Las recetas del siglo pasado han fracasado y ya se extinguen. No obstante, un nuevo ideario que promete una solución a todos los males del mundo pugna por sustituirlas. Sin embargo –al igual que el comunismo, el fascismo y los otros modelos anteriores–, la llamada “ideología del desarrollo” es un fracaso peligroso y mortal.

Un oscuro fantasma intelectual recorre el planeta. Casi tan mortífero como las agotadas ideologías del siglo pasado –comunismo, fascismo y socialismo–, esta nueva idea alimenta algunas de las tendencias más peligrosas de nuestra época, como el fundamentalismo religioso. El desarrollismo, que surgió hace medio siglo, está comenzando a prosperar.

Al igual que todos los idearios, la ideología del desarrollo promete una respuesta exhaustiva y definitiva a los problemas sociales, desde la pobreza y el analfabetismo hasta la violencia y el despotismo de algunos gobernantes. Como sus predecesoras, sugiere que sólo existe “una respuesta correcta” y apenas acepta discrepancias. De hecho, parte de una teoría general según la cual no es necesario que intervengan los actores locales para cosechar beneficios. El desarrollismo cuenta, incluso, con su propio grupo de inteligencia, formado por especialistas del Fondo Monetario Internacional (FMI), del Banco Mundial (BM) y de Naciones Unidas.

Que esta concepción tenga tanta fuerza resulta desalentador, ya que el fracaso de las anteriores experiencias similares podría haber establecido las bases para lo contrario del dogmatismo: la libertad de los individuos y las sociedades para elegir su destino. Sin embargo, desde la caída del comunismo, Occidente no ha conseguido pasar del fracaso a la victoria, con resultados catastróficos.

Asimismo, este recetario socioeconómico ha desencadenado una reacción plagada de riesgos. La “única respuesta correcta” se ha entendido como libre comercio y, para el Tercer Mundo, supuso hacer lo que decían el FMI y el BM. Pero la respuesta en África, Asia Central, Latinoamérica, Oriente Medio y Rusia ha sido luchar contra el libre mercado. De esta forma, uno de los mejores planes de nuestra época –la libertad de comercio– se presentó de una de las peores formas posibles, con intrusos no elegidos, que imponen doctrinas estrictas a los reticentes xenófobos.

La contestación ha sido tan dura que otras apuestas perdedoras vuelven a ganar partidarios en estas regiones. En Nicaragua, por ejemplo, las modificaciones estructurales realizadas por el Fondo Monetario y el Banco Mundial naufragaron de una manera tan clara que, en comparación, el lamentable régimen sandinista de los 80 resulta atractivo. Su líder, Daniel Ortega, ha vuelto al poder.

Las acciones llevadas a cabo por el FMI durante la crisis económica argentina de 2001 resuenan media década más tarde, en la figura del intransigente líder venezolano Hugo Chávez, que ha sido recibido con los brazos abiertos en Buenos Aires. En Bolivia, aquellos estrictos directivos de las instituciones financieras internacionales abonaron el suelo para que creciera el presidente neosocialista del país, Evo Morales.

El resultado de todo esto ha sido decepcionante: los ocho préstamos para realizar modificaciones estructurales en Zimbabue y los 8.000 millones de dólares (6.000 millones de euros) destinados a ayuda extranjera durante los 80 y 90 contribuyeron a que el presidente Robert Mugabe pudiera llevar a cabo un ataque sanguinario contra la democracia. La aplicación por parte del FMI y del Banco Mundial de la terapia de choque económica de Jeffrey Sachs en la antigua Unión Soviética ha generado una gran nostalgia por el comunismo. En Oriente Medio, los 154.000 millones de dólares destinados a estas ayudas entre 1980 y 2001, los 45 préstamos para modificaciones estructurales y el asesoramiento “experto” produjeron un aumento del PIB per cápita igual a 0, que allanó el terreno al fundamentalismo islámico. Esta desinformación contra la globalización desde arriba se ha extendido a cada rincón de la Tierra. Y ahora amenaza con eliminar aquel camino moderado que pretendía una mayor libertad de movimiento de bienes, ideas, capitales y personas.

