Si la globalización ha hecho el mundo más plano, también lo ha fragmentado con grietas, montañas y una miríada de islotes. Los nuevos medios de comunicación
y la tecnología que uniformiza favorecen la multiplicación y radicalización de las identidades. Minorías y grupos marginales tienen hoy un alcance global. Frente a la de los grandes, surge la fuerza de los pocos.

El hombre ya no se define sólo por lo que produce ni por cómo lo produce ni —salvo algunas excepciones religiosas— por lo que consume. Por ello, y porque el ser humano siente necesidad de diferenciarse para identificarse, cuentan mucho más las otras diferencias culturales, mucho más profundas. Los nuevos medios de comunicación, unidos a las migraciones y a la creciente urbanización (en 1800 sólo un 3% de la población mundial vivía en ciudades; en 2007 hay por primera vez más personas en las urbes que en el campo) permiten, además, que esas diferencias —incluso grupos minoritarios, radicales o marginales— tengan un alcance global. El antropólogo social indio Arjun Appadurai lo llama la erupción de "los números pequeños". Es la fuerza de los pocos que, a menudo, aunque dispersos, logran ser muchos, o mucho.

También cabe llamarlo la globalización de las diferencias, de esas diferencias. Al contrario de lo que piensan algunos, el mundo no se ha vuelto plano, sino más rugoso. Al tiempo que se suprimen fronteras físicas surgen con más fuerza otras barreras mentales. Junto a un proceso de homogeinización, se produce otro de fragmentación del mundo. Además, la fuerza de los pocos se ve favorecida por el hecho de que en el mundo ahora no manda nadie. La globalización anda desgobernada. La llenan los pocos, en un mundo en el que "la diversidad no está sólo en tierras lejanas sino aquí mismo", como dice el antropólogo argentino Néstor García Canclini. De ahí que no quepa hablar, como hace Huntington, de choque de civilizaciones ni de su alianza, pues ya no es un asunto externo sino interno a nuestras sociedades.

En este mundo sin orientación, la gente necesita más que nunca un sentimiento de comunidad, de pertenencia, de identidad. Nacionalismos, etnicismos y religionismos son parte de este fenómeno. Algunos (los menos) pueden aferrarse al cosmopolitismo; otros, a una identidad desarraigada a la que se accede a través de Internet o de las cadenas de televisión por satélite, cable u otros sistemas. Y ahí radica el peligro de esta era y de estos medios de comunicación: se construyen identidades sin raíces. Mientras el escritor francés Régis Debray considera que uno "se deslocaliza tan rápido como se deshistoriza", el filósofo alemán Jürgen Habermas sostiene que no hay nada más peligroso que "construir el futuro como respuesta a un llamamiento cuasi mesiánico del pasado", sobre todo cuando éste es inventado.

Los nuevos medios facilitan que los emigrantes sigan en contacto con sus sociedades de origen, lo que les proporciona una multiplicidad de identidades en grupo e individuales. Frente a lo que el Nobel de Economía Amartya Sen llama la "ilusión de una identidad singular" al denunciar la "miniaturización de la gente" a través de ismos, es cada vez más habitual que las personas pertenezcan a más de una sociedad en el curso de su vida, según la Organización Internacional para las Migraciones, y tengan identidades múltiples.

EL ESPEJISMO DE LA UNIFORMIDAD
En el Tercer Mundo, alrededor de 2.500 millones de personas tienen acceso más o menos regular a la televisión. Mientras en 1991 sólo había un canal en India, ahora son centenares. En el mundo hay varios millones. La globalización, desde los 60 a los 90, fue en gran parte americanización. En los últimos años, muchos medios de comunicación se han globalizado, con lo que la occidentalización ha disminuido. Ahí están las cadenas Al Yazira (ahora también en inglés), Al Arabiya o Star TV en India. Y se da lo que el escritor tunecino Abdelwahab Meddeb llama la "paradoja egipcia": a medida que la sociedad se americaniza (a través de la incitación al consumo y a lo mediático), la búsqueda de lo específico gana intensidad y se ve favorecida por estos medios, que expresan la diferencia y la transmiten.

