He aquí el impacto que podría tener el flujo de refugiados durante 2016 en Alemania, desde la erosión de la figura de Angela Merkel hasta la derechización de la política del país, pasando por el riesgo del auge del terrorismo neonazi.

Simpatizantes del partido alemán AfD sostienen una pancarta que dice: "Merkel vete. Llévate a Gauck contigo" en Magdeburg. Sean Gallup/Getty Images
Simpatizantes del partido alemán AfD sostienen una pancarta que dice: "Merkel vete. Llévate a Gauck contigo" en Magdeburg. Sean Gallup/Getty Images

“Wir schaffen es” (“Lo lograremos”). Esa es ya una de las frases míticas de Angela Merkel. Con ella, la Canciller ha querido convencer a la ciudadanía alemana y a la coalición conservadora que lidera de que su política frente a la crisis de refugiados es la correcta, que no hay alternativa. El mensaje de Merkel es claro: Alemania no se puede permitir cerrar las fronteras tanto por responsabilidad histórica como para evitar poner en peligro la estabilidad del Viejo Continente.

Durante 2015, Alemania ha recibido oficialmente más de un millón de refugiados. Tras la crisis del euro y la guerra en Ucrania, la llegada masiva a Europa de personas que huyen de la guerra y la miseria se ha convertido sin duda en el tercer gran reto del Gobierno de Merkel, al que muchos en la Unión Europea miran a menudo (tal vez demasiado) en busca de respuestas y soluciones.

Pero en este caso Berlín tiene que afrontar prácticamente en solitario una crisis que durante muchos años han estado enfrentando países como España, Grecia o Italia, los que conforman la fronteras sur de la UE. La mayoría de refugiados procedentes de Siria, Irak o Afganistán que cruzan ahora los Balcanes en busca de un lugar seguro, lo hacen con una palabra en los labios: “Alemania”.

Independientemente de la capacidad del Ejecutivo de Merkel de gestionar con éxito esta nueva crisis, las imágenes de columnas de refugiados avanzando con escolta  policial a través del suelo alemán o de centros de acogida rebasados por la llegada miles de personas han tenido un impacto aparentemente irreversible en el ecosistema político alemán, que está lejos de ser el que era hace un año y que difícilmente volverá a serlo.

Nada apunta a que la llegada de refugiados a Alemania vaya a detenerse durante 2016. Por ello, he aquí las principales consecuencias que podrían tener para Alemania un mantenimiento o incluso un agravamiento de la crisis, que la propia Merkel calificó de “prueba histórica para Europa”.

Desgaste político de Merkel. La figura política de la Canciller ha sufrido un desgaste innegable durante el último año tanto de cara al electorado como entre las filas de su propio partido. La popularidad de la que parecía una figura política indestructible se ha reducido enormemente desde el inicio de la llegada de refugiados: hace un año, tal y como apunta la encuesta mensual de la televisión pública alemana ARD, el 71% de los ciudadanos alemanes se mostraba satisfecho con Merkel. Hoy, ese porcentaje a duras penas supera el 50%. Como observa el politólogo Herfried Münkler, de la Universidad Humboldt de Berlín, pese a haber sido elegida como sucesora por un gigante político  como Helmut Kohl para liderar los conservadores alemanes, Merkel “nunca fue la favorita del partido”. Eso no había sido hasta ahora un problema para ella gracias a su habilidad y su mano izquierda para gestionar crisis y conflictos tanto en Alemania como en el seno de la UE. Pero ahora podría convertirse en un enorme obstáculo para el liderazgo de la Canciller, más puesto en entredicho que nunca, y también para una hipotética nueva candidatura con la que gobernar Alemania en la que sería su cuarta legislatura consecutiva como Canciller.

Erosión electoral conservadora. El desgaste de la figura política de Merkel no es ajeno a la coalición conservadora que lidera (democristianos de la CDU y sus socios socialcristianos bávaros de la CSU). A finales de 2014, la intención de voto de los conservadores alemanes superaba con holgura el 40%, un porcentaje que se había mantenido relativamente estable durante los últimos años, sin duda gracias al indiscutible liderazgo de Merkel y también a la buena marcha económica de la locomotora europea. Sin embargo, la CDU-CSU cerró 2015 con una intención de voto de poco más del 37%. Un porcentaje nada despreciable, pero que muestra una evidente tendencia a la baja. La llegada de refugiados, sumada a la desgastante crisis del euro, ha abierto un potente espacio electoral a la derecha de la coalición de Merkel. Un nuevo espacio que provoca que la CDU-CSU esté perdiendo una importante cantidad de votos conservadores que buscan otra opción electoral más a la derecha, algo inaudito en la historia de la República Federal Alemana fundada en 1949. Esta nueva situación en el tablero político alemán lanza los siguientes interrogantes: ¿hasta qué punto podría hacer aguas la coalición conservadora alemana? Y, sobre todo, ¿qué impacto tendría esa erosión electoral de la CDU-CSU en el conjunto del ecosistema político germano?

