En una de las semanas más trágicas para la democracia en Turquía, la deriva autoritaria en el país hace temer por la seguridad de las minorías, entre ellas, la comunidad aleví, una corriente del islam chií que carga a sus espaldas con una larga historia de discriminación y acoso.

Manifestación de la comunidad aleví en las calles de Ankara en contra del Gobierno turco de corte islamista. La pancarta dice: "Insistes en el pañuelo, veamos cómo te queda a ti primero". Adem Altan/AFP/Getty Images
Manifestación de la comunidad aleví en las calles de Ankara en contra del Gobierno turco de corte islamista. La pancarta dice: "Insistes en el pañuelo, veamos cómo te queda a ti primero". Adem Altan/AFP/Getty Images

Tras el fallido Golpe de Estado del pasado 15 de julio, el Ejecutivo turco, a la cabeza del cual se encuentra el presidente, Recep Tayyip Erdogan, declaró el Estado de Emergencia y derogó la Convención Europea de los Derechos Humanos. Con más de 60.000 personas suspendidas de empleo y sueldo y más de 11.000 arrestadas, la sociedad turca aún permanece en estado de shock. Los conservadores se han hecho con el control de la capital al grito de “Allah’u Akbar” (Alá es grande), mientras los seculares guardan escrupuloso silencio. La caza de brujas contra cualquiera que esté relacionado con los golpistas, especialmente con la cofradía de Fetulá Gülen, acusado de orquestar desde el exilio la asonada, es considerado un traidor. La purga se ha desatado y dejado a las instituciones públicas melladas de personal. El control callejero lleva la marca de los ülkücü o jóvenes nacionalistas que recorren las calles en coche o moto, ondeando la bandera turca, mientras los islamistas reclaman en el centro de Ankara el retorno de la pena capital al país. Mientras, en Malatya, Estambul y Antakya, los barrios de la minoría religiosa aleví, acusados de herejes e izquierdistas, sufren la peor de sus suertes bajo la resignación de lo que acontece.

Ercan, sirve un poco de té y enrolla sus cigarros venidos de Adiyaman, los mejores dice él. Es el presidente de la Fundación Haci Bektas Veli Anatolian, la principal sede de los alevíes en Ankara. Con un tono amable, y hospitalario, propio del entorno, comienza a hablar: “Nosotros no tenemos nada en común con un suní pero el Gobierno trata de definirnos como tales. Dicen que el 98% del país son musulmanes, pero no es así, aún somos seculares aunque nos obliguen a asimilarnos”. Pese a que muchos los cataloguen como musulmanes, el culto que practica este colectivo difiere tanto en su esencia como en su forma. De hecho, ni sus rituales ni sus creencias tienen que ver con las de cualquiera que se defina como musulmán. Los alevíes creen en el humanismo y la naturaleza, siguen el Corán y el Avesta, basado en las creencias de Zaratustra. Creen en la igualdad de sexos y de razas. No practican el Ramadán ni oran cinco veces al día. Tampoco creen en el Paraíso. Alá, dicen, “está dentro de cada uno de nosotros”.

Desde los días del Imperio Otomano, en los que se solían computar como musulmanes suníes hasta la actualidad, los alevíes resisten en Turquía la discriminación y el acoso de los islamistas. Pese a que en 1919 el Estado Turco se articularía entorno a un nacionalismo secular, impulsado por Mustafá Kemal Atatürk, no todas las religiones gozaron del mismo respeto. Entre 1927 y 1935, en los censos de las minorías, la fe islámica suní se consideró como la única religión. Durante este periodo se cerraron los templos alevíes y se fundó la Presidencia de Asuntos Religiosos, uno de los pilares fundamentales de la propaganda de asimilación. Los alevíes quedaron excluidos socialmente, obligados a reprimir su identidad cultural y a comportarse como suníes, para ser tratados como iguales. Desde entonces, este colectivo no tiene acceso a los puestos burocráticos más altos ni al Ejército. Según Bedriye Poyraz, experta en la cuestión aleví de la Universidad de Ankara, “Turquía tiene una fuerte autoridad estatal centralizada. El trato de los ciudadanos por los poderes del Estado sigue siendo injusto. Los alevíes, que constituyen alrededor  de una cuarta parte de la población del país, no están representados adecuadamente en el sector público”.

