El paso hacia Europa
Luuk van Middelaar 
608 páginas
Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2013

Ser europeos para seguir siendo lo que somos, y para serlo mejor.

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Constituía hace años un lugar común definir a la Unión Europea como un Objeto Político No Identificado (OPNI), una referencia tras la que el experto se concentraba en aspectos como su Derecho, su economía o sus relaciones internacionales, desde los paradigmas de dichas Ciencias Sociales. Una no-definición que puede, por otro lado, incitarnos a identificar lo no identificado, a preguntarnos por el qué, para qué y por qué de la UE: tales son las preguntas que el historiador y filósofo político holandés Luuk Van Middelaar se plantea en El paso hacia Europa, buscando la respuesta en la Filosofía política y en la Historia. Si, como dijera la filósofa y ensayista española María Zambrano, el hombre es el único ser que no solo padece la Historia, sino también la hace, constituye la esencia de la política ese hacer de la Historia. Recuerda Van Middelaar al inicio de su recorrido al francés Michel Foucault cuando decía que nuestra visión de la realidad está condicionada por las lentes de las Ciencias Sociales: si éstas nos pueden explicar el cómo de la Unión, desde la Filosofía política y la Historia podemos encontrar respuesta a su qué, por qué y para qué.

Un recorrido que asume como punto de partida la triple existencia de la Europa de los Estados, de las instituciones y de los ciudadanos, cuyas perspectivas se combinan en la intergubernamental, la supranacional y la constitucional, configurando la articulación de la construcción europea en tres esferas: la externa del concierto global de los Estados, la interna de la Europa integrada y la intermedia, combinación de la dinámica integradora y la acción conjunta de los Estados. Itinerario analítico con un común denominador: la afirmación de la esfera intermedia como definidora de la UE y su teorización.

En la primera parte –El secreto de la mesa– define ésta como la clave explicativa y el ámbito de ese nuevo sujeto (que no objeto) político, marioneta que adquiere su propia vida más allá de su creador. Momento decisivo de esa metamorfosis, ese paso del estado de naturaleza al contrato social, en que el todo es distinto y mayor que las partes, es el paso de la unanimidad a la mayoría en la toma de decisiones. Sobre qué hace, y sobre qué es; lo que da lugar a dos momentos crisálida: el de la conformación en ordenamiento jurídico a partir de la sentencia Van Gend&Loos y el de su transformación en sujeto político después del compromiso de Luxemburgo con que en 1965 se cierra la crisis de la silla vacía, que el autor considera acta fundacional de la esfera intermedia, al permitir la toma de decisiones políticas gracias a la garantía de que no se adoptarán contra la voluntad de un Estado miembro por la posibilidad del veto. Un consenso que, a partir de la entrada en vigor del Acta Única en 1987, se produce no tanto por la amenaza del veto como por la del voto, la alternativa de que se recurra a éste y perderlo. El secreto de la mesa es que liga a los que en torno a ella se sientan y quieren seguir sentándose, que con tiempo y presión acaba produciendo el consenso, la decisión.

Mas la metamorfosis última es la de decidir lo que se es, la de cruzar el Rubicón de ese momento Filadelfia en que EE UU pasó de ser una confederación de Estados a un Estado federal: la transformación del acta fundacional; en este caso, el Tratado. Una transformación posible gracias al golpe orquestado por el italiano Benitto Craxi en el Consejo Europeo de Milán en 1985, que decide por mayoría la convocatoria de una conferencia intergubernamental para la reforma del Tratado, que dará lugar al Acta Única y luego a Maastricht, Ámsterdam, el Tratado Constitucional y Lisboa. A partir de ahí entra la UE, como señala Van Middelaar, en autopropulsión reformadora. Unas reformas que suponen la institucionalización creciente de la esfera intermedia, hasta su máxima expresión en un Presidente del Consejo Europeo permanente y con dedicación exclusiva, que conllevan la progresiva transformación europea de los propios Estados miembros en elemento y sujeto esencial de la co-conducción de la Unión.

Si Milán supone la apertura de esa autopropulsión transformadora, la negociación del Tratado Constitucional vive el momento Filadelfia que no pudo ser, el intento, descrito con toda su tensión dramática, promovido por el político italiano Giuliano Amato, de que éste regulara la posibilidad de su reforma por mayoría. Decía Jean-Jacques Rousseau que toda regla de decisión por mayoría tuvo en algún momento que ser decidida por unanimidad: no fue en ése, pero, como muestran las reformas introducidas en Lisboa, eppur si muove…

Y, sin embargo, no se constituye un sujeto político simplemente para ser, sino para hacer. Hacer la Historia (y no ser hecho por ella), afrontar, como sugiere el título de la segunda parte –Las vicisitudes de la fortuna–, que ofrece un recorrido por las etapas históricas de la Unión Europea, empezando por la de la creación y su puesta en funcionamiento, en sí misma logro irreversible de construcción de la paz. Luego, la larga espera hasta la caída del muro de Berlín, tras la que Europa pasa de ser objeto a sujeto de la Historia, y la UE transforma Europa y es transformada por ésta, en una ampliación que le plantea la cuestión de sus propias fronteras, y una transformación que conlleva la progresiva institucionalización de la esfera intermedia.

