Hacia una teoría de las relaciones internacionales frente a los zombis.

Hay muchas cosas que temer en la escena política internacional: los atentados terroristas, las catástrofes naturales, el cambio climático, el pánico financiero, la proliferación nuclear, los conflictos étnicos… y así podríamos seguir. Sin embargo, observando el zeitgeist cultural, resulta sorprendente cómo un problema que no es natural se ha convertido en una de las más crecientes preocupaciones en las relaciones internacionales. Me refiero, por supuesto, a los zombis.

Se entiende por zombi un ser reanimado que habita un cuerpo y desea comer carne humana, la clase de demonio antropófago que apareció por primera vez en el clásico de 1968 La noche de los muertos vivientes, de George Romero, y que se ha extendido rápidamente por la cultura popular en los últimos años (eclipsando a otros parientes más pasivos, como los cadáveres reanimados de los rituales tradicionales de vudú del África Occidental y de Haití). Los zombis pueden traspasar fronteras y amenazar Estados y civilizaciones, por lo que deberían centrar la atención de los expertos y de los gobernantes.

El fantasma de una insurrección de cadáveres reanimados también plantea un importante desafío para quienes interpretan las relaciones internacionales y para las teorías con las que intentan explicar el mundo. Si los muertos saliesen de sus tumbas y atacasen a los vivos, ¿qué pensamiento guiaría –o debería guiar– la respuesta de los humanos? ¿Hasta qué punto todas esas teorías mantendrían su coherencia bajo la presión del ataque de los zombis? ¿En qué momento los humanos deberían decidir que ocultarse y acumular provisiones es el mejor plan?

Quizá los lectores más serios desprecien estas preguntas por fantasiosas, pero la preocupación por los demonios devoradores de carne es evidente en la cultura popular actual. Ya se trate de películas, videojuegos o libros, el género está en claro ascenso. Según estimaciones conservadoras, más de un tercio de todas las películas de zombis de la historia se han estrenado a lo largo de la última década. Los zombis son un fenómeno global: aparte de las estadounidenses, se han hecho pelis de zombis australianas, británicas, chinas, checas, alemanas, irlandesas, italianas, japonesas, coreanas, mexicanas, noruegas y españolas.

Los videojuegos de zombis, incluyendo las sagas Resident Evil y Left 4 Dead, también han proliferado, logrando un gran seguimiento de público. Y los zombis se han abierto paso en las listas de libros más vendidos, con obras que van desde manuales de supervivencia hasta reinterpretaciones de los primeros escritos victorianos de ficción. “En el mundo del terror tradicional ahora mismo no hay nada tan popular como los zombis”, relató el año pasado a USA Today un editor que se frotaba las manos. “Los muertos vivientes han llegado para quedarse”.

El boom zombi es –y debería ser– tratado con seriedad. Para algunos expertos en relaciones internacionales, el interés por lo demoniaco quizá sea un intento indirecto de lograr comprender lo que el ex secretario de Defensa estadounidense Donald Rumsfeld denominó en cierta ocasión “cosas que no sabemos que no sabemos” en el ámbito de la seguridad internacional. O quizá es que en realidad existe un miedo sincero, aunque no reconocido, a que los muertos salgan de sus tumbas y nos devoren las entrañas. Las principales universidades han elaborado planes de emergencia ficticios para estar preparados ante un ataque zombi, y en un número cada vez mayor de colegios mayores se juega a Humanos contra Zombis, ya sea para aliviar el estrés o para prepararse para la invasión de los no muertos. El Gobierno haitiano se toma la amenaza tan en serio como para tener una ley sobre los libros para prevenir brotes de zombismo. Públicamente, ninguna gran potencia ha hecho lo mismo, pero uno no puede dejar de especular sobre los planes que se nos estarán ocultando.