 

Asimilación, ¿forzosa?

Además han sido obligados a aceptar un programa educativo suní, discriminatorio, y no han percibido ningún beneficio de los impuestos que están obligados a pagar. Actualmente tan sólo un rector de las 114 universidades públicas del país se confiesa miembro de esta minoría religiosa.  “Un estudiante aleví en Turquía se enfrentan a una contradicción importante dentro del sistema educativo. El conjunto de conceptos espirituales y educativos que reciben en la escuela difieren completamente de lo que viven en sus propios hogares. Muchos niños alevíes cuyo entorno familiar no impone una orientación religiosa estricta tienden hacia la adopción de la interpretación suní de la religión musulmana, ya que la escuela es su única fuente de aprendizaje sobre asuntos religiosos. Desde las élites alevíes se sugiere o bien eliminar la instrucción religiosa de los planes de estudio, permitiendo con ello que la sociedad civil se convierta en la base de la enseñanza religiosa para todos los ciudadanos, o que el alevismo sea un verdadero curso optativo”, añade Poyraz.

Población musulmana suní reza en una mezquita de Estambul. Ozan Kose/AFP/Getty Images
Población musulmana suní reza en una mezquita de Estambul. Ozan Kose/AFP/Getty Images

En los 60, el aumento de las libertades impulsadas por la Constitución de 1961 conllevó el desarrollo de organizaciones alevíes y su identidad popular. Sin embargo, fue en 1970 cuando el neotomanismo islamista recobró fuerza en el país. Los miembros de esta minoría fueron víctimas, desde comienzos de la década, de una corriente discriminatoria que les llevó a emigrar del campo a las ciudades. Entre los 70 y los 90, este colectivo fue objeto de numerosos ataques que se cobraron la vida de cientos de personas: en 1978 en Malatya y Kahramanmaras, en 1980 en Çorum y, finalmente, en 1993 en Sivas. Este último atentado representó un punto de inflexión para la comunidad: hasta una veintena de personas perdieron la vida cuando el hotel Madimak ardió durante la celebración del cuarto festival dedicado al místico y poeta Pir Sultán Abdal, seguido por la cultura popular aleví. En ese mismo año un imán suní promulgó una fetua que rezaba: “Si un musulmán suní mata a un aleví se le recompensará con un peregrinaje de cinco veces a la Meca”.

En los 90, la situación empeoró aún más afectada por la política de tierra quemada que llevó a cabo el Ejecutivo y que dejó cientos de miles de desplazados. Los movimientos islamistas se articularon entorno a una identidad nacional heredera del otomanismo. De esta concepción nació en 2001 el Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP), que desde entonces lidera el actual presidente Erdogan. Bajo el deseo de promulgarse como una democracia liberal e islámica que aunaba modernidad y tradición −tan en consonancia con la geografía del país euroasiático−, el  AKP resultó vencedor en las elecciones parlamentarias de 2002. Un año más tarde, y con impecable atuendo de corte occidental, Erdogan ascendió oficialmente a la jefatura del Estado como primer ministro de Turquía prometiendo defender un “Estado social, democrático y secular”, del que ya poco queda.

El de Erdogan  sería el primer Gobierno de la historia que pareció devolver a la comunidad aleví su identidad en una batalla que dura ya 100 años. Sin embargo, lo que se denominó entonces como el movimiento “Aleví opening” no fue más que una estratagema del actual presidente para iniciar un programa de asimilación. La identidad religiosa de los alevíes fue entonces y continuará siendo utilizada como arma política arrojadiza contra la oposición y el descontento social. Según Poyraz, “la sociedad aleví está acostumbrada a sobrevivir bajo la presión desde tiempos otomanos, sin embargo, actualmente es el momento más difícil de la historia para los alevíes”.

