AFP/Getty Images
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Informe especial de FP: EL FUTURO ESTÁ AQUÍ

¿Quién habría pensado hace sólo 18 meses que un miembro de la eurozona, el club más elitista de las economías europeas, podría tener peor calificación crediticia que Pakistán? Sin embargo, eso es lo que le pasa a Grecia, que se tambalea hoy en el filo de una reestructuración de la deuda. Mientras, otros dos países que comparten la misma moneda (Irlanda y Portugal), están ya en la UCI europea, recibiendo grandes rescates.

¿Quién habría pensado que una agencia de calificación se atrevería a cuestionar la sagrada calificación crediticia triple A de Estados Unidos, el proveedor supremo de bienes públicos mundiales tales como la moneda de reserva internacional (el dólar) o el sistema financiero que sirve de unión entre los flujos internacionales de capitales? Con todo, eso es exactamente lo que ha hecho Standard & Poor’s: la agencia coloca la nota de la deuda soberana de EE UU en perspectiva negativa, sugiriendo la posibilidad de una rebaja de categoría y de que pierda su condición de triple A si el rumbo fiscal del país no cambia.

¿Quién habría pensado que ese mismo país, famoso por la flexibilidad de sus mercados laborales y su dinámico espíritu empresarial, sufriría una alta tasa de desempleo de forma constante? Esto ocurre en Estados Unidos, donde el paro se ha atascado en torno al 9%; el desempleo de los jóvenes de 20 a 24 años se sitúa en un impresionante 14,5%, y los problemas relacionados con la falta de trabajo se están volviendo cada vez más estructurales.

Hay, por supuesto, razones para todos los gustos y todas ellas mencionan los grandes reajustes que están cambiando radicalmente el carácter y el funcionamiento de la economía mundial. Tres cosas en particular han tenido una especial influencia y seguirán moldeando el mundo en el que vivimos en los próximos años.

En primer lugar, muchas economías avanzadas padecen problemas de fondo en sus balances y en la estructura de sus economías. No se trata sólo de la crisis del empleo y del rápido deterioro de las finanzas públicas, que en casos como el de Grecia han alcanzado niveles alarmantes. También aparece el funcionamiento inadecuado de los mercados inmobiliarios, la caída constante de la intermediación del crédito bancario y el débil liderazgo político en el seno de unos conflictivos partidos políticos.

En segundo lugar, en vez de afrontar estos problemas estructurales, los políticos han preferido aplazar las decisiones. Como consecuencia, los problemas se infectaron, se  agravaron y el riesgo de contagio aumentó. Esto es más evidente en Europa, donde se han aplicado inyecciones de liquidez por la crisis de solvencia de la deuda griega, que añaden más deuda a la abrumadora montaña de obligaciones. Se han ha transferido enormes pasivos desde el sector privado a los contribuyentes griegos y europeos, y se han contaminado instituciones que gozaban de buena salud, como el Banco Central Europeo. También ocurre en Estados Unidos, donde se han realizado inusitados estímulos del gasto que no han conseguido reavivar suficientemente el crecimiento y la creación de empleo.

En tercer lugar, varias economías emergentes han completado su fase de despegue, sin verse muy afectadas hasta ahora por las desgracias del mundo desarrollado. Es el caso de Brasil, China e Indonesia, entre otros países. En este proceso, se han hecho cada vez más fuertes, hasta el punto de que sus economías han comenzado a recalentarse en un momento en el que las de los más asentados languidecen. Es un terreno desconocido para el mercado mundial, en el que los países menos maduros se muestran más sólidos y resistentes que los avanzados, y son capaces de crecer de forma sostenible a altas tasas a la vez que refuerzan sus balances. Si no se toma ninguna medida política errónea, como una deriva hacia el proteccionismo, impagos desordenados o perturbaciones en el sistema internacional de pagos y liquidaciones, por ejemplo, es de esperar que estos reajustes globales continúen.

Las economías avanzadas tardarán varios años en restablecer por completo sus balances y restaurar las condiciones necesarias para lograr altas tasas de crecimiento y creación de empleo. Mientras, la distribución de ingresos y riqueza será aún más desigual, pasando de ser un problema económico a uno sociopolítico.

La combinación de desequilibrios presupuestarios y crecimiento sorprendentemente lento implica también que los países avanzados, a medida que prosigan su desapalancamiento, fruto de la era de los derechos de crédito y títulos de deuda, optarán por enfoques variados para abordar los recurrentes problemas de deuda. Algunos, como Reino Unido, se centrarán en imponer años de austeridad presupuestaria. Otros, como Grecia, sucumbirán a la reestructuración de la deuda.

Luego está Estados Unidos, la economía que sostiene el núcleo de los sistemas económico y financiero mundiales. Al principio, optará por la represión financiera (trabas al sistema financiero por parte del gobierno para lograr fondos, esencialmente mediante impuestos ocultos sobre los depositantes y acreedores) e intentará aumentar la inflación para hacer frente a sus problemas de déficit público. Pero, con el tiempo, seguramente se verá obligado a aplicar una mayor austeridad en medio de ruidosas batallas políticas.

Cuanto más caótica sea esta transición, mayor será el riesgo de socavar la posición internacional de los bienes públicos globales estadounidenses, lo que a su vez, supondrá un gran desafío para un sistema monetario global basado en la suposición de que su núcleo, Estados Unidos, sigue siendo económicamente fuerte. Ello condicionará lo que de otro modo sería un panorama mucho más alentador para gran parte de (aunque no todos) los países emergentes. Es de esperar que estos países sigan reduciendo la brecha de ingresos y riqueza que les separa de los avanzados. En este proceso, sacarán a millones de personas de la pobreza, dándoles mayores oportunidades económicas y un mayor acceso a la educación, a la salud y a la alimentación.

A medida que crezcan, los países emergentes presionarán para lograr mayores espacios en la parte de la economía global que aún acaparan las economías avanzadas. Los problemas de gobernanza global saltarán a la palestra. Las instituciones internacionales se verán bajo mayor presión para acometer reformas más profundas y las negociaciones multilaterales tendrán que ser más respetuosas con la creciente fortaleza de los emergentes.

Todo esto se traduce en una economía global inusualmente fluida y un mundo en el que muchos de los parámetros consolidados se convertirán en variables. Cuanto antes nos preparemos para ello, mayores posibilidades tendremos de beneficiarnos, en lugar de ser víctimas, de las transformaciones que están teniendo lugar.