Algunas de las que en su día se consideraron inminentes catástrofes medioambientales parecen ahora recuerdos de una época pasada. Ya sea porque el problema se ha solucionado, la opinión pública ha perdido interés o porque en realidad nunca hubo demasiado que temer, a veces las grandes preocupaciones simplemente se desvanecen

 

El ‘agujero’ de la capa de ozono

¿Cuál era el problema? Los científicos llevaban años advirtiendo de que los clorofluorocarbonos (CFC), utilizados en los sistemas de refrigeración y en los sprays, podían destruir la capa de ozono que envuelve la Tierra y absorbe los peligrosos rayos ultravioleta. Estaban en lo cierto, pero hubo que esperar al descubrimiento del agujero sobre la Antártida en 1985 para que este “megaproblema” –como lo calificó la Agencia de Protección Ambiental de EE UU (EPA, en sus siglas en inglés)– saltase a la luz pública. Las graves advertencias sobre sus consecuencias, sobre todo el aumento del cáncer de piel, hicieron que los gobiernos tomasen medidas contra los CFC a escala mundial

¿Que pasó? Se está solucionando. Desde que en 1987 se firmó el Protocolo de Montreal, que restringe duramente el uso de los CFC, el agujero ha dejado de crecer e incluso podría estar reduciéndose. Se espera que pueda cerrarse del todo dentro de 60 años. Un estudio reciente también muestra que la recuperación de la capa de ozono podría ayudar a retardar los efectos del calentamiento global en la Antártida.

¿Podría resurgir? No parece probable, mientras la prohibición de los CFC siga en vigor. Sin embargo, puede que los productos químicos que los han sustituido tengan sus propios efectos negativos sobre el medioambiente.

La ‘lluvia ácida’

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¿Cuál era el problema? Se denomina lluvia ácida a cualquier tipo de precipitación con altas concentraciones de ácido nítrico y sulfúrico. Su origen está en la quema de combustibles fósiles, especialmente carbón y gasolina. Puede perturbar los ecosistemas acuáticos, los árboles y el suelo, e incluso corroer edificios y monumentos. Este fenómeno de nombre aterrador acaparó con frecuencia titulares durante los 80 y principios de los 90.

¿Qué pasó? En su mayor parte está mejorando. En la actualidad, el uso generalizado de convertidores catalíticos en los coches y la introducción de tipos de carbón más limpios y de gas natural han ayudado a reducir los niveles de acidez en Europa y Norteamérica. La EPA prevé que en un breve plazo los efectos de la lluvia ácida en el noreste de EE UU casi desaparezcan, gracias a la ley de aire limpio (Clean Air Act) que se aprobó en 1990. En Europa, se ha reducido en un 73% desde 1980.

¿Podría resurgir? Por supuesto que sí. El sector de la navegación internacional sigue usando combustibles con alto contenido en azufre, pero el mayor contaminador es China, donde las fábricas y las centrales eléctricas siguen quemando carbón en cantidades alarmantes. En 2006 se estimó que la tercera parte del territorio del gigante asiático estaba afectado por la lluvia ácida. Los países vecinos también están sufriendo los efectos

Salvar a las ballenas

¿Cuál era el problema? Quizá ningún otro tema medioambiental ha captado tanto la atención de la opinión pública como la difícil situación de las ballenas. La caza abusiva, la perturbación de sus fuentes de alimento y el calentamiento global diezmaron sus poblaciones durante el siglo XX. En los 60, el número de ballenas jorobadas cayó por debajo de los 2.000 ejemplares. Las especies antárticas fueron casi exterminadas. La Comisión Ballenera Internacional prohibió su caza en 1986, pero su práctica ilegal continúa. Japón sigue con su polémica caza científica, que se cobra unas 600 al año.

¿Qué pasó? Algunas especies están recuperandose. La población de ballena jorobada ha crecido hasta alcanzar unos 20.000 ejemplares, y la de ballena azul ahora está en torno a los 1.500. A otras especies no les ha ido tan bien. Aunque la ballena gris del Pacífico ha salido de la lista de especies en peligro, su población ha sufrido un repunte de la mortalidad, posiblemente debido al calentamiento global. A pesar de los intensos esfuerzos por protegerla, la ballena gris del Atlántico Norte no se han recuperado, sobre todo a causa del tráfico marítimo y las redes de pesca en su hábitat. Sólo quedan con vida unas 300. “Salvemos a las ballenas” fue un eslogan con gancho durante los inicios del movimiento ecologista en los 70, pero el interés de la opinión pública ha disminuido a medida que protegerlas ya no era tanto una cuestión de bloquear a los barcos balleneros como de afrontar otros problemas medioambientales de mayor calado.

¿Podría resurgir? Qué se apuesta. Como las poblaciones de ballena jorobada y azul se han recuperado, países como Japón e Islandia están presionando para que se levante la prohibición internacional. Si se retomase la caza a una escala cercana a la que había antes, podría resultar catastrófica para especies que apenas están empezando a recuperarse.

Alimentos modificados genéticamente

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¿Cuál era el problema? Desde que en los 90 llegaron al mercado, los alimentos Frankenstein han puesto muy nerviosa a mucha gente. Se trata de productos creados mediante la modificación artificial o la inserción de ADN de otra especie en los genes de un organismo. Las empresas productoras de alimentos utilizan estas modificaciones genéticas para incrementar la cosecha o aumentar la resistencia frente a insectos o virus. Especialmente en Europa, se han vigilado por los temores acerca de su peligrosidad y sus efectos medioambientales. En toda la UE siguen en vigor fuertes restricciones. En Estados Unidos nunca ha habido un rechazo tan fuerte por parte de la opinión pública, pero algunos ecologistas siguen exigiendo que los productos modificados genéticamente se etiqueten, como mínimo.

¿Qué pasó? En tres palabras: crisis de alimentos. Con los precios de la comida por las nubes en todo el mundo, los gobiernos escépticos cada vez tienen más difícil justificar sus restricciones a una tecnología que podría aliviar en gran medida el hambre. El cambio ha sido evidente en el mundo en desarrollo, donde el número de países que cultivan especies GM ha superado al de los países ricos. Incluso en la hostil Europa, el viento puede estar cambiando de dirección. En 2007, seis países del Viejo Continente plantaron cultivos modificados genéticamente por primera vez, y hace poco el primer ministro británico, Gordon Brown, sugirió que la Unión reconsiderase su postura sobre la modificación genética, en vista de la escalada del precio de los alimentos.

¿Podría resurgir? Nunca ha remitido del todo. Ningún científico ha podido demostrar que los alimentos modificados genéticamente conlleven riesgos para la salud, pero países como Francia y Austria siguen desconfiando de esta tecnología. Organizaciones ecologistas como Greenpeace y Amigos de la Tierra continúan oponiéndose a cualquier relajación de la postura de la UE.