La brasileña Anarkia boladona es activista a favor de los derechos de la mujer. En la foto aparece junto a uno de sus grafitis en las calles de Rio de Janeiro. Christophe Simon /AFP/ PHOTO
La brasileña Anarkia boladona es activista a favor de los derechos de la mujer. En la foto aparece junto a uno de sus grafitis en las calles de Rio de Janeiro. Christophe Simon /AFP/ PHOTO

El desafío de que la igualdad de género en Brasil no debería ser un valor vacío sino una verdadera práctica.

“Vaca, puta, vagabunda…”. El pasado marzo, estos gritos ofensivos se mezclaron al sonido de las caceroladas que brotaron de forma espontánea en todo Brasil durante el discurso televisivo de la presidenta Dilma Rousseff, desde São Paulo hasta Brasilia, desde Rio de Janeiro hasta Porto Alegre, Recife y Fortaleza. Ocurría una semana antes de que la marcha a favor del impeachment de Dilma arrastrara a las calles a unos dos millones de brasileños, según el diario O Globo (menos de la mitad, según Datafolha, el instituto de investigaciones electorales del periódico Folha de S. Paulo).

Lo llamativo de esta protesta, protagonizada por la clase media de un país que está entrando lenta pero irreversiblemente en una crisis económica severa, es el tono injurioso y agresivo que los indignados reservaron a la primera mujer que lidera Brasil.

No era la primera vez que Dilma es blanco de improperios. Durante la ceremonia de inauguración del Mundial de Fútbol, en junio del año pasado, Rousseff fue abucheada y vilipendiada desde los sectores vip del estadio de São Paulo. Una escena que se repetiría varias veces a lo largo de la competición futbolística más importante del mundo.

“Brasil es un país bastante machista, donde las mujeres deben permanecer en alerta todo el tiempo para no sufrir violencia. Y muchas veces, a pesar de esto, no consiguen evitarla”, declara a esglobal Maíra Kubík, doctora en Ciencias Sociales y profesora de Género y Diversidad en la Universidad de Salvador de Bahía.

Entre 1980 y 2010, más de 92.000 mujeres fueron asesinadas en Brasil, según los datos del Mapa de Violencia. Además, unas 527.000 personas son violadas cada año, según un estudio del Instituto de Investigación Económica Aplicada (Ipea). El 88,5% son mujeres. De estos casos, apenas el 10% llega a ser denunciado en comisaría. Al mismo tiempo, el 78% de las entrevistadas en un estudio del instituto Data Popular, asegura haber sufrido algún tipo de acoso: un abordaje ofensivo o violento en un bar o discoteca, o ser besada a la fuerza. Tres de cada 10 mujeres reconocen que han sido acosadas físicamente en el transporte público.

“Se necesita mucho valor para gritar a pleno pulmón que alguien es una “vaca” desde la ventana de su piso, con todos los vecinos y los transeúntes mirando en la calle”, escribe en su blog el periodista y profesor universitario Leonardo Sakamoto. “Valor o la certeza de que nada va a acontecer. Porque a lo mejor la persona sabe que vivimos en una sociedad misógina, que premia ese tipo de comportamiento. Una sociedad que es incapaz de hacer críticas o demostrar insatisfacción e indignación sin invocar las cuestiones de género. Llamar “vaca” no es hacer un análisis de la honestidad y la competencia de alguien que ocupa un cargo público, y sí una forma machista de despreciar una mujer simplemente por ser mujer. De colocarla en su debido lugar, que es fuera de la política institucional”.

El 96% de los jóvenes brasileños cree que vive en una sociedad machista, según un sondeo del instituto Data Popular. El machismo coarta a la mujer brasileña en mucho sentidos: gana menos que el hombre, tiene poca voz en las instituciones y es víctimas de agresiones físicas dentro y fuera de casa.

Los datos del IBGE, el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística revelan que el sueldo mensual medio de las mujeres es un 27,1% menor que el de los hombres. En 2004, esta diferencia ascendía al 36,4%, lo cual indica que la situación de ellas en el mercado laboral mejora lenta, pero constantemente. Además, la mujer sufre un 36,5% más de desempleo respecto a sus colegas varones.

En cuanto a la representación política, en las últimas elecciones en octubre de 2014, sólo el 29,11% de los aspirantes a ser diputados eran mujeres. Y eso a pesar de que la ley obliga a los partidos a presentar al menos el 30% de candidatas en sus listas. Sin olvidar que en Brasil el 52,13% del electorado es femenino, es decir, más de 74 millones de mujeres fueron llamadas a las urnas. Para el cargo de gobernador, donde no existe esta una cuota obligatoria para los partidos, la proporción de mujeres candidatas cayó hasta el 12,05%. Y en el senado, sólo el 18,5% de los escaños es ocupados por mujeres.