EL ‘POLITBURÓ’ DEL DESARROLLO

La ideología del desarrollo no trata sólo de que los expertos diseñen un libre mercado, sino también un plan técnico capaz de resolver los problemas de los pobres. Estos especialistas consideran que la miseria surge de un desfase tecnológico, cuyo antídoto se encuentra en la ingeniería y en las ciencias naturales, sin tener en cuenta otras disciplinas como la economía o la sociología.

El economista de la Universidad de Columbia Jeffrey Sachs, uno de los principales creadores del desarrollismo, se afana en la actualidad en reciclar su terapia de choque con resultados de un día para otro (una liberalización económica radical que se hundió en Rusia), convirtiéndola en promesas de reducción de la pobreza de un día para otro. “Los problemas de África se pueden solucionar con tecnologías prácticas y probadas”. Así, su plan consagra la intervención de cientos de expertos para erradicar todas las preocupaciones de los pobres: desde el abono verde hasta los programas de educación sobre la lactancia, pasando por las bicicletas o los sistemas de energía solar. Todo esto se conseguirá, según Sachs, gracias a “un equipo formado por los países de Naciones Unidas (…) del FMI y del Banco Mundial”.

La desinformación contra la ‘globalización desde arriba’ se ha extendido a cada rincón de la Tierra

De este modo, la preocupación que han mostrado los países ricos ante las miserias del mundo pobre pretende aumentar la burocracia internacional, es decir, el autoproclamado clero del desarrollo. Al igual que otras ideologías, este pensamiento favorece objetivos comunes como el crecimiento nacional, además de alentar los Objetivos de Desarrollo del Milenio, basados en las aspiraciones de cada individuo. Los burócratas que establecen estos marcos están por encima de las personas que palían esta situación en la práctica, a través de la apertura de un negocio. Así como los marxistas fomentaron la revolución mundial, el desarrollismo considera más importantes los objetivos globales que la autonomía de las sociedades para elegir su propio camino. Apoya abstracciones doctrinarias como las “políticas amistosas con el mercado”, “un ambiente de inversión favorable” y “estrategias de globalización a favor de los pobres”.

Por otro lado, este punto de vista tiene otra característica en común con el marxismo: pretende científico. El hecho de buscar una única respuesta correcta a la pobreza se considera un problema científico que tendrán que solucionar los expertos. Siempre seguros, rechazan con vehemencia el desacuerdo y luego modifican sus diagnósticos. psiquiatría, esto se conoce como “trastorno límite de la personalidad”, pero para los especialistas en desarrollo, sin embargo, es un estilo de vida.

En un primer momento la respuesta fue la inversión en ayudas económicas y la industrialización en Estados desfavorecidos; la siguiente estribó en política de reforma del mercado; posteriormente se optó por arreglar los problemas institucionales como la corrupción y, más tarde, por la globalización; para terminar adoptando la estrategia de reducción de la pobreza, y finalmente alcanzar los Objetivos del Milenio.

Uno de los motivos por los que las respuestas varían constantemente se debe a que los países de crecimiento siguen una variedad apabullante de caminos hacia el desarrollo y cambian de forma continua, década tras década. Observe, sin ir más lejos, los contrastes entre algunos Estados desarrollistas prósperos, como entre China y Chile, Botsuana y Singapur, o Taiwan y Turquía. ¿Y qué hay de aquellos países que intentaron seguir el éxito de estos modelos y fracasaron? ¿Y de los que tuvieron éxito y ahora viven malos tiempos, como Costa de Marfil? ¿Y México, que creció rápidamente hasta los 80, y luego aminoró el ritmo a pesar de aceptar las reformas?