La tecnología produce el espejismo de la uniformización cultural, cuando en realidad también favorece las diferencias. Los nuevos medios hacen posible que las distinciones sean mayores y globales e incluso inventar nuevas. La peregrinación de musulmanes a la Meca tiene una web disponible incluso en español. El sitio de la guerrilla chií libanesa Hezbolá tiene una parte en inglés, además de en árabe. La televisión marroquí se recibe en toda Europa, donde los kurdos tienen sus propios canales de televisión, docenas ya. En el propio Marruecos, la televisión más influyente es Al Yazira.

El concepto mismo de medio de comunicación de masas está cambiando. A los tradicionales se suma naturalmente Internet, pero también fenómenos como Google o Yahoo, YouTube, o incluso los SMS, los mensajes por móviles, se están convirtiendo en media. Aunque la televisión sea sobre todo icónica, no se entendería la revolución mediática olvidando otra paralela, como es la de la alfabetización a escala mundial. Hoy un 82% de los adultos del planeta están alfabetizados, frente al 52% en 1950. En realidad, estamos ante lo que el sociólogo Howard Rheingold llama un nuevo medio de organización social, con nuevos canales comunicativos y nuevos códigos. Es el planeta relacional. Pero ahora casi sin intermediarios, o con menos intermediarios en todos los órdenes.

EL PODER DEL NOSOTROS
Los nuevos medios permiten que se pongan en contacto personas con intereses comunes pero alejadas entre sí. Las minorías sumadas acaban siendo no mayorías, sino masas. Todo ello favorece la diversidad a escala global, pero también local. Los espacios internos de minorías, a menudo relegadas o socialmente excluidas, tienen sus propios canales de comunicación, desde luego en radio, a veces en la televisión e incluso en papel y en la Red. Hay mucha prensa local para inmigrantes en sus idiomas, desde el árabe al chino. Las últimas tecnologías también refuerzan las redes transnacionales entre diásporas habituales, como los chinos o los libaneses, y otras menos habituales que vienen con las nuevas migraciones.

Pero también fortalecen lo que se origina desde la propia sociedad civil, incluso desde algunas empresas. La capacidad de intercambios y coordinación se incrementa, tanto entre las organizaciones (intercambios O2O) como en las relaciones de persona a persona (P2P). Es la napsterización de la política (por utilizar el nombre de una de las primeras empresas que ideó este sistema para intercambio de música entre usuarios). Surgen comunidades y tribus virtuales. Lo ocurrido en España entre el 11 y el 14 de marzo de 2004 es quizá uno de los mejores ejemplos del cambio acaecido. Irrumpieron en la política nuevos medios de comunicación que no sustituyen a los tradicionales sino que se añaden. Por una parte, Internet y los chat; por otra, la profusión de los SMS que movilizaron a mucha gente en lo que alguno ha llamado "día de conexión" más que "día de reflexión". No fue sólo un recurso de las tribus urbanas de adolescentes. Ya antes estos nuevos medios de comunicación y organización —y el efecto multiplicador del "pásalo"— se habían dejado ver en otras movilizaciones por SMS. Por ejemplo, la que derrocó a Estrada en Filipinas en enero de 2001, cuando el presidente se consideró derribado por "un golpe de texto". Y también de Ucrania a Líbano entre 2003 y 2004. La fuerza de los pocos es también "el poder del nosotros", como lo describe el periodista de Business Week Rob Hof; es un cambio en la estructura del poder que incide en el momento de la crisis del intelectual tradicional y la conformación del intelectual digital.

En nuestros días "ser es estar conectado". Con ello se pierde capital social de un tipo determinado (contacto directo físico) y se gana de otro (contacto virtual, muy a menudo con un alcance mucho más amplio, en primer lugar, como siempre, en materias lúdicas). La gran novedad de la nueva conectividad tiene una doble dimensión: cómo desconocidos se conectan en masa. Y cómo unos pocos también pueden hacerlo, formando unos muchos.