La política es una batalla para definir en nombre de quiénes. Es una obra de teatro que necesita su argumento, pero también su público: no existirá Europa mientras el público europeo no crea que la encarna quien dice representarla, y sienta como propio el drama y la aventura del argumento de la obra. Necesita el poder un nosotros que lo acepte.

¿Cómo satisface el poder esa necesidad? ¿Cómo se construye ese nosotros que acepta? Van Middelaar señala en la tercera parte –La búsqueda de un público– tres vías: la alemana, la romana y la griega. La primera, la del Volksgeist, el sentimiento de pueblo que busca avanzar colectivamente construye un Estado común. Podría decirse de Europa lo que se decía en Italia tras la unificación: hemos hecho Italia, ahora tenemos que hacer italianos. Una construcción que no puede ser la repetición de la nacional a un nivel superior. La segunda, la romana, aquella de la legitimidad vía eficacia, la adhesión del público por lo que recibe, sean derechos y libertades, protección, redistribución y solidaridad, o resultados. Vía sin embargo problemática al plantearse en un juego de suma cero, en que lo que obtienen unos es a costa de lo que dejan de obtener otros. La tercera, la griega, la de seducir al coro, darle voz en la obra y ofrecerle drama que lo cautive. Voz al demos que define la democracia, en la intención o el deseo único, en la realidad polifónica, más fuerte en su no que decisiva en su sí. Polifonía que plantea la conveniencia y reto de articular la participación en la construcción europea de los parlamentos nacionales. Y drama: se ha vuelto demasiado aburrida Europa, demasiado desdramatizada y aséptica.

Afronta la construcción de esa legitimidad el problema de la inversión del tiempo y la narrativa: no va de lo fundacional a lo fundado, del representado al representante; sino se plantea en la secuencia inversa. Y no en un momento único: puede ser también fruto de un proceso progresivo de pregunta y respuesta entre representantes y representados. Podemos en ese diálogo hacer Europa y hacer, hacernos, europeos. Señala Van Middelaar que un sujeto político no nace en un solo momento, sino que necesita tiempo. Tiempo de diálogo.

Concluye su recorrido señalando que Europa se construye en cada uno, que “solo cuando los miembros del coro, y nos solo los actores, asuman individualmente su rol dual (nacional y europeo) será posible completar el paso hacia Europa”. Solo, también, cuando asumamos que Europa no es el puerto de llegada, sino el barco en que juntos navegamos las procelosas o tranquilas aguas de la Historia.

Un recorrido que me lleva a una doble reflexión sobre el dónde de Europa y la necesidad de pensamiento fundacional para su realización.

Dónde de Europa: en uno mismo, en cada uno y en todos. Europa: no Bruselas; sino nosotros mismos. Transformación y metamorfosis. Identidades múltiples y simultáneas: no dejar de ser lo que somos para ser europeos; sino ser europeos para seguir siendo lo que somos, y para serlo mejor. Europa: no espacio vacío; sino espacio simultáneo. Ésa es la metamorfosis. Europeizar lo nacional. No Europa frente al Estado nacional como antítesis hegeliana; sino como co-tesis con él, junto a él avanzando en la Historia, haciéndola.

Pensamiento fundacional: no valen las lentes existentes; necesitamos crear unas nuevas. Europa es una idea que se realiza para transformarse en un sujeto que hace la Historia. Desarrollo último y coherente de la Ilustración. Y si las ideas de ésta resultaron fundacionales para la construcción del Estado nacional basado en el contrato social, y en sentido contrario para la identificación de la Sociedad Internacional con el estado de naturaleza… la construcción de un nuevo sujeto político requiere de nuevas luces, de un nuevo pensamiento fundacional.

Si Europa es una idea, y al tiempo un paso, necesita también de una meta-idea, una idea sobre la idea, la identificación del Objeto Político No Identificado como sujeto, para que sea sujeto. Luuk Van Middelaar nos la identifica. No podemos a partir de ahora ignorarla si de ella queremos tener idea, realizarla en la Historia y realizarnos.

De la identificación del OPNI no puede sino resultar que el objeto es sujeto, y que el sujeto somos nosotros.

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