La persecución se adentra en el siglo XXI y se ensaña con credos apenas conocidos, pero también con las grandes religiones globales en lugares donde son minoritarias. A toda fe le acompaña el hostigamiento en unos países u otros, y las que figuran a continuación son actualmente algunas de las más castigadas.

Musulmanes ahmadís rezando en la Mezquita Ahmadía de Londres. (Dan Kitwood/Getty Images)
Musulmanes ahmadís rezando en la Mezquita Ahmadía de Londres. (Dan Kitwood/Getty Images)

Ahmadismo

Los seguidores de la rama ahmadía del islam son considerados herejes por reconocer como profeta definitivo a Mirza Ghulam Ahmad, quien creó este movimiento religioso en la India del siglo XIX. Pakistán, el país con mayor número de ahmadíes, eliminó sus derechos religiosos en 1970, cuando el primer ministro Zulfikar Alí Bhutto enmendó la Constitución y les robó su condición oficial de musulmanes. Como resultado de esa persecución, muchos han huido del país y se han dispersado por el mundo. Además de verse privados de poder llamar mezquitas a sus lugares de culto, de participar en la peregrinación a La Meca o de ocupar escaños destinados a las minorías religiosas, muchos ahmedíes han sido asesinados. Uno de los ataques más graves tuvo lugar en 2010, cuando 94 de sus miembros perdieron la vida.

En Indonesia, donde también sufren la persecución, ha tenido lugar un hecho contestatario relevante; la congregación ahmadí del país anunció recientemente que iba a denunciar al alcalde de una localidad por cerrar una de sus mezquitas, lo que implica un desafío sin precedentes y podría brindar un cauce reivindicativo para otras minorías religiosas oprimidas en Indonesia. Pero la persecución contra los ahmadíes resuena incluso en los países a los que emigran para disfrutar de su libertad religiosa, ya que algunos musulmanes del Reino Unido han tratado de boicotear a los ahmadíes afincados en ese país.

 

Bahaísmo

La fe bahaí considera a Bahá’u’lláh como el último mensajero en una línea evolutiva que incluye a Abraham, Krishna, Zoroastro, Moisés, Buda, Cristo y Mahoma, y su mensaje es la unidad de Dios y las distintas religiones. Sin embargo, sus pretensiones unificadoras no han salvado a los bahaíes de sufrir una intensa persecución, sobre todo en Irán, donde surgió esta fe y reside una de sus mayores comunidades bahaíes del mundo. Al contrario que otros credos como el judaísmo o el cristianismo, que gozan de protección constitucional en el país persa, Irán no reconoce el bahaísmo y considera a sus miembros apóstatas del chiísmo. Así, sus derechos se han visto negados, y sus miembros han sido víctimas de asesinatos y torturas.

Muchas voces se han elevado contra el bahaísmo también en Irak, acusando a sus miembros de ateos y sionistas. La ira que se vierte contra ellos no es tanto una propensión generalizada de la población, como un argumento fabricado desde las élites políticas y religiosas para desacreditarlos. Esta tendencia no tiene visos de remitir, sino que se renueva: el pasado 30 de julio, el Líder Supremo iraní, Alí Jamenei, lanzó un edicto en el que ordenaba evitar todo contacto con los bahaíes. No obstante, otros edictos pronunciados recientemente desde los baluartes chiíes de Qom (Irán) y Nayaf (Irak) instan al menos a respetar los derechos de los bahaíes como ciudadanos. Mientras esperan a que se les reconozca y a que se les restituyan sus propiedades confiscadas, los bahaíes se rigen por la idea de la otra mejilla que también prescribe su fe: responder al odio con amor.

 

Chiísmo

Los chiíes, seguidores de Alí, a quien consideran el único sucesor legítimo de Mahoma, son objeto de una encarnizada persecución por parte de algunos miembros de la rama mayoritaria del islam, la suní. Considerados herejes por esta corriente principal, los chíies viven en la actualidad una etapa especialmente oscura. El epicentro de la violencia es Irak y, aunque seguidores de ambas corrientes han agredido a miembros de la otra, es la sangre chií la que ha corrido en mayor abundancia. El pasado mes de julio, el país árabe registró un aumento de los ataques contra chiíes que se saldó con más de mil muertos. También es grave la situación en Pakistán, escenario de una continua matanza de chiíes por parte de grupos radicales suníes; tan intensa es la persecución que sufren, y tan grande es la pasividad o impotencia de las autoridades para impedirlo, que algunos analistas denuncian que los chiíes sólo van a poder vivir en enclaves exclusivos o directamente huir al extranjero.

En otros países son víctimas de una fuerte opresión política, en lugar de ser el objetivo de ataques insurgentes. Es el caso de Bahréin, donde dos tercios de la población es chií, pero el régimen se encuentra en manos de un férreo régimen suní apadrinado por Arabia Saudí. No en vano, las rebeliones populares de la particular Primavera Árabe de Bahréin han tenido una marcada dimensión religiosa, al ser protagonizadas por chiíes que reclaman más derechos, y aplastadas implacablemente por las fuerzas de seguridad del Estado suní.