Los nuevos medios ponen en contacto a personas con intereses comunes pero alejadas entre sí y las minorías sumadas acaban siendo no mayorías, sino masas

Siva Vaidhyanathan, autor de El anarquista en la biblioteca, un análisis de las implicaciones de las redes electrónicas P2P, señala que estamos viviendo un cambio importante: de la "oligarquía" a la "anarquía" informativa, aunque no sea una auténtica novedad, pues hubo precedentes en los chismorreos sobre la familia real durante la Revolución Francesa. También gracias a la difusión de sus mensajes por grabaciones magnetofónicas, el ayatolá Jomeini consiguió preparar la revolución islámica de 1979 en Irán.

Nicholas Negroponte acuñó hace tiempo el concepto del Diario Yo (Daily Me, que también podría llamarse TV Me o simplemente Medium Me), a saber, la capacidad de cada cual de seleccionar las noticias o el tipo de información que recibe, según sus gustos o preferencias. Esto puede llevar a la gente a encerrarse en sus propias creencias, a evitar las sorpresas que suelen brindar los medios más tradicionales, lo que favorece la diferenciación y dificulta la puesta en común de experiencias. En su libro Republic.com, Cass Sunstein alertó del peligro que supone exponerse sólo a la información que uno quiere, que se refuerza con lo que los psicólogos llaman la "propensión inconsciente a la confirmación" de nuestras preferencias políticas o de otro tipo.

Entre ellas, el hecho religioso resurge de forma predominante y vuelve a estar en el centro de muchas preocupaciones nacionales e internacionales, como no lo estaba 20 o 30 años antes. El juego entre fuerzas secularizadoras y antisecularizadoras es uno de los temas más importante de la sociología de la religión contemporánea. La teoría de la secularización inevitable está en declive, al menos de momento, frente a la desecularización del mundo, como apunta el sociólogo de la religión Peter Berger. Es una respuesta a la pérdida de horizonte, de sentido, al "vacío de los cultos seculares" de los que habló el gran literato Naipaul.

‘RELIGIONISMOS’ QUE GANAN FIELES
Más que las religiones son los religionismos y los fundamentalismos —que han adquirido, o quieren adquirir, un alcance global— los que plantean problemas. El religionismo es el intento de imponer o modelar la vida pública y la política de acuerdo a una fe o a una interpretación de ésta: el islamismo es un religionismo. De hecho, la tensión entre la religión radical y la habitual se ha dado en el seno de casi todas las tradiciones. Parten, según Naipaul, de la fantasía de la pureza religiosa, en un mundo en que "el resto estamos culturalmente mezclados". También los nacionalismos pueden, o suelen, llegar a ser fundamentalistas. El caso es que entre los fundamentalismos hay muchos religionismos.

Entre los jóvenes integristas hay un número creciente de conversos, tanto de cultura musulmana como cristiana. Los cristianos renacidos tienen su versión musulmana (Naipaul fue de los primeros en hablar, en 1981, de los born again musulmanes) y viceversa, y se convierten, de una forma radicalizada y fundamentalista, en Londres, en Hamburgo o en Bruselas. Aunque no hay que olvidar que sólo una minoría de los convertidos al radicalismo llegan al terrorismo.

En general, estas iglesias o movimientos emergentes son sumamente conservadores en lo que a la moral sexual se refiere. Pasa en el mundo musulmán y en el cristiano. En EE UU, la participación en los grupos y oficios religiosos tradicionales ha ido decayendo en favor de los no tradicionales. En Europa, al menos esa Europa creyente, hay una tendencia similar. Es significativo que, en el mundo cristiano, las confesiones que menos fieles han perdido o que más han ganado en el siglo XX son las más estrictas en términos de moral y doctrina. Por contra, las que cedieron, como la anglicana y luterana en Europa, tienen un índice más alto de deserciones que la católica o las fundamentalistas protestantes y los evangélicos en Estados Unidos. También, a la hora de acoger a la inmigración en España, estos movimientos han sido al principio más activos que la Iglesia católica, aunque ésta rectificara después.

