Pobreza, discriminación y analfabetismo continúan siendo el azote de las mujeres en Afganistán. Los más de 40.000 millones de euros invertidos en los últimos 12 años no han servido para sacarla del ostracismo en una población eminentemente machista que la relega al último lugar del escalafón social.

Faltan mujeres policías. Nafidah Zakise se licenció en la Academia de la Policía Nacional Afgana, llegando a ascender al rango de General en el Ministerio del Interior tras estudiar Derecho. Hoy es diputada tras obtener una excedencia de su cargo como abogada dentro de la Fiscalía General del Estado. Una carrera meterórica, pero excepcional. La Policía Nacional afgana está copada mayoritariamente por hombres, siendo oficiales menos de 2.000 mujeres. Muchas han denunciado frecuentes abusos de poder o acoso por parte de sus compañeros hombres. Una realidad que en 2012 se comprometió a cambiar el presidente Hamid Karzai, quien ha marcado como objetivo aumentar su número hasta las 5.000 a finales de 2014, cuando está prevista la salida de la mayoría de las tropas extranjeras en Afganistán.
Las caras más visibles de la pobreza. Samira y su pequeña viven en Kabul. Ella pide limosna. A pesar de su juventud ya es viuda, lo que la condena al ostracismo social y a la beneficencia en una sociedad extremadamente patriarcal donde la mujer sobrevive a duras penas sin un hombre al lado o el apoyo familiar. El 40% de la población en Afganistán vive bajo el umbral de la pobreza, alcanzando el 45% en las áreas rurales, según datos del Banco Mundial. En provincias como Paktika este porcentsaje puede alcanzar incluso el 75%. Mujeres y niños, la cara más triste en un país pobre, a pesar de los 45.000 millones de euros gastados en los últimos 12 años, la mitad de los cuales se desviaron para la seguridad del las fuerzas internacionales y del conjunto de la comunidad de expatriados en Afganistán.
La heroína, la última trampa de las afganas. El 90% de la producción mundial de opio procede de Afganistán, un país donde además el 5% de la población subsiste directa o indirectamente de su cultivo (datos de la Agencia de Drogas y Crimen de Naciones Unidas) Además, 1 millón de afganos son adictos a él, entre ellos un porcentaje son mujeres. En las zonas rurales es habitual que los ancianos las animen a consumir opio como analgésico natural, pero una vez se lo administran 4 ó 5 veces se convierten en adictas. Igualmente se las induce a tomar opio para propiciar la potencia sexual del marido, a menudo aquejado por algún tipo de impotencia o disfunción sexual provocado precisamente por el consumo de esta poderosa droga.
Una mejora insuficiente.Cuando EE UU y sus aliados invadieron Afganistán a finales de 2001 se encontraron con uno de los países con mayor tasa de analfabetismo del mundo, llegando casi al 50% entre los hombre y al 80% entre las mujeres. Según cifras de UNICEF, el número de niños y niñas presentes en las escuelas de educación elemental ha aumentado de 1 millón a 8 millones en poco más de una década, de los cuales casi el 40% serían niñas. Igualmente se ha incrementado la presencia femenina entre el profesorado de escuelas e institutos, sobrepasando el 30%. Todos datos positivos, pero insuficientes en un país donde, por ejemplo, el índice de mano de obra infantil (entre 7 y 14 años) se encuentra al 13%.
Reporteras contra viento y marea. Es frecuente ver la cara de Shakila Ibrahim Khil en cualquier evento relacionado con mujeres en Kabul. No en vano fue galardonada en septiembre de 2012 con el primer premio de periodismo en favor de sus derechos. Es reportera de la principal cadena de televisión privada afgana (Tolo TV) y ha sido objeto de agresiones tanto físicas como verbales por parte de un grupo de candidatos radicales a las elecciones legislativas de 2010. Son muchos los casos de ataques sufridos por las periodistas, así como numerosos los asesinatos perpetrados contra ellas por elementos extremistas que condenan su alto nivel de visibilidad pública. Así, la profesión periodística se ha convertido en una de las más peligrosas para las mujeres.
El burka, elemento distorsionador del paisaje afgano. Conocido como chador, este velo que cubre totalmente la cara y cuerpo de la mujer, fue introducido en Afganistán a principios del siglo XX durante el mandato de Habibulla (1901-1919). Entonces, el burka completo era una vestimenta utilizada por la clase alta para evitar la mirada del pueblo llano. Durante el régimen talibán pasó de ser una prenda de distinción a ser de uso obligatorio. Caído este, su utilización se redujo visiblemente amparada en las supuestas libertades que llegaban con la entrada de las tropas internacionales, pero la célebre prenda azul sigue siendo hoy un elemento habitual en las calles y pueblos de Afganistán.
Escasa representación en la política afgana. Shinkai Karokhail es diputada y miembro de la Comisión de Presupuestos de la Asamblea Nacional desde 2005. Diplomada en Literatura Inglesa, cofundó el Afghan Women Educational Centre en 1991, del que luego fue nombrada Presidenta. Shinkai, fuerte y decidida, representa el mejor ejemplo del papel que juega la mujer en la política afgana. Hoy ocupan el 25% de los asientos del Parlamento, pero su margen de actuación es muy limitado y siempre está supeditado a la voluntad de sus compañeros hombres. Una realidad que valientes mujeres como ella luchan por cambiar en una sociedad intrínsecamente machista.
Relax en el Jardín de las Mujeres de Kabul. Es uno de los escasísimos espacios reservados para ellas en esta caótica ciudad. Destruído por completo durante décadas de guerra, el jardín Shahram fue rehabilitado por última vez en 2010 con financiación de la Agencia estadounidense de Cooperación Internacional. Sus más de 30.000 metros cuadrados representan un oasis de libertad y seguridad para las mujeres, que gustan de venir aquí con sus hijos. Un espacio donde también se imparten clases de literatura o cómo elaborar un curriculum. Una tienda de artesanía o un sencillo restaurante completan la oferta de ocio.