Con la determinación de quien lucha por mantener su identidad, Mesut, un joven estudiante de doctorado narra su experiencia: “Yo supe que era aleví cuando llegué a la Universidad. Nos obligan a asimilarnos, mis padres han olvidado lo que es ser aleví”. Pese a que las estimaciones sostienen que entorno a un 20% de la población turca pertenece a esta minoría religiosa, es decir unos 15 millones de personas, la cifra de este colectivo resulta incalculable. Algunas asociaciones como la Cem Vakf de Estambul ascienden este número hasta los 25 millones, pero la fundación Hadji Bektash de Ankara considera que tan sólo ocho millones de personas han escapado al proceso de asimilación. Como si de una sociedad paralela se tratase este colectivo se concentra en diferentes comunidades, denominadas “cem” (hogar) todas ellas dirigidas por un anciano al que llaman “dede” y una mujer, “anne”. Hombres y mujeres guardan un mismo estatus. “Por qué íbamos a tratar diferente a las mujeres, Dios nos creó iguales. Erdogan trata de discriminarlas, muchas de ellas rechazan casarse con un suní por miedo a perder su libertad, sobre todo si la familia de éste son religiosos”, asegura Ercan.

En las cemevleri −como denominan a sus centros− ambos sexos adquieren la misma presencia en los rituales religiosos, que tienen lugar cada jueves. Pese a que el Gobierno no los reconoce como lugares de culto, para ellos son lo que para un suní representa una mezquita. Sin embargo, están obligados a organizarse como centros culturales en los que tienen prohibido cumplir sus ritos funerarios, entre otras cuestiones. “Necesitamos hacer mucho ruido porque tenemos que recuperar nuestros derechos. No podemos asistir libremente a las cemevleri. Necesitamos protección y derechos civiles”, señala con su contundente voz Mesut. Para Ercan, sin embargo, la cuestión es más simple: “El Gobierno no reconoce nuestras cemevleri como templos. Ellos piensan que si lo hacen dividirán el islam, que somos un peligro, pero aunque sea ilegal continuaremos realizando nuestros ritos, no aceptamos esta imposición. La Corte Europea de los Derechos Humanos nos avala. El Gobierno es el ilegal para nosotros”.

 

Alineados políticamente a la izquierda

Un miembro de la comunidad turca aleví con una foto de unas de las víctimas que perecieron en el hotel Madimak. Adem Altan/AFP/Getty Images
Un miembro de la comunidad turca aleví con una foto de unas de las víctimas que perecieron en el ataque al hotel Madimak, en Sivas. Adem Altan/AFP/Getty Images

Además de las diferencias espirituales, políticamente los alevíes disienten del conservadurismo del Ejecutivo. La masiva participación de esta comunidad en las protestas de Gezi (Estambul) en 2013 definió su posicionamiento junto a la izquierda turca frente a los islamistas. “Históricamente siempre hemos apoyado a los gobiernos socialdemócratas y de izquierdas. En Gezi la mayor parte de los jóvenes que murieron eran alevíes. Para nosotros no es un problema la opción política de cada uno, es un problema que los suníes den su voto a los ultranacionalistas”, dice Ercan. Se estima que un 48% de los alevíes es de origen kurdo −quienes en su mayoría también se definen como seculares− lo que agrava aún más la situación de este colectivo. Según Ercan, “el Ejecutivo ha reactivado una guerra contra los kurdos en el país, seguramente los siguientes seamos nosotros”.