Estos fundamentalismos y radicalismos cobran nueva fuerza y alcance gracias a la actual crisis de valores, que tiene su otro extremo en la creciente anomia, pero también a las capacidades que les brindan los nuevos medios de comunicación. El mundo actual, por todas las razones explicadas, ofrece tremendas oportunidades para diseminar este tipo de creencias. Son interpretaciones religiosas que han sabido utilizar la globalización en un momento de "diversificación de la producción religiosa" en el mundo y en muchas sociedades. El Proyecto sobre Fundamentalismos de la Universidad de Chicago, que estudia casos empíricos, observa cómo las tecnologías electrónicas, desde la televisión por satélite, cable, terrestre o local, además de Internet, aportan nuevas posibilidades para el proselitismo. Estos grupos utilizan técnicas de mercado para captar a sus seguidores en lo que el filósofo estadounidense Daniel Dennett llama "megaiglesias evangélicas de mercado en la América moderna".

En la supervivencia de confesiones o religiones también impera un cierto darwinismo social: sobreviven y se multiplican las que mejor se adaptan (es decir, aquellas que tienen más capacidad de lograr conversos y retener su lealtad). Sus técnicas de marketing, su música, su sentido comunal y colectivo o el uso de la televisión por los telepredicadores están mejor adaptados a las nuevas demandas. También hay telepredicadores famosos en el islam, como Yusuf al Qaradawi desde Qatar. Hay menos intermediarios. Ya lo afirmaba la revista Time en junio de 2003: "God has gone user-friendly" (Dios se ha hecho fácil para el usuario). En España, hace unos años que telepredicadores, al principio traducidos de la versión americana y luego en castellano, hicieron su aparición en algunas televisiones locales.

No es ni será fácil gestionar esta diversidad atomizada. La civilización, escribió Goethe, es "un permanente ejercicio en el respeto. El respeto a lo divino, a la Tierra, al prójimo y, por ende, a nuestra propia dignidad". La idea del respeto es más prometedora que la de tolerancia. Para ello, hay que partir del reconocimiento del otro, de los otros, y conversar con todos, incluso los que parecen pocos. Hablar por hablar se dirá. No es poco. Conversar sobre las diferencias, desde las diferencias, y, sobre todo, a pesar de las diferencias, no es fácil. Pero se ha de intentar. Se trata de convivir, no de convencer y menos aún de convertir. Estamos condenados a relacionarnos, no a entendernos.

 

¿Algo más?
Andrés Ortega empezó a esbozar la tesis de la globalización de las diferencias en Horizontes cercanos. Guía para un mundo en cambio (Taurus, Madrid, 2000) y en diversos artículos, y analizó la división religiosa entre Europa y EE UU en ‘Dios, armas y ley’ en FP Edición Española (diciembre/enero 2005). Este artículo está basado en su libro La fuerza de los pocos: Cómo el mundo se está fragmentando, de próxima publicación (Galaxia Gutenberg).

Arjun Appadurai ha abordado con maestría el efecto de los grupos pequeños en Fear of Small Numbers, an Essay on the Geography of Anger (Duke University Press, Durham

North Carolina, EE UU, 2006). Peter Berger fue de los primeros en alertar del regreso de la religión en su libro The Desecularization of the World (Eerdmans, Michigan, 1999), y proporciona conceptos básicos para entender la diversidad en un mundo globalizado en su introducción a Globalizaciones múltiples: la diversidad cultural en el mundo contemporáneo (Paidós, Barcelona, 2002), del que es compilador junto a Samuel Huntington, el proponente de la teoría del choque de civilizaciones. El premio Nobel de Economía Amartya Sen en Identity and Violence (Allen Lane, Londres, 2006) alerta contra lo que llama "la ilusión del destino".

En todo este debate hay dos visiones centrales: la de los sociólogos frente a la de los antropólogos. Entre éstos cabe destacar a Richard Shweder y su obra Why Do Men Barbecue?: Recipies for Cultural Diversity (Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, EE UU, 2003). Néstor García Canclini aborda la interculturalidad en Diferentes, desiguales y desconectados: mapas de la interculturalidad (Gedisa, Barcelona, 2004) y Abdelwahab Meddeb ofrece una interesante visión del mundo musulmán en La enfermedad del islam (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2003).

