El 8 de febrero, la ministra española de Economía, Elena Salgado, visitó la sede de The Financial Times en Londres. Fue una visita oportuna. España estaba pasando una mala semana en los mercados de valores internacionales, en medio de preocupaciones de que los problemas de Grecia para pagar su deuda pudieran extenderse a otros países del sur de Europa. Los mercados, como hacen siempre, estaban poniendo a prueba la capacidad de resistencia de la economía española mediante presiones sobre los precios de los valores. La prensa económica mundial vigilaba atentamente la situación. ¿Era España la próxima Grecia? Algunos columnistas y editorialistas (especialmente en el FT) dudaban de que España pudiera capear el temporal. Los incrédulos, al menos a corto plazo, se equivocaban. La presión sobre la deuda española cedió, y los mercados empezaron a poner a prueba otros mercados, el último de ellos Reino Unido.

Lo que fue extraordinario aquel día para los redactores del FT no fue la visita de Salgado. Los ministros europeos de Economía, por razones que no hace falta explicar, visitan habitualmente la redacción del periódico. Lo excepcional fueron las cámaras de televisión españolas que aguardaban en el exterior para captarla. “Varios equipos de televisión con los que conversé… pensaban que era todo un acontecimiento que una ministra visitara la redacción de un periódico, no lo veían como el hecho cotidiano que en realidad es”, comentó el bloguero del FT James Mackintosh. Los redactores acababan de descubrir algo que quienes trabajamos en España como corresponsales comprendimos hace mucho. A los españoles les preocupa muchísimo lo que se dice de ellos en el extranjero. O, para ser más precisos, son muy sensibles a las críticas. Una opinión dura sobre España en el FT o en The Economist ocupa titulares en Madrid. Eso no ocurre en París ni en Berlín.

Las críticas en la prensa extranjera parecen provocar una unidad poco frecuente. Cuando las publicaciones de toda Europa, incluido The Economist,  especularon que la actual presidencia española de la UE iba a resultar poco estimulante, muchos lo consideraron un insulto nacional. Pensaron que las críticas al Gobierno eran críticas a España, pese a que es evidente que son dos cosas distintas. Esa reacción fue un impedimento para tener un debate más fructífero. Impidió que la gente se preguntara por qué los periódicos europeos (o, más importante aún, sus fuentes en Bruselas) eran tan escépticos ante la presidencia de Zapatero (en mi opinión, había tres razones: el escaso perfil internacional de Zapatero, especialmente en Bruselas; las continuas acusaciones de “improvisación” que hacían contra él los medios españoles, y el hecho de que varios expertos españoles en política exterior estaban muy dispuestos, en privado, a decir que el Gobierno estaba muy mal organizado para la presidencia).

Algunos comentaristas españoles ven una incipiente batalla nacional. Para ellos, es un problema de Gran Bretaña (o los “anglosajones”) contra España, y los críticos del FT y The Economist actúan, al parecer, movidos por un desdén histórico y arraigado respecto a España. Se ha hablado de la reaparición de la leyenda negra, como si el reloj hubiera retrocedido al siglo XVII. Esta actitud indica un desconocimiento crónico sobre cómo trabaja la prensa anglosajona, en especial, su sólido plantel de comentaristas. He aquí, como ejemplo, una versión ligeramente adaptada de una reciente columna del FT: “Los fundamentos económicos del país son peculiarmente horribles. En relación con la deuda y los déficit públicos, las verdaderas circunstancias fiscales son tan malas como las de Grecia… La debilidad fiscal es en gran parte culpa del Gobierno, no resultado de la crisis financiera ni la contracción mundial… Eso hace que sea especialmente vulnerable”. ¿Otro ataque a España? No. Era un artículo sobre el Reino Unido. Es decir, los columnistas del FT no se callan ni reservan su peor bilis para España.

Todo esto sería anecdótico si no fuera por el entusiasmo del Gobierno español por las teorías de la conspiración. José Blanco, ministro de Fomento, afirmó que “nada de lo que está ocurriendo en el mundo, incluidos los editoriales de periódicos extranjeros, es casual o inocente”. Las teorías de la conspiraciónpueden ser útiles ante la opinión pública nacional, pero aumentan el escepticismo en todos los demás países. Pocas cosas han hecho más daño a la reputación del Gobierno español en la prensa internacional que una información reciente en El País, el 14 de febrero. “El Centro Nacional de Inteligencia (CNI)… indaga si los ataques de los inversores y la agresividad mostrada por algunos medios de comunicación anglosajones obedece a la dinámica del mercado… o si hay algo más detrás de esa campaña”. La idea de que los servicios de inteligencia españoles pudieran estar investigando la prensa extranjera provocó incredulidad e hilaridad. “Todavía no se ven señales de los agentes secretos españoles en la oficina de The Economist en Bruselas, aunque me parece haber visto a un nuevo cartero en el piso de abajo, así que nunca se sabe”, bromeaba Charlemagne, la influyente firma de la revista económica, hace poco en su blog.

Ello no quiere decir que se equivoquen quienes advierten un escepticismo creciente sobre Zapatero en la prensa económica anglosajona. Y tampoco niego que los comentaristas de Bruselas y de Londres a veces interpreten mal la sociedad española. Incluso los que vivimos en España, a veces, entendemos mal las cosas. Sin embargo, quienes pretendan ver conspiraciones o un intento de denigrar a España como país están muy desorientados. El FT, The Economisty The Wall Street Journal son firmes defensores del libre mercado, el liberalismo económico y la globalización. El Gobierno español es socialdemócrata y tiene una sólida relación con los sindicatos. Si hay diferencias, tienen que ver con la ideología (o la competencia), no con la nacionalidad.

En realidad, España tiene hoy un problema distinto con la prensa anglosajona. Durante las tres últimas décadas, los medios anglosajones han tenido una gran presencia en Madrid, por lo que España ha estado en la primera división de las informaciones internacionales. Pero la reducción de las corresponsalías internacionales en general y el aumento de la importancia de países como China, India y Brasil hacen que España (que en Europa estaba ya detrás de Francia, Alemania, Italia, el Reino Unido y Bruselas) baje puestos en la lista de prioridades.

En el momento de escribir estas líneas, por ejemplo, ni The New York Times ni The Wall Street Journal (ni ningún otro diario estadounidense) tienen un corresponsal acreditado en Moncloa, aunque el NYT cuenta con un corresponsal freelance. Los medios británicos también están perdiendo interés. A excepción de The Financial Times, que sigue teniendo dos corresponsales (un reflejo de la importancia que tienen las empresas multinacionales españolas), el espacio destinado a las informaciones serias sobre España en los periódicos es cada vez menor. Y, dado que Time y Newsweek también están reduciendo sus corresponsalías, The Economist es la única revista internacional en lengua inglesa que continúa prestando atención al país. España –para volver a emplear términos futbolísticos– corre el riesgo de descender a la segunda división.

A algunos quizá les guste. Al fin y al cabo, si no hay informaciones no hay críticas. ¿Pero es mejor que piensen que el país no es importante? Este corresponsal, que lleva gran parte de su vida profesional dedicado a escribir sobre España, cree que no.