Los expertos del politburó del desarrollismo no se preocupan por estas cuestiones. Todas las respuestas anteriores eran las correctas; sólo faltaba incorporar otra “condición necesaria” que acaban de añadir a la lista. Al igual que todas las anteriores, esta ideología es demasiado estricta para prever lo que funcionará en un mundo caótico y, sin embargo, su (cierto grado de) flexibilidad no le permite huir de la falsificación de la realidad. La jerarquía del desarrollismo –el Banco Mundial– ha garantizado que no podrá equivocarse nunca y ha declarado que “políticas distintas pueden dar lugar a resultados iguales, y políticas iguales pueden dar lugar a resultados distintos, dependiendo del marco institucional de cada país y de las estrategias de crecimiento subyacentes”. Desde luego, seguirá siendo imprescindible la figura de un analista para que estudie las estrategias y los contextos.


LA RESITENCIA ES INÚTIL

Aún más hipócrita puede resultar la sencilla teoría desarrollista basada en la inevitabilidad histórica. Las sociedades más pobres no son tales, según los expertos, sino que están en fase de progreso, hasta que alcanzan la última etapa de la historia, o sea, el desarrollo. Los especialistas miden a todas las sociedades con un baremo, la renta per cápita, según el cual los países superiores muestran a los inferiores la imagen de su futuro.

Y los adalides de esta corriente menosprecian a quienes se resisten a este inevitable proceso. Uno de los mayores desarrollistas de nuestros días, Thomas Friedman, columnista de The New York Times, no puede evitar reírse de aquellos que luchan contra el devenir histórico. “Si usted es México”, escribió Friedman, “y es conocido por ser un país industrial con salarios bajos, y algunos de sus habitantes están importando de China estatuillas de su santo patrón, puesto que este país puede fabricarlos y transportarlos a través del Pacífico más baratosque usted (…), tiene un problema. La única manera de que México pueda desarrollarse es mediante una estrategia de reforma (…), cuanto más tiempo se quede sentado sin hacer nada, más probabilidades tendrá de caer”. Parece que Friedman ignora que México, lejos de Dios pero cerca de los expertos estadounidenses, se ha esforzado más que China en ejecutar esas reformas.

Esta escuela de pensamiento tiene tanta seguridad en sí misma que incluso abusa de aquellos que aceptan sus estrategias. Este año, por ejemplo, Ghana celebró su 50º aniversario como el primer país del África negra que consiguió la independencia. Algunos donantes internacionales le dijeron al independiente Ejecutivo de Ghana, según el Banco Mundial: “Nosotros nos comprometemos a actuar lo mejor posible para hacer que vuestras vidas sean más fáciles a la hora de gobernar vuestro país”. Uno de los aspectos que os allanarán el camino será que gobernarán por vosotros, parecen sugerir.

Estas ideas se caracterizan por su pésima ejecución a la hora de espolear el progreso en otras naciones. Aquellas zonas en las que esta ideología ha tenido mayor acogida –Latinoamérica y África– son las más desfavorecidas. Mientras tanto, las que ignoraron a los desarrollistas encontraron sus propios caminos para alcanzar el progreso. Los países que han tenido más éxito en los últimos cuarenta años lo consiguieron de formas tan variadas y distintas que sería difícil de argumentar si descubrieron o no esa “respuesta correcta”.

De hecho, cabe destacar que en muchas ocasiones no respetaron las indicaciones de los expertos de la época. Como muestra, un botón: los tigres del Sureste asiático, por ejemplo, eligieron llevar a cabo por sí mismos una orientación hacia el exterior en los 60, mientras que la sabiduría tradicional marcaba que se debía llevar a cabo una industrialización interior. El despegue que ha experimentado China en el último cuarto de siglo comenzó cuando ni el Consenso de Washington de los 80 ni el institucionalismo democrático de los 90 lo consideraba un modelo a seguir, y cuando se tomaban medidas contra la corrupción.