 

Si la globalización ha hecho el mundo más plano, también lo ha fragmentado con grietas, montañas y una miríada de islotes. Los nuevos medios de comunicación
y la tecnología que uniformiza favorecen la multiplicación y radicalización de las identidades. Minorías y grupos marginales tienen hoy un alcance global. Frente a la de los grandes, surge la fuerza de los pocos.
Andrés Ortega

El hombre ya no se define sólo por lo que produce ni por cómo lo produce ni —salvo algunas excepciones religiosas— por lo que consume. Por ello, y porque el ser humano siente necesidad de diferenciarse para identificarse, cuentan mucho más las otras diferencias culturales, mucho más profundas. Los nuevos medios de comunicación, unidos a las migraciones y a la creciente urbanización (en 1800 sólo un 3% de la población mundial vivía en ciudades; en 2007 hay por primera vez más personas en las urbes que en el campo) permiten, además, que esas diferencias —incluso grupos minoritarios, radicales o marginales— tengan un alcance global. El antropólogo social indio Arjun Appadurai lo llama la erupción de "los números pequeños". Es la fuerza de los pocos que, a menudo, aunque dispersos, logran ser muchos, o mucho.

También cabe llamarlo la globalización de las diferencias, de esas diferencias. Al contrario de lo que piensan algunos, el mundo no se ha vuelto plano, sino más rugoso. Al tiempo que se suprimen fronteras físicas surgen con más fuerza otras barreras mentales. Junto a un proceso de homogeinización, se produce otro de fragmentación del mundo. Además, la fuerza de los pocos se ve favorecida por el hecho de que en el mundo ahora no manda nadie. La globalización anda desgobernada. La llenan los pocos, en un mundo en el que "la diversidad no está sólo en tierras lejanas sino aquí mismo", como dice el antropólogo argentino Néstor García Canclini. De ahí que no quepa hablar, como hace Huntington, de choque de civilizaciones ni de su alianza, pues ya no es un asunto externo sino interno a nuestras sociedades.

En este mundo sin orientación, la gente necesita más que nunca un sentimiento de comunidad, de pertenencia, de identidad. Nacionalismos, etnicismos y religionismos son parte de este fenómeno. Algunos (los menos) pueden aferrarse al cosmopolitismo; otros, a una identidad desarraigada a la que se accede a través de Internet o de las cadenas de televisión por satélite, cable u otros sistemas. Y ahí radica el peligro de esta era y de estos medios de comunicación: se construyen identidades sin raíces. Mientras el escritor francés Régis Debray considera que uno "se deslocaliza tan rápido como se deshistoriza", el filósofo alemán Jürgen Habermas sostiene que no hay nada más peligroso que "construir el futuro como respuesta a un llamamiento cuasi mesiánico del pasado", sobre todo cuando éste es inventado.

Los nuevos medios facilitan que los emigrantes sigan en contacto con sus sociedades de origen, lo que les proporciona una multiplicidad de identidades en grupo e individuales. Frente a lo que el Nobel de Economía Amartya Sen llama la "ilusión de una identidad singular" al denunciar la "miniaturización de la gente" a través de ismos, es cada vez más habitual que las personas pertenezcan a más de una sociedad en el curso de su vida, según la Organización Internacional para las Migraciones, y tengan identidades múltiples.

EL ESPEJISMO DE LA UNIFORMIDAD
En el Tercer Mundo, alrededor de 2.500 millones de personas tienen acceso más o menos regular a la televisión. Mientras en 1991 sólo había un canal en India, ahora son centenares. En el mundo hay varios millones. La globalización, desde los 60 a los 90, fue en gran parte americanización. En los últimos años, muchos medios de comunicación se han globalizado, con lo que la occidentalización ha disminuido. Ahí están las cadenas Al Yazira (ahora también en inglés), Al Arabiya o Star TV en India. Y se da lo que el escritor tunecino Abdelwahab Meddeb llama la "paradoja egipcia": a medida que la sociedad se americaniza (a través de la incitación al consumo y a lo mediático), la búsqueda de lo específico gana intensidad y se ve favorecida por estos medios, que expresan la diferencia y la transmiten.

