Éstas
son cruciales porque, como señalan los autores, las vías tradicionales
hacia la seguridad –no proliferación y contraproliferación–
presentan limitaciones en el caso de la bioseguridad. Es demasiado tarde para
poner freno a la biotecnología.

Las empresas farmacéuticas de países como India o Brasil ejemplifican
la globalización de la biología al desafiar a las compañías
estadounidenses y europeas en un mercado mundial que mueve medio billón
de dólares. La vanguardia de la investigación biomédica
también se ha difundido a laboratorios fuera de su núcleo tradicional,
formado por EE UU, Japón y Europa: por ejemplo, los avances en clonación
humana hechos públicos por Corea del Sur en febrero. Es más, complejas
técnicas de ingeniería genética se han simplificado hasta
convertirse en sencillos kits fáciles de usar y disponibles
en Internet.

Aclarar y repetir: una unidad antiterrorista australiana se entrena en una cámara de descompresión.
Aclarar y repetir: una unidad
antiterrorista australiana se entrena en una cámara de descompresión.

Si se intentara proteger a Estados Unidos frenando el flujo internacional de
conocimiento biomédico, probablemente se paralizarían los esfuerzos
en I+D en todo el mundo, ralentizando así el desarrollo de medidas cruciales
para la biodefensa. Establecer el "régimen internacional de bioseguridad"
que proponen Hoyt y Brooks para promover una colaboración mundial en
I+D a través de la armonización de las regulaciones comerciales
y de la investigación es todo un desafío. En primer lugar, ya
existe colaboración transnacional en I+D, como muestra el Proyecto Genoma
Humano. En segundo lugar, hay naciones que pueden aprovechar la falta de regulación
armonizadora para sobrepasar a EE UU y Europa. Tercero, es probable que un sistema
formal de ese tipo fuera víctima de una extraña mezcolanza de
científicos biomédicos, ejecutivos de empresas farmacéuticas
y expertos en control de armamento. Según los autores, las vacunas constituyen
un elemento clave de la biodefensa, si bien sólo como parte de un conjunto
más amplio de medidas médicas, que incluyen también fármacos
terapéuticos o la capacidad de diagnosticar epidemias en el menor tiempo
posible. Los costes estimados para desarrollar un medicamento superan hoy los
800 millones de euros y este proceso suele llevar más de diez años,
lo que hace que los fabricantes prefieran asegurarse el éxito de los
fármacos dando prioridad a los que combaten enfermedades crónicas.
Con ello, se ha frenado el desarrollo de nuevas vacunas, así como de
antibióticos y antivirales: hoy sólo hay cuatro grandes fabricantes
de vacunas a escala mundial. Es más, un reciente análisis realizado
por el doctor Brad Spellberg, de la Universidad de California (Los Ángeles),
ha mostrado que, de los 506 nuevos fármacos que desarrollan las 22 mayores
empresas farmacéuticas y de biotecnología del mundo, sólo
seis eran agentes antibacterianos.

Como explican Hoyt y Brooks, "para asegurarse de que se desarrollan,
con la máxima celeridad posible, vacunas seguras y eficaces para la biodefensa,
los responsables de la seguridad deberán entender la dinámica
que sigue la innovación biomédica en el sector comercial".
En EE UU, sin embargo, los especialistas en seguridad aún no han convencido
al ámbito de la I+D biomédica de que el sector de la defensa constituye
una prioridad a largo plazo. Por ejemplo, el proyecto de la Administración
Bush llamado BioShield (escudo biológico) –por el cual Washington
destina 5.600 millones de euros a lo largo de 10 años a financiar la
búsqueda de nuevos fármacos– es un primer paso importante,
pero no suficiente.

Ahora que el saber en I+D biomédico no se limita a EE UU y Europa, las
redes transnacionales científicas y empresariales tendrán un papel
fundamental. A corto plazo, la falta de familiaridad de los políticos
con la verdadera importancia de la bioseguridad será un obstáculo
para la colaboración internacional, lo que estimulará la proliferación
de la biodefensa en el ámbito nacional. Centrarse en lo nacional no es
una estrategia sostenible. En este escenario, lo nacional es global.

Bradley T. Smith es miembro del Centro de
Bioseguridad ligado al Centro Médico de la Universidad de Pittsburg y
profesor ayudante en la facultad de Medicina de la misma Universidad.