Nuevo espacio electoral derechista. La aparición de ese nuevo espacio electoral está siendo aprovechado por un joven partido que, pese a sorpresa de última hora, conseguirá entrar en el Bundestag en las próximas elecciones federales: los eurófobos, nacionalistas y derechistas de Alternativa para Alemania (AfD, en sus siglas en alemán). Esta formación nació en febrero de 2013 de la mano de un grupo de académicos y economistas conservadores, liderados por el ex democristiano Bernd Lucke y acérrimos críticos de la gestión de Merkel de la crisis del euro y de los sucesivos rescates financieros de países de la periferia comunitaria. Lucke se despidió del partido el pasado verano tras un levantamiento de su actual copresidenta, Frauke Petry. El ala más derechista se imponía a la fracción euroescéptica y neoliberal. AfD dejaba así en un segundo plano la crisis de deuda europea y se servía de la llegada de refugiados para desgastar (aún más) al Gobierno alemán. A la vista de los sondeos, y pese a las divisiones internas que ha sufrido el partido, la formación derechista parece haber capitalizado con éxito las críticas contra Merkel: AfD cerró 2015 con una intención de voto cercana el 9%. Algunas encuestas incluso le otorgan un 10%. Si hoy se celebrasen elecciones en Alemania, la República Federal sin duda tendría en el Bundestag un partido a la derecha de la CDU-CSU por primera vez en su historia. Una auténtica derrota para los conservadores alemanes, para los que una frase del ex primer ministro socialcristiano bávaro Franz Josef Strauß se había convertido en una máxima política irrenunciable: “A la derecha de la CSU no puede haber ningún partido democráticamente legitimado”. A la espera de comprobar cuál es el techo electoral de AfD, la consolidación del partido derechista, nacionalista y de tintes xenófobos deja claro que Alemania, aunque a una escala menor que la vecina Francia, ya tiene su propio Frente National.

Giro a la derecha del tablero político alemán. El surgimiento de AfD deja patente que el tablero político en Alemania está girando hacia la derecha. Tras conseguir siete eurodiputados y entrar en cinco parlamentos regionales, si finalmente alcanzan representación en el Parlamento federal, los derechistas de Alternativa para Alemania muy probablemente marcarán la agenda política del resto de partidos presentes en el Bundestag. En opinión del profesor Herfried Münkler, la crisis del euro y la llegada de refugiados estarían así mucho más presentes en los discursos y los programas de los partidos que ahora forman parte de la Gran Coalición gobernante: CDU, CSU y socialdemócratas del SPD. Un endurecimiento de la política interior y del control de fronteras también ocuparía más tiempo en el debate parlamentario del Bundestag, vaticina Münkler. El primer ministro bávaro y jefe de la CSU, Horst Seehofer, encarna a la perfección ese giro a la derecha: el socialcristiano recibió el pasado septiembre en Múnich al presidente de Hungría, el derechista Viktor Orbán, por cuya retórica antimigratoria mostró compresión y a quien incluso apoyó abiertamente. Todo un mensaje de consumo interno tanto para Merkel como para su electorado. No en vano, el líder socialcristiano, que apuesta por limitar anualmente la entrada de refugiados a 200.000, cerró 2015 con un claro mensaje para la Canciller: “2016 debería traer un cambio en la política de refugiados”, dijo en su discurso de fin de año. A falta de ver cuál es el avance electoral de AfD, la CSU, el partido más a la derecha del actual arco parlamentario alemán, parece hacer ya suyo parte del programa de los derechistas.

¿Nuevo terrorismo de extrema derecha? La última (pero no por ello menos relevante) consecuencia de la crisis de refugiados podría ser el recrudecimiento de la violencia de extrema derecha y neonazi en Alemania. La Oficina Federal de Investigación Criminal (BKA, en sus siglas en alemán) confirmó que 2015 cerró con más de 1.600 delitos con un trasfondo de extrema derecha, entre los que destacan cientos de ataques a centros de refugiados. La BKA lo ha dicho abiertamente: si los refugiados siguen llegando al ritmo con el que lo hicieron durante el pasado año, habrá más ataques contra centros de acogida y refugiados, nuevas formas de levantamiento contra la política migratoria del Gobierno de Merkel (sabotajes y corte de carreteras) y tal vez incluso atentados contra políticos que defiendan una política de fronteras abiertas y la integración de los refugiados. En un país con una experiencia reciente de terrorismo de extrema derecha como la de la NSU (Clandestinidad Nacionalsocialista, una célula neonazi con 10 asesinatos y numerosos atentados entre 2000 y 2011), no es descabellado plantearse la aparición de un nuevo terrorismo neonazi. Más aún teniendo en cuenta que existe un caldo de cultivo social idóneo para ello, sobre todo en Alemania oriental, cuya mejor expresión es el movimiento xenófobo y islamófobo Pegida, que ha movilizado a miles de personas en Dresde y otras ciudades. Como apunta el criminólogo y experto en neonazismo Bernd Wagner, la crisis de refugiados ha fortalecido las estructuras de extrema derecha históricamente existentes en Alemania, que ahora buscan conformar un “frente nacional de derechas”.

Las próximas elecciones federales alemanas se celebrarán previsiblemente en septiembre de 2017. Sin embargo, el próximo marzo tendrán lugar tres importantes comicios regionales (Baden-Würtemberg, Renania-Palatinado y Sajonia Anhalt) que servirán para tomar la temperatura electoral del país. Los resultados de esos comicios tendrán además un irremediable impacto en los partidos que conforman la Gran Coalición gobernante.

Pase lo que pase en las urnas, la crisis de refugiados difícilmente dejará de ser el tema más decisivo en la sociedad y la política alemanas durante 2016. Su evolución y su gestión condicionarán inevitablemente el panorama alemán y, por consiguiente, la arena política de la Unión Europea, proyecto impensable y probablemente imposible sin Alemania. Si el Gobierno de Merkel no consigue gestionar con éxito la crisis de refugiados, el país podría verse abocado a una realidad en la que muchos de sus socios europeos hace tiempo que viven instalados: la inestabilidad y la incertidumbre políticas.