La tecnología produce el espejismo de la uniformización cultural, cuando en realidad también favorece las diferencias. Los nuevos medios hacen posible que las distinciones sean mayores y globales e incluso inventar nuevas. La peregrinación de musulmanes a la Meca tiene una web disponible incluso en español. El sitio de la guerrilla chií libanesa Hezbolá tiene una parte en inglés, además de en árabe. La televisión marroquí se recibe en toda Europa, donde los kurdos tienen sus propios canales de televisión, docenas ya. En el propio Marruecos, la televisión más influyente es Al Yazira.

El concepto mismo de medio de comunicación de masas está cambiando. A los tradicionales se suma naturalmente Internet, pero también fenómenos como Google o Yahoo, YouTube, o incluso los SMS, los mensajes por móviles, se están convirtiendo en media. Aunque la televisión sea sobre todo icónica, no se entendería la revolución mediática olvidando otra paralela, como es la de la alfabetización a escala mundial. Hoy un 82% de los adultos del planeta están alfabetizados, frente al 52% en 1950. En realidad, estamos ante lo que el sociólogo Howard Rheingold llama un nuevo medio de organización social, con nuevos canales comunicativos y nuevos códigos. Es el planeta relacional. Pero ahora casi sin intermediarios, o con menos intermediarios en todos los órdenes.

EL PODER DEL NOSOTROS
Los nuevos medios permiten que se pongan en contacto personas con intereses comunes pero alejadas entre sí. Las minorías sumadas acaban siendo no mayorías, sino masas. Todo ello favorece la diversidad a escala global, pero también local. Los espacios internos de minorías, a menudo relegadas o socialmente excluidas, tienen sus propios canales de comunicación, desde luego en radio, a veces en la televisión e incluso en papel y en la Red. Hay mucha prensa local para inmigrantes en sus idiomas, desde el árabe al chino. Las últimas tecnologías también refuerzan las redes transnacionales entre diásporas habituales, como los chinos o los libaneses, y otras menos habituales que vienen con las nuevas migraciones.

Pero también fortalecen lo que se origina desde la propia sociedad civil, incluso desde algunas empresas. La capacidad de intercambios y coordinación se incrementa, tanto entre las organizaciones (intercambios O2O) como en las relaciones de persona a persona (P2P). Es la napsterización de la política (por utilizar el nombre de una de las primeras empresas que ideó este sistema para intercambio de música entre usuarios). Surgen comunidades y tribus virtuales. Lo ocurrido en España entre el 11 y el 14 de marzo de 2004 es quizá uno de los mejores ejemplos del cambio acaecido. Irrumpieron en la política nuevos medios de comunicación que no sustituyen a los tradicionales sino que se añaden. Por una parte, Internet y los chat; por otra, la profusión de los SMS que movilizaron a mucha gente en lo que alguno ha llamado "día de conexión" más que "día de reflexión". No fue sólo un recurso de las tribus urbanas de adolescentes. Ya antes estos nuevos medios de comunicación y organización —y el efecto multiplicador del "pásalo"— se habían dejado ver en otras movilizaciones por SMS. Por ejemplo, la que derrocó a Estrada en Filipinas en enero de 2001, cuando el presidente se consideró derribado por "un golpe de texto". Y también de Ucrania a Líbano entre 2003 y 2004. La fuerza de los pocos es también "el poder del nosotros", como lo describe el periodista de Business Week Rob Hof; es un cambio en la estructura del poder que incide en el momento de la crisis del intelectual tradicional y la conformación del intelectual digital.

En nuestros días "ser es estar conectado". Con ello se pierde capital social de un tipo determinado (contacto directo físico) y se gana de otro (contacto virtual, muy a menudo con un alcance mucho más amplio, en primer lugar, como siempre, en materias lúdicas). La gran novedad de la nueva conectividad tiene una doble dimensión: cómo desconocidos se conectan en masa. Y cómo unos pocos también pueden hacerlo, formando unos muchos.