Desde el punto de vista de las políticas públicas está claro que los zombis merecen más interés que otros fenómenos paranormales, como los aliens, los vampiros, los magos, los hobbits, las momias, los hombres lobo y los superhéroes. Las historias de zombis tienen sólo dos formas de terminar: que los muertos vivientes sean eliminados o que la especie humana sea erradicada de la faz de la Tierra. Si hacemos caso de la cultura popular, la coexistencia pacífica de zombis y humanos es muy, muy improbable, al menos fuera de Shaun of the Dead –en España, Zombies Party (una noche… de muerte). Estos desenlaces extremos, de todo o nada, son mucho menos comunes en la literatura de vampiros y de magos. De hecho, recientes metáforas literarias indican que en muchos institutos del mundo los vampiros pueden coexistir con adolescentes normales de forma pacífica siempre que estén suficientemente buenos. Pero los zombis no tanto. Un artículo de Politics sostenía que “la cultura popular hace de la política internacional lo que actualmente es”. Si esto es así, los expertos en relaciones internacionales deben plantearse urgentemente el problema de los ejércitos de no muertos.

Lo que se presenta a continuación es un intento de saciar el hambre de conocimientos sobre cómo los zombis influirán en el futuro. Pero se trata de un ejercicio difícil: viendo el estado de las teorías sobre relaciones internacionales, uno se da cuenta de que no hay consenso sobre la mejor manera de entender la política mundial. Hay diversos paradigmas para explicar las relaciones internacionales, y cada uno tiene una visión diferente sobre cómo

La escuela de la ‘realpolitik’ zombi: no dramaticemos

Existen muchas variedades de realismo, pero todos los realistas asumen que la anarquía es la limitación principal de la política mundial. No significa necesariamente caos o desorden, sino más bien la ausencia de una autoridad legítima centralizada.

Por mucho que insistan los cosmopolitas convencidos o los defensores de absurdas teorías conspirativas, no existe un Gobierno mundial. Nadie ostenta el monopolio de la fuerza a escala global, así que cada uno tiene que adoptar sus propias medidas de autoayuda para garantizar su existencia.

En un mundo anárquico, la única moneda válida es el poder –la capacidad material de resistir presiones y coacciones, y a la vez ejercer tu influencia sobre los demás–. La estructura anárquica del mundo también hace que los gobiernos no puedan confiar plenamente unos en otros, lo que obliga a los países a guiarse sólo por sus propios intereses nacionales.

Como puede deducirse de esta introducción, el realismo tiene una visión bastante distópica y cínica del mundo. Es decir, se siente perfectamente cómodo en el universo zombi (en especial en el de las películas de George Romero).

¿Cómo afectaría a la política internacional la aparición de demonios devoradores de carne? La respuesta de los realistas es sencilla, aunque sorprendente: las relaciones internacionales apenas se verían afectadas. Si bien algunos verían en la invasión zombi una nueva amenaza existencial para la especie humana, a los realistas no les impresionaría la afirmación de que la llegada de los zombis provocaría un cambio radical en el comportamiento humano. Para ellos, una plaga de no muertos sería simplemente otra epidemia más, como la peste negra en el siglo XIV o la gripe de 1918. Parafraseando a Tucídides, la realpolitik frente a los zombis consiste en que los fuertes harán lo que puedan y los débiles tendrán que sufrir devorados por los voraces muertos vivientes.

Los realistas también predicen el surgimiento de políticas de equilibrio de poderes, así que ¿no daría lugar la amenaza de los no muertos a una coalición de humanos que equilibrase fuerzas frente a los demonios? Esta posibilidad no puede descartarse. Por ejemplo, si los muertos saliesen de sus tumbas en el centro de Eurasia, su rápida capacidad de expansión podría provocar una alianza para evitar que las hordas zombis arrasasen el continente. Sin embargo, igual de probable sería que se intentase escurrir el bulto. En este escenario, los gobiernos se pasarían el muerto unos a otros, evitando adoptar un papel activo en la lucha, con la esperanza de que otros hiciesen el trabajo sucio de unirse para exterminar a las hordas demoníacas.