Paralelamente a los datos, la actualidad muestra un día sí y otro también que además del machismo doméstico, las brasileñas son víctimas de lo que podría ser definido como machismo institucional. A lo largo del último año, los ataques misóginos del diputado ultraderechista Jair Bolsonaro han traspasado las fronteras de Brasil, y han llamado la atención de periodistas y activistas.

El pasado mes de diciembre, Bolsonaro protagonizó una polémica cuando se dirigió en el Parlamento a una diputada del Partido de los Trabajadores (PT) con las siguientes palabras: “No la violo porque no se lo merece”. Era su forma de mostrar su disconformidad con la postura de la parlamentaria, que había elogiado el trabajo de la Comisión de la Verdad, que investiga los crímenes cometidos durante la dictadura militar.

En otra ocasión Bolsonaro, que se jacta de ser homófobo y racista, respondió de esta forma a la pregunta de Preta Gil, hija del famoso cantante y ex ministro de Cultura Gilberto Gil, acerca de cómo reaccionaría si su hijo (también diputado ultraderechista) se enamorase de una mujer negra. “No voy a discutir sobre promiscuidad con nadie. Yo no corro este riesgo. Mis hijos fueron educados muy bien y no vivieron en un ambiente como, lamentablemente, es el tuyo”.

“El machismo es una opresión transversal, que atraviesa toda la sociedad y también está presente en las instituciones y en nuestros representantes. Jair Bolsonaro es hoy uno de los símbolos de lo más retrógrado y conservador. Pero no podemos olvidar que fue el diputado federal más votado en Rio de Janeiro durante las elecciones de 2014. O sea, el machismo profesado por él en la Cámara de los Diputados resuena también en las calles y en las urnas”, analiza Maíra Kubík, que también es columnista de la revista Carta Capital.

Bolsonaro no es el único ejemplo. El actual presidente de la Cámara, Eduardo Cunha, también es conocido por sus declaraciones contra los derechos de las mujeres. Recientemente declaró que una votación en el Parlamento a favor del aborto sólo pasaría sobre su cadáver. En 2013, el diputado y pastor evangelista Marco Feliciano dijo en un programa de televisión que “la mujer fue creada para adornar el mundo y la vida del hombre”

“En Brasil existen personajes públicos que hablan para nichos políticos que ellos mismos representan. El caso de Bolsonaro es muy claro: él habla para 500.000 personas. No le importa crear un revuelo, porque sólo se dirige a sus electores”, opina el sociólogo Paulo Baía, profesor de la Universidad Federal do Rio de Janeiro.

Sin embargo, este sociólogo reconoce que la situación de la mujer en Brasil es de profunda desigualdad. “La mujer conquistó muchos espacios en los últimos 100 años, pero no ha superado el papel de sumisión impuesto por los hombres y por la cultura machista. Al contrario, hoy la mujer está sobrecargada por el trabajo y las actividades domésticas. Tiene jornadas de trabajo dobles y triples, y encima es estigmatizada por ser mujer”, señala a esglobal Paulo Baía. “El discurso sobre la igualdad es totalmente falseado en Brasil. Yo lo llamo ‘machismo reconfigurado’. Es aquel machismo que ostenta un discurso igualitario, pero en la práctica cotidiana explota a la mujer, es violento con ella física y simbólicamente”, añade.

Para los defensores de los derechos de las mujeres, la política antiabortista del Gobierno brasileño es otro ejemplo de opresión. Interrumpir un embarazo en Brasil sólo está permitido en caso de violación, grave malformación del feto o riesgo para la salud de la madre. A pesar de esto, cada año en Brasil se realizan ilegalmente cerca de 850.000 interrupciones voluntarias de embarazo. Pero los datos del Ministerio de Sanidad indican que sólo fueron practicados 1.523 casos de abortos legales en 2013. Eso sí, las complicaciones de estos procedimientos realizados en clínicas clandestinas cuestan a las arcas públicas unos 142 millones de reales al año (unos 42 millones de euros). “El aborto es ampliamente practicado en Brasil, lo que significa que no somos un país antiabortista y sí un país hipócrita, en el que la tradición religiosa prevalece sobre lo que debería ser un Estado laico”, indica Maíra Kubík.

El año pasado, varias operaciones policiales en clínicas abortivas ilegales en Rio de Janeiro acabaron con una decena de médicos y pacientes encarcelados, tras la muerte de dos mujeres que interrumpieron su embarazo de forma clandestina. Al mismo tiempo, se han publicado distintos reportajes en la prensa local, que demuestran que fármacos abortivos son vendidos de forma ilegal en los mercados callejeros de Rio de Janeiro, en régimen de absoluta impunidad. Eso sí, sin ningún control médico.