Los nuevos medios ponen en contacto a personas con intereses comunes pero alejadas entre sí y las minorías sumadas acaban siendo no mayorías, sino masas

Siva Vaidhyanathan, autor de El anarquista en la biblioteca, un análisis de las implicaciones de las redes electrónicas P2P, señala que estamos viviendo un cambio importante: de la "oligarquía" a la "anarquía" informativa, aunque no sea una auténtica novedad, pues hubo precedentes en los chismorreos sobre la familia real durante la Revolución Francesa. También gracias a la difusión de sus mensajes por grabaciones magnetofónicas, el ayatolá Jomeini consiguió preparar la revolución islámica de 1979 en Irán.

Nicholas Negroponte acuñó hace tiempo el concepto del Diario Yo (Daily Me, que también podría llamarse TV Me o simplemente Medium Me), a saber, la capacidad de cada cual de seleccionar las noticias o el tipo de información que recibe, según sus gustos o preferencias. Esto puede llevar a la gente a encerrarse en sus propias creencias, a evitar las sorpresas que suelen brindar los medios más tradicionales, lo que favorece la diferenciación y dificulta la puesta en común de experiencias. En su libro Republic.com, Cass Sunstein alertó del peligro que supone exponerse sólo a la información que uno quiere, que se refuerza con lo que los psicólogos llaman la "propensión inconsciente a la confirmación" de nuestras preferencias políticas o de otro tipo.

Entre ellas, el hecho religioso resurge de forma predominante y vuelve a estar en el centro de muchas preocupaciones nacionales e internacionales, como no lo estaba 20 o 30 años antes. El juego entre fuerzas secularizadoras y antisecularizadoras es uno de los temas más importante de la sociología de la religión contemporánea. La teoría de la secularización inevitable está en declive, al menos de momento, frente a la desecularización del mundo, como apunta el sociólogo de la religión Peter Berger. Es una respuesta a la pérdida de horizonte, de sentido, al "vacío de los cultos seculares" de los que habló el gran literato Naipaul.

‘RELIGIONISMOS’ QUE GANAN FIELES
Más que las religiones son los religionismos y los fundamentalismos —que han adquirido, o quieren adquirir, un alcance global— los que plantean problemas. El religionismo es el intento de imponer o modelar la vida pública y la política de acuerdo a una fe o a una interpretación de ésta: el islamismo es un religionismo. De hecho, la tensión entre la religión radical y la habitual se ha dado en el seno de casi todas las tradiciones. Parten, según Naipaul, de la fantasía de la pureza religiosa, en un mundo en que "el resto estamos culturalmente mezclados". También los nacionalismos pueden, o suelen, llegar a ser fundamentalistas. El caso es que entre los fundamentalismos hay muchos religionismos.

Entre los jóvenes integristas hay un número creciente de conversos, tanto de cultura musulmana como cristiana. Los cristianos renacidos tienen su versión musulmana (Naipaul fue de los primeros en hablar, en 1981, de los born again musulmanes) y viceversa, y se convierten, de una forma radicalizada y fundamentalista, en Londres, en Hamburgo o en Bruselas. Aunque no hay que olvidar que sólo una minoría de los convertidos al radicalismo llegan al terrorismo.

En general, estas iglesias o movimientos emergentes son sumamente conservadores en lo que a la moral sexual se refiere. Pasa en el mundo musulmán y en el cristiano. En EE UU, la participación en los grupos y oficios religiosos tradicionales ha ido decayendo en favor de los no tradicionales. En Europa, al menos esa Europa creyente, hay una tendencia similar. Es significativo que, en el mundo cristiano, las confesiones que menos fieles han perdido o que más han ganado en el siglo XX son las más estrictas en términos de moral y doctrina. Por contra, las que cedieron, como la anglicana y luterana en Europa, tienen un índice más alto de deserciones que la católica o las fundamentalistas protestantes y los evangélicos en Estados Unidos. También, a la hora de acoger a la inmigración en España, estos movimientos han sido al principio más activos que la Iglesia católica, aunque ésta rectificara después.