También podría haber quien aprovechase la amenaza para conquistar nuevos territorios, aplastar movimientos de resistencia, saldar viejas cuentas pendientes o debilitar a sus rivales de toda la vida. La República Popular de China podría utilizar el peligro zombi como justificación para ocupar Taiwan. Rusia podría usar la misma excusa para intervenir en sus alrededores. Tampoco EE UU sería inmune a la tentación de aprovechar la amenaza como una oportunidad estratégica. ¿Qué dimensiones tendría que alcanzar el ejército de los zombis cubanos para justificar una intervención de la 82ª División Aerotransportada?

Pero, al final, los realistas, especialmente los norteamericanos, sin duda evocarían las precavidas palabras del presidente John Quincy Adams y advertirían de los peligros de salir al extranjero “en busca de monstruos a los que destruir”.

Los liberales: unámonos para combatir a los zombis

Como ocurre con el realismo, hay muchos tipos de liberalismo. No obstante, todos comparten la convicción de que incluso en un mundo anárquico sigue siendo posible cooperar.

Cooperar, ya sea en el ámbito del comercio internacional, de la no proliferación nuclear o de la prevención de enfermedades, puede generar beneficios globales a gran escala. Los principales actores de la política internacional tienen un aliciente para darse cuenta de las ganancias que genera la cooperación a largo plazo y evitar los costes derivados de dejarse de lado unos a otros.

A primera vista, la teoría liberal parece bastante incompatible con una literatura zombi que tiende a lo apocalíptico. De hecho, lo trágico del liberalismo es que algunos de sus principios básicos acelerarían la propagación del zombiismo. Por ejemplo con la existencia de fronteras abiertas.

Pero, si echamos un segundo vistazo, descubriremos que el modelo liberal permite analizar el fenómeno en profundidad. Las comedias románticas de zombis –com-rom-zoms, para abreviar– contienen elementos de liberalismo, implícitos y explícitos. La película Bienvenidos a Zombieland, de 2009, trata sobre la creación y la adhesión a unas reglas claras de supervivencia en un entorno plagado de zombis. Su mensaje central –aparte de la importancia del ejercicio para el corazón– es la necesidad de que personas distintas se comprometan mutuamente. En el momento álgido de Shaun of the Dead, Shaun aglutina a amigos y conocidos con un canto al liberalismo: “Como dijo Bertrand Russell en cierta ocasión, ‘lo único que redimirá a la humanidad es la cooperación’; creo que ahora podemos apreciar la relevancia de esas palabras”.

¿Y que harían los liberales tras la invasión de los antropófagos? Si la expansión de los zombis no acaba con los Estados, los liberales pondrían sus esperanzas en que un régimen antizombi internacional permitiese avances frente al problema. Dado el beneficio general que supondría borrar a los muertos vivientes de la faz de la Tierra, parece probable que se respondiese con una coordinación política significativa.

El modelo liberal prevé resultados imperfectos y susceptibles de ser criticados con el tiempo –igual que la Unión Europea–. Pero, aparte de eso, sería de esperar que el sistema funcionase como para evitar un apocalipsis total. Sin duda, se producirían rebrotes. Quizá sería necesario desplegar misiones humanitarias antizombis bajo los auspicios de la ONU en Estados fallidos. Los liberales reconocerían que es poco probable que se logre erradicar definitivamente a los demonios devoradores de carne. Sin embargo, resulta factible mitigar el problema hasta convertirlo en otra amenaza manejable más. La mayoría de los países lograría matar a la mayoría de los zombis la mayor parte del tiempo.

El neoconservadurismo y el eje de la muerte malvada

La respuesta de los neoconservadores al alzamiento de los muertos vivientes sería sencilla y directa. Parafraseando a Robert Kagan, los humanos son de la Tierra, y los zombis del infierno.