¿Por qué tiene seguidores el desarrollismo a pesar de su pésima trayectoria? Los idearios suelen surgir como respuesta a una situación trágica en la que los individuos están ávidos de encontrar soluciones claras y definitivas a su situación. El marxismo surgió de la desigualdad existente durante la Revolución Industrial, la rama leninista nació del atraso vivido en Rusia y la derrota y el desencanto que sufrió Alemania en la Primera Guerra Mundial dio lugar al nazismo. Las dificultades económicas, junto con las amenazas contra la identidad, desembocaron en un fundamentalismo islámico y cristiano. Asimismo, esta ideología atrae a quienes buscan una respuesta definitiva a la tragedia de la pobreza y la desigualdad en el mundo. Responde a la pregunta “¿qué hacer?”, tomando prestado el título de una de las obras de teoría política que escribió Lenin en 1902. Destaca que los problemas comunes de las sociedades tendrán que solucionarse con un sistema verticalista dirigido por los intelectuales, la vanguardia revolucionaria y los expertos en desarrollo. Según explica Sachs, “tenemos en nuestras manos el increíble poder de terminar con el sufrimiento masivo de los más pobres (…), aunque los manuales introductorios a la economía preconicen el individualismo y los mercados descentralizados, nuestra seguridad y desarrollo dependen al menos de las decisiones comunes”.

LIBERAR A LOS POBRES

Pocos se dan cuenta de que Estados Unidos en 1776 tenía el mismo nivel de renta que la cifra media de África en la actualidad. Sin embargo, al igual que todos los Estados avanzados, tuvo la fortuna de huir de la pobreza antes de que existiera el desarrollismo. Según la ex subdirectora del FMI, Anne Krueger, el progreso de los países ricos “simagosto| plemente ocurrió”. George Washington no tuvo que negociar con socios de programas de ayuda ni adaptarse a sus sistemas ni preparar la documentación necesaria para llevar a cabo políticas para la reducción de la pobreza. Abraham Lincoln no celebró un gobierno de los donantes, por los donantes y para los donantes. Los países actualmente desarrollados tuvieron la libertad de experimentar por sí mismos las rutas hacia una mayor responsabilidad y unos mercados más libres.

El individualismo y la descentralización mercantil produjeron un caldo de cultivo perfecto para la penicilina, el aire acondicionado y el coche, sin mencionar una mejor calidad de vida, la disminución de la mortalidad y el iPod. De este modo, la única vía para atajar la pobreza es la autonomía para decidir las respuestas. Las sociedades y los individuos que cuentan con libertad no tienen garantizado el éxito: puede que hagan malas elecciones, pero al menos podrán asumir las consecuencias de sus errores, y aprender de ellos. De hecho, lo contrario a la economía del desarrollo no es el todo vale sino los usos pragmáticos, los precios rentables y la restricción de presupuestos.

Por ello, el desarrollismo tendría que embalarse en cajas y mandarse al Museo de las Ideologías Muertas, justo en la sala del comunismo, socialismo y fascismo. Ya es hora de reconocer que el intento de imponer una ideología estricta de desarrollo en los países pobres ha fracasado de forma estrepitosa. Afortunadamente, muchas sociedades pobres ya están forjando su propio camino hacia una mayor libertad y prosperidad. Así es como ocurren las verdaderas revoluciones.

 

¿Algo más?
Entre las obras anteriores de William Easterly sobre el desarrollo global y la reducción de la pobreza se encuentra The White Man’s Burden: Why the West’s Efforts to Aid the Rest Have Done So Much Ill and So Little Good (Penguin Press, Nueva York, 2006). En ‘La pesadilla utópica’ (FP edición española, octubre/noviembre, 2005), el autor cuestiona las utopías de los economistas, los políticos y las estrellas del rock.Jeffrey Sachs ofrece una fórmula para resolver el problema de la miseria a escala global en El fin de la pobreza: cómo conseguirlo en nuestro tiempo (Debate, Barcelona, 2005). Para conocer la filosofía del Banco Mundial y sus funciones, consulte el estudio realizado por Dani Rodrick ‘Goodbye Washington Consensus, Hello Washington Confusion? A Review of the World Bank’s Economic Growth in the 1990s: Learning from a Decade of Reform’ (Journal of Economic Literature, diciembre de 2006). En el libro de Isaiah Berlin Political Ideas in the Romantic Age: Their Rise and Influence on Modern Thought (Princeton University Press, Princeton, Estados Unidos, 2006) se diseccionan las ideologías del siglo pasado.