 

Cristianos pakistaníes en la puerta de una Iglesia católica tras un ataque de manifestantes musulmanes. (Farooq Naeem/AFP/Getty Images)
Cristianos pakistaníes en la puerta de una Iglesia católica tras un ataque de manifestantes musulmanes. (Farooq Naeem/AFP/Getty Images)

Cristianismo

Diversos grupos cristianos, e incluso gobernantes como Angela Merkel, han dado la voz de alarma: en su opinión, el cristianismo es la religión más perseguida. Hay abundante documentación respaldando esas preocupaciones y aportando datos sobre una cristianofobia emergente. La base de este alarmismo se concentra fundamentalmente en Oriente Medio, donde la persecución que sufren los cristianos amenaza con extirparlos de su entorno bíblico originario. El motivo aducido es la progresiva islamización de la zona tras los cambios de régimen político en países como Egipto, así como al caos bélico en Siria, donde la cuantiosa minoría cristiana solía vivir cómodamente bajo Bashar Al Asad. La persecución contra los cristianos también tiene una dimensión política en Egipto, donde la minoría copta ha sufrido ataques por considerársela contraria a los Hermanos Musulmanes.

Otro de los países en los que más sufren los cristianos es Irak, donde su número ha descendido desde 1,2 millones en los 90, a unos 350.000 en la actualidad. En Pakistán, los cristianos padecen las leyes contra la blasfemia del país, y en 2011 vieron cómo el católico Shabbaz Bahtti, ministro encargado de las minorías, fue asesinado por su oposición a la mencionada normativa. En Nigeria, al menos mil cristianos fueron asesinados el año pasado, fundamentalmente por los radicales islámicos de Boko Haram. Sin embargo, los cristianos también sufren persecución en países de mayoría no islámica, como India, donde han padecido violentos ataques y son acusados de proselitismo colonialista, o China, donde el cristianismo es visto por las autoridades como una herramienta para el derrocamiento del comunismo.

 

Islam

Desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, el acoso al islam se ha intensificado. Los países occidentales recelan del cada vez mayor número de musulmanes en sus fronteras y adoptan medidas discriminatorias contra ellos, hasta el punto de que Amnistía Internacional denunció recientemente en un informe la marginación cultural, laboral y educativa que sufren los musulmanes, así como el atentado a los derechos religiosos que supone la prohibición de usar atuendo islámico en edificios públicos. El cerco a los musulmanes no se limita a Occidente: China se parapeta en la permisividad internacional para hostigar a su minoría islámica en la provincia de Xinjiang, y en India se perfila como líder de la oposición un gobernante vinculado a las masacres de musulmanes de Gujarat en 2002.

La persecución política engendra persecución popular, y viceversa. La comunidad islámica estadounidense teme represalias por los actos aislados de radicales que actúan en nombre del islam dentro y fuera del país (este temor ha llegado a cobrarse víctimas de otras minorías religiosas, como los seis sijs que fueron tiroteados por un islamófobo que los confundió con musulmanes). En 2009, los ciduadanos suizos se expresaron vía referéndum sobre la construcción de minaretes en las mezquitas helvéticas, y la conocida respuesta fue un rotundo no. A día de hoy, los musulmanes más perseguidos por miembros de otros credos son los rohingyas, un pueblo sin Estado que se ha enfrentado en una guerra religiosa a la mayoría budista en el oeste de Myanmar (antigua Birmania); al menos 12.000 de ellos han abandonado la zona después de que varios de sus poblados hayan sido arrasados.

 

Manifestantes libios protestan contra la presencia de judíos en el país. (Marco Longari/AFP/Getty Images)
Manifestantes libios protestan contra la presencia de judíos en el país. (Marco Longari/AFP/Getty Images)

Judaísmo

El antisemitismo ha conseguido adaptarse a los nuevos tiempos, con su retórica convertida en sello de identidad de gobiernos que se oponen a las políticas occidentales. Uno de los epicentros del discurso antisemita es Irán, y en especial la pasada Administración del presidente Mahmud Ahmadineyad, cuya amenaza de borrar a Israel del mapa en 2005 dio la vuelta al mundo. La caída de regímenes autoritarios y relativamente conciliadores con los judíos en Oriente Medio con la Primavera Árabe también ha hecho emerger un mayor antisemitismo político. El propio ex presidente egipcio Mohammed Morsi ha lanzado consignas contra los judíos para granjearse apoyo y votos; en Túnez, la caída del régimen de Ben Alí también ha dado alas antisemitas a los extremistas.

La oposición al Estado de Israel es el germen principal del antisemitismo, que se ha manifestado en la cúspide política de latitudes geográficas muy diferentes. En Venezuela, el líder de la oposición, Henrique Capriles, que tiene antecesores judíos, ha sido objeto de insultos antisemitas. Los judíos europeos han sufrido ataques a cargo de la ultraderecha xenófoba húngara, mientras que el año pasado en Francia un exaltado asesinó a un rabino y a sus hijos. La persistencia del judaísmo como chivo expiatorio lleva incluso al fenómeno del antisemitismo en países con mínima presencia judía. Tal es el caso de Malasia, donde se tiende a culpar a los judíos por los problemas del país. En Polonia, donde sólo quedan alrededor de 8.000 (frente a los más de tres millones antes del Holocausto), a casi la mitad de los jóvenes les disgustaría tener un vecino judío. Si bien la mayor parte del antisemitismo contemporáneo es retórico, a veces deriva en hechos consumados, como los padecidos por la cada vez más acosada comunidad judía de Yemen. Sus ínfimos números se ven cada vez más mermados por el acoso local y por las operaciones de traslado a terreno seguro acometidas por organizaciones judías y por el propio Estado de Israel.