Ni la adaptación ni el reconocimiento serían opciones sostenibles. Al contrario, los neocons promoverían una respuesta militar para garantizar la hegemonía humana. En vez de esperar a que los demonios viniesen a por ellos, adoptarían políticas agresivas para trasladar la lucha al terreno zombi. Un ataque preventivo contra los muertos vivientes sería una guerra contra el mismísimo mal.

En favor del neoconservadurismo, su doctrina resulta coherente con los trabajos existentes sobre la respuesta a la amenaza zombi. De hecho, una simulación realizada por investigadores de la Universidad de Carleton y de la Universidad de Ottawa, ambas en Canadá, arrojó la siguiente conclusión: “Un brote de zombis que infectara a humanos resultaría, muy probablemente, desastroso, salvo que se empleen tácticas muy agresivas contra los no muertos […]. Llevaría al colapso de la civilización, salvo que se trate rápidamente”.

Sin embargo, otros elementos del neoconservadurismo podrían hacer peligrar la viabilidad a largo plazo de sus planes políticos iniciales. Por ejemplo, los neocons con frecuencia asumen que todos los adversarios forman parte de una única alianza de enemigos malvados. Este presupuesto funciona mientras se limite a los zombis, pero es improbable que los neoconservadores se detuvieran ahí. Inevitablemente juntarían a los cadáveres reanimados con otras amenazas humanas, como parte de una Tercera Guerra Mundial contra los déspotas autoritarios y zombis –un eje de la muerte malvada–. Esto haría fracasar cualquier intento de coalición militar amplia, reduciendo la efectividad de la Guerra Global Contra los Zombis (GGCZ).

Sobre la gestión de la amenaza zombi

Esta apresurada revisión de los modelos teóricos revela algunos descubrimientos interesantes sobre el mundo en la era de los zombis. Existe cierta continuidad entre las diferentes teorías. Por ejemplo, la mayoría de enfoques predice que la muerte viviente tendría efectos desiguales en los Estados. Los países poderosos tienen más posibilidades de resistir a un ejército de demonios antropófagos. La plaga de no muertos se añadiría a la ya larga lista de amenazas que se ceban con los países más pobres y débiles.

Las diferentes teorías de las relaciones internacionales también ofrecen un abanico de desenlaces mucho más variado que las obras de Hollywood. Tradicionalmente, las historias de zombis conducen al apocalipsis. En cambio, los planteamientos teóricos aquí analizados indican que en el mundo real habría una vigorosa respuesta política a la amenaza de los muertos vivientes. El realismo predice que al final se llegaría a un acuerdo de “vive y deja vivir” entre los zombis y los demás. Los liberales vislumbran un régimen antizombi imperfecto pero aun así útil. Los neoconservadores prevén la derrota de los muertos vivientes tras una larga lucha existencial. Estos escenarios indican que quizás, sólo quizás, las historias de extinción de los humanos que predominan en la literatura zombi son una exageración.

Por supuesto, los desenlaces catastróficos siguen siendo una posibilidad. Las disfunciones burocráticas podrían degenerar en un colapso total de la autoridad estatal. La opinión pública y la presión de los grupos de interés podrían dificultar la cooperación multilateral. La descomposición de la sociedad también podría dar lugar a un mundo en el que las diferencias biológicas entre humanos y zombis fueran irrelevantes –ambos actuarían como los típicos zombis–. En cualquier caso, estos son posibles desenlaces; que sean o no probables ya es otra cuestión.

En definitiva, lo que pretendo decir es que con un planeamiento cuidadoso y un enfoque coherente, la amenaza zombi es controlable. El propósito de este artículo no es hacer recomendaciones políticas ni sugerir que un enfoque sea mejor que otro. Corresponde al lector ejercitar su capacidad de juicio para decidir qué hacer con esta información. De hecho, los estudiantes de política internacional inteligentes y con interés deberían usar sus propios cerebros, antes de que lo hagan los zombis.