Recientemente, Gabrieela Moura, una pedagoga de 25 años, se ha convertido en un fenómeno viral en las redes sociales, cuando publicó en su Facebook su foto, embarazada de ocho meses, junto a un texto en favor de la despenalización del aborto. “Mujeres casadas abortan, cristianas abortan, prostitutas abortan, mujeres de más de 40 años, mujeres de menor edad abortan y yo jamás usaría mi gestación contra ellas”, escribió en febrero.

“Necesitamos más voces como ésta. El aborto es un tema presente. Sin embargo, siempre es colocado en el campo de la polémica, como ocurrió cuando encontraron los cuerpos de aquellas dos mujeres en Rio de Janeiro. No vamos al fondo de la cuestión sobre las mujeres que están muriendo al practicar una intervención de este tipo en condiciones precarias. Un tema que debería ser una cuestión de salud pública queda relegado a las intemperies religiosas”, agrega Kubík.

Una luz en este panorama sombrío representa la nueva ley, aprobada a principios de marzo por el Parlamento brasileño, que endurece las penas en caso de los asesinados de mujeres. El texto legislativo considera que existe “razón de género” en aquellos crímenes relacionados con la violencia doméstica y familiar, y el menosprecio o discriminación de la condición de la mujer. Se introducen condenas de 12 a 30 años de cárcel, frente las de 6 a 20 años que se aplicaban hasta ahora en los casos de homicidios simple.

“Esta ley tiene sentido porque la mujer es tratada con violencia hasta en el mundo del crimen”, señala Paulo Baía. “Si miramos el Mapa de la Violencia de Brasil, lo que más hay son homicidios de jóvenes pobres negros y de mujeres, que suelen ser asesinadas por razones pasionales”, agrega.

La violencia contra la mujer parece haberse disparado en la última década, en la que 43.700 mujeres fueron víctimas de asesinato, tal y como muestran los datos de Mapa de la Violencia. Se trata de un aumento del 230% con respecto a los 80 y los 90. El lugar donde se concentra la mayoría de los casos de violencia física es el hogar, donde se registran casi cinco veces más agresiones que en la calle. Un estudio del Ministerio de Justicia constata que “el 45% de los 180 casos analizados de mujeres asesinadas ocurrió en situaciones de violencia doméstica y familiar. En el 53% dos casos, el agresor era el marido o el compañero de la víctima; en el 43%, el agresor era ex marido o ex compañero sentimental; y en 4% de los casos, el agresor era hijo de la víctima”.

“Hablar de feminicidio es fundamental para comprender que se trata de un crimen que sólo ocurre porque tenemos una sociedad en la que existe una jerarquía, donde una parte de la populación es colocada en una posición de inferioridad en relación a la otra. En el corto plazo y con ese fin, la ley tiene sentido. Pero en el largo plazo y pensando en el feminismo como un proyecto de emancipación para la humanidad, aplaudir esta ley no me parece la mejor postura”, reflexiona Maíra Kubík.

Para esta profesora, es necesario hacer mucho más. El Estado debería mejorar sus infraestructuras para poder acoger a las mujeres víctimas de violencia. Además, esta cuestión debería ser tratada en el conjunto de la sociedad, por los medios de comunicación y las instituciones educativas, como se hizo en España cuando José Luis Rodríguez Zapatero diseñó la Ley Integral contra la Violencia de Género, junto a los lobbies de mujeres. “En cambio, en Brasil la palabra ‘género’ fue excluida del Plan Nacional de Educación tras las presiones de los conservadores, que amenazaron con no votar a favor de destinar el 10% del PIB a la Educación, si este término fuese incluido”, recuerda Kubík.

Queda mucho camino por delante hasta que las mujeres brasileñas alcancen un estatus de igualdad efectiva. Esta pancarta a favor del feminicidio, exhibida en las manifestaciones del 15 de marzo en contra de Dilma, es la prueba más amarga del largo recorrido que tienen por delante las brasileñas.

En 1968, el famoso cantante Roberto Carlos interpretó en el Festival de San Remo Ai que saudade de Amelia, una canción escrita en los años 40 por Mario Lago y Ataulfo Alves. En sus versos, los autores declaraban su nostalgia por la mujer tradicional. “Aquella sí que era mujer. A veces pasaba hambre a mi lado y encontraba bonito no tener qué comer. Y cuando me veía contrariado, decía: Mi hijo, qué le vamos a hacer. Amelia no tenía la menor vanidad, Amelia era mujer de verdad”. Toda una apología de la sumisión y un manifiesto del patriarcado, todavía vigente en Brasil.

“Brasil es un país de Amelias cansadas, porque hoy, además de ser Amelia, la mujer brasileña también tiene que ser ejecutiva”, advierte Paulo Baía. “El cambio real tiene que acontecer en los valores que forman el machismo brasileño, para que la igualdad de género sea una práctica y no un valor vacío. En este sentido, las mujeres [como madres] también responsabilidad, porque son ellas las que forman también la identidad de género de los hombres”, concluye este sociólogo.