Por su parte Poyraz da un paso más allá: “la discriminación hacia los alevíes no sólo emerge a escala institucional, sino también a nivel personal. En concreto, los prejuicios que prevalecen en la sociedad turca constituyen la base de las prácticas discriminatorias. Lo cierto es que cada vez que hay una “exclusión” en la  historia siempre hay referencias a la “higiene” y los grupos excluidos siempre se definen como “sucios”. Los alevíes están etiquetados como “sucios”, ya que no realizan la ablución y son aceptados como una comunidad promiscua. Popularmente se dice: una comida preparada por un aleví no se puede comer. Esto es el producto de los prejuicios y la comunidad sufre esas etiquetas peyorativas en su vida cotidiana”.

En 2015 los casos de discriminación contra esta minoría en Turquía fueron llevados hasta la Corte Europea. Pese a que el depuesto primer ministro, Ahmet Davutoglu, dijo entonces querer resolver la cuestión sectaria, el discurso del presidente Erdogan se impregnó aún más de un marcado desprecio hacia este colectivo. “El Gobierno es especialmente hostil contra los alevíes. Es muy normal que les usen como objetivo, apoyados por los medios de comunicación”, asegura Poyraz.

Esta situación ha contribuido a que los alevíes se alineen junto al resto de minorías en el país entorno al prokurdo Partido Democrático de los Pueblos (HDP). En las pasadas elecciones de junio de 2015 esta coalición consiguió colarse en el Parlamento superando la barrera electoral del 13%  y, posteriormente, consolidó su posición en la reválida de los comicios en noviembre.  Tradicionalmente el voto de esta comunidad ha favorecido al  Partido Republicano (CHP) cuyo líder, Kemal Kilicdaroglu, es aleví. Además, los miembros de esta minoría siempre han visto en la figura del fundador de la República, Kemal Atatürk, a un héroe capaz de derrotar a los islamistas y reducir la discriminación contra el colectivo. Sin embargo, en esta nueva etapa política, el voto aleví abandonó a su suerte a los kemalistas. “Al principio la idea era distribuir el voto. Si una familia contaba con cuatro miembros en edad de votar, dos de ellos apoyaría al CHP y otros dos al HDP, sin embargo, en el momento en el que temimos que el HDP no pudiera superar la barrera electoral dimos todo nuestros votos a esta formación. Incluso si ahora hubiera elecciones volveríamos a hacerlo”, declara Ercan.

El pasado mes de mayo el Ejecutivo turco retiró la inmunidad parlamentaria a los colíderes del HDP, Selahattin Demirtas y Figen Yüksekdag, junto a 50 parlamentarios de un total de 59 que, se enfrentarán a un juicio por “difundir propaganda terrorista e instigación al odio”, según la acusación. “Erdogan necesita una guerra. Es claro que quiere acabar con el HDP para convocar nuevas elecciones y obtener los 400 escaños −necesarios para llevar a cabo la reforma constitucional y establecer un sistema presidencialista–”, afirma Ercan.

Ante esta debacle política, los alevíes aseguran estar preparados para emigrar. Como si estuviera a punto de perder una batalla, Ercan comenta: “Aquí no hay futuro. Mandaremos a nuestros hijos a Europa. Los fundamentalistas demuestran continuamente su odio contra nosotros. Fuerzan a las personas a ayunar durante el mes del Ramadán y si no lo hacen les golpean como ha ocurrido ya en las provincias de Erzurum, Ankara o Konya. Quienes siguen al AKP han comenzado a marcar nuestras casas con una cruz. Quien no sea suní ni turco representa un peligro para el Gobierno. Usan un lenguaje de odio. Erdogan culpa a los alevíes de ser agentes europeos y provocar al Gobierno”.

La idea de la anhelada reforma constitucional de Erdogan ha sacado a relucir el miedo de la sociedad civil turca. Al igual que en el pasado, el resurgir de una conciencia identitaria islámica ha llevado a fomentar el odio y el aumento de los ataques contra las minorías religiosas. Actualmente, los alevíes mantienen su lucha por el reconocimiento de sus derechos, pese a que, según manifiestan en la fundación Haci Bektas, “jamás nos sentiremos seguros”.