Estos fundamentalismos y radicalismos cobran nueva fuerza y alcance gracias a la actual crisis de valores, que tiene su otro extremo en la creciente anomia, pero también a las capacidades que les brindan los nuevos medios de comunicación. El mundo actual, por todas las razones explicadas, ofrece tremendas oportunidades para diseminar este tipo de creencias. Son interpretaciones religiosas que han sabido utilizar la globalización en un momento de "diversificación de la producción religiosa" en el mundo y en muchas sociedades. El Proyecto sobre Fundamentalismos de la Universidad de Chicago, que estudia casos empíricos, observa cómo las tecnologías electrónicas, desde la televisión por satélite, cable, terrestre o local, además de Internet, aportan nuevas posibilidades para el proselitismo. Estos grupos utilizan técnicas de mercado para captar a sus seguidores en lo que el filósofo estadounidense Daniel Dennett llama "megaiglesias evangélicas de mercado en la América moderna".

En la supervivencia de confesiones o religiones también impera un cierto darwinismo social: sobreviven y se multiplican las que mejor se adaptan (es decir, aquellas que tienen más capacidad de lograr conversos y retener su lealtad). Sus técnicas de marketing, su música, su sentido comunal y colectivo o el uso de la televisión por los telepredicadores están mejor adaptados a las nuevas demandas. También hay telepredicadores famosos en el islam, como Yusuf al Qaradawi desde Qatar. Hay menos intermediarios. Ya lo afirmaba la revista Time en junio de 2003: "God has gone user-friendly" (Dios se ha hecho fácil para el usuario). En España, hace unos años que telepredicadores, al principio traducidos de la versión americana y luego en castellano, hicieron su aparición en algunas televisiones locales.

No es ni será fácil gestionar esta diversidad atomizada. La civilización, escribió Goethe, es "un permanente ejercicio en el respeto. El respeto a lo divino, a la Tierra, al prójimo y, por ende, a nuestra propia dignidad". La idea del respeto es más prometedora que la de tolerancia. Para ello, hay que partir del reconocimiento del otro, de los otros, y conversar con todos, incluso los que parecen pocos. Hablar por hablar se dirá. No es poco. Conversar sobre las diferencias, desde las diferencias, y, sobre todo, a pesar de las diferencias, no es fácil. Pero se ha de intentar. Se trata de convivir, no de convencer y menos aún de convertir. Estamos condenados a relacionarnos, no a entendernos.

 

¿Algo más?
Andrés Ortega empezó a esbozar la tesis de la globalización de las diferencias en Horizontes cercanos. Guía para un mundo en cambio (Taurus, Madrid, 2000) y en diversos artículos, y analizó la división religiosa entre Europa y EE UU en ‘Dios, armas y ley’ en FP Edición Española (diciembre/enero 2005). Este artículo está basado en su libro La fuerza de los pocos: Cómo el mundo se está fragmentando, de próxima publicación (Galaxia Gutenberg).

Arjun Appadurai ha abordado con maestría el efecto de los grupos pequeños en Fear of Small Numbers, an Essay on the Geography of Anger (Duke University Press, Durham

North Carolina, EE UU, 2006). Peter Berger fue de los primeros en alertar del regreso de la religión en su libro The Desecularization of the World (Eerdmans, Michigan, 1999), y proporciona conceptos básicos para entender la diversidad en un mundo globalizado en su introducción a Globalizaciones múltiples: la diversidad cultural en el mundo contemporáneo (Paidós, Barcelona, 2002), del que es compilador junto a Samuel Huntington, el proponente de la teoría del choque de civilizaciones. El premio Nobel de Economía Amartya Sen en Identity and Violence (Allen Lane, Londres, 2006) alerta contra lo que llama "la ilusión del destino".

En todo este debate hay dos visiones centrales: la de los sociólogos frente a la de los antropólogos. Entre éstos cabe destacar a Richard Shweder y su obra Why Do Men Barbecue?: Recipies for Cultural Diversity (Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, EE UU, 2003). Néstor García Canclini aborda la interculturalidad en Diferentes, desiguales y desconectados: mapas de la interculturalidad (Gedisa, Barcelona, 2004) y Abdelwahab Meddeb ofrece una interesante visión del mundo musulmán en La enfermedad del islam (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2003).